John Mearsheimer, profesor de Ciencia Política en la universidad de Chicago, es uno de los principales representantes del realismo en las relaciones internacionales, hasta el punto de que su teoría ha sido calificada de “realismo ofensivo”, quizás porque no repara en ser cruda. Su libro The Tragedy of Great Powers Politics se ha convertido en una obra clásica para los estudiosos de la geopolítica.
Hace escasamente un mes podíamos leer un artículo de Madeleine Albright en el New York Times en el que resaltaba el error histórico de Putin al invadir Ucrania. Recordaba su primer encuentro con el presidente ruso en 2000, que le dio la impresión de ser “casi tan frío como un reptil”, y entonces también pudo percibir el desagrado de Putin por el derrumbamiento de la Unión Soviética, seguido de su determinación de restaurar la grandeza de Rusia.
La guerra desencadenada en Ucrania por Rusia tiene mucho que ver con la metahistoria, que no solo son los hechos del pasado sino su interpretación con claves para el presente y para el futuro. La metahistoria es a la vez un fundamento, una interpretación y una explicación. Resulta extraña, quizás como la propia historia, en nuestras sociedades posmodernas, pero no sucede lo mismo en Rusia.
El discurso del canciller alemán Olaf Scholz ante el
Bundestag, convocado de urgencia el domingo 27 de febrero, puede calificarse,
sin temor a banalizar el adjetivo, de histórico.
El multimillonario
Georges Soros, creador de Open Society Foundation, pasa por ser uno de los
principales defensores de la globalización, aunque esta tendencia ahora parece
vivir horas bajas por el ascenso a nivel mundial de gobiernos nacionalistas y
populistas. Pese a todo, Soros sigue escribiendo en la prensa internacional, y
en ella se presenta como defensor de las sociedades abiertas frente a los
regímenes autoritarios.