Feb 20 2015

El cuarteto de Normandía

El título se parece al de una serie de novelas de Lawrence Durrell, si bien en realidad es una iniciativa diplomática, aunque los resultados de sus negociaciones parecen tener la misma sensación agridulce, y un tanto desesperanzada, que podría obtenerse de la lectura de los libros de aquel escritor británico. El cuarteto, compuesto por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania, nació durante las conmemoraciones del 70º aniversario del célebre desembarco, a las que finalmente acudió Putin, invitado mucho antes del estallido de la crisis de Ucrania. Es el cuarteto el que ha impulsado los sucesivos acuerdos de Minsk y las correspondientes treguas de las que el tiempo está demostrando que son pausas para una situación sobre el terreno sin vuelta atrás. El cuarteto se asemeja a dos vecinos enfrentados que buscan dos mediadores, pero el problema surge cuando uno de los vecinos tiene más poder y fuerza que el otro. Los mediadores procurarán no desairarle, aunque esto lleva inexorablemente la consecuencia de que el vecino débil sufra las presiones no solo de su adversario sino incluso de los mediadores. Estos no le desean ningún mal si bien le aconsejan que no oponga demasiada resistencia pues puede ser peor para él. ¿Qué puede hacer? Necesita a los mediadores, sobre todo a Alemania, pero corre el riesgo de que si cede demasiado, su propia familia, la que habita en su casa, se rebele contra él. En consecuencia, Ucrania tiene que ceder y esto se considera un mal menor, aunque el paso del tiempo, sobre todo por el territorio que poco a poco deja de estar bajo la soberanía de Kiev, demuestra que el mal es mayor. El resultado es un “conflicto congelado”,  que puede activarse en cualquier momento. Estamos ante un statu quo no permanente, sino revisable. Moscú es quien juega con más ventajas en el cuarteto. No está en guerra con Ucrania, pues niega la presencia de sus tropas en el país, pero se solidariza con sus “hermanos” de la región del Donbass. Rusia ofrece su mediación sobre ellos, pero si, pese a todo, las hostilidades se reanudan, lógicamente los rusos presentarán la situación como algo que escapa a su control y, por tanto, no se les debería exigir responsabilidades. La soledad de Ucrania en el cuarteto es manifiesta. Es Rusia quien ha influido en la configuración definitiva de los miembros de esta iniciativa diplomática. No están presentes en ella ni EEUU ni Gran Bretaña, considerados amigos de Ucrania. Pero, ¿realmente querrían participar si eso les llevara a comprometerse excesivamente con ese país y a empeorar sus relaciones con Rusia? La ausencia del amigo americano es la más clamorosa. Esto ayuda a que la mayoría de los países de Europa Central y Oriental, a los que solía considerarse pro-americanos, compartan la percepción de que un Obama, volcado en Asia y hasta cierto punto en Oriente Medio, ha perdido interés por lo que suceda en su área geográfica. Más llamativo resulta que Polonia esté excluida del cuarteto de Normandía. Tampoco es extraño al ser el principal aliado de Ucrania en la región, pues en el núcleo de su política exterior está grabado, de alguna manera, aquella frase atribuida al fundador del moderno Estado polaco, el mariscal Pilsudski: “No hay una Polonia libre sin una Ucrania libre”. La exclusión de Polonia parece haber debilitado el triángulo de Weimar, la asociación estratégica constituida por París, Berlín y Varsovia en 1991.  Con todo, debemos reconocer que Polonia se mueve con cautela en este asunto, en una mezcla de firmeza y voluntad de compromiso, pues bien sabe que sus vecinos, Alemania y Rusia, son indispensables en sus proyectos estratégicos. Para algunos, el cuarteto de Normandía es una concesión a Rusia. Para otros, la única manera de salvar a Ucrania. Desgraciadamente esta historia me recuerda mucho a lo que decía el primer ministro francés Clemenceau cuando en la conferencia de París (1919) le preguntaban por el destino de Austria: “¿Austria? Austria será lo que quede”.


Feb 2 2015

Syriza y Rusia: la conjunción de los nacionalismos

A diferencia de otros gobiernos griegos anteriores que expresaban más discretamente su “comprensión” hacia Rusia, el ejecutivo de Syriza no oculta sus simpatías por la Rusia de Putin. No deja de ser llamativo que Alexis Tsipras se reuniera el 26 de enero, antes de tomar posesión como primer ministro, con los embajadores ruso y chino. Se diría que estaba tratando de enviar el mensaje de que hay otras alternativas a la UE y a EEUU, máxima encarnación de la oligarquía global, y en definitiva al capitalismo liberal que habría tenido mucho que ver con la asfixiante deuda griega. Quizás Syriza pretenda mirarse no tanto en el espejo del socialismo como en el del capitalismo de Estado, representado por las dos principales potencias mundiales de un nuevo mercantilismo vinculado en buena lógica al nacionalismo.

La conjunción entre Syriza y Rusia tiene su fundamento en los respectivos nacionalismos, aunque para alimentar la relación también pueden añadirse a la receta unos ingredientes de vínculos históricos y culturales entre los “hermanos ortodoxos”, los herederos de Bizancio y los de la tercera Roma que pretendía ser la Rusia de los zares. Este enfoque “metapolítico” le encaja mucho más a los socios de gobierno de Syriza, el partido Anel, la coalición nacionalista Griegos Independientes, de corte antieuropeísta,  que surgió de una escisión de la conservadora Nueva Democracia y que está liderado por Panos Kamenos. La alianza entre dos extremos del espectro político ha surgido porque ambos comparten el mismo ideario de anti-austeridad y rechazan toda la legislación introducida con motivos de los dos rescates griegos. Coinciden también en considerar al neoliberalismo como su bestia negra. Pero hay otras cosas que distancian a Anel de  Syriza: los nacionalistas se oponen a toda separación entre la Iglesia y el Estado, así como a cualquier proyecto de ley que consagrara el matrimonio homosexual o cualquier otro postulado de la ideología de género. De ahí que los miembros de la coalición tendrán que centrarse en el objetivo de la renegociación de la deuda con la UE y en otros asuntos socio-económicos. Tampoco puede esperarse un cierto apaciguamiento en las relaciones con Turquía ni concesión alguna en Chipre. El ideario de Anel no lo permitiría. Syriza debe de extremar sus cautelas en estas y otras cuestiones porque el futuro de su gobierno pendería de un hilo.

Pero si en algo coinciden Syriza y Anel es en consolidar una relación estratégica con la Rusia de Putin. Hay intereses económicos de por medio, aunque no todo puede reducirse a eso. Quizás un objetivo sea que Rusia reconsidere la cancelación del proyecto de gaseoducto South Stream, pues Grecia necesita de esa fuente energética, un interés compartido por otros países de la UE y de los Balcanes Occidentales. Y está claro que Moscú ha enviado un mensaje en diciembre pasado a su tradicional aliada, Serbia, en el sentido de que el proyecto no ha sido cancelado, eso sí, siempre y cuando Europa corra con la mayor parte de los gastos.

Por otro lado, en la crisis de Ucrania, Syriza se ha opuesto en la Eurocámara al acuerdo de asociación con Ucrania y tampoco está conforme con la adopción de nuevas sanciones contra Rusia tras el incremento de los combates en el este de Ucrania. La necesaria unanimidad del Consejo Europeo en política exterior se encontrará con el obstáculo del veto griego a las sanciones contra Rusia. No obstante, la oposición no puede ser excesivamente radical, pues el tema de la renegociación de la deuda está también sobre la mesa. Pese a todo,  el gobierno griego no se mostrará excesivamente preocupado, pues sabe muy bien que otros socios europeos, perjudicados en sus intereses económicos, también son reticentes al aumento de las sanciones.

Se ha dicho también que los líderes de Syriza y de Anel simpatizan con el ideólogo nacionalista ruso, Aleksander Dugin, representante de un eurasianismo, que combina las ideas del pensador esotérico francés René Guénon, del fascista italiano Julius Evola, del “nacional-bolchevismo” o de la tradición eslavófila rusa del siglo XIX. A Dugin le han calificado de ideólogo de Putin, lo que es, sin duda, exagerado, pues el presidente ruso es nacionalista pero también pragmático, poco amigo de enredarse con dogmas ideológicos. De ahí que no resulte fácil adivinar sus inmediatas intenciones. Dugin aplaudirá las acciones de Putin, pero éste no se deshará en elogios del ideólogo. En cualquier caso, Syriza simpatiza con una Rusia nacionalista que planta cara a europeos y norteamericanos. Las imágenes de mayo de 2014 que muestran a Alexis Tsipras en Moscú, reunido con Valentina Matviyendko, presidenta del Consejo de la Federación Rusa, resultan significativas.