Jul 13 2015

¿Para comprender a Rusia? El Congreso de Viena

Se suele afirmar con frecuencia que la causa principal de las difíciles relaciones de Rusia con Europa y EEUU es que los occidentales no comprenden a los rusos. También acostumbra a decirse que no se puede identificar a Rusia con Putin, aunque no es menos cierto que Putin es un gobernante ruso típico, envuelto en los distintivos de la Historia y del nacionalismo. Para comprender a los rusos, vamos a hacer el ejercicio de imaginar lo que sus gobernantes nos dirían sin miramientos.

Al igual que cualquier otro líder de las potencias emergentes, el presidente ruso podría afirmar “Todos somos hegelianos”. Si vosotros habéis olvidado, en nombre de la estabilidad político-social y el bienestar económico, vuestra historia, nosotros no lo hemos hecho. La Historia sirve para movilizar a nuestro pueblo, algo que la post-política europea es incapaz de hacer.

Vosotros decís valorar la armonización de sistemas políticos y económicos como fundamento de la paz y la seguridad en Europa. Decís creer en un mundo liberal, democrático y kantiano. En cambio, nosotros escribimos Historia con mayúscula, al modo hegeliano, y creemos en un Estado fuerte porque todo Estado débil conduce a la anarquía. En nuestra memoria sigue estando presente el período de los disturbios en Rusia, a comienzos del siglo XVII, finalizado con la llegada al poder de los Romanov en 1613. Y la presidencia de Yeltsin nos evoca ese período histórico. Somos, ante todo, nacionalistas, y Occidente no tiene derecho a decirnos como gobernar nuestro país, pues la situación de nuestro pueblo no es la misma que en los países occidentales. Si queréis entender nuestra política, leed al filósofo ruso Iván Ilyin (1883-1954), un crítico de los totalitarismos y de la “democracia formal”, un exiliado de la revolución que buscó una tercera vía. Putin hizo trasladar sus restos desde Suiza en 2005 y a veces le cita en los discursos.

Si comprendéis todo lo anterior, también entenderéis que el modelo de las relaciones entre Rusia y Occidente no puede ser el de Versalles, que en 1919 humilló a la Alemania vencida en la Gran Guerra, aunque vosotros llegarais a pensar que fuisteis los únicos vencedores de la guerra fría. Sabemos que tampoco podemos exigir el modelo de Yalta en 1945. No somos tan poderosos como Stalin, conquistador de media Europa, ni fomentamos una cruzada ideológica por el planeta. No predicamos los valores universales del comunismo sino nuestros intereses nacionales, que se construyeron al ritmo de la Historia, y no de tratados y acuerdos internacionales marcados por la coyuntura del momento. También vosotros, europeos y norteamericanos, tenéis vuestros intereses, y la mejor de defender los intereses mutuos son los acuerdos entre las grandes potencias. ¿Queréis un modelo de diplomacia para el siglo XXI? Fijaos en el Congreso de Viena, cuyo bicentenario acaba de cumplirse.

De Viena salió un orden internacional, que evitó guerras generalizadas en Europa durante un siglo, y en el que encontraron acomodo potencias con sistemas autocráticos (Austria, Prusia y Rusia) y potencias liberales o moderadas (Gran Bretaña y Francia). No es casual que Putin inaugurara en noviembre de 2014, cerca del Kremlin, un monumento al zar Alejandro I, uno de los principales protagonistas del Congreso de Viena.  También estuvo presente Kyril, el patriarca de la iglesia ortodoxa. En aquella ceremonia, Putin alabó la obra del emperador ruso, estratega y diplomático de gran visión, y fundador de un sistema europeo de seguridad internacional. Subrayó el respeto mutuo de Alejandro por los intereses de los respectivos países, y a la vez añadió que aquel orden europeo se basaba además en valores morales. Probablemente estuviera también pensando en que la Rusia actual representa unos valores muy superiores a los de un Occidente inmoral y corrupto.

El Congreso de Viena otorgó a la Rusia zarista un estatus protagonista en el concierto europeo. En cambio, en la posguerra fría Occidente sólo ofreció a Moscú el Acta Fundacional para las relaciones Rusia-OTAN, y el Acuerdo de Colaboración y Cooperación entre Rusia y la UE. Tampoco es casual que ambos acuerdos fueran suscritos en 1997, durante la presidencia de Yeltsin. Demasiado poco para una Rusia que, en la época de Putin y mucho antes de la crisis de Ucrania, mostró ampliamente sus preferencias por los acuerdos económicos y políticos bilaterales.

¿Comprender a Rusia? El Congreso de Viena está asociado a conceptos como soberanismo, acomodo o concertación. No se asocia, como en el Acta de Helsinki, con los principios de respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales, y de la libre determinación de los pueblos. El Acta Final del Congreso de Viena es, ante todo, un acuerdo entre las grandes potencias. Por el contrario, El Acta Final de Helsinki recoge entre sus principios la igualdad soberana, y los derechos inherentes a la soberanía, entre todos los Estados participantes de Europa y América del Norte.


Jul 7 2015

El Estado Islámico o el retorno de la guerra de conquista

Cualquier estudiante de Derecho Internacional recordará haber leído que, tras la aparición de las Naciones Unidas, está prohibido el derecho de conquista territorial. En su manual al uso, nuestro estudiante podrá leer que la Carta de la ONU garantiza la integridad territorial de los Estados y que la Resolución 3314 (1974) de la Asamblea General considera un crimen toda guerra de agresión. Si la edición del manual no es muy antigua se le ilustrará con un ejemplo: la agresión de Irak contra Kuwait fue castigada con una “guerra-sanción” en 1991, autorizada por el Consejo de Seguridad.

Por desgracia para las teorías, la conquista territorial hizo su aparición en el escenario internacional en el verano de 2014. Fue ese el momento de la instauración del califato, noventa años después de su abolición en la Turquía de Atatürk, representado por el Estado Islámico (EI). Uno de sus principales rasgos es que no admite el principio de nacionalidad o de ciudadanía. Eso es una perversa invención de Occidente. No existen ni Siria e Irak, entidades artificiales construidas por el acuerdo franco-británico de 1916, ni cualquier otra frontera establecida en el mundo árabe-musulmán. El único principio válido es el de la fe islámica, con un retorno a los orígenes, al califato de los primeros siglos. En consecuencia, la conquista de los territorios que formaron parte de aquella unidad político-religiosa es para el EI algo perfectamente legítimo.

¿Cuál ha sido la respuesta de la comunidad internacional? La aprobación unánime de la resolución 2170 del Consejo de Seguridad, de 15 de agosto de 2014, en la que se condenan las acciones terroristas del EI y se insta a los Estados a no realizar transacciones económicas, en particular las ventas de petróleo, que beneficien a esta organización. Además se aprobaron medidas para detener el flujo de combatientes extranjeros que se unen a las filas del EI. No existe una referencia expresa a una intervención militar en la resolución, pero en ella se realiza un llamamiento para que, bajo el capítulo VII de la Carta, que autoriza el uso de la fuerza ante agresiones y amenazas a la paz, “se tomen todas las medidas necesarias para frenar, primero, y erradicar después las atrocidades cometidas por el EI en Irak y Siria”. Esta es la cobertura jurídica que ampara a la coalición internacional, liderada por EEUU, e integrada por 60 países. De ellos son 22 los que participan en operaciones militares.

Una vez más toda la estrategia se basa en la fuerza del poder aéreo. Se olvidan una vez más las lecciones de la historia. Nunca se ha derrotado al enemigo por esos medios. La Alemania hitleriana no fue aniquilada por los terribles bombardeos que sufrieron sus ciudades sino por la invasión terrestre de las tropas aliadas. ¿Y qué decir de otras guerras más próximas en el tiempo? ¿Para qué sirvieron los bombardeos sobre Vietnam del Norte? Se nos responderá que para obligar al gobierno de Hanoi a negociar con Washington y firmar los acuerdos de paz de París (1973). Pero dos años después las tropas norvietnamitas conquistaron el sur del país.

La realidad es que, tras el desgaste de las guerras de Afganistán e Irak, EEUU rehúye el envío de tropas terrestres. Quizás también se teme a la efectiva propaganda del EI en el ciberespacio, con su retórica habitual de descalificar a una coalición de “cruzados” y “apóstatas”. La falta de una mayor implicación de los países coaligados, y de la que se queja habitualmente el gobierno de Irak, suele justificarse afirmado que son los Estados de la región los que deben solucionar el problema. Pero el EI ha sido muy hábil transformando también su guerra de conquista en una lucha religiosa de los ortodoxos suníes contra los herejes chiíes. Esta es la consecuencia del grave error estratégico de Washington en Irak: la caída de Sadam Hussein llevó a la toma del poder por la mayoría chií hasta entonces oprimida. La venganza que algunos tomaron de los suníes ha alimentado el surgimiento del EI.

La expansión del EI es un ejemplo de guerra sectaria, y no se soluciona solo con bombardeos aéreos o medidas económicas. También es verdad que la solución debería partir de los países de la región. A este respecto hay dos países clave, Irán y Arabia Saudí. Ambos coinciden en que el EI es su enemigo, pero el programa nuclear de Teherán les aleja porque, en la percepción de Riad y las otras monarquías petroleras del Golfo Pérsico, este es un factor para consolidar la hegemonía iraní en la región. Esta percepción hace que la amenaza del EI no sea prioritaria. Mucho más peligroso sería la formación de un eje territorial chíi desde el Mediterráneo al Golfo Pérsico, con aliados de Irán en Líbano, Siria, Irak y algunos países de la península arábiga. Ahí está el ejemplo de la reciente intervención saudí en Yemen. Por lo demás, la presencia del EI también serviría para contrarrestar la amenaza iraní.

Mientras siga la guerra fría entre Arabia Saudí e Irán, que tiene más de tres décadas, las conquistas territoriales de los yihadistas proseguirán. Tan solo algún tipo de acercamiento entre Teherán y Riad sería una mala noticia para el EI. A la diplomacia rusa, influyente en Siria e Irán, le interesaría esta salida. ¿Y a las otras grandes potencias?