Abr 27 2013

Rusia y la geopolítica de Aleksei Vandam

Después de la II Guerra Mundial se asistió a una proliferación de las organizaciones internacionales, empezando por las Naciones Unidas y siguiendo por las diversas organizaciones regionales o especializadas, en un auge paralelo a la aparición de nuevos Estados independientes. Finalizada la guerra fría, también surgieron numerosos foros de diálogo y consultas de carácter internacional aunque no siempre revistieran el carácter jurídico de organización. Pese a conflictos endémicos y tensiones nacionalistas localizadas en puntos específicos del planeta, se fue afianzando la idea de que la cooperación internacional era el mejor camino hacia la paz. Buscar intereses comunes, al tiempo que los países participaban de similares valores, podía ser la panacea para desviar al mundo de futuras guerras. En nombre del triunfante internacionalismo liberal, muchos se apresuraron a certificar la muerte de la geopolítica tradicional, sobre todo en la Unión Europea. Geopolítica sonaba a determinismo y expansionismo en Karl Kaushofer y Rudolf Kjellen, aunque ninguno de ellos militara en las filas nacionalsocialistas. Ambiciones territoriales y zonas de influencia eran cosas de un pasado que nunca debía volver, dados los amargos recuerdos de la historia europea anterior a 1945. Sin embargo, el siglo XXI nos está mostrando cómo la geopolítica vuelve por sus fueros, sobre todo fuera de Europa aunque los franceses nunca se olvidaron de ella en contraste con algunos de sus vecinos europeos, hechizados por la gran ilusión del pacifismo en la que la democracia y la economía de mercado garantizan de por sí la seguridad. Pero es sabido que la geopolítica actual, a diferencia de la principios del siglo XX, coexiste con las organizaciones internacionales porque pertenecer a ellas no supone olvidar los intereses de los Estados. Antes bien, puede ser una forma más inteligente de gestionarlos. Las organizaciones pueden ser instrumentos de poder antes de que de cooperación interesada. Observemos que en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas no se dice: “nosotros, los Estados” –ni mucho menos las Potencias- ya que la referencia es a “los pueblos”. Pero lo cierto es que algunos países se aferran tanto al sacrosanto principio de la soberanía estatal, pues es lo que sustenta su ambición de ser potencias globales o regionales.

En el caso de Rusia los signos de autoafirmación son evidentes: oposición al escudo antimisiles norteamericano, reivindicaciones de soberanía en el Ártico, intentos de utilizar los recursos energéticos como arma política… La geopolítica retorna con fuerza en Rusia, sobre todo, si no se tienen los medios suficientes,al tiempo que se descartan procesos de liberalización. para ser una gran potencia económica, por mucho que se forme parte del G 8. Es cierto que la Historia no pasa en balde y hay que tener en cuenta las circunstancias actuales, pero la lectura de algunos clásicos y desconocidos representantes del pensamiento geopolítico ruso no ha quedado desfasada y nos sirve para comprender ciertas constantes de su política exterior y de seguridad.

Tal es el caso del general Aleksei Efimovich Edrikhin, más conocido como Aleksei Vandam, un militar de los últimos tiempos del zarismo que, en 1912, escribió: “Debemos contar sólo con nosotros mismos”. Esta frase encaja con la mentalidad, aunque no siempre con las palabras de sus discursos, de políticos y militares rusos de nuestros días. Es significativo que Vandam tomara su seudónimo de un héroe de la guerra anglo-bóer, pues en 1899 marchó a Sudáfrica para estudiar este conflicto que oponía a unos colonos de origen holandés con el principal adversario de los rusos: el Imperio Británico. Sin embargo, otra hipótesis afirma que el nombre de Vandam procedería de un general de los ejércitos napoleónicos. Pero esta claro que los dos Vandam tenían algo en común: eran enemigos de Gran Bretaña. También nuestro militar veía en británicos y norteamericanos a los adversarios del poder ruso, sobre todo en Extremo Oriente. Por entonces habían asentado sus posiciones en el sur de Asia y en Filipinas respectivamente, y además Londres era aliado de los japoneses que en 1904 había infringido una humillante derrota a los rusos. Sin embargo, en 1907 las circunstancias cambiaron y Rusia se unió a los británicos en la Triple Entente, una ampliación de la alianza ya existente entre rusos y franceses. Quizás esto explique que en 1912 el libro “Nuestra situación” se publicara con el seudónimo de A.E.Vandam, pues allí se señalaba como posibles enemigos a los anglosajones. La obra retomaba el discurso de las potencias marítimas enfrentadas a las continentales y señalaba como dos aliados necesarios a China y Alemania. Por entonces, al final de la era emperadores, China estaba debilitada y humillada por las potencias occidentales y Japón, . La Alemania del Kaiser figura claramente entre los rivales, entre otras cosas por oponerse a los rusos en los Balcanes. Pese a todo, el tiempo daría la razón a Vandam. Nos remitimos a los hechos: tratado de Rapallo entre la Alemania de Weimar y la Rusia soviética (1922); pacto de no agresión entre Hitler y Stalin (1939); el entendimiento inicial entre la China de Mao y la URSS (1949-1960); los intentos de Moscú durante la guerra fría de buscar la neutralidad de la Alemania occidental a cambio de la reunificación con la Alemania comunista… Más recientemente tenemos otros ejemplos: la reconciliación chino-rusa iniciada en tiempos de Gorbachov; la pertenencia de rusos y chinos a la Organización de Cooperación de Shanghai, que agrupa a países de Asia Central y de la que Irán desearía formar parte; y el “eje” formado por Chirac, Schröeder y Putin para oponerse a la guerra de Irak. Triunfaba una geopolítica «euroasianista», que podría revitalizarse dado el creciente interés de Washington por la región de Asia-Pacífico. Las cosas parecen ir mejor con China, donde hay coincidencia de pareceres en el Consejo de Seguridad en lo referente a Siria e Irán, sin olvidar los negocios en el campo de la energía o los armamentos. Sin embargo, una demografía de 140 millones de habitantes juega en contra de Moscú en sus aspiraciones de ser potencia regional asiática.  El veterano ex primer ministro de Singapur y experto estratega, Lee Kuan Yew les recuerda que Siberia, la costa de Vladivostok y las orillas del río Amur serán repoblados por chinos. Toca a los rusos decidir si quieren revertir esa tendencia demográfica.


Abr 18 2013

¿Una alianza ruso-china?

La primera visita de Xi Jinping al extranjero fue a Rusia, lo que hizo pensar en el objetivo de una revitalización de las relaciones entre Moscú y Pekín. El presidente chino ha buscado, sin duda, intereses comunes entre dos grandes potencias mundiales que en más de dos décadas han pasado por episodios de supuesto amor y de odio. ¿Se formará una sólida alianza entre los dos países?

Un diplomático ruso me confesó una vez su desconfianza hacia los chinos, si bien la postura oficial de Moscú ha sido estimular la cooperación mutua, sobre todo en el terreno económico, tanto en el terreno bilateral como en diversos foros como la Organización de Cooperación de Shanghai o los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), sin olvidar las posiciones conjuntas defendidas, con derecho de veto incluido, en el Consejo de Seguridad.  Los dos aspectos más cruciales, y más prácticos, de las relaciones ruso-chinas pasan por las necesidades energéticas y de armamento por parte de Pekín, aunque también existen diferencias encontradas en estos ámbitos. Es conocida la avidez de China por la energía a escala mundial, que busca en todos los continentes al mejor precio. Pero los rusos no venderán el petróleo más barato a China, pese a la proximidad geográfica y a las necesidades del país, pues su estatus de potencia mundial descansa en imponer su hegemonía energética. De ahí que el petróleo ruso sólo represente el 8% de las exportaciones chinas y el porcentaje de gas sea aún menor, si bien esto podría cambiar con la construcción de un gasoducto con el que Rusia abastecería a China. Este proyecto fue anunciado al concluir la reunión entre Xi Jinping y Vladimir Putin, aunque la discrepancia vendrá, sobre todo, porque Rusia quiere imponer precios similares a los del comercio con los países europeos. También el comercio de armas entre Rusia y China ha estado marcado por la desconfianza, aunque hasta 2007 suponía el 40% de las exportaciones rusas. Moscú vería con recelo, por ejemplo, que los chinos utilizaran tecnología rusa para exportaciones de China a terceros países, en particular a Pakistán que, pese a los altibajos en las relaciones de los últimos, sigue siendo oficialmente un aliado de EEUU.  En definitiva, las relaciones económicas se mueven en el terreno del interés mutuo, pero no pueden alejar toda clase de suspicacias.

Más llamativa, en cambio, es la cooperación en asuntos internacionales, en las que la música de fondo es establecer un contrapeso a EEUU, tal y como puede apreciarse en las posiciones conjuntas sobre Siria, Irán o Corea del Norte. Hay que evitar a toda costa que la evolución de esas crisis degenere en ventajas para Washington si se produjera el colapso de esos regímenes. Pero el principio más valorado, y repetido como un mantra, por Rusia y China en las relaciones internacionales es el de la soberanía de los Estados y la no intervención en sus asuntos internos, lo que incluye un rechazo a toda crítica sobre el respeto de los derechos humanos.  Ciertamente la proliferación nuclear de Corea del Norte e Irán no puede ser vista con buenos ojos por Moscú y Pekín, pero es un mal menor, siempre y cuando no se traspasen ciertos límites, pues el mal mayor sería  una Corea unificada bajo la tutela de Washington o la caída del régimen antiimperialista de los ayatolás.  Con todo, esta postura conjunta tiene un efecto inevitable y no buscado: los vecinos de Siria, Irán y Corea del Norte, que se sientan amenazados, tenderán a acercarse más a Washington, con lo que rusos y chinos perderán influencia en las respectivas regiones.

Rusia y China están utilizando el foro BRICS de países emergentes para crear una especie de eje alternativo, al menos en lo económico, al mundo occidental. Con independencia de que Brasil, India y Sudáfrica sean democracias, comparten con Rusia y China el mismo dogma de fe en la soberanía estatal. Les importa más su posición en el tablero geopolítico y el recuerdo de un pasado de imposiciones coloniales que la afinidad de sistemas políticos con Occidente. No desean ser identificados con la vieja Europa, aunque esté representada por la posmoderna UE, ni con  los imperialistas EEUU, pese a que Obama pretenda cambiar la percepción de su país en política exterior. No obstante, brasileños, indios y sudafricanos parecen ser mucho más pragmáticos en sus relaciones con Occidente, y en particular con los americanos, que rusos y chinos. Nunca podrá hablarse de los BRICS como de un bloque compacto, más allá de los intereses económicos respectivos. Pese a todo,  en el seno de los BRICS parece articularse el nacimiento de una versión para el mundo subdesarrollado del FMI y del Banco Mundial, patrocinada por Moscú y Pekín, pues la influencia económica siempre desemboca en influencia política. Pero no parece tan sencillo repetir en el cambiante escenario del siglo XXI los esquemas de oposición entre el mundo desarrollado y subdesarrollado, con rasgos de foro de países no alineados, tan extendidos en los años de la guerra fría.


Abr 15 2013

Israel, los islamistas y el enemigo común

 El Estado de Israel cumple 65 años en medio de vertiginosos cambios geopolíticos en Oriente Medio. Se ha alejado hace tiempo la posibilidad de una guerra entre los israelíes y sus vecinos árabes, y el conflicto israelo-palestino ha entrado en una fase de estancamiento en la que no se adivina una salida realista para la solución de dos Estados que puedan convivir entre sí. Las revueltas de la Primavera Árabe y la inestabilidad de los nuevos regímenes, la guerra civil siria o la amenaza del programa nuclear iraní son factores que dejan en un segundo plano las habitualmente tensas relaciones entre Israel y los árabes. Además estos hechos traen el efecto de diseñar extrañas alianzas, o al menos entendimientos, entre adversarios que se sienten amenazados por un enemigo común.

Oriente Medio parece asistir a una guerra no declarada entre suníes y chiíes. Lo vemos en Irak, donde los salvajes atentados terroristas responden a la etiqueta de una violencia sectaria, y en Siria, con una rebelión encabezada por los suníes enfrentados a una minoría alauí representada por el clan de los Asad, apoyada por el régimen fundamentalista chií de Teherán, que también cuenta entre sus aliados a la milicia libanesa chií de Hezbolá, que mantuvo una guerra con Israel en el verano de 2006. El eje chií (Siria, Irán y Hezbolá) es ahora el principal enemigo de los israelíes, pero también supone una preocupación, pese a los gestos diplomáticos y las visitas oficiales, para el Egipto del presidente Morsi, miembro de los Hermanos Musulmanes, y sobre todo, para la Turquía del primer ministro Erdogan, dirigente del islamista moderado AKP, que irritó a Teherán cuando Ankara se prestó a formar parte del escudo antimisiles americano o accedió a desplegar misiles Patriot de la OTAN en la frontera con Siria. Además resulta llamativo el cese del lanzamiento de misiles desde la franja de Gaza contra el territorio israelí, lo que indica que los islamistas de Hamás, hasta hace poco identificado con el eje chií, han pospuesto por el momento su encarnizada oposición a Israel. Si Hamás esperaba tener en Egipto un aliado de peso contra Israel, ha errado en sus cálculos, pues Morsi, acuciado por la inestabilidad política interna y la necesidad de seguir contando con el apoyo económico de Washington, ha demostrado ser un pragmático y no ha denunciado, como algunos hubieran querido, el tratado egipcio-israelí de 1979, que supuso la devolución del Sinaí, ni tampoco ha roto las relaciones diplomáticas, e incluso en el pasado mes de julio, designó un nuevo embajador egipcio en Tel Aviv, al tiempo que enviaba una carta cordial de salutación al presidente Shimon Peres. La misiva fue divulgada por los medios israelíes, si bien en algunos medios egipcios se dijo que era una falsificación o, en el mejor de los casos, se ajustaba únicamente a los procedimientos de cortesía habituales en estos casos y propios de cualquier Ministerio de Asuntos Exteriores. Por lo demás, Morsi no suele mencionar en sus discursos al Estado hebreo.

La reconciliación de la Turquía de Erdogan con Israel, aceptando compensaciones económicas por el asalto al Mavi Marmara a pesar de que los israelíes no han levantado el bloqueo de Gaza, parece inscribirse en la misma dinámica de distensión con Israel de otro país que tiene también por enemigos a los chiíes iraníes, los salafistas y los yihadistas suníes. Washington ha auspiciado la reconciliación turco-israelí, pero también espera una mejora de las relaciones entre los gobiernos de Ankara y Bagdad, donde dominan los chiíes, pues las tensiones entre ambos sólo pueden contribuir al aumento de la influencia iraní en Irak. Turquía seguirá teniendo una relación privilegiada, sobre todo por sus necesidades energéticas, con el gobierno autónomo kurdo del norte de Irak, pero debe ser la primera interesada en salvaguardar la integridad territorial iraquí y no alterar el frágil statu quo de la región.

Hay, por tanto, un cauce para el entendimiento entre Israel y los islamistas de Egipto y Turquía, pero la situación sobre el terreno sigue siendo volátil. En la evolución de los acontecimientos, habrá que tener en cuenta el desenlace de la guerra en Siria, con un Asad cada vez más acorralado, y si asistiremos a una intensificación del programa nuclear iraní que puede poner a prueba la paciencia israelí y la credibilidad norteamericana.


Abr 3 2013

El retorno del general Petraeus

Cinco meses después de su dimisión como director general de la CIA, el general David Petraeus ha dado señales de volver a la vida pública al pedir disculpas por el daño que habría causado a su familia y a otras personas por una relación extramatrimonial con su biógrafa, Paula Broadwell, qeurer supo alimentar en beneficio propio la enorme autoestima de un general de cuatro estrellas, al que algunos medios comparaban con las grandes figuras militares de la historia americana. Muchos ven en este retorno de Petraeus el primer paso para una carrera política, frustrada no sólo por el escándalo sino incluso por la promoción del general por Obama a director de la inteligencia americana, una manera de apartarle de sus supuestas ambiciones  para encabezar una candidatura presidencial por el partido republicano. La carrera presidencial de 2016 queda aún lejana, pero se especula que Petraeus podría presentarse a gobernador por Louisiana. En cualquier caso, el general pretende  recuperar su imagen de héroe de guerra, y parece que no se conformará con las ofertas docentes y empresariales que le llegan últimamente.

Para muchos americanos, Petraeus es el hombre que consiguió que Irak no se transformara en otro Vietnam, el militar que consiguió revertir la situación de hostilidad hacia los americanos en un país ocupado y convirtió a los sunníes de Irak en aliados en la lucha contra el enemigo común, los islamistas de Al Qaeda. Supo ganar los corazones y las mentes de gente hasta entonces enemiga al presentar a los islamistas como radicales y extranjeros, aunque el dinero también formó parte de su estrategia, pues, después de todo, es también una forma de munición, según aseguraba David Galula, un militar francés veterano de la guerra de Argelia, y que escribió un manual de contrainsurgencia muy apreciado por Petraeus. Otra de sus lecturas favoritas fue la novela de Jean Latérguy, Los centuriones, que también tiene por escenario el conflicto argelino. Con todo, allí no podía haber nunca victoria final pues los factores políticos superaban por completo a los militares

La Historia asociará el nombre del general Petraeus a la lucha antiguerrillera y le recordará por haber desmentido en tierras de Mesopotamia aquel dicho, atribuido a Lawrence de Arabia, de que combatir a una guerrilla se parece a tomar la sopa con un tenedor. Sin embargo, el general no obtuvo los mismos resultados al hacerse cargo de las operaciones en Afganistán, aunque está por demostrar que su fracaso se deba a que el presidente Obama anunciara con antelación la salida de las tropas de combate americanas del país asiático. Muchos expertos creen que la estrategia de Irak no podía funcionar en Afganistán, donde el gobierno es débil y proliferan las acusaciones de corrupción, aunque el principal inconveniente es que los talibanes no son un ejército de extranjeros como Al Qaeda, y cuentan con muchos partidarios entre la mayoritaria etnia de los pastunes.

Con el segundo mandato de la presidencia de Obama, las operaciones de contrainsurgencia han pasado a un segundo plano en la política de seguridad. Desde el momento en que se renuncia a los riesgos de desplegar tropas sobre el terreno y aumenta el uso de los drones para operaciones puntuales contra el islamismo radical,  se está pretendiendo alejar los fantasmas de Vietnam, Irak y Afganistán, que han pasado a ser el paradigma de los conflictos inútiles. Ya no hay lugar para cruzadas democráticas ni ligas de las democracias contra los regímenes autoritarios. Vuelve la diplomacia tradicional de un mundo compartimentado entre grandes potencias, aunque de momento sólo hay una superpotencia, EEUU, cuyo liderazgo está dejando de de ser indiscutible. Vuelve la política de contención,  cuyo ejemplo más destacado es el tablero geopolítico de aliados de Washington que rodea a China, y que hace de EEUU una gran potencia del Pacífico.

En tales circunstancias, ¿qué podría alegar un Petraeus, supuesto candidato republicano, contra la política exterior de Obama?  Le reprocharía que el “liderazgo desde atrás”, presente en Libia, Siria y otros escenarios de Oriente Medio, esté contribuyendo a erosionar la credibilidad de EEUU como gran potencia en todo el mundo. Sea o no correcta esta percepción, lo que sí es cierto es la imagen de declive de la hegemonía americana que se está transmitiendo, y lo peor es que son muchos los que piensan que no estamos ante un tipo de smart diplomacy, tal y como se asegura en la Administración Obama.  Pero las posibilidades de Petraeus son reducidas, no sólo por los rivales republicanos con menos pasado a sus espaldas. También porque los héroes victoriosos se vuelven pragmáticos cuando llegan al poder, como le sucedió a Eisenhower. Y para ser Eisenhower, que le temía más al déficit que al comunismo, ya está Obama, que está encantado de asumir el perfil de aquel presidente republicano, tal y como hiciera con Lincoln y Roosevelt en los meses previos a su primer mandato en la Casa Blanca.