Soros y el futuro de China

Xi Jinping (CC Alan Santos/PR)

El multimillonario Georges Soros, creador de Open Society Foundation, pasa por ser uno de los principales defensores de la globalización, aunque esta tendencia ahora parece vivir horas bajas por el ascenso a nivel mundial de gobiernos nacionalistas y populistas. Pese a todo, Soros sigue escribiendo en la prensa internacional, y en ella se presenta como defensor de las sociedades abiertas frente a los regímenes autoritarios.

En uno de sus últimos artículos, dedicado a los desafíos de China, publicado en Project Syndicate, contempla con incertidumbre el panorama internacional y considera decisivas tanto las elecciones presidenciales francesas como las parlamentarias húngaras, que coincidirán en abril de 2022. No es una sorpresa que se aferre a la esperanza de que la suma de escaños de todos los partidos de la oposición desplace del poder a Viktor Orbán, probablemente el político nacionalista que más ha hostigado a Soros. No sabemos si esta esperanza se hará realidad, pese al riesgo de inestabilidad que tiene siempre todo acuerdo multipartidista que pretenda poner fin al gobierno de un partido hegemónico.

Por otra parte, el artículo se inicia con la consideración de la geopolítica actual como una escala de conflictos entre gobiernos diametralmente opuestos. En un bando, el de las sociedades abiertas, el papel del Estado sería la protección de las libertades individuales. En el otro, el de las sociedades cerradas, el papel del individuo se reduciría a servir a los gobernantes de su país. Con todo, la mayor parte del escrito está dedicada a China a raíz de la inauguración de los Juegos Olímpicos de invierno en Pekín, y no falta la habitual comparación con el certamen olímpico de Berlín de 1936. Podríamos añadir que la ceremonia no ha tenido el eco mundial de los Juegos Olímpicos de verano en 2008, en los que China quería dar una imagen de “ascenso pacífico”. En cambio, en 2022 la foto que expresa la supuesta buena sintonía entre Vladímir Putin y Xi Jinping ha quitado todo protagonismo a la escenificación deportiva.

Está claro que a Soros le preocupa la China de Xi Jinping. Sus pretensiones de ser una gran potencia política, además de haberse convertido en la segunda economía mundial, estarían poniendo fin a la superioridad tecnológica estadounidense que, entre otras cosas, hizo posible la caída de la URSS hace más de tres décadas. Según Soros, el progreso tecnológico y, en particular, la inteligencia artificial, otorgan una dimensión más peligrosa a la rivalidad entre Washington y Pekín. La inteligencia artificial se estaría convirtiendo en un instrumento privilegiado de control de los regímenes autoritarios, y en este sentido China marca el camino a seguir. Por si fuera poco, la pandemia habría reforzado, con el pretexto de proteger la salud pública, las tendencias autoritarias a escala universal. En la visión de Soros, China es un adversario más peligroso que el régimen soviético y sus satélites europeos. Pese a todo, en su artículo se dedica a presentar los puntos débiles del régimen chino y subraya que esas debilidades terminarán por notarse a lo largo de 2022.

No falta un poco de historia reciente de China en la exposición de Soros, donde se recuerdan los tremendos costes humanos, sociales y económicos del régimen de Mao, en particular las etapas de El Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. En cambio, Soros elogia a Deng Xiaoping, el líder que consiguió estabilizar China e inició cuatro décadas de crecimiento económico. Deng es presentado como un modelo de prudencia, aunque también de astucia, pues habría considerado más adecuado no enseñar todas sus cartas al mundo. Según Soros, el “sueño chino” de Xi Jinping es la negación de las políticas de Deng. Aquel líder no debía de creer realmente en el comunismo, mientras que Xi sí cree en él, pues de continuo presenta como modelos a Lenin y Mao. De hecho, en la ceremonia del centenario del partido comunista chino, en julio de 2021, Xi vistió el uniforme de la época de Mao.

Con la adopción del pensamiento Xi Jinping en 2017, el presidente chino pretendería reescribir la historia del partido. Esto llegará a su culminación en el próximo otoño, cuando Xi consiga un tercer mandato, lo que quebrantaría las reglas sucesorias establecidas por Deng. Soros no está convencido de que lo pueda lograr, pues afirma que se ha creado numerosos enemigos, lo que debe de ser cierto, aunque también es verdad que nadie se le opone públicamente. Soros se aferra a la esperanza de que un día surja alguien que se inspire en Deng y, entre otras cosas, otorgue un mayor valor a la empresa privada en China. Pero aquí podríamos recordar que incluso Deng tenía sus límites, y Tiananmen fue el ejemplo más destacado. Los gobernantes de cualquier régimen saben que cuestionar la legitimidad de su fundador, en este caso Mao, es un riesgo para su propia legitimidad.

Por lo demás, Soros presenta a Xi Jinping como un político al que nadie le dice lo que no quiere oír. La consecuencia sería una profunda brecha entre sus creencias personales y la realidad, lo que podría llevarle a adoptar decisiones erróneas. A esto cabe añadir, en opinión del articulista, el riesgo para la economía china del crecimiento del mercado inmobiliario, sobre todo por sus consecuencias en los créditos bancarios. En China habría múltiples indicios de una burbuja inmobiliaria a punto de reventar, en una situación no muy diferente a la de crisis financiera en Estados Unidos y Europa de 2008. Si las autoridades chinas no consiguen restablecer pronto la confianza, los efectos para su economía serán muy graves, pues el sector inmobiliario supone un 30% del PIB chino.

Soros ve también un serio problema demográfico para China. Pone en duda las cifras oficiales de 1.400 millones de habitantes, y afirma que, en realidad, no llegan a los 1.300 millones. Además, cuestiona la gestión de la pandemia, del coronavirus, pues los cierres de negocios habrían influido negativamente sobre la productividad económica.

A partir de todos estos detalles, el autor del artículo sugiere la posibilidad de que Xi Jinping encuentre oposición en las altas esferas del partido y no sea consagrado como el verdadero sucesor y continuador de Mao. En definitiva, para Soros, el líder ideal de China sería un nuevo Deng, menos represivo en el interior y con una política más pacífica en el exterior.

Quizás Soros no tenga en cuenta que no solo es una cuestión de mayor o menor comunismo o autoritarismo, o del triunfo de las “sociedades abiertas”, que él dice defender. La cuestión es, ante todo, de nacionalismo. Nacionalistas eran Mao y todos sus sucesores, incluido Xi y quien le reemplace. La ascensión de China en la escena internacional guarda relación con el nacionalismo, que va unido al poder económico. La pregunta que muchos se hacen es si China va a asumir un poder político que conlleve una mayor participación e influencia en los asuntos mundiales. Lo cierto es que China sigue siendo un tanto reticente, aunque su voz en las cuestiones políticas sea más habitual que en tiempos pasados. El poder económico, en cambio, es mucho más flexible tanto en el espacio como en el tiempo. Permite alcanzar posiciones en el tablero mundial, aunque a la vez permite retirarse sin demasiadas estridencias si la situación deja de ser favorable. En China el poder económico y el nacionalismo seguirán caminando de la mano, aunque en algún momento, sobre todo en Asia, China pueda exhibir abiertamente su poder político.


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