Abr 16 2014

Ucrania: de la tragedia aplicada a la política internacional

Muchos espectadores de la crisis de Ucrania tienen el sentimiento de estar ante una tragedia que escapa a sus protagonistas. La impotencia del gobierno ucraniano, la retórica y el nerviosismo de Occidente, la determinación de Rusia… Son factores indicadores de que el mundo de la posguerra fría parece haber tocado a su fin y que estamos ante el comienzo de una nueva era de perfiles indefinidos. Un mundo en el que se debilita un principio como el de la intangibilidad de las fronteras, sacralizado desde 1945 y un tanto cuestionado tras la caída de los regímenes comunistas, es un mundo en el que las amenazas a la seguridad internacional irán en aumento. EEUU y Europa siempre se han comportado en la crisis ucraniana como los defensores del statu quo y de la contención limitada. Rusia sabe que no habrá respuesta militar (no la hay contra un Estado nuclear) y sí un endurecimiento de las sanciones, pero también es consciente de las discrepancias entre los socios de la UE, paralizados por su dependencia energética. De ahí que en sus cálculos considere que esas sanciones no serán demasiado efectivas y aunque produjeran graves perjuicios económicos, no llevarán a Moscú a dar un paso atrás, ni en Crimea ni en el resto de Ucrania.

En este año se conmemora el centenario de la Primera Guerra Mundial. No soy amigo de paralelismos históricos, pero las circunstancias actuales recuerdan, y solo basta con cambiar nombres, a lo que opina sobre los Balcanes el historiador Christopher Clark en su obra Sonámbulos. A los acontecimientos en aquella región contribuyeron tanto el victimismo histórico como el chovinismo nacionalista, además de la debilidad de los Imperios otomano y austrohúngaro. Fueron factores que generaron una tragedia.

Esta es la “lógica” de la tragedia. Un discurso lleno de referencias históricas como el del nacionalismo de Putin nunca se dejará impresionar por el análisis del coste-beneficio ni por consideraciones sobre racionalidad e irracionalidad ni por sus consecuencias. Si la crisis de Ucrania se hubiera cerrado con la anexión de Crimea, esto no habría traído las garantías deseadas por Moscú. Por el contrario, la reacción de Kiev fue firmar la parte política de un acuerdo de asociación con la UE el pasado 21 de marzo, lo que indicaba que el gobierno ucraniano quería seguir por la senda pro-occidental, un camino en el que tampoco cabría excluir una solicitud de adhesión a la OTAN. Si además las elecciones presidenciales del 25 de mayo solo habían de servir para alejar todavía más a Ucrania de la órbita de Moscú, el escenario para la agitación en el este y sur del país estaba servido. Para Putin, las confrontaciones armadas han de servir para unir, y no para dividir, para Rusia. Así sucedió con la segunda guerra de Chechenia (1999) y la guerra con Georgia (2008). Otro tanto está sucediendo con la crisis de Ucrania, susceptible de desencadenar en un conflicto que la mayoría de la opinión pública rusa aprobaría al estar convencida de que sería un paseo militar. Los discursos del poder a posteriori  nos hablarían de Poltava, la batalla de 1709 en que Pedro el Grande venció al rey sueco Carlos XII y sus aliados ucranianos, o de Odessa, vinculada, no menos que Crimea, a la historia heroica de Rusia.

Hay otra circunstancia que fomenta la posibilidad del conflicto. Una circunstancia trágica alentada por la “lógica” del nacionalismo. Se repite, por activa y por pasiva, que las guerras asimétricas nunca se ganan, aunque vayan precedidas de una victoriosa campaña militar convencional. Los ejemplos esgrimidos son los de EEUU en Irak y Afganistán. Por el contrario, Rusia puede presumir de haber sido vencedora, al menos en apariencia, en la guerra asimétrica de Chechenia. La primera guerra con los chechenos (1994-1996) acabó en un reconocimiento de facto de las pretensiones secesionistas. Pero esto fue en tiempos de Yeltsin. Con Putin, la segunda conflagración desembocó en la “pacificación” oficial de la república rebelde. Sin embargo, sería arriesgado para los rusos creer que sucederá lo mismo en el caso de una Ucrania a la que hubieran vencido previamente en un conflicto convencional.

Las negociaciones entre EEUU, Europa, Rusia y Ucrania no están llamadas a tener resultados efectivos. Una de las partes, Moscú, por medio del twitter del ministro de asuntos exteriores, Lavrov, está convencida de que no hay vuelta atrás en los acontecimientos y que el mundo vive una nueva época. Sus palabras son tajantes: “El orden mundial está siendo reestructurado. Es un proceso doloroso. Pero Occidente tiene que aceptarlo”.

Rusia dispone de las armas del suministro energético y de la federalización para doblegar a Ucrania. Una invasión sería el último recurso, aunque sigue estando sobre la mesa. Sería la opción trágica de un Estado apoyado mayoritariamente por su opinión pública y que considera que las sanciones económicas perjudicarán, sobre todo, a los europeos y que, por otro lado, serán un instrumento para consolidar el poder interno de Putin.


Abr 8 2014

Ucrania: ¿Una “Tormenta a las puertas”?

El artículo publicado en diversos diarios del mundo por el Project Syndicate y escrito por la ex primera ministra ucraniana y candidata presidencial aventajada, Yulia Timoshenko, tiene referencias históricas de un tono inquietante. Tras la lectura de  La tentación de Yalta en Ucrania http://www.project-syndicate.org/print/yuliya-tymoshenko-warns-against-vladimir-putin-s-recent-proposals-for-resolving-the-ukraine-crisis/spanish, no es difícil pensar en Checoslovaquia (1938), Polonia (1939) o los Estados Bálticos (1940), por no citar otros ejemplos de países que en la II Guerra Mundial sucumbieron ante la arrolladora máquina militar de vecinos poderosos como la Alemania hitleriana o la URSS.

El hecho de que Ucrania esté desapareciendo de las primeras páginas de los medios de comunicación produce en Timoshenko más preocupación que tranquilidad. No duda en comparar el momento presente con los ocho meses transcurridos entre la invasión alemana y soviética de Polonia con la guerra relámpago desencadenada por Hitler contra Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Francia en mayo de 1940. Es lo que los historiadores llamaron la “falsa guerra”. Timoshenko consigue transmitirnos en su artículo la sensación de “tormenta a las puertas”, por citar el título de Churchill en uno de los volúmenes de sus memorias de guerra.

El temor principal de la ex primera ministra es que su país se convierta en objeto de una transacción entre Moscú y Washington, un nuevo Yalta como el de 1945, que marque una línea divisoria en Europa, con la circunstancia añadida de que Yalta, al estar situada en el sur de Ucrania, caerá otra vez del lado ruso. No lo dice Timoshenko, pero la Administración Obama no quiere romper todos los puentes de entendimiento con Rusia, a la que necesita para salvar la cara en Siria, Irán y Afganistán, y dedicarse así mejor a Asia-Pacífico, su principal zona geopolítica de interés en el siglo XXI.

La ex primera ministra no contempla una invasión inminente del este y sur de Ucrania por fuerzas rusas. Considera mucho más peligrosa la “ofensiva de paz” desencadenada por Moscú en favor de la federalización de Ucrania, aplicada a las áreas rusófonas. Timoshenko es originaria de  Dnipropetrovsk, en el este del país, y acaso en otras circunstancias hubiera defendido un modelo federal para Ucrania. Sin embargo, ahora lo rechaza, pues daría lugar a una docena de Crimeas que serían, tarde o temprano, la coartada de Rusia para la anexión. Por lo demás, la candidata presidencial critica la elaboración por Moscú de un libro blanco que denuncia violaciones contra el derecho internacional y el derecho humanitario de las nuevas autoridades de Kiev. El hecho de que Rusia no reconozca ninguna legitimidad al gobierno ucraniano le resulta también preocupante. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta que esa falta de reconocimiento puede llegar a convertirse en una invitación al uso de la fuerza en defensa de los derechos de la población rusófona.

Tras la lectura del artículo de Timoshenko, es sencillo llegar a la conclusión de que las elecciones presidenciales del 25 de mayo no cerrarán la crisis de Ucrania. Si gana Timoshenko, tal y como predicen los sondeos, las relaciones con Moscú no mejorarán ostensiblemente, pese a que durante el gobierno de la ex primera ministra, llegó a cultivarse un cierto clima de cordialidad con Putin. Pero tras la anexión de Crimea, Yulia Timoshenko ya no puede asumir el papel de defensora de una Ucrania en equilibrio entre Occidente y Rusia. El nacionalismo en ascenso juega a favor de una “occidentalización” del país. Pero el problema es que ni EEUU ni Europa, pese a toda su retórica, están dispuestos a enfrentarse a Moscú con sanciones económicas sustanciales, y menos todavía con medios militares. La vieja geopolítica del equilibrio y de las áreas de influencia está más viva que nunca. Timoshenko grita al final de su artículo: “Nos negamos a desempeñar el papel de desdichada víctima en los futuros libros de historia”. Pero esa afirmación es al mismo tiempo un reconocimiento de la soledad que se cierne sobre Ucrania.