Una noticia sorprendente e inesperada, pero juzgada no lo suficientemente importante para encabezar los titulares de muchos medios de comunicación: Irán y Arabia Saudí han restablecido sus relaciones diplomáticas, interrumpidas desde 2016, por mediación de China.
Al cumplirse el primer aniversario de la guerra de Ucrania, el filósofo Jürgen Habermas publicó en el Süddeustche Zeitung que ha llegado el momento, y es urgente, de que rusos y ucranianos entablen negociaciones de paz. Se expresaba en estos términos: “Se trata de negociar en el buen momento, a fin de impedir que la guerra se prolongue y cueste aún más vidas humanas y destrucciones”.
Se cumplen 60 años de la firma del Tratado del Elíseo, suscrito por el presidente Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer el 22 de enero de 1963. De este Tratado surgió lo que los franceses llaman la “pareja” francoalemana, y los alemanes el “motor” francoalemán.
Hablar de Europa y remontarse al legado de Jerusalén, Atenas y Roma es un recurso habitual. También se suele hablar de las raíces de la cultura europea que parten del judaísmo, el mundo grecorromano y el cristianismo. Pero muchas de estas referencias se quedan en una visión historicista, que no es capaz de profundizar en lo que le sucede realmente a Europa.
Hace más de tres décadas, el final de la guerra fría y de
la confrontación bipolar trajo como consecuencia el progresivo deterioro de
algunas alianzas. El escenario mundial ya no era el de comunistas y
anticomunistas, de prosoviéticos y proamericanos. La geopolítica tradicional estaba
de vuelta, y con ella, una concepción de las relaciones internacionales en la
que las referencias eran el equilibrio y los intereses.