Ian Fleming y James Bond: el escritor y el mito

Ian Fleming (izda.) con Sean Connery, el primer actor que interpretó a James Bond en la serie cinematográfica

Acaba de publicarse en el Reino Unido una biografía de Ian Fleming, el creador de James Bond, en el 60.º aniversario de su muerte. El autor es el escritor Nicholas Shakespeare, que combina habitualmente la novela con la biografía, y el resultado es un voluminoso libro que recrea no solo la sociedad y la política de entreguerras sino también la de los inicios de la guerra fría.

El título de la obra es significativo Ian Fleming: The Complete Man. Es un título que respondería a las aspiraciones juveniles de Fleming, según reconoció él mismo a la escritora Mary Pakenham, y que se referían a la de aspirar a convertirse en un hombre del Renacimiento. Pero tras la lectura del libro cabe preguntarse si el modelo es César Borgia, representación de la astucia y la crueldad, en vez de Leonardo, Miguel Ángel o algún otro sabio y artista de la época renacentista.

Una conclusión más evidente es que Ian Fleming no habría tenido una vida aventurera, al menos durante un tiempo, ni habría creado a James Bond si no hubiera estallado la Segunda Guerra Mundial. Fleming fue entonces un estrecho colaborador del jefe del Departamento de Inteligencia Naval, y esto le llevó a desempeñar misiones secretas en el continente europeo, y hay quien especula que estuvo muy cerca del búnker de Hitler en los días finales de abril de 1945.

Sin embargo, la Guerra Fría redujo, en muchas ocasiones, la labor del espionaje a un trabajo de oficina. El espía británico estuvo mejor representado por Smiley, el personaje de John Le Carré, que por James Bond, cuya primera novela, Casino Royale, apareció en 1952. El hombre de acción frente al burócrata. Al recordar días mejores, Fleming prefería el primero. Pero se alejó, sin embargo, de los personajes deductivos e inteligentes del estilo de los detectives de la literatura inglesa, y se dejó llevar por la influencia de un detective norteamericano, un antihéroe más allá del bien y del mal, como Mike Hammer, creación del escritor Mickey Spillane. Su novela de mayor éxito, Yo el jurado, era toda una declaración de principios, pues el protagonista impartía “justicia” sin importarle los métodos. La violencia y el sexo de las novelas de Spillane se refleja también en la producción de Fleming.

En la biografía de Nicholas Shakespeare, Ian Fleming no es absorbido por su personaje de James Bond. La vida de Fleming da de por sí para una novela, no solo de espías sino también de contenido social y psicológico. En la percepción del autor, Fleming tiene mucho de eterno adolescente, al que le resulta complejo distinguir la ficción de la realidad, y mantiene unas inestables relaciones sentimentales y familiares, que le llevan a veces a la depresión. Solo la creación literaria, culminada por el éxito, le permite momentos de euforia, pero su ansiedad, marcada por el abuso del tabaco y del alcohol, acortará su vida, pues fallece en 1964 de un paro cardiaco a los 56 años.

James Bond, un nombre que Fleming tomó de un ornitólogo vecino suyo en Jamaica, ha sobrevivido ampliamente a su creador. Su consagración oficial, más allá de una veintena de películas, llegó en los Juegos Olímpicos de Londres (2012), en un vídeo en el que la reina acudía a la ceremonia de inauguración acompañada de James Bond, encarnado por Daniel Craig, y ambos se lanzaban en paracaídas desde un helicóptero. El personaje se resiste a morir, aunque hace unos años corrió el rumor de que la corrección woke lo iba a transformar en una mujer de piel oscura. Pero parece que los productores siguen buscando un hombre, aunque luzca barba de días y su epidermis no sea del todo blanca, y es muy probable que adquiera los rasgos de los superhéroes de moda, por lo que se alejaría un tanto del personaje creado por Ian Fleming.

Un espía como James Bond debía tener un enemigo declarado, y en las novelas y relatos de Fleming lo es la organización Smersh, acrónimo de “Muerte a los espías” en ruso, que representa al contraespionaje soviético. Fleming, patriota y anticomunista, tenía muy claro quién era el enemigo, aunque en las adaptaciones cinematográficas el acrónimo citado fuera sustituido por el de Spectre, un grupo de villanos a los que les interesan más las actividades delictivas que la política.

Si Fleming hubiera vivido en nuestros días, probablemente habría coincidido en señalar a Rusia como el enemigo, dos años después de la invasión de Ucrania, y quizás esto le hubiera dado argumentos para escribir una historia similar a la de Desde Rusia con amor, en la que James Bond está a punto de morir en Estambul a manos del contraespionaje soviético. Un final de la guerra de Ucrania en la que Kiev tuviera que ceder al menos una quinta parte de su territorio, con la consiguiente inquietud de los vecinos de la OTAN, una Europa abandonada ante Rusia por una futura Administración Trump… son especulaciones que podrían haber alimentado la producción literaria de Ian Fleming, pero el futuro James Bond cinematográfico, diseñado por sus productores, no se ajustará a estas coordenadas. Es más fácil salvar al mundo de villanos pertrechados con toda clase de tecnologías que de las amenazas de un escenario geopolítico mucho más inestable que el de la Guerra Fría.


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