Michel Eltchaninoff, un filósofo francés de origen ruso, publicó hace años un recomendable libro, En la cabeza de Vladímir Putin, que no ha sido superado, pese a la profusión de obras sobre el presidente ruso.
La guerra desencadenada en Ucrania por Rusia tiene mucho que ver con la metahistoria, que no solo son los hechos del pasado sino su interpretación con claves para el presente y para el futuro. La metahistoria es a la vez un fundamento, una interpretación y una explicación. Resulta extraña, quizás como la propia historia, en nuestras sociedades posmodernas, pero no sucede lo mismo en Rusia.
El discurso del canciller alemán Olaf Scholz ante el
Bundestag, convocado de urgencia el domingo 27 de febrero, puede calificarse,
sin temor a banalizar el adjetivo, de histórico.
El 22 de junio pasado se cumplieron ochenta años de la invasión de la URSS por las fuerzas del Tercer Reich. Con motivo de este aniversario, el presidente ruso, Vladímir Putin, publicó un artículo en el diario conservador Die Welt, cuyo título es significativo: “Estar abiertos a pesar del pasado”. No es la primera vez que la efeméride del 22 de junio es utilizada para relacionarla con el momento actual y pasar página. Sin ir más lejos, en 1994 sirvió para la firma entre Rusia y la OTAN del acuerdo Partnership for Peace, un marco de cooperación estratégica que se haría extensivo a la gran mayoría de los países de Europa central y oriental y que, en la mayoría de los casos, marcaba un preludio para adherirse a la Alianza.
En plena pandemia ha pasado un tanto desapercibido el aniversario de la llegada de Vladímir Putin al poder, pero lo que sí se notó bastante fue la voluntad del presidente ruso de seguir en él más allá de 2024, fecha del final de su mandato. Pero de la reflexión sobre estas dos décadas, la principal conclusión es que el futuro de Rusia es a la vez incierto y previsible.