Mar 25 2013

Turquía e Israel: Un acercamiento anunciado

El principal éxito del viaje de Obama a Israel ha sido el anuncio oficial de que Turquía e Israel normalizan sus relaciones diplomáticas, y vuelven los respectivos embajadores, después de que el primer ministro Netanyahu telefoneara a Erdogan para disculparse por el asalto en 2010 a una flotilla turca que pretendía romper el bloqueo israelí de Gaza, y que ocasionó la muerte a ocho ciudadanos turcos.  Los actores protagonistas, las partes enfrentadas y el mediador americano, han  hecho balance de lo que ha sucedido en Oriente Medio en estos últimos tres años, y han considerado que la situación de rebajar el nivel de sus relaciones era insostenible.

En primer lugar, EEUU tiene en Turquía e Israel a sus dos principales aliados  estratégicos en la región, ha contado con ellos durante los años de la guerra fría y en la época inmediatamente posterior, y quiere seguir contando con ambos, no con uno solo de ellos, en los momentos presentes después de que la Primavera Árabe haya traído más inestabilidad que certidumbres. La situación en Oriente Medio es volátil y los tres actores implicados han tenido ocasión de comprobarlo. No estamos ante nuevas eras de democracia y de libertad, por mucho que se derrumben regímenes autoritarios y se celebren elecciones libres, porque las semillas de la división, bien sean étnicas, religiosas o ideológicas, están más activas que nunca.  Washington tiene necesidad de aliados sólidos, y en este caso son dos democracias, que no estén sometidos a excesivas turbulencias internas como sucede en los regímenes árabes.  De ahí que no dejara de ser una complicación adicional el que turcos e israelíes estuvieran enfrentados, pues la percepción externa del hecho transmitiría el mensaje de  una Turquía que se está alejando de Occidente y de  un Israel cada vez más aislado en la región. En cambio,  la reconciliación entre Ankara y Jerusalén fortalece el papel de EEUU en Oriente Medio, no sólo en la crisis siria sino frente a las pretensiones de Irán de contar con capacidades nucleares y de convertirse en líder regional.  Sin embargo, Obama  no habría  triunfado en su propósito mediador, pese a ser una cuestión muchísimo menos compleja que el contencioso palestino-israelí, si turcos e israelíes no hubieran sopesado que el acercamiento convenía a sus respectivos intereses, entre los que se cuenta una cooperación  militar  y de inteligencia consolidada desde hace décadas.

La diplomacia turca de los últimos años parecía basarse en la consigna de “cero problemas” con sus vecinos, y el país, que durante casi un siglo dio la espalda al mundo árabe, con  el  objetivo de modernizarse y construir un Estado-nación, efectó un acercamiento diplomático a Siria e Irán, tras un período caracterizado por la desconfianza mutua o la hostilidad. Por lo demás,  la política exterior turca, tildada por algunos de “neo-otomana”, dio muestras de verse reforzada tras los cambios políticos en Túnez, Egipto o Libia, sobre los que se decía que tomarían como modelo el sistema democrático de Turquía.  Los consejos de políticos y analistas se hacían extensivos a los partidos islamistas de esos países, que deberían tomar como fuente de inspiración el Partido de la Justicia y el Bienestar, la formación  islamista moderada turca más conocidas por sus siglas AKP, que fue capaz de ganar tres elecciones consecutivas. Estos cálculos han demostrado ser un wishful thinking, pues cada país tiene su historia y sus características propias,  y los partidos islamistas tunecino o egipcio, ganadores de las primeras elecciones libres, no responden al perfil de un partido turco, por no decir también que las respectivas sociedades carecen  de la experiencia democrática de la turca. Pese a que puedan  proclamarlo verbalmente, su modelo no parece ser Turquía, con una tradición democrática y un éxito económico reconocidos. Antes bien,  se mueven  por estímulos a corto plazo y buscan asentar su poder  tras haber sido perseguidos durante décadas y encuentran una fuerte oposición desde sectores laicos de la sociedad.  Por otra parte, el régimen de Bachar Al Asad ha terminado por ser  uno de los principales enemigos de Turquía,  y pese a su comprometida situación, los sirios han estado dispuestos  a utilizar a los kurdos en contra de Ankara. Atrás queda la luna de miel turco-siria, que sirvió para suprimir los visados para viajar a ambos países. Pero lo peor es la incertidumbre sobre la Siria posterior a Asad en la que pudiera agudizarse la violencia sectaria con la consiguiente inestabilidad cerca de la frontera turca. Tampoco el acercamiento turco-iraní ha dado grandes resultados en lo político, más allá de las relaciones económicas, y la compleja situación  interna en Irak muestra también  como en el país mesopotámico se perfilan  soterradas tensiones entre Irán y Turquía por ganar ámbitos de influencia, sin olvidar las amenazas del ayatolá Jamenei de que Turquía lo pagaría muy caro  al hacerse público que los turcos instalarían en su territorio baterías de misiles Patriot facilitadas por la OTAN.

Si los frustrantes acontecimientos de la Primavera Árabe y la progresiva ascensión regional de Irán cuestionan el eslogan de “cero problemas” con los vecinos, no conviene complicarse más la vida con una mala relación con  Israel. No será un idilio, y además se corre el riesgo de que una eventual crisis en los territorios palestinos complique las cosas,  pero la relación Turquía-Israel vuelve a edificarse sobre la base del más puro realismo.

Cabe añadir que las dificultades de Netanyahu para formar gobierno también habrán  influido en el acercamiento turco-israelí. El primer ministro israelí ha tenido que moderar el tono para conservar el poder y hacer lo que parecía imposible hace unos meses: disculparse ante Erdogan y poner en marcha un acuerdo de compensación económica, que es lo que deseaban los turcos. Además, Israel no podía dejar en punto muerto su tradicional alianza con Turquía, detrás de la cual está muy presente EEUU.


Mar 19 2013

Bergoglio: El poder como servicio

Cada 25 de mayo, con motivo del Tedeum en el aniversario de la independencia, era muy esperada en Buenos Aires la homilía del cardenal Bergoglio, sin pelos en la lengua para descalificar determinados comportamientos políticos y actitudes sociales. Esto explicaría que el matrimonio Kirchner se sintiera aludido e interpretara el exigente mensaje de Bergoglio como una descalificación implícita de su poder. De ahí que los dos últimos presidentes no siempre acudieran a la celebración de la catedral, y el propio Néstor Kirchner calificó al cardenal de “jefe espiritual de la oposición política”. A pocos escapa el hecho de que un gobierno populista puede suscribir, en teoría, las críticas de Bergoglio a la injusticia social, pero ese mismo gobierno, y su aparato mediático, no puede aceptar que el ahora Papa condenara por igual el terrorismo de Estado de los militares y el de la guerrilla de los montoneros. Esta equiparación no forma parte del discurso oficial. En las informaciones sobre Argentina, se resaltan unos aspectos más que otros, tanto del pasado como del presente, pero la realidad es que todavía persiste en la sociedad y la política un muro de odio. ¿Logrará derribarlo el Papa Francisco?

Las homilías del Tedeum en la catedral tienen un denominador común, ya se pronunciaran en presencia de De la Rúa, Duhalde o los Kirchner, y consiste en la convicción de que el poder sólo tiene sentido si se pone al servicio del bien común. De hecho, en la homilía de la misa de entronización, el Papa Francisco ha vuelto a recordar que “el verdadero poder es el servicio”. Desde esta perspectiva, las críticas de monseñor Bergoglio en el Tedeum nunca han supuesto una descalificación de la política, que muchos verían justificada por la turbulenta y desesperanzada historia de Argentina, un país de grandes expectativas a principios del siglo XX y que, sin embargo, como si de un hijo pródigo se tratara, pareció derrochar su capital político, económico y humano. Se han dilapidado los recursos y las ilusiones de un país edificado por el trabajo de los inmigrantes, pero que no ha llegado a tener una trayectoria histórica similar a la que tuvieron países como EEUU, Canadá o Australia, construidos también con el esfuerzo de gentes llegadas de todos los continentes. Salvando las distancias, el mensaje de monseñor Bergoglio a los políticos argentinos puede recordar al dirigido por el cardenal Glemp a las autoridades comunistas polacas en la década de 1980: no es tan necesario el cambio de personas como el cambio de mentalidades. Bergoglio criticó, ante todo, la división de la sociedad argentina, muchas veces espoleada por sus políticos en beneficio partidista. Las luchas internas sólo han servido para dar la espalda a los grandes problemas de un país, y la historia reciente se ha sustentado en las lealtades equívocas, denunciadas por el cardenal en el Tedeum de 2001. No los mencionaba explícitamente, pero los ejemplos de caudillismos y clanes están en la memoria de cualquier historiador o simple espectador de la política. ¿Cómo se explica su existencia y persistencia en Argentina? Por la “locura”, así la llamó en Bergoglio en el Tedeum de 2012, del poder como ideología única, y decididamente asoció a esa “locura” a otra: la del relativismo moral. Ese término, por cierto, será empleado a menudo por el Papa Francisco, al igual que Benedicto XVI, pues en el país del fin del mundo, sobre todo en los ambientes de gente sencilla en los que se ha movido el nuevo Papa, hay bastantes personas con convicciones profundas que no aceptan el “todo vale” que ha echado raíces en tierras europeas. A este respecto, Bergoglio decía que el relativismo moral en nada difiere del “cállese” o “no te metas”. Por tanto, es muy posible que el Papa argentino sea tan incomprendido en Europa como el Papa polaco, llegado también de un país lejano.

Monseñor Bergoglio dio muestras de conocer en el Tedeum del año pasado la psicología de algunos detentadores del poder, aquellos que no aman “de corazón y de espíritu”: son los que se arrastran pesadamente entre sus especulaciones y miedos, los que se sienten perseguidos y amenazados, los que necesitan reforzar su poder sin parar ni medir las consecuencias. Aquí se resalta una paradoja muy real a lo largo de la Historia: los poderosos tienen miedo, miedo de perder aquello que han perseguido y alcanzado a toda costa. El cristianismo tiene sobrada experiencia de esta reacción, ya experimentada cuando los Magos se presentan en Jerusalén preguntando por el Rey de los judíos recién nacido: “Al enterarse, el rey Herodes se sobresaltó, y todo Jerusalén con él” (Mt 2, 3).

Pese a todo, Bergoglio no cayó en el recurso fácil de descalificar en bloque la política. Se limitó a recordar que debe estar al servicio del bien común, al servicio de los representados. Recordemos sus incisivas palabras: “Una política sin mística para los demás, sin pasión por el bien, termina siendo un racionalismo de la negociación o un devorarlo todo para permanecer por el solo goce del poder. Aquí no hay ética posible simplemente porque el otro no despierta interés”.


Mar 14 2013

Un talón de Aquiles chino

La explicación habitual sobre la situación interna en China se mide en parámetros económicos y sociales, pero se suele olvidar otro condicionante, la ética, o mejor dicho, su ausencia. Y quien dice ética, dice además religión. Profundizar en estas cuestiones ha sido una tarea del profesor Liu Peng, miembro de la Academia de Ciencias Sociales, que señala que el talón de Aquiles del desarrollo chino, e incluso de las aspiraciones de su país a ser potencia global, es precisamente la falta de valores en la sociedad y en los gobernantes. El problema se remonta a un siglo atrás, a la instauración de la República en China en 1911. Esa fecha marca el acta de defunción del confucianismo, vinculado a las dinastías imperiales y que era más una forma de vida que una religión. No es casual que las actuales autoridades chinas hayan fomentado un retorno formal al confucianismo, del que se destacan el respeto a la jerarquía y el rechazo del individualismo, para intentar llenar la ausencia de valores. Todo un contraste con las campañas promovidas por la revolución cultural maoísta contra Confucio. Sin embargo,  la lucha contra el confucianismo venía de atrás, pues los intelectuales chinos del movimiento de 1919, del que surgió el PC, estaban influidos por las ideas occidentales, en particular las del marxismo que con el tiempo adquiriría la categoría de nueva religión. Con la proclamación de la República Popular en 1949, el nacionalismo y el comunismo serían los pilares de una “religión” estatal que se transmitiría de forma colectiva a las masas durante las décadas siguientes. Su icono principal sería Mao, cuya imagen aún aparece en las monedas y los edificios públicos, y su tumba no ha dejado de ser un lugar de peregrinación. No es exagerado decir que el maoísmo pretendió ser una “bomba atómica espiritual” de influencia no sólo en China sino en el mundo entero.

Pero el tremendo sufrimiento que supuso para los chinos la revolución cultural contribuyó al cambio de rumbo instaurado por Deng Xiaoping desde 1978. Desde entonces se propagó una nueva fe por China basada en los intereses materiales a corto plazo. El eslogan “Ser rico es glorioso”, atribuido a Deng,  ha terminado por ser devastador en una sociedad, cansada de los rigores ideológicos maoístas. La nueva situación ahondó las diferencias entre ricos y pobres, lo que siempre es un factor fomentador de  la corrupción en todos los estratos sociales. En su estudio sobre la falta de valores espirituales en China, el profesor Liu Peng no se fija sólo en los problemas derivados del crecimiento del PIB, la sobreexplotación de los recursos, la contaminación ambiental o las increíbles fortunas amasadas por algunos, en un tiempo en que los empresarios, conforme al programa reformista que puso en marcha Hu Jintao, pueden tener el carné del partido.

La pregunta decisiva de Liu Peng es: ¿En qué creen los chinos? Hay quien no dará a esta cuestión demasiada importancia y sólo se fijará en las correspondientes estadísticas, aunque éstas no siempre son capaces de reflejar otras inquietudes del ser humano. Nadie puede negar el hundimiento devastador de la moral en la sociedad china, un hecho que se explica por la rápida destrucción de las creencias anteriores y que no han sido reemplazados por otras. El gran problema es que los valores predicados por los dirigentes comunistas tienden a convertirse en una cáscara vacía si las apariencias y el afán por enriquecerse dominan a buena parte de la sociedad. No obstante, el poder único no quiere ver cuestionado su monopolio y no termina de creer en que el aumento del número de personas religiosas, por mucho que éstas observaran comportamientos éticos, le pueda favorecer. De ahí la protección a la “iglesia patriótica china” o los cursos de reeducación obligatorios impuestos al clero católico. En el fondo,  los gobernantes no saben resolver la gran cuadratura del círculo: ¿cómo compaginar  los ideales revolucionarios altruistas oficiales con un afán desordenado por enriquecerse?  El nuevo presidente chino, secretario general del PC y presidente de la Comisión Militar Central, Xi Jinping, debe de ser muy consciente de los peligros que se derivan  del abismo existente entre la ética y la política.

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Mar 6 2013

Turquía en Europa: un recorrido sin horizonte

La noticia de que Francia desbloqueaba un capítulo de las negociaciones de la UE para la integración de Turquía, anunciada por el ministro de asuntos exteriores, Laurent Fabius, y por otro lado, la reciente visita de Ángela Merkel a Ankara, han despertado la reflexión sobre si Francia y Alemania van a cambiar de actitud y apoyarán la candidatura de Turquía en contraste con la oposición radical de Nicolas Sarkozy a las pretensiones de este país.

Desde hace años se viene especulando sobre si Turquía abandona su camino de integración europea en beneficio de otras opciones en Oriente Medio y Asia, suscitadas por el recuerdo del Imperio otomano. Por otra parte, algunos medios de comunicación turcos atribuyeron al primer ministro Erdogan un cierto interés por el ingreso de Turquía en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que agrupa a Rusia, China y las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, pero esta entidad internacional nada tiene que ver con los planteamientos de la UE. Es una simple organización de cooperación intergubernamental, con unas estructuras institucionales laxas y en la que hay ámbitos tan dispares como los intercambios comerciales o «la lucha contra el terrorismo, el extremismo o el secesionismo», aunque en realidad la OCS responde a los designios de la Realpolitik practicada por rusos y chinos, que coinciden con este tipo de organización en el objetivo de mantener a EEUU fuera de cualquier zona de influencia en Asia Central. Tampoco la OCS puede considerarse, aunque sus miembros realicen maniobras militares conjuntas, como una especie de alternativa a la OTAN. Se nos podrá argumentar que Turquía tiene interés en fortalecer sus relaciones con las repúblicas de Asia Central, en las que encuentra sus raíces históricas, algo que viene haciendo desde la caída de la URSS hace más de dos décadas, y aunque ha hecho grandes progresos en este terreno, la influencia de Rusia sigue siendo preponderante, con el añadido de que los rusos han visto a los turcos como una especie de «caballo de troya» americano en la región. Por otro lado, ¿ha crecido más el prestigio de Turquía en Oriente Medio tras la «Primavera Árabe»? Sólo relativamente, también por el hecho de que los procesos políticos en la zona no han conseguido entrar en el camino de la estabilidad, y en segundo lugar, Irán quiere consolidar su papel como potencia regional, con lo que choca con una Turquía mucho más ambiciosa en sus iniciativas exteriores.

El panorama trazado nos lleva a la conclusión de que Turquía no puede tener entre sus intereses dar la espalda a Europa y a EEUU, tal y como afirman algunos analistas. Europa sigue interesando, pues Turquía opina que la crisis económica y financiera será algo temporal. Suponiendo que las relaciones turcas con Europa empeoraran, los últimos acontecimientos, como el conflicto sirio y las tensiones con Irán, están ayudando a robustecer la relación entre Washington y Ankara. Tampoco hay que llegar a la conclusión de que por el hecho de la política exterior turca sea más activa en su región, aunque la tendencia empezó con el final de la guerra fría, esto no significa un distanciamiento respecto a Europa. De hecho, un diplomático turco resaltaba la paradoja de la incongruencia europea: si los turcos se muestran muy activos, caen bajo la sospecha de «neo-otomanismo», y si no lo hacen, se les reprocha su pasividad.

La visita de Merkel el pasado 25 de febrero no arrojó cambios sustanciales en la posición oficial de Alemania. La canciller manifestó sus reservas sobre la total integración de Turquía, si bien no mencionó la consabida expresión de «asociado estratégico», sucedáneo de la condición de miembro de pleno derecho de la UE y que no hace muy felices a sus interlocutores turcos, aunque afirmó que las negociaciones deberían continuar su recorrido. Sin entrar en el fondo de la cuestión, Merkel citó como uno de los obstáculos para la integración el contencioso de Turquía con Chipre, país miembro al que los turcos mantienen fuera de su unión aduanera con la UE como consecuencia, entre otras, de la partición de una isla desde hace cuatro décadas. La elección como presidente de Chipre del conservador Nikos Anastasiadis puede allanar algunas dificultades, pero hay otros obstáculos de carácter demográfico y económico que inciden sobre la adhesión de Turquía.

El que la Francia de Hollande apoye expresamente la integración de Turquía no condiciona necesariamente la posición de Alemania, aunque hay quien tiene esperanzas de que un canciller socialdemócrata en Berlín cambiaría las cosas. No compartimos esa opinión porque el factor demográfico, que influye en el peso de un país en el Consejo Europeo, debe tenerse en cuenta. Alemania sigue siendo el país más poblado de la Unión con 82 millones de habitantes, aunque Turquía supera los 75 millones de habitantes, de tal modo que en la próxima década puede estar por delante de los alemanes. Puede ser un dato crucial para las votaciones del Consejo, conforme a los tratados, aunque no significaría nada que los eurodiputados turcos fueran los más numerosos del Parlamento Europeo, pues los parlamentarios se agrupan por ideologías, y no por nacionalidades. Sin embargo, la demografía está ligada necesariamente a la economía, pues los fondos de cohesión que necesitaría Turquía serían considerables, pues el nivel de vida turco alcanza hoy el 52% del nivel de la Europa de los 27, ligeramente superior a los niveles de Rumania y Bulgaria, pero lejos de la aceptable cifra del 75%.

¿Cómo evolucionará la situación? Será una evolución lenta, pero seguramente ligada al propio futuro de la UE, sin olvidar que, por encima del marco comunitario, la asociación estratégica de Turquía con Alemania es tan indispensable como la que mantiene con Rusia. Si los tratados han creado una Europa de dos velocidades, con cooperaciones reforzadas, y el Reino Unido busca un nuevo estatus en la Unión, al margen de determinadas políticas y con la esperanza de que otros Estados le secunden, esto abriría una ventana de oportunidad para Turquía. Lo señalaba, a propósito del Reino Unido, el presidente turco, Abdulá Gul, en una entrevista a Foreign Affairs, cuando afirmaba que «en el futuro puede haber diferentes formas de Europa».

Estamos ante un recorrido sin horizonte, pese al escepticismo de las respectivas opiniones públicas, poco entusiastas sobre el proceso de integración turco. Pero la pregunta no es tanto cuándo se arriba al destino definitivo sino cuál será el estatus de Turquía en una Europa que puede superar dentro de unos años la treintena de Estados miembros.