Soros, Kissinger y Churchill

George Soros y Henry Kissinger
(CC Niccolò Caranti y World Economic Forum)

El historiador y profesor de relaciones internacionales, Walter Russell Mead, ha comentado en The Wall Street Journal las intervenciones de George Soros y Henry Kissinger en el foro de Davos. Ambos tienen en común ser nonagenarios, pues el primero tiene 91 años y el segundo acaba de cumplir 99. Los dos proceden de Europa Central, de Hungría y Alemania respectivamente, y escaparon siendo jóvenes de la persecución del nazismo contra los judíos para acabar instalándose en Gran Bretaña el primero y en Estados Unidos el segundo. Uno es un multimillonario defensor de la globalización y otro es un ex secretario de Estado y politólogo.

Mead adscribe a Soros al internacionalismo liberal, mientras que Kissinger pertenecería la escuela de la Realpolitik. En Davos dieron su opinión sobre la guerra de Ucrania, aunque sus conclusiones fueron totalmente diferentes. Para Soros estamos ante una lucha por la preservación de la civilización occidental amenazada por Rusia, ante un combate decisivo entre las democracias y el autoritarismo ruso. Por el contrario, Kissinger defendió la misma postura que en 2014, en la anterior crisis de Ucrania. Los ucranianos deben ceder a Rusia los territorios que les han sido arrebatados o atenerse a una guerra prolongada y de desgaste que no es seguro que ganen, pues las tropas rusas prosiguen sus avances en el Donbás, pese a la resistencia ucraniana, y están convencidas de que el tiempo juega a su favor, aunque sea a costa de muchas vidas. En este sentido, las afirmaciones de Zelensky de que Ucrania expulsaría a los rusos de Crimea y del Donbás no se ajustarían a cómo se están desarrollando los acontecimientos.

Ni que decir tiene que al gobierno ucraniano no le han gustado nada las declaraciones de Kissinger. Y es comprensible, porque a nadie le gusta ceder en lo que afecte la integridad territorial de su país. En cambio, Rusia, y no solo Putin, no lo ve así. Ucrania es prácticamente una creación artificial surgida en los años de la URSS. Crimea es ucraniana desde 1954, y los territorios del Donbás fueron repoblados con población procedente de Rusia, y eso sin remontarse al siglo XVIII con las anexiones territoriales de los zares Pedro y Catalina, en gran parte a costa del Imperio otomano. En las últimas semanas solo se ha oído hablar a los ucranianos de negociación. Los rusos no tienen ninguna prisa porque están plenamente convencidos de una cosa: todo territorio ocupado por su ejército no será devuelto. En la Segunda Guerra Mundial se dio también esta realidad: todos los territorios ocupados por las tropas soviéticas hasta llegar a Berlín quedaron bajo la influencia de Moscú y se implantaron regímenes comunistas aliados suyos, sin olvidar más adquisiciones territoriales de la URSS hacia el oeste. La única excepción de una retirada del ejército soviético fue Austria, país declarado neutral en 1955.

Y mientras la guerra sigue en el este de Ucrania, nadie garantiza que los rusos hayan renunciado a su propósito inicial de ocupar Odesa y el resto de la costa del mar Negro para privar a los ucranianos de una salida al mar.

La conclusión a la que llegan algunos tras oír a Kissinger, es la de acusar al veterano político de no simpatizar con la democracia. El ex secretario de Estado no es partidario de imponer el “evangelio” de la democracia occidental a Rusia y a China, sino que hay que tener en cuenta, en la medida de lo posible, sus respectivos intereses. De ahí que Kissinger haya creído siempre en la política de equilibrio entre las potencias, surgida tras la paz de Westfalia (1648). La Administración Biden y varios gobiernos de la UE consideran, en cambio, que Ucrania está luchando por la libertad y la democracia. El historiador escocés Niall Ferguson, autor de una biografía parcial de Kissinger, considera, sin embargo, que es una acusación injusta la de que Kissinger no valora la democracia, pues se limita a atenerse al principio de realidad. Por eso Mead menciona también una conocida cita de Tucídides en la Historia de la guerra del Peloponeso. Se trata del diálogo de los melios, en el que los atenienses ofrecen a los habitantes de la isla de Melos, aliados de los espartanos, la posibilidad de formar parte de la Liga de Delos, que ellos encabezan, o ser aniquilados sin compasión. Como los melios se negaron, Atenas exterminó a los hombres y vendió a mujeres y niños como esclavos, además de traer colonos atenienses para repoblar la isla. Hay una cita muy expresiva en dicho diálogo: “Los fuertes imponen su poder, y a los débiles les toca padecer lo que haya que padecer”.

Pese a todo, Kissinger y Soros están de acuerdo en algo: Rusia no es un país vital para los intereses norteamericanos. La amenaza viene, ante todo, de China, a la que hay contener como se hizo con la URSS durante la guerra fría, aunque, al mismo tiempo, pueda seguir existiendo algún tipo de cooperación con el gigante asiático. Coinciden también en que para Washington es importante preservar la paz y la estabilidad en Europa, pues es más decisivo todo lo que pueda suceder en la región del Indo-Pacífico. Pero el realismo pasa también por considerar a Rusia como un elemento clave en la seguridad europea. En consecuencia, Estados Unidos y Europa deberían esforzarse en detener la guerra, aunque esto acarree el sacrificio de una buena parte del territorio ucraniano. Además, Rusia está utilizando un arma económica de inquietantes consecuencias: el bloqueo de los puertos ucranianos. Esto afecta, sobre todo, al comercio de cereales. En países muy dependientes del trigo de Ucrania como Egipto, puede producirse una inestabilidad política y social de inciertas consecuencias. No olvidemos tampoco las reticencias de algunos países europeos, siendo Hungría el caso más conocido, a renunciar al suministro de gas ruso.

Mead se refiere finalmente a Winston Churchill, que, en su opinión, supo combinar las posturas antagonistas del realismo y de la lucha por la democracia. Cita una anécdota de 1942, cuando le preguntaron al primer ministro británico sobre los planes para el mundo de la posguerra. Churchill expresó su escepticismo ante toda planificación. Lo suyo era aprovechar el momento, “atrapar la liebre”, y no pensar en otra cosa mientras la guerra proseguía su curso. En efecto, aquel político supo emplear el mensaje de una guerra en nombre de la democracia contra Hitler, pero al mismo tiempo, y pese a haber sido toda su vida un anticomunista convencido, adoptó el realismo de aliarse con la URSS de Stalin para derrotar al nazismo.

El autor del artículo no pronostica qué sucederá en Ucrania, pero implícitamente parece apostar que al final se impondrá el realismo, aunque sea a costa del bando que los occidentales dicen apoyar, entre otras cosas, porque el esfuerzo económico de ayudar a los ucranianos no podrá mantenerse de forma indefinida.


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