El Tratado del Elíseo, 60 años después

CC-BY-SA 3.0 – Bundesarchiv, B 145 Bild-P106816

Se cumplen 60 años de la firma del Tratado del Elíseo, suscrito por el presidente Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer el 22 de enero de 1963. De este Tratado surgió lo que los franceses llaman la “pareja” francoalemana, y los alemanes el “motor” francoalemán.

Los aniversarios de la efeméride son recordados, especialmente en Francia, en los años terminados en 0 y en 5, y siempre son referidos al proceso de construcción europea. Sin embargo, en 1963 De Gaulle, el mismo hombre que cuarenta años antes había publicado un panfleto antialemán, De la discorde chez le ennemi, presentó el Tratado como el símbolo de la reconciliación definitiva entre Francia y Alemania, que entre 1870 y 1940 había estado en guerra en tres ocasiones. No era del todo cierto, pues en 1950 Robert Schuman, ministro francés de asuntos exteriores, había propuesto a Adenauer el establecimiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, primera de las tres comunidades europeas que se constituyeron en aquellos años. 

De Gaulle fue acomodando sus ideas y sus intereses a unos tiempos cambiantes, y del mismo modo que superó sus reticencias hacia las comunidades europeas y a la independencia de Argelia, consideró que había llegado el momento de forjar una asociación estratégica con Alemania. Hay quien asegura que esta decisión formaba parte de su desconfianza hacia los Estados Unidos, escenificada en 1966 con la retirada de Francia de la estructura militar de la OTAN, y que tenía en mente que los alemanes podían ayudarle a constituir un marco de seguridad específicamente europeo. No sucedió así, pues Bonn siguió siendo uno de los más fieles aliados de Washington en Europa, aunque, pese a todo, el tratado estableció una red de cooperación entre dos estados que no tiene parangón en el mundo, con realizaciones tan prácticas como la Oficina francoalemana de la Juventud. En 2019 fue complementado con el Tratado de Aquisgrán que implica en mayor medida a la sociedad civil de ambos países. 

Sin embargo, es recurrente afirmar que la cooperación francoalemana está en crisis y que sus líderes políticos no siempre sintonizan. Los casos más actuales serían la guerra de Ucrania y el suministro de gas. A París le gustaría una mayor aportación armamentística de Berlín para la defensa de Ucrania, y haber alcanzado algún acuerdo con los alemanes en lo referente al gas, pues ha tenido que entenderse con españoles e italianos. Las reticencias alemanas en estos temas obedecen a que Alemania, fiel a su tradición histórica en más de siete décadas, no desea adquirir un mayor peso geoestratégico en Europa. No quiere ir mucho más allá de su estatus de primera potencia económica europea, aunque en los últimos meses el canciller Scholz ha dado algunos pasos adelante en los aspectos políticos y militares, que forzosamente han de ser cautelosos para un país que apostó los “dividendos de la paz”, tras la guerra fría, a una especial relación económica con Rusia. Tampoco es extraño conociendo la historia alemana, pero el resultado fue una dependencia de Rusia, que no alteró en absoluto el discurso nacionalista e imperial de Moscú. 

Pese a todo, las discrepancias, que no pocas veces son diferencias de matiz, entre París y Berlín no ponen en peligro la construcción europea, y resulta un tanto exagerado afirmar que el eje de la UE se desplaza hacia el este. Más allá de las declaraciones retóricas y las apelaciones históricas, Polonia no tiene la capacidad necesaria para articular un bloque de socios europeos cuyo principal nexo sea oponerse a Rusia, y sería un tanto ingenuo esperarlo todo de unos Estados Unidos que forzosamente siguen mirando a Europa con ocasión de la guerra de Ucrania, aunque sus principales inquietudes continúan estando en la región del Indo-Pacífico. 

¿Hay crisis en las relaciones francoalemanas? Si por crisis entendemos graves acontecimientos, la respuesta es negativa. Hay diferencias de criterio y mutuas incomprensiones, pero en la historia de estas relaciones siempre las ha habido, entre Mitterrand y Kohl, entre Chirac y Schröeder, entre Merkel y Sarkozy, por no citar la lista entera de los gobernantes respectivos. Ambos países se necesitan mutuamente porque Europa forma parte de su estrategia y de sus intereses. Después de todo, fueron Francia y Alemania las que pusieron en marcha en 1950 una “solidaridad de hecho”, en expresión bien conocida de la Declaración Schuman. 

Cabe añadir que el modelo del Tratado del Elíseo ha servido a Francia para articular relaciones bilaterales con algunos de sus socios vecinos. Así lo ha hecho Macron con Italia en el Tratado del Quirinal (2021) y con España en el Tratado de Barcelona (2023), que refuerzan las relaciones respectivas y sirven para promover propuestas conjuntas a escala europea. Algunos comentaristas podrán hablar de nuevas “relaciones privilegiadas”, pero la única relación privilegiada de Francia, forjada durante casi tres cuartos de siglo, es la que mantiene con Alemania. Hoy por hoy, las relaciones con otros socios europeos difícilmente alcanzarán ese nivel, y en ello influye no poco su situación política interna. 


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