Nov 12 2014

Los consejos del sabio de Singapur

Tras un año marcado por conflictos en Oriente Medio y Ucrania, el presidente americano se toma un momento de respiro en otra área geográfica, de situación tensa aunque mucho más apacible. Acude a las cumbres de la Asociación Asia-Pacífico, de la ASEAN y del G-20. Nada de dilemas militares. Sonrisas, defensa del libre comercio y de prosperidades compartidas. Pero quizás hubiera sido recomendable que Obama leyera antes el libro The Grand Master’s Insights de Lee Kuan Yew, primer ministro de Singapur desde su independencia hasta 1990, una de las personalidades políticas más influyentes de Asia. Su prestigio se basa en haber sabido convertir una ciudad Estado del Tercer Mundo en un destacado centro comercial y financiero mundial. Lee supo dar cohesión a un pequeño país, separado de Malasia en 1965, y convertir el crisol de culturas de su territorio en un ejemplo de la prosperidad del Asia emergente. A sus noventa años, este político, defensor de la preeminencia del pragmatismo sobre las ideologías, es una referencia para políticos y analistas interesados en el futuro de esa inmensa región que suele denominarse Asia Pacífico. Son consejos de un pragmático, que se confiesa admirador por igual de De Gaulle, Churchill o Deng Xiaoping.

Lee está convencido de que China aspira a convertirse en la primera potencia mundial y a desplazar a EEUU. Los chinos tienen un acusado sentido del destino, por no decir de la historia, aunque actúan con gran prudencia. No aspiran a repetir los errores de las grandes potencias del pasado, como Alemania y Japón, que fracasaron por desafiar el orden internacional existente. Saben muy bien que el poder en el siglo XXI viene dado por el PNB, y no por la fuerza militar. Basta con que China niegue a sus vecinos el acceso a sus mercados para fragilizar sus estructuras políticas, sociales y económicas. La reacción de estos vecinos ha sido forjar alianzas militares con Washington, pero también económicas, como demuestra el interés norteamericano en construir una gran área de libre comercio, el Transpacific Partnership, que no solo excluye a China en la práctica sino que pretende cercarla desde un punto de vista geopolítico. Lee considera, sin embargo, que ya es demasiado tarde y que esto debería haberse hecho hace treinta años. Entonces era el mejor momento para incorporar a una serie de países a la economía de EEUU. Probablemente el pulso que Washington mantenía con Moscú en los años finales de la guerra fría y la euforia del “fin de la historia” de los felices 90, impidieron a los estadounidenses ser plenamente conscientes de la ascensión económica de China. Pese a todo, Lee no cae en el simplismo de reducirlo todo a las cifras del PNB, pues aunque los chinos superen un día en este aspecto a los norteamericanos, dista mucho de que hagan otro tanto en el dominio de la tecnología. Por otra parte, el político subraya los puntos débiles de la China emergente. Es verdad que los chinos han potenciado el uso del inglés, si bien siguen teniendo demasiados ideogramas en su cabeza. Todo un contraste con un Singapur que puso el inglés como idioma oficial, pero no es menos cierto que una China orgullosa de su civilización no puede hacer lo mismo. Sin embargo, esa civilización, basada en la centralización del poder, no podrá mantenerse sin cambios ante las influencias exteriores. El partido comunista busca, ante todo, la estabilidad y en principio, parece destinado a reaccionar como lo hizo Deng Xiaoping ante las protestas de los estudiantes en Tiananmen. Preferirá sacrificar a miles de personas para evitar que China se sumerja en el caos durante un siglo. Sin embargo, Lee considera que no es inteligente que los chinos traten de una forma tan bárbara a su propio pueblo. China tiene que comprender que la base de cualquier Estado moderno es el imperio de la ley. Necesita unos códigos y un poder judicial independiente. Hace además un elogio de Xi Jinping, a quien considera una persona con enorme estabilidad emocional, y se da a entender, sin muchas palabras, que puede ser un personaje casi semejante a Deng en el sentido de que hará historia en China.

No entra Lee en la polémica de si EEUU ha entrado en decadencia, pues estadísticas aparte, tiene una gran confianza en el futuro de ese país, pues valora el dinamismo de su sociedad y el espíritu emprendedor que siempre la ha caracterizado. Lo único que le preocupa es el crecimiento del déficit americano, la principal amenaza a su liderazgo global. Respecto al futuro de las relaciones EEUU-China, no caben los planteamientos ideológicos de la guerra fría, y se moverán en una dinámica simultánea de cooperación y competitividad. Con todo, encuentra una contradicción entre el propósito, no confesado, de aislar a China estableciendo alianzas con sus vecinos y al mismo tiempo exigir su cooperación. Lee considera que no se pueden enviar a Pekín señales contradictorias. Aislar a China implicará el riesgo de configurar una potencia xenófoba, chovinista y hostil. Hay que conseguir que China sea más cosmopolita y se implique más  en los asuntos mundiales.

¿Por qué son valiosas las opiniones que Lee vierte en este libro? Porque se basan en la experiencia y en el conocimiento de la historia. El pasado en sí mismo no sirve para pronosticar el futuro. Lo que importa no es tanto lo que pasó sino por qué pasó. Nada está predeterminado, ni siquiera la democracia, aunque no es menos cierto que la política se asemeja a menudo a una tragedia en la que sus protagonistas poco han aprendido de los errores cometidos por otros en el pasado.