Ene 29 2013

Quo Vadis, Britannia

 

En diciembre de 1962, medio siglo antes de que David Cameron pronunciara su esperado discurso sobre la UE, un ex secretario de Estado americano, Dean Acheson, hacía una intervención en la academia militar de West Point, en la que acuñó la expresión de que Gran Bretaña había quería mantenerse aparte de Europa, consolidar una relación especial con EE UU y jugar un papel destacado como líder de la Commonwealth. El primer ministro, el conservador Harold Macmillan, sacó a relucir el orgullo patriótico y señaló que Acheson se equivocaba con Gran Bretaña, al igual que Felipe II, Luis XIV, Napoleón, el Kaiser y Hitler. Recordó que ninguno de ellos había conseguido doblegar a su país, pero esto no era lo que Acheson planteaba, pues sólo se limitaba a preguntar “Quo vadis, Britannia?”. Si los británicos rechazaban a Europa, no podían engañarse con que encontrarían una vía de escape en la Commonwealth, una organización, a decir de Acheson, sin estructura política, unidad o empuje. Pero tampoco deberían confiar en la consistencia de la relación especial angloamericana, que tanto defendiera Churchill, y Acheson recordó de manera cruda la conocida sentencia de Lord Palmerston: las naciones no tienen ni amigos ni enemigos eternos, pues lo único eterno son sus intereses.

Las observaciones de Acheson vuelven a ser de actualidad tras el discurso de Cameron. ¿Pasa el futuro del Reino Unido por un reforzamiento de la relación especial con EE UU, que empieza a verse a sí misma como una potencia del Pacífico, o por quedarse de perfil en una Europa que representa más de la mitad de sus exportaciones? Cameron ha sido capaz de recordar las enseñanzas de la historia reciente de Europa, desde la II Guerra Mundial a la caída del Muro de Berlín, o la evolución de las relaciones del Reino Unido con el continente, indispensables para su seguridad y estabilidad. Cameron se sigue identificando con Europa, pero la reduce a un mercado único. Las carencias de ese mercado en los sectores de los servicios, la energía o las telecomunicaciones son lo único que parece preocupar al premier británico.

Su perspectiva es la del librecambio global, en la que la palabra mágica es competitividad, y que está reñido con las reglamentaciones que ralentizan el crecimiento económico. Incluso las instituciones europeas son percibidas como un obstáculo en la carrera en que compiten las economías mundiales. No hay ni rastro en el discurso del “conservadurismo compasivo” atribuido a Cameron, más propicio a identificarse con el Estado benefactor de Disraeli que con el liberalismo manchesteriano de Margaret Thatcher. Pero es comprensible porque el tema abordado es Europa, un oportuno chivo expiatorio para todo tipo de nacionalismos, y el británico no es una excepción. En consecuencia, “la unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”, conforme al art.3 del Tratado de Lisboa, es asimilada a la relación entre los individuos de las diversas naciones, pues no existe un pueblo europeo, y la integración se reduce a una extensa área de libre de comercio.

Sin embargo, el discurso de Cameron no alcanzará la categoría de histórico, como el de Thatcher en Brujas en 1988, en la época en que conseguía hacer valer la excepcionalidad británica en Europa. No será memorable porque responde a cálculos electorales. El premier es consciente de que la mayoría del electorado británico ha adoptado tesis euroescépticas y no quiere quedarse descolgado de la cita electoral de 2015, en la que los conservadores necesitan recuperar la mayoría absoluta. La promesa de un referéndum es una oportunidad de ganar votos, aunque la consulta está condenada a la ambigüedad desde el momento en el que no se plantea con el propósito de abandonar o de continuar en la UE. Sería sólo para renegociar el estatus del Reino Unido en la UE en consonancia con los intereses nacionales.

Supongamos que el referéndum llegara a celebrarse con un resultado favorable a la renegociación. El éxito de la misma no estaría garantizado al depender de la respuesta de los otros miembros de la UE. Cameron parece convencido de que Europa necesita el valor añadido del Reino Unido, aunque este se reduzca al mercado único o a determinadas iniciativas en la diplomacia común, pero ni aun así sus socios europeos accederán a todas sus peticiones. ¿Para qué habrá servido, entonces, el referéndum?

Con todo, a Cameron le queda la opción de defender una reforma de los tratados, en la que pueda colar gran parte de las pretensiones británicas, pero la actual crisis hace pensar que nadie desea grandes reformas, sino más bien minitratados, que puedan ser aprobados rápidamente, sobre la unión fiscal y bancaria, cuestiones que no interesan a un Reino Unido ausente de la zona euro.


Ene 26 2013

Obama y el momento Eisenhower

 

Cuando los historiadores del día de mañana se pregunten si ha existido realmente una doctrina Obama en política exterior y de seguridad, habrá que responderles que esta doctrina emergió de forma más nítida en el segundo mandato, y no tanto en el primero, sobre todo tras el nombramiento del senador republicano Chuck Hagel como secretario de Defensa, y del demócrata John Kerry como secretario de Estado. Son dos personalidades que, por sus duras experiencias en la guerra de Vietnam y por el convencimiento de que los conflictos lejanos poco aportan a la seguridad y al presupuesto de EEUU, parecen dispuestos a dar un enfoque más realista a la diplomacia americana.

A Obama parecen gustarle las comparaciones con otros presidentes del pasado, algo puesto de  relieve ciertos detalles de sus discursos y que es amplificado en algunos medios informativos. En los inicios del primer mandato el marketing político de Obama se complacía en evocar a Lincoln, Roosevelt y Kennedy. Obama no sólo defendía las aspiraciones igualitarias de Lincoln sino que también habría sabido rodearse en su gabinete, al igual que aquel mandatario, de un equipo de rivales, antiguos competidores en su propio partido en la carrera hacia la Casa Blanca, lo que le daba al primer presidente afroamericano la aureola de ser alguien capaz de superar las luchas partidistas. La comparación con Roosevelt era bastante usual, pues también se enfrentaba a una grave crisis económica que combatiría, al igual que el carismático presidente, con medidas de estímulo económico e intervención social. Por lo demás, de modo similar al de Kennedy, Obama despertaba grandes expectativas de renovación de la vida política. La accidentada travesía del primer mandato, con una caída progresiva de la popularidad del presidente en las encuestas,  dejó de lado semejantes comparaciones.  Sin embargo, volverían a resurgir con fuerza, tras la reelección, y se manifestaron en el discurso de inauguración presidencial, en el que encontramos ecos de los discursos de Lincoln y Roosevelt, sin olvidar a Martin Luther King, próximo a cumplirse el medio siglo de la marcha sobre Washington en pro de los derechos civiles.

Los citados modelos históricos son muy adecuados para la política interior, que se adivina como fundamental en el segundo mandato si los demócratas quieren conservar la Casa Blanca, pero para la política exterior se necesita otro modelo y Obama parece haber apostado por el presidente Eisenhower. Un analista político como Fareed Zakaria, conocido partidario del actual inquilino de la Casa Blanca, señalaba hace meses que el popular presidente Ike era el modelo de referencia y, por si fuera poco, Chuck Hagel declaró recientemente que estaba regalando a sus amigos biografías de Eisenhower. Un historiador resaltará que Ike fue un mandatario que no respondió a la imagen por la que muchos le eligieron. Tenían el recuerdo del general victorioso de la II Guerra Mundial, o del hombre que había criticado la debilidad de la Administración Truman frente a la URSS y sus aliados. Pensaban en un presidente mucho más enérgico y resuelto, en un héroe de guerra que ahora iba a dirigir a su país. Sin embargo, Eisenhower captó enseguida  que el mundo había cambiado en poco tiempo. El año 1945 quedaba  muy atrás y con él, los conflictos armados clásicos. Menos de diez años después, la carrera de armamentos nucleares y los nacionalismos de los nuevos Estados independientes del Tercer Mundo precisaban de un presidente que fuera un maestro en las técnicas de la distensión y de la contención.  Por ejemplo, Eisenhower puso fin a la guerra de Corea, dejando la situación en el statu quo territorial anterior a 1950. El objetivo ya no podía ser expulsar a los comunistas de Corea del Norte, pues esto hubiera supuesto una guerra con China, ni tampoco merecía la pena ir a una contienda generalizada por defender a los nacionalistas chinos de Taiwan. Hubo incidentes armados entre las dos Chinas en 1958, pero el statu quo se mantuvo. Del mismo modo, Obama dejó hace tiempo de calificar a la intervención americana en Afganistán como “guerra de necesidad”, como solía hacer antes de su primer mandato. Al contrario, se acelera la salida de tropas de combate en 2013, un año antes de lo previsto, y los proyectos de hacer ingeniera política y social en la compleja y tribal sociedad afgana quedan atrás. Asia Central interesa bastante menos que Asia-Pacífico.

Eisenhower no apoyó a Francia y Gran Bretaña en la crisis de Suez de 1956. Consideraba que la reacción de estas potencias europeas a la  nacionalización del canal de Suez era un episodio de la época colonial, y no de la guerra fría. El presidente egipcio Nasser no podía ser comparado a Hitler y no se debía caer en la simplificación de considerarle un comunista. Antes bien, detrás de sus actuaciones estaba la fuerza del nacionalismo emergente del bloque afro-asiático, que un año antes se había reunido en la conferencia de Bandung. Ike no dudó en distanciarse de sus aliados europeos para recordar a los países del Tercer Mundo que EEUU también había sido un territorio colonizado. Tampoco secundó Washington la alianza de los israelíes con París y Londres para atacar a Egipto. Los americanos habían favorecido el nacimiento del Estado de Israel, pero marcaron distancias en la crisis de Suez  porque tenían entonces aliados importantes en el mundo árabe y musulmán: Arabia Saudí, Jordania, Irak, Irán… De igual manera, asistimos hoy a un debilitamiento de los vínculos entre EEUU y Europa, motivado tanto por la crisis de la UE como por el interés americano por las riberas del Pacífico y el Índico. ¿Y qué decir de Israel? El desencuentro entre Obama y Netanyahu es notorio, pero el electorado israelí ha reelegido al primer ministro, y ha votado a los partidos religiosos, porque se muestra inquieto por la seguridad de su país. Lo peor es que el proceso de paz palestino-israelí puede entrar en punto muerto, y no sólo por la actitud de Israel o de los palestinos de Hamás. Obama no es, desde luego, Bill Clinton, en su interés por la solución del conflicto.

Se decía de Eisenhower que le tenía más miedo al déficit que al comunismo y esto le llevó a no implicarse en nuevos conflictos y a congelar la participación americana en los existentes. Triunfó en política exterior un pragmatismo que implicaba un análisis desde la lógica del coste-beneficio. Ike no confiaba demasiado en la supremacía del poder militar. Obama, tampoco.


Ene 22 2013

La debilidad de la diplomacia europea

La debilidad de Europa en política exterior no es una consecuencia de la crisis económica y financiera sino de las divisiones y contradicciones internas. A la UE le gusta hacer balance de sus logros, sobre todo los de la paz, y que le habrían hecho merecedora del Premio Nobel. Pero recrearse en el pasado conlleva el riesgo de tener pocas ideas para el futuro y da bazas a cualquier revisionista que afirme que la paz en Europa, después de un conflicto tan devastador como la II Guerra Mundial, habría tenido lugar incluso sin el convencionales, aunque esto no impedía que siguieran rearmándose masivamente.

¿Cuáles son las causas de la debilidad de la diplomacia europea? La primera, común a otras organizaciones internacionales, es la falta de voluntad política, y la segunda, plantearse objetivos que suenan  bien en el aspecto teórico pero con poco alcance práctico. La demostración la tenemos en la periferia de Europa, en el norte de África y el Oriente Medio, territorios que viven en inestabilidad o en revuelta y  donde las iniciativas diplomáticas europeas están dando pocos resultados. Nadie para la violencia en Siria, por el temor de que una intervención extranjera traiga mayores complicaciones. Afortunadamente el veto ruso y chino en el Consejo de Seguridad sirve para tranquilizar a aquellos que sólo están atentos a las formas en lo referente a la legitimidad internacional. Nadie ha conseguido detener el programa nuclear iraní, pese a tantas reuniones de los mediadores internacionales. Las perspectivas de estancamiento en el conflicto palestino-israelí son mayores que nunca. El Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAS), uno de los resultados del tratado de Lisboa, fracasó al intentar consensuar una posición común  europea sobre el reconocimiento de Palestina como Estado observador en la ONU, y 14 de los 27 socios europeos votaron a favor del nuevo estatus palestino.  Quizás no sea justa la percepción, pero la UE es vista, sobre todo desde Israel, como un mero suministrador de fondos a la Autoridad Palestina y no como un mediador eficaz en el conflicto, un papel que le está siendo arrebatado por las activas diplomacias de Turquía, Egipto y Qatar. El SEAS puede estar compuesto por diplomáticos experimentados,  aunque esto no garantiza su éxito, como tampoco lo garantiza la presencia de ciertos políticos en los puestos rectores de la Unión. El problema no es el “perfil bajo”  atribuido a Van Rompuy,  Barroso o Ashton, sino que reside en la falta de voluntad política de los Estados miembros, en especial de aquellos que no desean transferir a Europa su poder de decisión.

La gran contradicción deriva probablemente de la existencia en el seno de la UE de dos conceptos opuestos de la política exterior. El primero responde a una visión clásica de la diplomacia. Hay países que fueron grandes potencias en el pasado y no están dispuestos a sacrificar sus intereses nacionales. Tal es el caso del Reino Unido, muy apegado a las tesis de que su principal proyección en el exterior se llama Commonwealth y de que hay que seguir manteniendo un vínculo privilegiado con EEUU, pese a que la Administración Obama dedica gran parte de sus esfuerzos diplomáticos a la región Asia-Pacífico.  La posición de Francia es muy similar, dada su tradición histórica, y está persuadida de que en determinados asuntos, sobre todo en lugares que formaron parte de su área de influencia, es preferible actuar sola porque se considera mucho más eficaz que la UE.  En cambio, la postura de Alemania es  más sutil porque sabe compaginar, mejor que Francia dado su potencial económico, los  intereses nacionales y la integración europea

El segundo concepto de política exterior podría calificarse de posmoderno,  muy asumible por los países medianos y pequeños que son mayoritarios en la UE. Históricamente estos países fueron a  menudo víctimas de las grandes potencias.  Rechazan, por tanto,   la política exterior clásica, en la que juegan un gran papel los aspectos políticos y militares, y parecen adherirse a la idea de que la paz es posible por medio del comercio y del desarrollo económico,  lo mismo que decía el laborista británico Norman Angell, autor del libro La gran ilusión y Premio Nobel de la Paz en 1933. Se diría que es una política exterior socialdemócrata, de defensa del modelo del Estado del bienestar que sería trasplantable al mundo entero. No es descabellado afirmar que se trata de una política exterior sin historia, en la que Europa asume la imagen de una Gran Suiza. El modelo contrasta con los de EEUU y de las potencias emergentes, muy orgullosas de su historia y apegadas a una diplomacia más clásica. Son las mismas que tienden a considerar a Europa irrelevante y que prefieren acuerdos bilaterales con sus Estados miembros cuando no pueden obtener ventajas económicas con el conjunto.

 


Ene 22 2013

Susan Rice y la política exterior de Obama

Susan Rice, embajadora americana en la ONU, fue la primera candidata de Obama para la secretaría de Estado en sustitución de Hilary Clinton. Las principales objeciones al nombramiento procedían del senador McCain, muy crítico con la comparecencia de prensa de Rice tras el asalto al consulado americano en Bengasi, y en la señora Rice  atribuyó los hechos a una manifestación espontánea, y no a un plan premeditado. Finalmente el designado sería el senador demócrata John Kerry, un ex candidato presidencial, con más experiencia sobre el terreno en política exterior, además de un ser un veterano de Vietnam, aunque con una visión muy crítica sobre la necesidad de que EEUU se implique en conflictos lejanos.

¿Por qué muchos republicanos se oponían a la designación de Susan Rice? No creemos que fuera por racismo, por rechazo expreso a una secretaria de Estado negra, tal y como subrayaron malintencionadamente políticos demócratas y medios afines. Ni siquiera podría afirmarse con rotundidad que la oposición republicana se debiera a la gestión por la embajadora de los sucesos de Bengasi. De hecho, Obama se apresuró a exculpar a Rice porque ella sólo se habría limitado a repetir los informes iniciales de la inteligencia americana. En el fondo, la verdadera causa que llevó a muchos políticos republicanos, y en especial a McCain, a reprobar a Rice es la creencia de que su futura trayectoria marcaría la consagración de la política exterior de Obama, con la que están radicalmente en desacuerdo. Y si bien no Rice no estará en el nuevo gabinete, la designación del senador republicano Chuck Hagel para la secretaría de Defensa, sumada a la de Kerry en la secretaría de Estado, marcará la consolidación de las tendencias de política exterior favorecidas por el presidente.

No está de más, sin embargo, echar un vistazo al enfoque exterior de Susan Rice, que nos puede ayudar a comprender la etapa histórica que ahora comienza. Las ideas de Rice sobre diplomacia fueron ya expuestas en 2008, en plena campaña electoral demócrata, en un documento conocido como la Iniciativa de Phoenix, prologado por la propia embajadora. Este texto marca un rechazo de la diplomacia clásica, pues no apuesta por la contención de los adversarios ni por el establecimiento de compromisos formales con los afines. No es un enfoque de política exterior que renuncie a las alianzas tradicionales, pero considera que existen otras formas de compromisos más flexibles. Es una diplomacia que no se ajusta a los patrones del realismo desencarnado y tampoco asume un idealismo liberal, aunque participe de su retórica. Quizás podríamos definirla como una diplomacia post-realista, que no sólo ha superado la guerra fría y la guerra contra el terrorismo, iniciada por George W. Bush, sino que parte de la convicción de que vivimos un momento histórico de post-hegemonía americana. En cambio, los republicanos, con McCain a la cabeza, siguen teniendo una percepción que insiste en el papel de EEUU como potencia global y en que el siglo XXI también habrá de ser un siglo americano.

La visión de Susan Rice es muy próxima a lo que conocemos como seguridad cooperativa, sobre todo en temas como el terrorismo, la proliferación nuclear o el cambio climático. Piensa que las amenazas de hoy son más difusas que en el pasado. No consisten tanto en la amenaza de una potencia contra otra, y hay que buscar socios en todas partes para combatir retos de alcance global. Probablemente el post-realismo, que vemos en la política exterior de Obama, no contempla la opción de la guerra en términos convencionales. Le interesa más la lucha contra el terrorismo, y así ha enfocado el conflicto de Afganistán. Si allí se ha neutralizado a Al Qaeda, carece de sentido continuar indefinidamente la lucha por edificar un sistema democrático en un país de difícil estabilidad. Del mismo modo, el uso de aviones no tripulados en Pakistán, Yemen u otros lugares, tampoco es considerado una acción bélica sino un método menos arriesgado de combatir a los terroristas.

Podríamos afirmar que el post-realismo no contempla el mundo como un tablero de ajedrez sino como una variante del juego del go, con arraigo en China, Corea y Japón, con reglas simples y estrategias complejas. Es un juego de piedrecitas que pueden colocarse juntas o separadas. Las dos opciones tienen sus ventajas y hay que llegar a un equilibrio entre ambas y combinar una estrategia ofensiva con otra defensiva. Acaso tenga relación con ese juego la estrategia del “liderazgo desde atrás”, empleada en la guerra de Libia según uno de los asesores presidenciales, aunque Obama nunca haya usado semejante expresión. De eso puede saber bastante Richard Miniter, periodista del New York Times, que ha intentado estudiar en un libro el liderazgo de Obama, al que no considera un líder visionario sino alguien a menudo indeciso y condicionado por las consideraciones políticas del momento.