Ago 28 2013

El fatalismo y la justificación de la intervención en Siria

No ha sido la primera vez en que se han utilizado armas químicas en el conflicto sirio y tampoco la primera vez en que Obama afirmara que se habían traspasado las “líneas rojas”. Por tanto, y por una cuestión de credibilidad en su política exterior, el presidente americano está preparado para dar una respuesta armada en Siria que consistirá en una serie de bombardeos selectivos, en los que no se buscará tanto destruir el arsenal químico de Asad, algo tan arriesgado como incierto, sino golpear al régimen a modo de advertencia para que no vuelva a emplear esas armas. Estos objetivos limitados recuerdan un poco el “método Clinton” de bombardeos en Sudán y en Afganistán en 1998, en represalia por los ataques de Al Qaeda a las embajadas americana en Kenia y Tanzania, la operación “Zorro del desierto” de americanos y británicos del mismo año contra objetivos militares en Irak, pero también nos recuerdan la campaña aérea de Kosovo en 1999 con sus “cero bajas” para los miembros de la OTAN, pero que conllevó setenta y siete días de bombardeos, en los que no faltaron los temidos daños colaterales y en los que el ejército serbio se dedicó a camuflar los posibles objetivos de los ataques aéreos. Sin embargo, el conflicto de Kosovo dio lugar a un despliegue posterior de tropas de la Alianza sobre el terreno amparadas en un mandato de la ONU, si bien el desenlace de los hechos no fue la caída de Milosevic que sólo se produjo al año siguiente por una revolución interna.

Con todo, la Casa Blanca parece pensar en el precedente de Kosovo para justificar una acción armada para la que nunca obtendrá un mandato expreso del Consejo de Seguridad por el veto de Rusia y China, aferradas al principio de la soberanía de los Estados y la no interferencia en sus asuntos internos como base fundamental del Derecho Internacional. Pero pese a no contar con el mandato de la ONU, no se producirá una fractura en el mundo occidental como en la guerra de Irak de 2003, entre otras cosas porque el objetivo no es el cambio de régimen. No habrá ninguna resolución, como la 1973 del Consejo de Seguridad sobre Libia, que se acoja al principio de la responsabilidad de proteger a la población civil, y americanos y europeos se acogerán a disposiciones genéricas, que no les otorgan un mandato expreso de intervención, aunque les sirven de arsenal legal para justificarse en una operación limitada que, en el caso de Obama, estaría destinada a responder a esa gran mayoría de la opinión pública nacional y internacional que critican su inacción en Siria. Desde la óptica de algunos gobernantes occidentales, la intervención está fatalmente determinada. No cabe escapar a ella porque hay que “salvar la cara”. Pero esta actitud responde a tácticas a corto plazo, y no a una estrategia más ambiciosa en el conflicto sirio.

Es significativa la intervención del presidente Hollande en la XXI Conferencia de los Embajadores Franceses, con estas palabras: “El Derecho Internacional debe evolucionar con su tiempo. No debe ser un pretexto para dejar que se perpetren masacres masivas. Por eso reconozco el principio de la responsabilidad de proteger a las poblaciones civiles que la Asamblea General de las Naciones Unidas ha votado en 2005”.  No ha hecho Hollande una referencia expresa a la Convención sobre Armas Químicas (1993), probablemente porque Siria nunca ha sido parte en dicha Convención, y el líder socialista se basó, en cambio, en la Documento Final de la Cumbre Mundial de la ONU de 2005, una resolución de la Asamblea General que fue adoptada por el método del consenso, y que se refiere a la responsabilidad de proteger a los civiles en los párrafos 138-140, si bien este asidero legal no admite demasiados resquicios porque insiste en que cada Estado tiene la responsabilidad primaria de proteger a su población del genocidio, los crímenes de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad. Pero las medidas colectivas que pueden adoptar los Estados siguen remitiendo al Consejo de Seguridad. Hay sólo una referencia muy genérica a  que “La comunidad internacional debe, según proceda, alentar y ayudar a los Estados a ejercer esa responsabilidad”. El problema reside, como cabía esperar, es cómo se pone en práctica, la responsabilidad de proteger, y de los informes sucesivos del Secretario General sobre esta cuestión no se deduce una solución al margen de la Carta de las Naciones Unidas. Dice el informe de 2009: “Si resulta evidente que un Estado no protege a su población, la comunidad internacional debe estar dispuesta a adoptar medidas colectivas para hacerlo, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas”.  De ahí que uno de los efectos de la intervención en Siria, por muy limitada que sea, será minar, otra vez más, la credibilidad de las Naciones Unidas, que serán presentadas una vez más como el refugio de los dictadores de toda índole, aferrados a un inamovible soberanismo. Recordemos que en septiembre de 2012 sólo participaron 58 Estados miembros de la ONU y una organización regional en un debate sobre la responsabilidad de proteger.

Pero pasada la euforia inicial del “por fin hemos hecho algo”, con referencias muy genéricas a la legalidad internacional, el conflicto de Siria no habrá finalizado. Probablemente se tratará de reconducir el asunto a una segunda conferencia de Ginebra, en la que seguramente la oposición siria, o quienes dicen representarla, tenga una posición de fuerza mayor en la mesa de negociaciones que la previa a la intervención occidental cuando Asad, que lucha por su vida, aparecía como el próximo vencedor del conflicto. La intervención occidental tendrá en cuenta también estos cálculos.


Ago 22 2013

Egipto y la política exterior europea

La diplomacia europea se ve obligada a tener algún tipo de reacción frente a los acontecimientos de Egipto. No será difícil adoptar alguna posición común limitada a la suspensión de programas de cooperación económica o a otras sanciones, pero es reducida la posibilidad de que estas medidas contribuyan al fin de la violencia y el retorno del proceso democrático. Si EEUU tiene poca capacidad para influir en los acontecimientos, pues está maniatado por sus intereses respecto al canal de Suez e Israel, Europa tiene menos posibilidades de influencia. Los gobernantes europeos lo saben sobradamente, aunque tampoco pueden quedarse callados. Evitaron en cualquier comunicado, al igual que Washington, emplear el término “golpe militar” y quisieron mediar entre los militares y los Hermanos Musulmanes para reconducir el proceso democrático. No fue la diplomacia europea la única con intención mediadora, pues también lo intentaron EEUU y algunos Estados árabes sin éxito, pues el partido islamista se aferró a la legitimidad de las urnas y no se mostró dispuesto a ceder, mientras que los militares perdieron la paciencia ante quien cuestionaba su autoridad.

En cualquier caso, Europa se ve esforzada escenificar una respuesta política ante las masacres en Egipto, pero está muy lejos de ser una alternativa creíble a la diplomacia americana. Hay analistas como Jean Marie Colombani, vinculado al diario Le Monde, que partiendo de un dicho cierto como el de “la naturaleza aborrece al vacío”, hacen un llamamiento a los dirigentes europeos para llenar el vacío que supuestamente estaría dejando EEUU en Oriente Medio tras el aumento de las posibilidades de recuperar su independencia energética. Es apresurado decir que Washington se retirará de la región, pues el futuro de  Israel está vinculado a sus intereses, pero de ahí a pensar que Europa puede ocupar su lugar, media un abismo. La política europea en el Mediterráneo ha pasado siempre por una defensa de la estabilidad lo que  implicaba una cuantiosa inversión económica en la orilla sur, que no necesariamente garantizaba una situación estable sino la perpetuación de un statu quo político y social  que, tarde o temprano, se rompería con las revueltas de la Primavera Árabe, en las que los hechos demostrarían que la democracia legitimada por las urnas no supone por sí misma el triunfo de los derechos humanos y del Estado de Derecho, valores en los que se fundamenta la Unión Europea. Sin esos valores, Europa es poco más que una gran área de libre comercio, un espacio que ha servido para construir la paz entre los pueblos europeos, pero que tiene una gran carencia: no es capaz de exportar sus valores más allá de sus fronteras en un mundo en el que los soberanismos y nacionalismos marcan la pauta. En un tiempo de autoafirmaciones nacionalistas, nadie quiere hablar de cesiones de soberanía para alcanzar la paz, siguiendo el método practicado por el proceso de integración europea. El internacionalismo liberal de Europa es poco exportable, sobre todo porque carece de los instrumentos necesarios para hacerse respetar. Los nacionalismos fuera de Europa viven todavía en una edad heroica y desprecian el Estado post-heroico que les propone la Unión Europea.

Con todo, en Europa se oyen de continuo voces de preocupación ante el desajuste entre una Europa gigante en lo económico y lo comercial, y otra pigmea en lo político y lo militar. Analistas de  toda tendencia claman por el aumento de las capacidades diplomáticas y militares europeas, pero sus gritos chocan contra el muro de la falta de voluntad política de los Estados, que a veces toman como excusa la crisis para la inacción. Sin embargo, una Europa gran potencia político-militar choca de raíz con sus primitivos orígenes. La Europa preconizada por Churchill en su célebre discurso de Zurich en 1946 era “una gran Suiza libre y feliz”. En un planteamiento economicista y de  Estado del bienestar no caben las grandes aspiraciones en política exterior y de seguridad. Sólo cabe una diplomacia en la que se intenta construir la paz por medio del comercio, una idea kantiana y de un racionalismo fundamentado en que los conflictos no estallan si el bienestar económico está garantizado. Por desgracia, los conflictos tienen sus raíces en la irracionalidad. Un racionalismo muy del siglo XVIII puede darse de bruces con un nacionalismo del estilo del siglo XIX.

El gran obstáculo para una eficaz política exterior de Europa no es sólo la variedad de intereses y aspiraciones de los 28 miembros de la Unión. Es, sobre todo, que los pueblos europeos, en su afán de conjurar un pasado siniestro de guerras y revoluciones, han decidido, consciente o inconscientemente, hacer suyo el lema de Cándido, aquel personaje de Voltaire que, tras muchos viajes y penalidades, llegó a la conclusión de que “lo único que hay que hacer es cultivar nuestro jardín”.  Cultivar el jardín europeo y plantar una cerca que nos proteja de las mareas del exterior.


Ago 9 2013

La agenda vacía de Putin y Obama

La cancelación de la cumbre Putin-Obama, prevista en Moscú para el próximo 4 de septiembre, es un efecto esperado del caso Snowden, y demuestra también que el ex analista de la CIA es un instrumento de las diplomacias rusa y estadounidense. Al gesto del asilo temporal, otorgado formalmente según la legislación rusa e internacional, se responde con la suspensión de una cumbre que tampoco despertaba demasiados entusiasmos por la escasa sintonía entre las agendas de Moscú y Washington. Se podría decir que los dos presidentes han hecho lo que cabía esperar de ellos.

El caso Snowden vino llovido del cielo a los rusos. No lo buscaron ellos, pero decidieron aprovecharse de la situación, no tanto por las informaciones que pudiera facilitarles el americano, sino porque ofrecía la posibilidad de brindar a la opinión pública interna y externa una actitud firme de la Rusia nacionalista y soberana, tan cara a Putin tras las humillaciones de la época de Yeltsin, frente a la “hiperpotencia” americana. De paso, se contraatacaba a los americanos en su propio terreno: el de la defensa de la libertad y de los derechos humanos, pues la imagen de Snowden en los medios, a escala mundial, es la de un héroe o un disidente, pero apenas la de un traidor. En este sentido, Putin tiene que estarle agradecido a su rival, Alexei Navalny, candidato a la alcaldía de Moscú, por haber apoyado la concesión de asilo a Snowden. Después de todo, con independencia de su compromiso con la democracia, Navalny es un nacionalista ruso. Oponerse a Putin, o a los comunistas chinos, no conlleva, como en tiempos de los disidentes soviéticos, alinearse con el país que entonces era conocido como el líder del mundo libre.

Obama se ha referido a que las actitudes de Putin están ancladas en la mentalidad de la guerra fría, pero sería más exacto decir que su mentalidad es más propia de la obstinada persistencia de considerar a Rusia como una gran potencia mundial, tras el enorme revés estratégico que supuso la desaparición de la URSS. Una Rusia que se ha sentido acosada por la expansión de la OTAN a Europa central y  las repúblicas bálticas o por el crecimiento la influencia americana en los Balcanes, Ucrania y Georgia, no perdería la oportunidad de hacer una política obstruccionista a los intereses americanos a escala global, desde la oposición a la guerra de Irak y a las sanciones contra Irán pasando por el apoyo a los desafíos del eje bolivariano o a la Siria de Asad. Bien podría preguntarse Putin: ¿cuáles son las ventajas de la cooperación con EEUU? En el campo de la reducción de armamentos nucleares, requerida por Obama, está el obstáculo del escudo antimisiles de la OTAN, pero tampoco Moscú aceptará una reducción que le sitúe en cierta desventaja frente a Pekín, su teórico aliado en el frente diplomático antiamericano. En el campo de la lucha contra el terrorismo islamista, los americanos ayudan a una oposición siria que abriría el paso a un régimen integrista, y es inquietante la presencia de yihadistas chechenos que combaten a las fuerzas de Asad.  A esto se añade que no hay un horizonte estratégico definido tras la retirada de las tropas americanas de Afganistán, con el consiguiente peligro de inestabilidad en Asia central, algo preocupante para los rusos y sus aliados en la zona.

Si la agenda está vacía, esto significa que ninguno de los dos países ocupa un lugar preferente en las respectivas políticas exteriores. De ahí que cancelar una cumbre, con o sin el pretexto de Snowden, sea una consecuencia previsible en un momento en que las colisiones entre  rusos y  estadounidenses, en opinión del analista Fiodor Liukanov, se inscriben en el ámbito de lo emocional y lo virtual. No estamos, por tanto, ante una reedición de la guerra fría, que no interesa a ninguna de las partes, sino ante gestos previsibles en una agenda diplomática estancada.


Ago 1 2013

¿Una victoria pírrica en Egipto?

Un mes después de la destitución del presidente Morsi por un golpe militar, que quiso dotarse de la legitimidad de millones de manifestantes pidiendo la retirada del Jefe del Estado, la situación en Egipto está lejos de presentar un horizonte despejado. El calendario de reforma constitucional, referéndum, y elecciones legislativas y presidenciales en el plazo de un año resulta demasiado optimista para ser creíble. Después de la revolución de 2011 que derrocó a Mubarak, y que desembocó a los dieciséis meses en una nueva defenestración política, habría que decir que nunca segundas transiciones fueron buenas. Si el objetivo de una transición es la convocatoria de elecciones libres, los resultados en Egipto serán un reflejo de la polarización de la sociedad entre la Hermanos Musulmanes y los secularistas liberales, por no hablar de los salafistas, de Nur, fundamentalistas que también aplaudieron la caída de Morsi, o de aquellos nacionalistas que echan de menos la “estabilidad” de las décadas pasadas. Nada nuevo a lo que hemos visto en el último año.

Hay que hacerse una cierta violencia mental para presentar las manifestaciones anti-Morsi como un ejemplo de la acción de la sociedad civil que hace uso de su derecho de resistencia a la opresión, aplicando la teoría de Locke como los colonos americanos en el siglo XVIII. No estamos ante un George Washington o un Simón Bolívar egipcios que derrocan al tirano y luego construyen un proceso político secundado por la gran mayoría de su pueblo. No cabe desconocer que una gran mayoría de egipcios sigue siendo partidaria del islamismo político, sobre todo porque el poder establecido, bien fuera la monarquía del rey Faruk o los gobiernos controlados por los militares que la siguieron, persiguieron encarnizadamente a los Hermanos Musulmanes, y toda persecución contribuye a dar a los perseguidos la aureola del martirio. Es lo mismo que está sucediendo ahora, derramamiento de sangre incluido. Por tanto,  resulta muy apresurado decir, como hacía un columnista del semanario Al Ahram, que estamos ante el fin del Islam político y el comienzo de un Estado para todos los ciudadanos basado en el imperio de la ley, la justicia, la igualdad y la libertad. Es lo deseable para la nueva transición, pero no se ajusta a la realidad actual.

Pero no es menos cierto que el gobierno de los Hermanos ha decepcionado a muchos de los que les votaron. Estos electores terminaron por descubrir que no existen soluciones mágicas para los problemas de la miseria y del desempleo de los jóvenes, y que el país está al borde del colapso económico. La acumulación de poderes por los gobernantes no ha sido percibida por la opinión pública como el efecto de una situación de  emergencia a la que hay que hacer frente sino como una ruptura de la legitimidad alcanzada en las urnas. El Egipto de Morsi parecía convertirse en un paradigma de lo que el analista Fareed Zakaria llama las “democracias no liberales”, aunque no está claro que la evolución del proceso político, a corto plazo, desemboque en una auténtica democracia, una democracia que no lleve adjetivos añadidos porque sí los lleva, no es un régimen democrático y de libertades.

La segunda transición egipcia tendrá que contar con los Hermanos Musulmanes, y éstos habrán de reconocer, aunque sea implícitamente, que no cabe un retorno a la situación anterior al 30 de junio, lo que hace de Morsi un político amortizado. Una transición al margen de los islamistas es un riesgo que los militares no deberían correr, pues ahondaría en la fractura de la sociedad egipcia, algo que también estaba haciendo un presidente que había asumido unos poderes faraónicos. Una verdadera transición pasa porque no existan ni vencedores ni vencidos.

La clase política egipcia debería aprender de los errores de los dos últimos años y medio. Pero también sería aconsejable que los Hermanos demostraran una mayor prudencia si los resultados electorales les favorecen, pues siguen siendo el grupo político-religioso mejor organizado de Egipto, pese a la decepción que ha supuesto Morsi. Los partidos secularistas están divididos y el movimiento Tamarrod, que convocó las protestas contra los Hermanos, no está concebido para trasvasar a las urnas su poder de convocatoria en las redes sociales y en la calle. En tales circunstancias, el golpe militar, apoyado por los secularistas, puede desembocar en una victoria pírrica.