El último discurso de Henry Kissinger

Henry Kissinger en el Foro de Davos de 2008 (CC World Economic Forum)

La mente de Henry Kissinger ha estado activa hasta las últimas semanas antes de su muerte, que tuvo lugar el 29 de noviembre de 2023. Entonces se recordó el paso de Kissinger por la secretaría de Estado y salieron a relucir, sobre todo, las sombras de su gestión.

El dirigente político prevalecía una vez más sobre el experto académico, aunque su legado no puede reducirse a su actividad política, limitada en el tiempo, porque sigue teniendo gran importancia su contribución académica. En sus últimos años le preocupó el desafío que supone la inteligencia artificial, pero a la vez continuó reflexionando sobre las relaciones internacionales. En uno de sus últimos discursos, correspondiente al 19 octubre de 2023, mostró sus inquietudes ante el futuro.

Este discurso lo pronunció en Nueva York con motivo de la entrega del Happy Warrior, una distinción que homenajea al político demócrata y empresario Al Smith, el primer católico que compitió a la presidencia contra el republicano Herbert Hoover en 1928, pero fracasó ante los arraigados prejuicios de la época que rechazaban la llegada de un católico a la Casa Blanca.

Para Kissinger, Al Smith representa las virtudes cívicas norteamericanas, aunque fuera al mismo tiempo un político pragmático, y su figura le sirvió para una reflexión sobre el liderazgo, objeto de su último libro Leadership, donde se refirió a los líderes mundiales que trató personalmente. Kissinger asegura que el verdadero liderazgo alza a las personas de donde están para llevarlas donde no habían estado antes. No dice cosas diferentes a las de su libro: hay que armonizar el pasado de la sociedad y su futuro, sus experiencias y sus aspiraciones.

Percibe el ex secretario de Estado un mal común que afecta a Europa y Estados Unidos: la impugnación de los hechos del pasado. La conclusión que podría extraerse es la de que los negadores del pasado son incapaces de construir el futuro. Pero seguramente esos negadores nos dirían que se trata de borrar malas experiencias y construir un mundo mejor. En mi opinión, aceptar esos planteamientos nos lleva a un discurso basado en consignas, plagadas de emociones y sentimientos subjetivos, un discurso posmoderno de endebles cimientos.

En contraste, Kissinger apela a la necesidad de que los líderes tengan una estrategia definida, una estrategia con profundidad de visión, aunque adaptada a circunstancias cambiantes. Vivimos en la época de la globalización. En otro tiempo, Estados Unidos estaba protegido por dos océanos y sus instituciones políticas demostraban una gran solidez. Pero ahora, en opinión de Kissinger, no se puede ser visionario sin ser al mismo tiempo un táctico. Quizás esto explique que los analistas ya no hablan de “doctrina” al referirse a la actuación de los presidentes norteamericanos. Era de por sí complejo saber si existió una doctrina Obama, pero es seguro que nadie cree en la existencia de unas doctrinas Trump o Biden. Todo esto indica la falta de una estrategia definida y consolidada en política exterior.

Kissinger afirma que Estados Unidos ha encontrado por primera vez en su historia a un país con recursos potencialmente comparables a los suyos. Se trata de China, que se cree sucesora de una gran civilización y exige el estatus de gran potencia por su tamaño demográfico y económico. Los estadounidenses creen en que sus valores son de aplicación universal. En cambio, los chinos los consideran propios únicamente de Occidente. Esto es, por tanto, un camino para el enfrentamiento. Kissinger, eterno admirador de la teoría del equilibrio entre las potencias, habla de la necesidad de un equilibrio que permita evitar el conflicto de China y no abandonar a Taiwán. Pero ha de ser un equilibrio permanente y continuado, nunca de carácter puntual.

El ex secretario de Estado ve un poco más difícil la relación con Rusia. Los rusos tienen una visión “mística” de su historia que la hace poco compatible con la independencia de sus vecinos. Este es el caso de Ucrania, cuya lucha debe de ser apoyada, pero Kissinger reconoce que habrá que contar con Rusia para alcanzar un acuerdo final. La diferencia con su postura de años atrás es que Kissinger ya no se opone directamente a la entrada de Ucrania en la OTAN. Antes bien, defiende la revitalización y expansión de la Alianza. Sin embargo, esto significa que no será fácil incorporar a Rusia al orden europeo en la posguerra, tal y como defiende Kissinger, porque los rusos se mueven en unas coordenadas históricas hoy por hoy inamovibles, unas coordenadas propias de un Imperio que ya no existe.

Respecto a Oriente Medio, en el discurso se defiende el papel activo y directo de la diplomacia norteamericana, tal y como sucedió en el pasado. No está de acuerdo con esa retirada “estratégica” de la región, desarrollada por Washington en los últimos años, y llama la atención sobre la amenaza de Irán sobre Israel, con toda clase de armas devastadoras. Sin embargo, no hace ninguna referencia a la solución de los dos Estados, israelí y palestino, que en estos momentos parece muy lejana.

En este discurso tenemos al Kissinger de siempre, pragmático, gradualista, defensor del equilibrio de las potencias. Pero estamos lejos de esa etapa porque para que exista el equilibrio debe de haber un orden internacional, y no parece ser el tiempo del orden sino el de las ambiciones geopolíticas, que quieren ajustar cuentas con el pasado y que traen como consecuencia un mundo más inestable.


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