May 27 2014

La «finlandización» de Ucrania

La crisis de Ucrania ha dejado de estar en los titulares de los medios informativos y la posibilidad de invasión de tropas rusas por la frontera oriental del país ha disminuido. Pero la situación dista de estar normalizada no solo por la beligerancia de los enclaves secesionistas de Donetsk y Lugansk, que no reconocen la soberanía del gobierno de Kiev, sino también por el hecho de que Moscú no ha renunciado a sus propósitos de evitar que Ucrania quede bajo la influencia occidental. La secesión de Crimea es un hecho elevado a la categoría de gesta nacional de la historia rusa, pero el este de Ucrania no tiene por qué seguir el mismo camino con incorporación a Rusia incluida. Moscú parece haber descartado la intervención de sus tropas. Habrá quien lo achaque a la dificultad de controlar a las milicias prorrusas, aunque el verdadero motivo reside probablemente en la creencia de que los objetivos buscados se pueden alcanzar sin un conflicto armado con grandes probabilidades de estancarse.

 

Es en este contexto de disminución de tensiones donde algunos analistas políticos como David Ignatius vuelven a insistir, con motivo de las elecciones presidenciales ucranianas, en que el camino para la paz y la estabilidad en Ucrania pasa por la finlandización. Así se conoce la opción política que salvó a Finlandia, invadida por los soviéticos en 1940, de convertirse en un satélite comunista. Finlandia quedó al margen de los bloques militares y procuró mantener buenas relaciones con Moscú y Occidente, si bien esto no le sirvió para recuperar la región de Karelia que sigue hoy bajo la soberanía rusa. No gozó esta opción de demasiadas simpatías en Occidente y hay quien la consideró un símbolo de debilidad. Sin embargo, la Historia habría demostrado que la paciencia y prudencias finlandesas se vieron recompensadas. En primer lugar, por la celebración de Conferencia de Cooperación y Seguridad en Europa, donde un documento político, el Acta Final de Helsinki, contribuyó a que el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales alcanzara una importancia primordial en las relaciones entre los bloques, con el efecto de cuartear el aparentemente inexpugnable sistema soviético. En segundo lugar, Finlandia se integraría en la UE en 1995, con lo que la etapa de “finlandización” se podía dar por superada.

 

Una “finlandización” así entendida sería una victoria a largo plazo, pero en el caso de Ucrania no está tan claro que este pueda ser su futuro. Rusia puede ser partidaria de la “finlandización”, aunque los usos diplomáticos le eviten pronunciar ese término, pero la convierte en sinónimo de neutralización. Es una forma de evitar que Ucrania se deslice hacia la órbita occidental, no solo evitando que pertenezca a la OTAN sino también a la UE. Después de todo, el proceso de integración europea siempre ha sido algo ajeno a Moscú, en la época soviética y en la actual, porque supone dotarse de una economía de mercado y de un Estado de Derecho que son extraños a su tradición histórica. Cualquier país, vinculado históricamente a Rusia o a lo que considera su área de influencia y que opte por aproximarse a Europa, se convierte en una amenaza geopolítica para Moscú. Pero tampoco conviene a los rusos la postura de una Ucrania “equilibrada” entre la UE y Rusia, con acuerdos económicos y políticos a la vez con Bruselas y una futura Unión Euroasiática, porque no por ello cesará la competencia entre los dos bloques. No es lo mismo una simple unión aduanera que una relación de cooperación que, por su propia naturaleza, implica cambios económicos, sociales o incluso políticos. Los manifestantes del Maidan en Kiev optan por esta última vía y enarbolan las banderas azules de las doce estrellas, quizás no tanto porque esperen un apoyo incondicional de Europa, sino porque esas banderas representan un espacio de libertad que hasta ahora no han conocido.

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¿Cuál es la última baza de Moscú? Que todo cambie para seguir siendo lo mismo. Que los políticos elevados al poder, tras las presidenciales, sean partidarios del status quo, y que defiendan el “equilibrio” entre Moscú y Bruselas. Petro Poroshenko, el denominado rey del chocolate, encaja en estos esquemas. También lo hacen otros oligarcas del este de Ucrania, como Rinat Akhmetov. Los oligarcas no defienden la ruptura del país. Optar exclusivamente por la carta rusa no entra en sus intereses, pero tampoco entra el hacerlo solo por la carta europea. Esta es su forma de entender la “finlandización” de Ucrania: el mantenimiento del statu quo.


May 27 2014

Abbas y Peres en el Vaticano

El papa Francisco hizo una invitación insólita al presidente palestino Mahmud Abbas y al israelí Shimon Peres. Les convocó en el Vaticano, no a unas negociaciones sino a rezar juntos por la paz. Algunos pensarán: si el secretario de Estado americano, John Kerry, con todas sus supuestas influencias, vio languidecer su entusiasmo inicial en el relanzamiento del proceso de paz en Oriente Medio ante la falta de una clara voluntad política de las partes, ¿qué puede conseguir el papa Francisco? ¿Un titular llamativo que hable de un encuentro histórico? Y después, pasada la actualidad, el silencio y el olvido. Un diplomático experimentado o un analista erudito, no habrían invitado a Peres y Abbas. El primero tiene noventa años y en julio de 2014 dejará de ser el presidente de Israel, mientras que el segundo acaba de cumplir setenta y nueve, y su obligado proceso de acercamiento a los islamistas de Hamás, que implica elecciones presidenciales y parlamentarias en enero de 2015, le llevará a dejar la presidencia palestina que ocupa desde 2005. Por otra parte, cualquier conocedor de la política israelí sabe que son el primer ministro, Benjamin Netanyahu, y su gobierno quienes tienen la última palabra sobre el proceso de paz. Y no es menos cierto que la reconciliación entre las facciones palestinas de Hamás y Fatah ha servido de pretexto a Netanyahu para paralizar las negociaciones. Netanyahu, líder del Likud, percibe a Israel como una fortaleza amenazada y es una comprensible obsesión por la seguridad lo que caracteriza todos sus movimientos. ¿Y qué decir del primer ministro de Hamás, Ismail Haniyeh, asentado en la franja de Gaza, y cuyo portavoz invitó al papa a visitar este territorio asediado por Israel? Sin Hamás es difícil hablar de paz en Oriente Medio, y además este movimiento islamista no da muestras de flexibilidad hacia Israel más allá de una tregua forzada.

De estas consideraciones podemos deducir que la iniciativa del papa Francisco no tiene un contenido político, pues sus fundamentos serían bastante endebles. Antes bien, es otro paso más en el diálogo entre las tres grandes religiones monoteístas, aunque se toma la paz como el hilo conductor del próximo encuentro en el Vaticano. Pero la paz no es solo es obra de los dirigentes políticos. Conocemos muchas paces y tratados en la historia que solo fueron treguas hasta la guerra venidera. La paz se construye, en primer lugar, entre los individuos, la gente corriente, cuando descubre que comparte muchos retos comunes con el otro a pesar de las diferencias culturales o religiosas. De hecho, el papa Francisco está convencido que el acercamiento y el diálogo entre las religiones es una contribución fundamental a la paz. El que dirigentes religiosos cristianos, judíos y musulmanes rechacen con energía, como viene sucediendo en los últimos años, que no es lícito matar en el nombre de Dios, supone un paso no pequeño. Sería bueno, no obstante, que esas voces elevaran más su tono para llegar a más gente.

Las relaciones del catolicismo con el judaísmo experimentaron una sensible mejoría en tiempos de Juan Pablo II, que gustaba de repetir la expresión “nuestros hermanos mayores” para referirse a los judíos, y que fue empleada por primera vez por el gran poeta nacional polaco, Adam Mickiewicz. Sin embargo, el papa Francisco ha querido ir un poco más allá de los gestos como las visitas a sinagogas hechas por sus antecesores. Ha depositado unas flores ante la tumba de Theodor Herzl, el fundador del sionismo, lo que habrá molestado a algunos palestinos, pero también hay israelíes que no estarán de acuerdo con el gesto de Francisco de detenerse a rezar ante el muro que separa Belén de Israel. No cabe duda de que el papa apuesta por la solución de dos Estados independientes, que responsables políticos de uno y otro lado aplazan indefinidamente en función de sus intereses personales en el contexto de complejas situaciones internas en lo político y lo social. Las parcelas de poder son en realidad más apreciadas que la propia paz, algo que incapacita para ver que el “cortoplacismo” perjudica el bien común.

Sin embargo, el mayor reto de Francisco en el futuro será el diálogo con el Islam. Seguramente hay dos vías: la de la razón y la de la toma de conciencia de que Abrahán es para las tres religiones “un padre en la fe y un gran ejemplo a imitar”, en expresión del papa en su discurso ante el gran muftí de Jerusalén.

La próxima cita en el Vaticano, sobre la que se apunta la fecha del 6 de junio, es más un encuentro interreligioso que un encuentro político. Acuden a visitar al papa dos hombres, exponentes de dos nacionalismos laicos, el sionismo y el panarabismo, acaso no marcados excesivamente en sus vidas por una dimensión religiosa. Sin embargo, tienen algo en común: la aspiración a la paz en una tierra en la que ha corrido demasiada sangre.