Liz Truss, ¿la nueva Margaret Thatcher?

Liz Truss
(CC UK Government)

Liz Truss, la nueva primera ministra británica, ha puesto en marcha, incluso antes de asumir el cargo, una campaña de imagen para que la opinión pública llegue a considerarla como otra Margaret Thatcher. No es la imagen que buscó, sin embargo, su predecesora, la también conservadora Theresa May.

Y es que desde hace unos años el legado de Thatcher entre los conservadores había pasado a un segundo plano, sobre todo a partir de que David Cameron ganara las elecciones de 2010 con una perfil de derecha más conservadora en lo político y menos liberal en lo económico. Hasta hubo algún analista que pretendió identificar con Cameron con Disraeli, aquel premier conservador de la era victoriana que contribuyó a poner en Gran Bretaña los cimientos del Estado social de derecho. Todo ello se explica porque el neoliberalismo thatcheriano no era visto con buenos ojos en medio de la crisis financiera iniciada en 2008.

La política de marketing, que tanto triunfa en la actualidad, incluye en ocasiones, y siempre que los países tengan un acentuado sentido de la historia, una cierta identificación de los líderes, más o menos expresa, con personalidades del pasado. Uno de los casos más conocidos es el de Barack Obama, que al comenzar su mandato pretendía ser relacionado con Lincoln, Roosevelt o Luther King. En cambio, durante el segundo mandato pareció acogerse a la moderación simbolizada por el republicano Eisenhower. En contraste, hay países insertos de pleno en una mentalidad posmoderna, con grandes dosis de adanismo y minusvaloración del pasado, en los que los políticos eluden identificarse con personajes históricos. Tal es el caso de España, cuya historia de los últimos doscientos años se caracterizó en gran parte por traumáticos cambios de régimen y guerras civiles. Poco vendería en España el “historicismo” aunque algunas veces ciertos partidos echen mano, sobre todo para consumo interno, del recuerdo de líderes del pasado. 

Por el contrario, en Gran Bretaña existe un amplio margen para construir un relato basado en la continuidad histórica. Liz Truss puede, en consecuencia, desplegarse en gestos e imágenes para aparecer como una nueva Margaret Thatcher. No es algo de ahora mismo, pues las ambiciones de Truss para llegar al número 10 de Downing Street no eran ningún secreto. La creciente impopularidad de Boris Johnson abría la posibilidad a una pugna de los conservadores por la sucesión. En esta coyuntura estaba mejor situado el Ministerio de Asuntos Exteriores, cuya titular era Liz Truss, que el de Economía, ostentado por Rishi Sunak. Así, en febrero de 2022, pocos días antes de la invasión de Ucrania, Truss acudió a Moscú para uno de tantos inútiles esfuerzos occidentales de evitar un conflicto bastante decidido de antemano. Llevaba puesto un chapka, el típico gorro ruso, y posó de esta manera, tal y como hiciera Margaret Thatcher en una de sus visitas a Gorbachov. Más significativas serían las blusas blancas y anudadas al cuello, muy al estilo Thatcher, que lució la nueva primera ministra al poco de hacerse con el liderazgo de los conservadores. Con todo, el gesto más thatcheriano lo protagonizó Liz Truss en 2021 al subirse a la torreta de un carro de combate británico en Estonia junto a la frontera con Rusia. Era exactamente la misma puesta en escena orquestada por Thatcher en 1986 en una visita a las tropas británicas estacionadas en Alemania. Quedaba así patente la transmisión de un mensaje de defensa de la libertad frente a la tiranía representada por la URSS y Rusia. Por si todo esto fuera poco, al hilo de las breves biografías de Truss presentadas por los medios, se difundió la anécdota de que en una representación colegial en 1982, la niña Liz Truss había interpretado el papel de la entonces primera ministra. Corrían tiempos de exaltación patriótica con motivo de la guerra de las Malvinas.

Sin embargo, el pasado político y familiar de Truss no está relacionado por entero con el Partido Conservador sino con el Partido Liberal Demócrata. En su juventud, la actual primera ministra no parecía sentir ninguna simpatía por el thatcherismo, aunque, con el paso del tiempo, abrazó con convicción el neoliberalismo e incluso llegó a formar parte de la Hayek Society en Oxford. Es llamativa también su oposición al Brexit, siempre desde el punto de vista del pragmatismo comercial, cuando formaba parte del gobierno de Cameron. Con todo, al producirse la victoria del Brexit en el referéndum de 2016, Truss cambió rápidamente de bando y en tres años se convirtió en la ministra de asuntos exteriores del gobierno de Boris Johnson.

Está la influencia de Thatcher, pero mayor aún es la de Johnson. Los militantes conservadores que dieron su apoyo a Truss, podían estar hartos del anterior primer ministro, aunque eso no quiere decir que no compartieran su ideología. Los dos contendientes por el puesto, Sunak y Truss, eran muy conscientes de ello. No importaría tanto quien fuera el vencedor porque el legado antieuropeísta de Johnson no sería cuestionado. A Truss solo le quedó añadir el toque Thatcher. Por tanto, su programa de política exterior reúne las consabidas combinaciones de Global Britain, de Londres como el Singapur europeo, de la relación especial con Estados Unidos, de una mayor cohesión con la Commonwealth y, por supuesto, de una postura enérgica frente a la UE, sobre todo en lo referente al Protocolo de Irlanda del Norte. Johnson, por un lado, y Thatcher, por otro. Thatcheriana es su convicción de que el crecimiento del sector privado hará posible la recuperación económica. El retorno del neoliberalismo, en suma.

Pero el margen temporal de Liz Truss es reducido, pues, a finales de 2024, deberían celebrarse nuevas elecciones. Cabe pronosticar que encontrará una dura oposición si adopta medidas impopulares, aunque ella las califique de necesarias, en los ámbitos económico y social. Quizás Truss crea que, si Margaret Thatcher frenó y derrotó a los sindicatos y a otros sectores sociales, ella puede hacer algo similar y ser la nueva “dama de hierro” de la reactivación de la economía. 


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