Feb 28 2013

¿Repliegue de Oriente Medio?

Incluso antes de que empezara el segundo mandato de Obama, un tema recurrente para los analistas internacionales ha sido el preguntarse si EEUU está iniciando un repliegue de Oriente Medio. Siempre se nos ha asegurado que los intereses energéticos son la clave de la importancia estratégica que da Washington a la región, marcada históricamente por la alianza americano-saudí iniciada por Roosevelt en 1945, pero también se nos está repitiendo de continuo que la Administración Obama sigue adelante en su objetivo de reducir su dependencia energética. Expertos energéticos como Philiph Verleger pronostican que hacia 2023 EEUU habrá alcanzado la independencia en materia de energía para convertirse en la década siguiente en exportador de crudo, y también se nos recuerdan los abundantes yacimientos de gas natural hallados en territorio nacional y el que la producción petrolífera americana haya crecido un 11%, una cifra no conocida en los últimos quince años, gracias a las prospecciones en el Golfo de México, sin olvidar los proyectos gubernamentales de apostar por las energías alternativas. Pero estas cifras y expectativas  no son un argumento suficiente para afirmar que Oriente Medio esté perdiendo peso en la visión estratégica de EEUU. No deja de ser una afirmación simple en la que las consecuencias se extraen de modo mecánico a partir de un enfoque economicista.

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Suponiendo que Washington redujera su dependencia, no por ello la región perdería su importancia energética global. Hacia 2030 el 50% de la producción mundial de petróleo estará en manos de los países de la OPEP, situados en su mayor parte en Oriente Medio, y todo indica que la dependencia de Europa, China, India o Japón estará lejos de haberse reducido. En consecuencia, los acontecimientos que sucedan en la zona repercutirán inexorablemente en dichos países, y algunos de ellos están en Asia, que es el escenario geopolítico por el que EEUU estaría apostando tras su supuesto repliegue de Oriente Medio. Tampoco podemos olvidar la importancia de dos aliados de Washington en la región, Turquía e Israel, mucho mayor que la que pudieran tener las autocracias derribadas o amenazadas por la Primavera Árabe. Por lo demás, difundir la creencia del repliegue contribuye a afianzar las aspiraciones de Irán de ser la potencia dominante en la zona, con la consiguiente inquietud para las monarquías petroleras del Golfo, tradicionales aliadas de Washington. El vacío que dejaran los americanos sería llenado muy pronto por China, la potencia mundial ávida de energía, con lo cual se demuestra que es irreal circunscribir las rivalidades entre Washington y Pekín a la cuenca del Pacífico. ¿Y cómo olvidar la dependencia energética de todos los aliados asiáticos de EEUU, utilizados como contrapeso frente a la ascensión de China? Los americanos seguirán teniendo interés en mantener la seguridad de las rutas de aprovisionamiento con Asia, lo que resulta compatible con la preponderancia del poder naval y aéreo en el  enfoque estratégico de la Administración Obama.

No se puede hablar de repliegue, pero sí de  un distanciamiento calculado, de un cierto interés por mantener el statu quo, lo que está en las antípodas del designio estratégico de Bush que buscaba alterarlo con el derrocamiento de Sadam Hussein, del que se derivarían beneficios como la democratización del mundo árabe o la salida al conflicto palestino-israelí. El statu quo, calificado de insostenible hace una década y que todavía era criticado por Obama en mayo de 2011, parece ser la única perspectiva en una región en que las situaciones políticas son frágiles, tal y como demuestran los acontecimientos posteriores a la Primavera Árabe. Esto explica que el habitual dogma político de que la estabilidad de todo el Oriente Medio pasa por la paz en Palestina resulte menos creíble ahora que antes. Si realmente fuera así, la primera prioridad de la política exterior americana sería patrocinar un arreglo, como en la presidencia de Clinton. Pero ni siquiera Obama ha podido presumir de ideas creíbles para alcanzar un acuerdo, y algunas de sus declaraciones sólo sirvieron para exasperar a Israel. Tampoco ha conseguido evitar que los israelíes detengan los asentamientos en  Cisjordania y Jerusalén, y menos aún persuadir a los palestinos a ofrecer las garantías exigidas por Israel en unas negociaciones. No cabe hacerse demasiadas ilusiones sobre los resultados tangibles del próximo viaje del presidente americano a Israel, los territorios palestinos y Jordania que empieza el próximo 20 de marzo. En realidad,  tanto en el lado palestino como en el israelí, por razones de consumo político interno, no se perciben demasiados entusiasmos para alcanzar ningún tipo de acuerdo, lo que puede originar esporádicas situaciones de violencia incendiaria que la mayoría de los actores regionales ven con inquietud. En cualquier caso, el principal problema del Oriente medio actual son los conflictos entre árabes y árabes, bien sean chiíes o suníes, laicos o islamistas, islamistas moderados o radicales. Ninguno de ellos parece merecer el despliegue de tropas americanas sobre el terreno.

 


Feb 16 2013

La presentación de la doctrina Obama

El discurso sobre el Estado de la Unión de 2013 ha contribuido a clarificar, si es que no lo estaba suficientemente, la doctrina Obama en política exterior. Ha sido la consagración de lo que algunos analistas han llamado the leading from behind, un término que no gusta al presidente que prefiere hablar siempre de smart diplomacy  o de smart government, según se trate de política exterior o interior. Lo que está claro es que los problemas domésticos absorben a Obama casi por completo,  y a todos ellos suele darles una percepción de ampliación de derechos y libertades, las nuevas metas que “nosotros, el pueblo”, un término de la declaración de independencia que el presidente empleó a lo largo del discurso de inauguración del mandato, aspira a realizar.

Como bien ha resaltado el politólogo Mark Leonard, Obama supo combinar en su discurso sus habilidades retóricas con la exhibición de datos estadísticos ilustradores de sus argumentos. El presidente no busca tanto utilizar la persuasión para convencer a sus oyentes sino más bien hacerles caer en la cuenta de que él es “uno de los suyos”. El objetivo es movilizar a los pasados y a los futuros votantes. Tiene razón Leonard cuando asegura que sus discursos son una mezcla de campaña electoral y de acción de gobierno, sobre todo porque el inquilino de la Casa Blanca tiene en mente las elecciones legislativas de noviembre de 2014, en las que sería decisiva para la culminación de los proyectos de su presidencia el poder arrebatar a los republicanos el control de la Cámara de Representantes.

El punto de partida para abordar la política nacional y la exterior es eminentemente pragmático: ¿qué le preocupa al americano medio? La crisis económica, el presupuesto federal y el empleo. Obama sabe además que hay republicanos como el senador Ron Paul,  por no nombrar a los representantes de un Tea Party en declive, que están predicando un “neoaislacionismo”. El pragmatismo aplicado a la política exterior lleva al presidente a defender las futuras negociaciones con la UE para un tratado de libre comercio, que creará miles de empleos americanos gracias a la mayor área comercial de la Historia. Otro tipo de política exterior  no es aceptable: “nuestra guerra en Afganistán ha terminado”, aunque el conflicto en ese país asiático  no terminará y como ha sucedido en otras épocas, los países vecinos no querrán perder sus parcelas de influencias en Afganistán.  Por primera vez en años, Irak no fue mencionado en el discurso presidencial, pues Washington parece haberse resignado al statu quo de un panorama político dominado por los chiíes del primer ministro Nuri Al Maliki, aunque detrás de él pueda encontrarse la sombra de Irán. Tampoco se impresionó demasiado Obama por la reciente negativa del ayatolá Jamenei a entablar negociaciones bilaterales con EEUU, e insistió en que la solución más adecuada sigue siendo la diplomática.

Vigilancia del terreno y asistencia a los aliados. Nada de soldados americanos en el extranjero, ni en misión internacional autorizada ni en ocupación unilateral como en Irak. Nada de guerras en nombre de la democracia ni  de proyectos de nation-building  en lejanos territorios, Leading from behind en Malí, Libia, Somalia, Uganda o Yemen. Nada de implicarse en conflictos armados en un espacio geopolítico que abarca desde la costa atlántica africana hasta las estepas de Asia Central.  Como Siria se encuentra en el citado espacio, no cabe esperar un cambio de estrategia respecto a un conflicto, ¿o deberíamos llamarlo masacre?, que dura casi dos años, y en el que se perfila, en la medida que sea posible, un entendimiento entre Washington y Moscú para alejar la amenaza de un régimen islamista radical en Damasco.  Atrás queda la defensa de la intervención humanitaria en Libia en 2011, la “responsabilidad de proteger” en la jerga de las Naciones Unidas, y que, según algunos analistas como Richard Miniter, debió mucho más a tres mujeres del Departamento de Estado, Hilary Clinton, Susan Rice y Samantha Power, que al propio Obama. Ninguna de ellas está ahora en sus puestos.

En la doctrina Obama están jugando un papel destacado los drones, sucedáneo de las tropas sobre el terreno, y las misiones de inteligencia. Pragmatismo calculado, pero con un punto débil: que las crisis inesperadas  y de grave alcance en el escenario internacional obliguen a la Administración estadounidense a implicarse de modo más directo, pese a la preferencia por las cuestiones económicas y fiscales. ¿El leading from behind será definitivo o provisional?


Feb 9 2013

Sobre la eficacia de los drones

 

 

La creciente utilización de los drones sólo puede entenderse desde la convicción de que el poder aéreo es el componente decisivo para imponerse en cualquier conflicto.  De hecho, las contiendas de la posguerra fría, desde la guerra del Golfo a Kosovo pasando por Bosnia-Herzegovina, alimentaron esta ilusión. Pero si repasamos la historia, nos daremos cuenta de que, en efecto, los bombardeos contribuyeron a poner fin a las hostilidades, aunque no eliminaron las raíces de la violencia. Fueron una solución a lo Truman, que prefirió que la guerra de Corea quedase en tablas, y no a lo Mac Arthur, que proclamaba que no existía ningún sustitutivo de la victoria. En los ejemplos citados, la intervención militar no se propuso arrojar del poder ni a Sadam Hussein ni a Milosevic. El verdadero motivo para no sobrepasar estos límites no fue ni el respeto a las resoluciones de la ONU ni el temor a alterar el statu quo territorial. En realidad, no se querían las bajas americanas que se habrían producido en una guerra sobre el terreno. De ahí que la utilización del poder aéreo se convirtiera, en la práctica, en un fin en sí mismo, con el olvido de que tradicionalmente había sido uno de los instrumentos en la consecución de otros objetivos, tanto militares como políticos. El poder aéreo formaba parte de la táctica, pero acabó siendo confundido con la estrategia. Del mismo modo, el uso de los drones nunca garantiza  una victoria decisiva sobre el terrorismo de Al Qaeda. Es sabido que la eliminación de un líder guerrillero no supone el fin de una lucha armada, pues, en realidad, lo que se está combatiendo es una ideología que en cada momento es encarnada por personas concretas y cambiantes. Si no se gana la batalla de las ideas, si no se consigue hacer repulsiva, o menos atractiva, una ideología, los muertos no disuadirán por si solos a nadie de no continuar con la violencia.

Pero lo más peligroso del uso de los drones son, sin duda, los daños colaterales infringidos a civiles. Es la consecuencia inevitable de las guerras en las que el enemigo no viste uniforme y vive entre la población civil. Recordemos que las víctimas civiles fueron otro de los factores que contribuyeron a la derrota americana en Vietnam. De ahí que la alternativa a los daños colaterales pase por el secretismo, no tanto cuando los drones abaten a un líder terrorista, sino cuando el objetivo son personas de menor relevancia, pero que se refugian en zonas de Afganistán y Pakistán en los que los talibanes o Al Qaeda tienen arraigo. No será difícil que en esos casos, todos los hombres en edad de empuñar las armas sean tomados por combatientes, mientras no se demuestre lo contrario, aunque nadie les dará la oportunidad de demostrarlo. El secretismo oficial está siendo desafiado, sin embargo, por algunas ONGs como el Bureau of Investigative  Journalism, con sede en Londres, y que asegura que desde 2002 se han producido entre 472 y 885 muertes de civiles en Afganistán, mientras que las víctimas de Yemen se cifran entre 60 y 103. Es cierto que las capacidades de Al Qaeda en este último país han quedado muy mermadas,  si bien las muertes también han contribuido a acrecentar el número de sus partidarios.

El uso de los drones podría interpretarse  como un intento de ocultar el hecho mismo de la guerra. Son operaciones encubiertas en la lucha contra el terrorismo y no tienen la apariencia de un conflicto convencional. Incluso pueden tener cierta popularidad si abaten a algún destacado terrorista, pues demostrarían que el gobierno va contra los malos dondequiera que se encuentren, antes de que tengan la oportunidad de cobrarse más vidas de ciudadanos americanos. Esto explica que la Administración Obama cuide la justificación de este método de lucha contra el terrorismo. De hecho, el senador Obama, en uno de sus discursos de 2007 en el que criticaba la inutilidad de la guerra de Irak, aseguraba que habría sido mucho más eficaz combatir a los terroristas en cualquier lugar del mundo, incluido Pakistán, aliado tradicional de EEUU.

 

La Administración Obama no ve ninguna alternativa a los drones. La presencia de tropas sobre el terreno, aunque fuera con la autorización poco probable de un Consejo de Seguridad en el que Rusia y China no dejan de ejercer su derecho de veto, no contribuye necesariamente a que se alcancen los objetivos de la lucha contra el terrorismo.  Después de las experiencias de Afganistán e Irak, donde hubo que buscar una retirada más o menos honrosa,  se aprecian demasiados inconvenientes: bajas de soldados americanos, altos costes económicos en tiempo de crisis, hostilidad de la opinión pública por la prolongación del conflicto y descontento de la población autóctona que ve a las tropas americanas como un ejército de ocupación.  Una vez más, la solución son los drones, con los que se puede destruir a los malos apretando un botón como si se tratara de un videojuego.

Los estrategas americanos intentan demostrar con los drones, al igual que en los conflictos de los años 90en el Golfo y los Balcanes, que la geografía y la historia están poco menos que superadas, pues los aviones letales remontan todos los obstáculos. Insisten en que es un modo de minimizar los daños a civiles, que serían mayores en un conflicto convencional.  Pero los daños existen y ponen en un compromiso a los gobiernos locales aliados de Washington, tal y como se ha demostrado en Afganistán y Pakistán. En cualquier caso, demuestran una confianza ciega en el poder de la tecnología, similar al de otras épocas históricas. Recordemos las guerras coloniales británicas cuando, por ejemplo,  una batería de ametralladoras Maxim podía detener la carga de las masas de los fanáticos partidarios del Mahdi en la batalla de Ondurmán en 1898.  Pero la tecnología militar nunca es monopolio de nadie, y menos en un tiempo en el que los malos también son capaces de desatar virus informáticos que afecten a los drones.

Antes de que su carrera militar y política naufragase, el general David Petraeus recordaba en Irak la necesidad de “ganar los corazones y las mentes”  de la población local. Esto lo han dicho otros muchos antes y después, y es un consejo a seguir en todo momento, pues, en caso contrario, las ideologías de insurgentes y terroristas prevalecerán sobre la fuerza de la tecnología.

 


Feb 4 2013

Biden en Munich: negociar con todos y en todas partes

Al igual que en 2009,  a las pocas semanas del comienzo del  primer mandato de Obama, el vicepresidente Joe Biden ha sido invitado a participar en la Conferencia de Seguridad de Munich, el prestigioso foro internacional que, desde hace casi medio siglo, reúne a destacados protagonistas de la política exterior y a expertos académicos.

En los cuatro años transcurridos no apreciamos sustanciales diferencias entre aquella intervención y laque ha tenido lugar el 2 de febrero de 2013. Biden se ha sentido cómodo una vez más con un programa de diplomacia conciliadora, en la que las únicas críticas han sido para el presidente Asad de Siria, al que ha calificado de tirano, o para los islamistas radicales que operan en el norte de África y en Oriente Medio, sin dejar de reiterar el apoyo estadounidense a la intervención francesa en Malí. El vicepresidente dio muestras de conocer las raíces de los conflictos: las porosas fronteras del desierto por las que se mueven los extremistas y en las que el poder del Estado se muestra débil, con el riesgo añadido de que una generación de jóvenes afectados por el estancamiento económico se una a las filas del radicalismo. Es una amenaza real, pero a la que EEUU no va a hacer frente con intervenciones militares directas: “No es un  llamamiento a gastar miles de millones de dólares  ni a situar a decenas de miles de soldados sobre el terreno. Se requiere una estrategia más integrada y coordinada. Hacer frente a esos desafíos requiere seguir trabajando juntos, incluyendo a las Naciones Unidas, la OTAN, el G8 y otras instituciones internacionales clave”. Serán  los militares franceses y los de los países que forman la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEEAO) los que se desplegarán sobre el terreno del Sahel. No les sobrará voluntad , pero les faltarán medios, aunque el enemigo opte por replegarse cuando se sienta acosado en espera de oportunidades más favorables, tal y como han hecho los talibanes en Afganistán.

Biden hizo en Munich un elogio del multilateralismo, lo mismo que en 2009 cuando la presidencia de Obama quería marcar distancias con el primer período de la Administración Bush, aunque esta vez intentó demostrar que el balance de Obama en política exterior ha sido muy positivo.  Su satisfacción era evidente al proclamar que ha llegado la hora de “pasar página” en Irak y Afganistán,  asuntos que abordó sin gran profundidad, a diferencia del discurso de 2009, para centrarse en los temas económicos. Su convicción fue clara: “Porque el reforzamiento de nuestra economía doméstica es la fuente más importante de nuestro poder e influencia en el mundo”. Estaba en lo cierto quien afirmaba que hoy cuenta tanto o más el PIB que el poder militar, y Biden recordó a los europeos, sumidos en la peor crisis de su historia reciente, que “una Europa fuerte y capaz está en el interés profundo de EEUU”

La diplomacia defendida por Biden se fundamenta en hallar puntos de interés común de Washington con aliados y adversarios.  Detrás está su experiencia en la presidencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, un destacado ejemplo de la diplomacia parlamentaria que le llevó a viajar por todo el mundo.  Salvando las distancias, nos trae el  recuerdo de Talleyrand,  que afirmaba que hay negociar con todos y en todas partes, lo que podría confirmar la tesis de que la diplomacia del siglo XXI se perfila, más allá de los principios proclamados en los discursos, como un tiempo de equilibrio o de concierto, al estilo del Congreso de Viena de 1815,  que  hoy es visto casi un modelo por los defensores del realismo en las relaciones internacionales , pues evitó una guerra general en Europa durante un siglo. Otra cosa es la solidez de sus fundamentos que pocos querrían ahora analizar. Por cierto, Henry Kissinger, uno de los grandes estudiosos de aquel período histórico, no estuvo en Munich, como hace cuatro años, pero sí pasó por el foro de Davos,  celebrado anualmente a finales de enero, y abogó por una negociación directa entre Washington y Moscú para superar la crisis siria, ya que ambos países tienen un interés común:evitar que en Damasco se asiente un régimen islamista radical. Al menos, Kissinger, al estar privado de responsabilidades de gobierno, ha reconocido que una intervención americana en Siria es una solución arriesgada, sin tener reparos en admitir que el  precedente de la ayuda a los talibanes en Afganistán durante la ocupación soviética se volvió contra EEUU.  Es sabido que el realista Kissinger no es partidario del intervencionismo liberal, o humanitario como se conoce habitualmente. Alega que si todas las situaciones de revuelta contra regímenes autoritarios conllevaran una intervención para ayudar a los rebeldes, que no necesariamente son demócratas y posibles aliados de los americanos, nunca habría lugar para las soluciones diplomáticas.  El republicano Kissinger coincidiría con el demócrata Biden en rechazar la intervención en conflictos por motivos ideológicos.

Lo que más han destacado los medios de comunicación sobre el discurso de Biden en Munich es la disposición de la Administración Obama a entablar negociaciones directas con Irán, posibilidad anticipada por el New York Times hace pocos meses.  No dejó de recalcar el impacto de las sanciones contra Irán, que sentencian a su pueblo al aislamiento internacional y a las privaciones económicas, pero ofreció diálogo si había verdadera disposición de los iraníes a negociar. A este respecto,  el ministro de relaciones exteriores iraní, Alí Akbar Salehi, confirmó al día siguiente en Munich su intención de reconsiderar la propuesta de negociación si la intención de la otra parte era sincera.

La incógnita es saber hasta dónde llegará la flexiblidad de los dirigentes iraníes, pues las ideocracias, como la iraní, suelen ser dogmáticas, pero ideocracias comunistas como la soviética o la china, en tiempos de Mao, supieron plegarse a los dictados del pragmatismo en sus relaciones con EEUU. ¿Puede hacer lo mismo Teherán, cuyo enfrentamiento con Washington siempre se ha presentado como un episodio del choque de civilizaciones entre el Islam y Occidente? La garantía que mejor valoraría Irán es el compromiso serio de EEUU de no buscar el derrocamiento de su régimen, un acuerdo similar al que debieron concertar los americanos con los soviéticos respecto a Cuba para que éstos retiraran sus misiles nucleares de la isla.


Feb 2 2013

Las dos caras del pensamiento estratégico indio

La India sigue dividida entre dos visiones diferentes del mundo, dos visiones estratégicas opuestas, que suelen identificarse con otras tantas figuras históricas, la del virrey británico, Lord George Nathaniel Curzon, que estuvo al frente del gobierno de la colonia entre 1898 y 1905, y la del primer ministro Jawaharlal Nehru (1947-1964).

La perspectiva curzoniana, centrada en el concepto de frontera, es para el analista estratégico C. Raja Mohan, una fuente de inspiración.  Curzon gobernó un Indostán que comprendía los actuales territorios de la India, Pakistán, Bangladesh y Birmania, si bien su esfera de influencia llegaba hasta Afganistán y las costas del Golfo Pérsico. Algunas corrientes del pensamiento estratégico indio persiguen la recuperación de ese gran espacio marítimo y terrestre que iría desde Oman a Indochina, pero que además llegaría hasta los territorios del Asia Central ex soviética. Con todo, los curzonianos actuales no buscan el expansionismo territorial sino una integración económica cuyo eje central sería la India. Se entiende así la inquietud de Delhi por no perder las posiciones políticas y económicas ganadas en Afganistán tras la derrota de los talibanes, y que pueden verse amenazadas con la retirada americana. Por el contrario, los pakistaníes esperan sacar ventaja de esa retirada, también porque va en detrimento de la influencia india en la región, lo que además es del agrado de China, aliada de Pakistán, país indispensable en su acceso al Índico. Por otro lado, el pragmatismo de Curzon defendió la independencia de Persia en nombre de la política de equilibrio en Asia, y curzoniana podría considerarse la postura reticente de la India para aplicar sanciones a Irán, por mucho que en Washington se intente convencer a Delhi de que adquirirá responsabilidades de potencia global si se suma al aislamiento del régimen de los ayatolás.  Ciertamente que la India no desea un Irán nuclear, pero los intereses económicos mandan. Un ejemplo: la mayoría de las refinerías estatales indias se nutren de crudo iraní y si buscaran suministro de diferente origen, los costes serían elevados en la adaptación de las .refinerías. Si a esto añadimos que la producción de crudo saudí no basta para atender la demanda creciente no sólo de Occidente sino también de China y la India, entenderemos que Delhi no tenga mucho que ganar renunciando a las importaciones de petróleo. Antes bien, los chinos podrían ocupar rápidamente la cuota de mercado dejada por los indios, y todo esto sin mencionar los proyectos indios de construcción de infraestructuras en Irán que conectan con Afganistán y otros países de Asia Central. Todos estos intereses llevan a la India a recordar a EEUU que su estrategia de contención de China también está servida por los vínculos económicos crecientes entre Teherán y Delhi. Dicho de otro modo, los supuestos objetivos estratégicos globales no pueden ir en detrimento de los regionales, que se perciben de un modo más directo. Por tanto, no habría que dejar el campo libre a China ni en Irán ni en Birmania, con independencia de la naturaleza de sus regímenes políticos.

En contraste, el pensamiento estratégico de Nehru tendía a ser más global que regional, más idealista que realista. Aquel primer ministro fue uno de los padres del movimiento no alineado, nacido en 1955 en la conferencia de Bandung, un defensor de una India secular y socialista, compatible con unas instituciones democráticas. El tono moralizante de su política exterior ha dejado una profunda huella en la India, aunque el final de la guerra fría, y la progresiva implantación de una economía de mercado desde 1991, han llevado a cuestionar la figura de Nehru, del que el escritor y político Shashi Tharoor ha llegado a decir que su política exterior era más adecuada para un movimiento de liberación que para un país. Pero sería exagerado decir que el pensamiento de Nehru ha quedado obsoleto en la India actual, y es muy probable que él mismo se hubiera adaptado a los nuevos tiempos. Sin ir más lejos, toda su vida preconizó una entente entre la India y China, mas la guerra fronteriza de 1962 le inclinó a ser más cauto. De hecho, en 1974 su hija Indira Gandhi dotó a la India de la bomba atómica, en una época en la que americanos, chinos y pakistaníes veían a los indios como peligrosos adversarios por sus vínculos militares con los soviéticos. Pese a todo, esa política exterior india que busca la distensión con China, al considerar que los vínculos económicos son más cruciales que los límites territoriales en el Himalaya, y que persigue un mayor protagonismo de la India en las instituciones internacionales, es hija del pensamiento de Nehru, y también lo es aquella que busca una mayor cooperación con los Estados vecinos en las amenazas no convencionales a la seguridad, sean medioambientales o cibernéticas.

Las dos caras, que algunos calificarían de contradicciones, del pensamiento estratégico indio llevan a algunos a ser muy críticos con las posiciones partidarias de opciones pluralistas en política exterior, las que prefieren las alianzas de facto a los acuerdos formales. Sumit Ganguly, un politólogo de la universidad de Indiana contra los contenidos del informe Nonalignment 2.0, elaborado en febrero del año pasado por Shiv Shanker Menon, consejero indio de seguridad nacional, junto con otros antiguos consejeros y analistas estratégicos independientes. Lo que menos gustaba al profesor Ganguly era el título del informe, pues el no alineamiento le resultaba un concepto desfasado, útil en los años de la guerra fría, pero que no puede servir en el orden global de nuestros días. No obstante, la raíz de fondo de la discrepancia de Ganguly residía en el enfoque del informe sobre la relación entre EEUU y la India, pues sus autores toman nota del relativo declive del sistema americano de alianzas, de la que Washington viene siendo consciente desde hace años, aunque la Administración Obama lo haya puesto más en evidencia que su predecesora. El informe reconoce el valor añadido que ha adquirido la India para EEUU en los últimos años, aunque no apuesta por una alianza formal entre ambos países para contener a China. Por el contrario, no ve muy claro cómo respondería Washington si China planteara una amenaza contra los intereses indios, y tampoco resultaría muy útil buscar una enemistad prematura con China por un alineamiento explícito con los americanos.

El informe Nonalignment 2.0 tiene un título que recuerda a las ideas de Nehru, pero sus planteamientos son de un acusado realismo, sobre todo porque salen al paso de la visión de una India democrática aliada con los occidentales. El párrafo 124 no puede ser más explícito: “En términos de visión constitucional, la India es la potencia más “occidental” y liberal entre las potencias no occidentales. Pero estamos anclados en Asia”. La geografía, por no decir la geopolítica, es crucial en esta estrategia, aunque pueda ser compatible con rutinarias maniobras navales en el Índico con potencias democráticas como EEUU, Japón y Australia.