Ago 31 2014

Obama, Stephen Walt y el realismo político

Pese a los años transcurridos de su presidencia, muchos analistas se siguen preguntando en qué teoría de las relaciones internacionales encaja la presidencia de Obama. En sus discursos, antes y después de ser presidente, no faltan las referencias a ese idealismo político, que nació en EEUU con Woodrow Wilson, y que predica la difusión universal de la democracia y tiene en cuenta el papel de la diplomacia y las organizaciones internacionales. Sin embargo, en la práctica Obama pasaría por ser un consumado representante del realismo político. Hay quien lo compara con George F. Kennan, defensor de las políticas de contención durante la guerra fría, o incluso con Nixon, cuya doctrina reflejada en el abandono de Vietnam o la apertura a la China de Mao, se asemejaría a la de un Obama que se retiraría de Irak y Afganistán para centrarse en Asia oriental y el Pacífico. Pero los acontecimientos en Ucrania y Oriente Medio, con las consiguientes  reacciones de la presidencia americana, hacen mucho más compleja la ubicación de Obama en cualquier teoría de las relaciones internacionales.

Pese a todo, Stephen Walt, profesor de Harvard y uno de los principales representantes del realismo, ha escrito que Obama le parece mucho más realista que él mismo en política exterior. Pero es dudoso incluso que un reputado realista como Kissinger estuviera de acuerdo con Walt, pues siempre ha considerado que todo realismo responde a una estrategia, aunque sus detractores piensen que solo se basa en tácticas de apaciguamiento del adversario. Por lo demás, el periodista de The Financial Times, Gideon Rachman, que denunció hace pocos años el “mundo de suma cero” por el que se desliza el escenario internacional, criticaba la “confesión” de Obama de que carece de estrategia en Irak, aunque probablemente sea un lapsus no buscado. En contraste, Walt intentaba demostrar en Foreign Policy que el realismo impregna la diplomacia de Obama desde la época de su campaña electoral. En aquel lejano 2008 le preguntaron cuáles eran sus películas favoritas y respondió que El Padrino I y El Padrino II, donde encontramos este consejo del patriarca del clan Corleone: “Mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos”.  Walt lo aplica a la actitud conciliadora de Obama hacia Rusia, China o Irán, lejos de toda retórica belicista que habría traído mucho más problemas. Desde esta perspectiva, la cautela inicial de Obama ante el conflicto sirio aparece como una virtud: si se hubiera armado a los rebeldes ¿no se habría alimentado el poder del Estado Islámico ( EI)? Y el propio Estado Islámico no representaría una amenaza directa a EEUU. Si es así, ¿no es mejor que Washington conceda un apoyo limitado a los kurdos, al  gobierno de Bagdad o al régimen sirio para derrotar al EI?  Por seguir interpretando más acontecimientos, Walt considera que Netanyahu ha sido humillado en Gaza. Hamás ha saludado el armisticio con más entusiasmo que los israelíes. ¿Quién sabe si esto contribuirá al ocaso de la carrera política del primer ministro israelí, sustituido en un futuro próximo por un político de una línea más apaciguadora?

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Según Walt, la actitud de Obama en Asia es la correcta: una mezcla de contención y cooperación con China, dados los fuertes vínculos económicos entre las dos grandes potencias. De acuerdo con esta interpretación, la red de alianzas de Washington en Asia se mantendrá, pero los norteamericanos no aplicarán a China ni la retórica ni las actitudes mantenidas hacia la URSS durante la guerra fría. Respecto a la crisis de Ucrania, Walt llega a una aplastante conclusión: los más perjudicados son Rusia, Ucrania y Europa. Desde luego, no EEUU. Y la salida solo podría ser la resignación de Kiev a ser un Estado neutral entre Rusia y Europa.

Esta es la imagen de Obama que nos presenta Stephen Walt: frío y calculador, que deja que los adversarios se peleen y desgasten entre sí. Sin proclamar un aislacionismo al estilo del siglo XIX, velaría exclusivamente por los intereses de EEUU. ¿Es esto la cumbre del realismo? Más bien es la del pragmatismo o la del tacticismo. No vemos por ningún lado planes preconcebidos al estilo de Don Corleone. Un realista como Kennan tenía una estrategia definida, lo que equivale a un objetivo o un fin: la derrota por medio de la contención del adversario soviético, pues estaba convencido que el sistema comunista llevaba dentro de sí las semillas de su propia destrucción. Un Kissinger quería resucitar el sistema de concierto de potencias europeo del XIX a escala mundial por medio de la apertura a China, pues el sistema bipolar daba síntomas de agotamiento. Sin embargo, Obama ha dado muestras de reaccionar a remolque de los acontecimientos y ha conseguido que a la inacción o a las reacciones limitadas se las llame prudencia o diplomacia inteligente. El presidente parece haber obrado así en función de una opinión pública cansada de aventuras exteriores. Es muy probable que otro presidente, demócrata o republicano, hubiera tenido reacciones similares a las de Obama en las crisis internacionales. Sin ir más lejos, Hillary Clinton, que se distancia ahora de su política exterior pensando en las primarias de 2016.  Mas lo peor que puede sucederle al presidente de la primera potencia mundial, el que antes era llamado líder del mundo libre, es que la opinión pública de su propio país esté perdiendo su confianza en él como conductor de la política exterior. A esa opinión no le gustan los líderes supuestamente fríos y calculadores. Se puede ser calculador, pero hay que transmitir a los ciudadanos el entusiasmo y la determinación de los grandes presidentes del siglo XX. Entre ellos también había demócratas como Obama. Sin ir más lejos, Roosevelt y Kennedy.


Ago 11 2014

La «moldavización» de Ucrania

La situación en el este de Ucrania evoluciona hacia uno de esos “conflictos congelados” que surgieron en algunas repúblicas de la antigua URSS a principios de la década de 1990. Un ejemplo bien conocido estaba en Georgia donde se produjo la secesión de las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur, apoyadas por Rusia. Fueron diecisiete años de “conflicto congelado”, con una situación revertida súbitamente a favor de Moscú en una guerra con Georgia de tan solo cinco días en agosto de 2008. Si bien es cierto que el reconocimiento internacional de las dos repúblicas autoproclamadas independientes se limita a Rusia, Nicaragua y Venezuela, las posibilidades de que algún día Georgia recupere su soberanía sobre ambos territorios es francamente remota. Tan remota como la de Ucrania vuelva a ondear su bandera en Crimea y Sebastopol, cuya anexión a Rusia solo reconocen las citadas repúblicas ex georgianas, Bielorrusia y el enclave secesionista armenio de Nagorno Karabaj situado en Arzebaiyán. Los documentos internacionales pueden referirse en infinidad de ocasiones a la integridad territorial de Georgia y Ucrania, pero la política de hechos consumados se ha impuesto sobre cualquier otra consideración. Por lo demás, se podría decir que el conflicto en Ucrania oriental, entre el ejército de Kiev y las milicias prorrusas, evoluciona hacia un estancamiento presente también en latitudes cercanas. La similitud más clara está en Moldavia, donde la república de Transnistria o del Transdniester, con población mayoritariamente rusa, es independiente de facto desde 1992 y más de un millar de soldados rusos están presentes para “mantener la paz” o más bien para evitar que Moldavia, que en otro tiempo perteneciera a Rumania, sienta la tentación de recuperar por la fuerza su soberanía sobre el territorio. Sobre esta interpretación peculiar del mantenimiento de la paz, podemos leer en el art. 8 de la Carta sobre la Seguridad Europa de la OSCE: “En el seno de la OSCE, ningún Estado, grupos de Estados, u organización podrá arrogarse una responsabilidad superior para el mantenimiento de la paz o de la estabilidad en el área de la OSCE, o podrá considerar parte alguna del área de la OSCE como su propia esfera de influencia”.

Algunos análisis políticos escritos, tras el derribo del  MH370, insistían en que este acto criminal perjudicaría la causa de los rebeldes prorrusos en Ucrania y pondría en dificultades a una Rusia que apoya la insurrección. Pero ni la consideración de crimen de guerra ni cualquier tipo de investigación internacional pondrá fin a la rebelión secesionista. Quienes derribaron el avión lo consideran un “error trágico”, una confusión con un avión de transporte ucraniano, como los abatidos en otras ocasiones, y cuya responsabilidad última recae sobre el gobierno de Kiev por haber permitido que una aeronave civil atravesara un espacio aéreo en guerra. Hubo incluso quién pensó que la consecuencia menos mala de este terrible suceso sería un cambio de actitud en Putin, que se mostraría más conciliador tratando de buscar alguna salida al conflicto. El paso del tiempo ha demostrado que eran esperanzas bienintencionadas, pues tanto EEUU como Europa han aprobado nuevas sanciones contra Moscú, y por limitada que pueda ser su eficacia, la respuesta de Putin, que sigue contando con el apoyo mayoritario de su opinión pública, solo podía ser de tonos más agresivos y contundentes. Hay quien dirá que esa respuesta no es “inteligente”, pero es la que muchos en Rusia esperan oír. El nacionalismo ruso y la geopolítica del eurasianismo que lo sustenta, que mira más a Asia que a Europa, no tienen otra lógica que la de seguir presionando sobre Ucrania. La derrota o el desestimiento no existen en su vocabulario. El general Philip Breedlove, comandante supremo aliado en Europa, ha señalado con acierto que Putin utiliza “herramientas del siglo XXI para una ofensiva del siglo XXI”. El engaño estratégico y la ambigüedad calculada son instrumentos para alcanzar objetivos políticos. Puede que algún político ucraniano, o de algún país del este de Europa,  crea que un ingreso acelerado de Ucrania en la OTAN contribuya a desactivar las pretensiones de Moscú. Nada más lejos de la realidad. El ingreso supondría una carrera de obstáculos no superables a corto plazo: modificación de la constitución ucraniana, unanimidad de los 28 miembros de la Alianza con la ratificación de los parlamentos respectivos… Pasaría un tiempo hasta que el estatus de miembro fuera efectivo y luego cabría preguntarse que si las garantías que otorga el tratado de Washington son eficaces ante la situación que se vive en el este de Ucrania. Los arts. 5 y 6 se refieren a un ataque armado y una acción militar. ¿Cómo hay que entenderlo? ¿En el contexto de un conflicto interestatal o intraestatal? Ucrania vive una rebelión interna y no se ha producido una invasión extranjera en el sentido clásico del término. No obstante, en aquel lejano 1949 Francia consiguió que se incluyera en el tratado una referencia a los departamentos franceses de Argelia, aunque a la hora de la verdad, tuvo que afrontar ella sola una batalla contra la insurgencia independentista, a la que venció sobre el terreno para ser finalmente derrotada ante la opinión pública mundial.

Es muy probable que en el este de Ucrania surja otra Transnistria, un protectorado ruso independiente de facto, y cualquier intento de Kiev por revertir la situación por medio de las armas será el pretexto para una implicación directa de Moscú, convencida de que la situación de Georgia se repetirá y solo habrá una tibia reacción de Occidente. Desgraciadamente el destino de Ucrania parece ser el de Moldavia y no el de las neutrales Finlandia, Suecia o Suiza