Oct 17 2014

Irán condiciona la política de Obama en Oriente Medio

La geopolítica siempre nos sorprende con los cambios de socios o aliados, muchas veces enemigos hasta aquel momento. En esos cambios dominan la necesidad y la fuerza de una evidencia: la de que el enemigo de mi enemigo puede convertirse en mi amigo. Nada hay más que socave las alianzas permanentes que esta afirmación, que se hace realidad plena en la política exterior de Obama en Oriente Medio.

Durante bastantes años, y al compás de los avances de Irán en su programa nuclear, muchos políticos americanos, y algunos europeos, señalaban con el dedo al régimen islamista de Teherán. Lo consideraban la mayor amenaza a la paz y a la estabilidad en la región más convulsa del planeta. Sin embargo, la primavera árabe, y sobre todo la guerra civil siria, cambió esta perspectiva. El auge del integrismo suní, representado hoy por el Estado Islámico (EI), contribuyó a que Irán ya no fuera visto como la peor amenaza, por mucho que Israel siga pretendiendo comparar a los gobernantes iraníes con el EI. No se prestará atención a la dramática advertencia de Netanyahu en la ONU de que el precio de la derrota del EI no pasa por la aceptación de un Irán nuclear. Pese a todo, no estamos en una reedición de la política de apertura de EEUU a la China de Mao por parte de Nixon y Kissinger. El antiguo secretario de Estado rechaza toda comparación en su último libro, sobre todo porque el Irán islamista no está tan aislado como la China de entonces. Esto no impide a Kissinger defender una política de cauteloso acercamiento a Irán aunque la efectividad de dicha política solo podrá comprobarse a partir de la verdadera perspectiva que los iraníes tengan de su política exterior. Dicho de otro modo: ¿es Irán un Estado soberano, al estilo del sistema histórico de Westfalia que tanto complace al político estadounidense, un Estado capaz de aceptar algún tipo de equilibrio entre potencias, o por el contrario sigue aferrado a una concepción expansionista de su credo islámico, y es reticente a aceptar este tipo de acuerdos internacionales que triunfaron en épocas pasadas? Kissinger estaría conforme en que con un Estado pragmático se puede dialogar. Después de todo, hasta el propio Mao era flexible, por no decir su ministro de exteriores Chu en Lai, pese a no haber renunciado expresamente a exportar su revolución.

Se diría que Obama cree, o necesita creer, que Irán no se dejará llevar por maximalismos ideológicos. Solo así se entiende su política exterior de los últimos meses, aunque tanto Teherán como Washington hayan negado expresamente que estén coordinando sus operaciones en Irak frente a la amenaza del EI.  Nunca se entenderá la tremenda paradoja de que el gran beneficiario de la invasión de Irak en 2003 haya sido la república islámica iraní y tampoco se comprende el escaso interés de Obama por preservar un mínimo contingente de tropas americanas tras la retirada de Irak a finales de 2011. Si pensó que Irán iba a llenar ese vacío y convertirse en un factor de estabilidad para el país, se equivocó por completo. De la influencia iraní solo podía salir un incremento de la política sectaria de los chiíes que la minoría suní  no estaba dispuesta a admitir y que al final ha servido para preparar el terreno al EI. Así lo ve, por ejemplo, el ex secretario de Defensa Leon Panetta en su reciente libro Worthy Fights.

Pero si combatir al EI significa enfrentarse a la vez al régimen de Asad apoyando a una endeble oposición moderada siria, ahí no estarán de acuerdo iraníes y norteamericanos. No hace tanto tiempo Asad pasaba por ser un líder amortizado. Ahora su previsible destino es que pueda mantener bajo su soberanía una amplia franja de territorio en Siria, algo que satisfará tanto a Irán como a Rusia. En este contexto, si la Turquía de Erdogan pone como condición la caída de Asad para implicarse a fondo en la campaña contra el EI, no cabrá extrañarse de que Washington no quiera ir más allá de una limitada asistencia a la oposición del Ejército Libre Sirio. Los iraníes no desean que Asad caiga y los norteamericanos tienen horror al vacío. Sin embargo, Washington debería ser consciente de que sin Turquía la coalición contra el EI pierde la mayor parte de su efectividad, aunque Ankara se encuentra también en una situación embarazosa por la posibilidad perfectamente verosímil de que la derrota del EI favorezca el secesionismo kurdo, y frustre de paso las expectativas de Erdogan en busca de una república presidencialista para la que necesitaría la cooperación de los partidos kurdos.

En las vacilaciones de la diplomacia norteamericana en Oriente Medio el gran factor condicionante es Irán, un factor que siembra la inquietud entre los aliados árabes e israelíes de Washington. Los iraníes miran lógicamente por sus propios intereses y pertenece al género del absurdo pensar que EEUU vaya a alinearse con el eje chií de Irán, Siria y Hezbolá. Pero en el punto muerto de la situación en Oriente Medio, ese absurdo es menos absurdo que antes.