Mar 5 2015

Las paradojas de los partidarios de Rusia

La noticia de la detención en España de algunos activistas de la izquierda radical que han combatido al lado de los separatistas del este de Ucrania y han defendido a este bando en las redes sociales, nos plantea una reflexión sobre las paradojas de los partidarios de Rusia en el conflicto ucraniano. Los detenidos se presentaban a sí mismos como representantes de unas nuevas brigadas internacionales y algunos de ellos aparecen en imágenes con la bandera republicana y el conocido eslogan de “No pasarán”. Pero esta recreación “guerricivilista” no se ajusta a la realidad de los hechos, como tampoco el enfoque ideológico de que esos combatientes españoles estarían luchando contra una supuesta expansión del IV Reich en Europa, según ellos mismos alegan.

Esta percepción supone, sin lugar a dudas, aceptar a la Rusia nacionalista de Putin como auténtica sucesora de la Unión Soviética, quizás porque el propio presidente ruso calificara hace algunos años la desaparición de este país de “catástrofe estratégica”. En cualquier caso, se asiste a una mezcla de comunismo y nacionalismo, pese a que Putin no sea comunista y reniegue de la ideología, y no tanto de la geopolítica, de aquel período histórico. El origen de esta interacción de ideologías se remonta a la época de Stalin, que supo combinar hábilmente el nacionalismo ruso con las consignas ideológicas del marxismo-leninismo. Pero otro tanto hizo Mao, mucho más nacionalista que sus adversarios nacionalistas en la guerra civil china, y cuyos sucesores al frente del Partido cultivan el nacionalismo con fervor. ¿Dónde queda entonces el internacionalismo de los nuevos brigadistas ? Lo que está claro es que ven en el gobierno del nacionalista Arseni Yatseniuk una reencarnación del nacionalismo ucraniano enfrentado a Moscú durante la época soviética. Para los brigadistas ese nacionalismo antirruso es el enemigo a abatir, no por nacionalista sino por antirruso. Si además el presidente Poroshenko y el gobierno de Kiev dan la imagen de pro-europeos, también son enemigos porque la UE, léase los burócratas de Bruselas, es la reencarnación perversa del capitalismo global. Para cerrar el tema, una pregunta de difícil respuesta: ¿Poroshenko y Yatseniuk han sido pro-europeos durante toda su carrera política?

Desde el otro lado del espectro político europeo, existen nacionalismos confesos europeos que ven en la Rusia de Putin un sistema que combina los valores de las sociedades tradicionales, incluyendo los del cristianismo ortodoxo, con una afirmación de la propia nación, capaz de enfrentarse a un totalitarismo sin rostro, caracterizado por una burocracia normativista, y que se llamaría globalización. Esta percepción hace estragos en los antiguos países comunistas de Europa central y oriental, que recuperaron no hace tantos años su soberanía nacional y desconfían de la integración europea y prefieren una Europa de los Estados soberanos. Cuenta mucho la dependencia energética que tienen de Moscú, aunque también son “comprensivos” con Putin, pues es una imagen aumentada de su propio soberanismo. Pero hay quien, desde posiciones muy conservadoras, tiene también una perspectiva histórica equivocada, y llega incluso a ver en la Rusia actual un sistema casi similar a los de la Santa Alianza, con armonización incluida entre el trono y el altar. Una especie de sistema perfecto entre lo político y lo religioso. No deja de ser una ilusión en el siglo XXI, aunque también demostró serlo en el XIX, entre otras cosas porque el fundador del cristianismo dijo que su reino no era de este mundo.


Feb 20 2015

El cuarteto de Normandía

El título se parece al de una serie de novelas de Lawrence Durrell, si bien en realidad es una iniciativa diplomática, aunque los resultados de sus negociaciones parecen tener la misma sensación agridulce, y un tanto desesperanzada, que podría obtenerse de la lectura de los libros de aquel escritor británico. El cuarteto, compuesto por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania, nació durante las conmemoraciones del 70º aniversario del célebre desembarco, a las que finalmente acudió Putin, invitado mucho antes del estallido de la crisis de Ucrania. Es el cuarteto el que ha impulsado los sucesivos acuerdos de Minsk y las correspondientes treguas de las que el tiempo está demostrando que son pausas para una situación sobre el terreno sin vuelta atrás. El cuarteto se asemeja a dos vecinos enfrentados que buscan dos mediadores, pero el problema surge cuando uno de los vecinos tiene más poder y fuerza que el otro. Los mediadores procurarán no desairarle, aunque esto lleva inexorablemente la consecuencia de que el vecino débil sufra las presiones no solo de su adversario sino incluso de los mediadores. Estos no le desean ningún mal si bien le aconsejan que no oponga demasiada resistencia pues puede ser peor para él. ¿Qué puede hacer? Necesita a los mediadores, sobre todo a Alemania, pero corre el riesgo de que si cede demasiado, su propia familia, la que habita en su casa, se rebele contra él. En consecuencia, Ucrania tiene que ceder y esto se considera un mal menor, aunque el paso del tiempo, sobre todo por el territorio que poco a poco deja de estar bajo la soberanía de Kiev, demuestra que el mal es mayor. El resultado es un “conflicto congelado”,  que puede activarse en cualquier momento. Estamos ante un statu quo no permanente, sino revisable. Moscú es quien juega con más ventajas en el cuarteto. No está en guerra con Ucrania, pues niega la presencia de sus tropas en el país, pero se solidariza con sus “hermanos” de la región del Donbass. Rusia ofrece su mediación sobre ellos, pero si, pese a todo, las hostilidades se reanudan, lógicamente los rusos presentarán la situación como algo que escapa a su control y, por tanto, no se les debería exigir responsabilidades. La soledad de Ucrania en el cuarteto es manifiesta. Es Rusia quien ha influido en la configuración definitiva de los miembros de esta iniciativa diplomática. No están presentes en ella ni EEUU ni Gran Bretaña, considerados amigos de Ucrania. Pero, ¿realmente querrían participar si eso les llevara a comprometerse excesivamente con ese país y a empeorar sus relaciones con Rusia? La ausencia del amigo americano es la más clamorosa. Esto ayuda a que la mayoría de los países de Europa Central y Oriental, a los que solía considerarse pro-americanos, compartan la percepción de que un Obama, volcado en Asia y hasta cierto punto en Oriente Medio, ha perdido interés por lo que suceda en su área geográfica. Más llamativo resulta que Polonia esté excluida del cuarteto de Normandía. Tampoco es extraño al ser el principal aliado de Ucrania en la región, pues en el núcleo de su política exterior está grabado, de alguna manera, aquella frase atribuida al fundador del moderno Estado polaco, el mariscal Pilsudski: “No hay una Polonia libre sin una Ucrania libre”. La exclusión de Polonia parece haber debilitado el triángulo de Weimar, la asociación estratégica constituida por París, Berlín y Varsovia en 1991.  Con todo, debemos reconocer que Polonia se mueve con cautela en este asunto, en una mezcla de firmeza y voluntad de compromiso, pues bien sabe que sus vecinos, Alemania y Rusia, son indispensables en sus proyectos estratégicos. Para algunos, el cuarteto de Normandía es una concesión a Rusia. Para otros, la única manera de salvar a Ucrania. Desgraciadamente esta historia me recuerda mucho a lo que decía el primer ministro francés Clemenceau cuando en la conferencia de París (1919) le preguntaban por el destino de Austria: “¿Austria? Austria será lo que quede”.


Feb 2 2015

Syriza y Rusia: la conjunción de los nacionalismos

A diferencia de otros gobiernos griegos anteriores que expresaban más discretamente su “comprensión” hacia Rusia, el ejecutivo de Syriza no oculta sus simpatías por la Rusia de Putin. No deja de ser llamativo que Alexis Tsipras se reuniera el 26 de enero, antes de tomar posesión como primer ministro, con los embajadores ruso y chino. Se diría que estaba tratando de enviar el mensaje de que hay otras alternativas a la UE y a EEUU, máxima encarnación de la oligarquía global, y en definitiva al capitalismo liberal que habría tenido mucho que ver con la asfixiante deuda griega. Quizás Syriza pretenda mirarse no tanto en el espejo del socialismo como en el del capitalismo de Estado, representado por las dos principales potencias mundiales de un nuevo mercantilismo vinculado en buena lógica al nacionalismo.

La conjunción entre Syriza y Rusia tiene su fundamento en los respectivos nacionalismos, aunque para alimentar la relación también pueden añadirse a la receta unos ingredientes de vínculos históricos y culturales entre los “hermanos ortodoxos”, los herederos de Bizancio y los de la tercera Roma que pretendía ser la Rusia de los zares. Este enfoque “metapolítico” le encaja mucho más a los socios de gobierno de Syriza, el partido Anel, la coalición nacionalista Griegos Independientes, de corte antieuropeísta,  que surgió de una escisión de la conservadora Nueva Democracia y que está liderado por Panos Kamenos. La alianza entre dos extremos del espectro político ha surgido porque ambos comparten el mismo ideario de anti-austeridad y rechazan toda la legislación introducida con motivos de los dos rescates griegos. Coinciden también en considerar al neoliberalismo como su bestia negra. Pero hay otras cosas que distancian a Anel de  Syriza: los nacionalistas se oponen a toda separación entre la Iglesia y el Estado, así como a cualquier proyecto de ley que consagrara el matrimonio homosexual o cualquier otro postulado de la ideología de género. De ahí que los miembros de la coalición tendrán que centrarse en el objetivo de la renegociación de la deuda con la UE y en otros asuntos socio-económicos. Tampoco puede esperarse un cierto apaciguamiento en las relaciones con Turquía ni concesión alguna en Chipre. El ideario de Anel no lo permitiría. Syriza debe de extremar sus cautelas en estas y otras cuestiones porque el futuro de su gobierno pendería de un hilo.

Pero si en algo coinciden Syriza y Anel es en consolidar una relación estratégica con la Rusia de Putin. Hay intereses económicos de por medio, aunque no todo puede reducirse a eso. Quizás un objetivo sea que Rusia reconsidere la cancelación del proyecto de gaseoducto South Stream, pues Grecia necesita de esa fuente energética, un interés compartido por otros países de la UE y de los Balcanes Occidentales. Y está claro que Moscú ha enviado un mensaje en diciembre pasado a su tradicional aliada, Serbia, en el sentido de que el proyecto no ha sido cancelado, eso sí, siempre y cuando Europa corra con la mayor parte de los gastos.

Por otro lado, en la crisis de Ucrania, Syriza se ha opuesto en la Eurocámara al acuerdo de asociación con Ucrania y tampoco está conforme con la adopción de nuevas sanciones contra Rusia tras el incremento de los combates en el este de Ucrania. La necesaria unanimidad del Consejo Europeo en política exterior se encontrará con el obstáculo del veto griego a las sanciones contra Rusia. No obstante, la oposición no puede ser excesivamente radical, pues el tema de la renegociación de la deuda está también sobre la mesa. Pese a todo,  el gobierno griego no se mostrará excesivamente preocupado, pues sabe muy bien que otros socios europeos, perjudicados en sus intereses económicos, también son reticentes al aumento de las sanciones.

Se ha dicho también que los líderes de Syriza y de Anel simpatizan con el ideólogo nacionalista ruso, Aleksander Dugin, representante de un eurasianismo, que combina las ideas del pensador esotérico francés René Guénon, del fascista italiano Julius Evola, del “nacional-bolchevismo” o de la tradición eslavófila rusa del siglo XIX. A Dugin le han calificado de ideólogo de Putin, lo que es, sin duda, exagerado, pues el presidente ruso es nacionalista pero también pragmático, poco amigo de enredarse con dogmas ideológicos. De ahí que no resulte fácil adivinar sus inmediatas intenciones. Dugin aplaudirá las acciones de Putin, pero éste no se deshará en elogios del ideólogo. En cualquier caso, Syriza simpatiza con una Rusia nacionalista que planta cara a europeos y norteamericanos. Las imágenes de mayo de 2014 que muestran a Alexis Tsipras en Moscú, reunido con Valentina Matviyendko, presidenta del Consejo de la Federación Rusa, resultan significativas.


Dic 20 2014

Repercusiones de las relaciones diplomáticas EEUU-Cuba

El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba es un acontecimiento de primera magnitud para cerrar un año, 2014, muy agitado en el escenario internacional. Algunos comentaristas han saludado el hecho como otro efecto de la caída del muro de Berlín, si bien esto no significa que haya caído el régimen comunista de los Castro, ni tampoco el fin del embargo americano. Muchos representantes de la diáspora cubana en EEUU expresan su disconformidad con este golpe de efecto de Obama, magnificado además por la mediación del papa Francisco. Además el que se haya producido antes de fin de año, es interpretado por los políticos republicanos como una especie de “desquite” del presidente por la mayoría alcanzada por la oposición en las dos Cámaras en las elecciones del pasado noviembre. Por el contrario, la medida de Obama ha sido bien acogida en América Latina y el Caribe, pues las Cumbres de las Américas organizadas periódicamente por la OEA, y la próxima será en Panamá en abril, tenían siempre el mismo estribillo: la petición de la reincorporación  de la isla caribeña a la organización y el cese del embargo.

El embargo no terminará de la noche a la mañana, pues esto depende de unas Cámaras de mayoría republicana, que seguirán obstaculizando las iniciativas del presidente. Pero es muy probable que, en el fondo, el régimen tampoco desee un final completo del embargo, pues ha representado durante décadas un argumento que le presentaba como el mejor defensor de la nación cubana frente al imperialismo yanqui. Si se van a producir cambios en las relaciones económicas, éstos serán progresivos para no dar la impresión de que alguien está cediendo. En cambio, el restablecimiento de relaciones diplomáticas será interpretado fácilmente como una victoria de la resistencia tenaz de un pueblo al que los norteamericanos no han podido doblegar. De hecho, no compromete a nada que desemboque en reformas democráticas para Cuba. Recordemos que con Carter se creó una oficina de intereses americanos en La Habana, que equivalía a una embajada. Un gesto que no se tradujo en nada más. La realidad es que el régimen necesita oxígeno para su maltrecha economía y está convencido de que una apertura al turismo y a las inversiones norteamericanas le será beneficiosa. Todo esto equivale a reformas limitadas, principalmente de carácter económico, sin que el sistema político se vea cuestionado.  Una especie de modelo chino, pero sin el dinamismo de los “socialistas de mercado”, para la isla caribeña.

¿Quiénes pueden ser perjudicados ante la nueva situación, aunque no sea a corto plazo?  En primer lugar, los inversores europeos, pues EEUU pedirá, tarde o temprano, la revisión de las expropiaciones hechas a sus ciudadanos después de la revolución castrista, y no cabe duda  de que esto afectará a las inversiones europeas de los últimos años en el sector turístico. Con independencia de este hecho, las inversiones americanas entrarán en competencia con las europeas. También se verá afectado el turismo dirigido a otras naciones caribeñas que durante décadas se han beneficiado de la prohibición a los norteamericanos de viajar a Cuba.

Algunos analistas norteamericanos han echado las campanas al vuelo al pronosticar que el restablecimiento de relaciones contribuirá a una mejor imagen de EEUU en América Latina y que incluso se traducirá en un acercamiento a los regímenes populistas bolivarianos. Hay quien ve incluso un renacer de la OEA, la centenaria organización panamericana cuestionada por la sopa de letras de organizaciones regionales nacidas en los últimos años: UNASUR, ALBA, CARICOM… No es creíble porque dichas organizaciones nacieron deliberadamente con el propósito de no contar con Washington y de dirimir los propios intereses al margen de la OEA. Han sido también foros de marcado cariz nacionalista, entiéndase antiyanqui. Aunque Cuba volviera al seno de la OEA, ésta ya no recuperará el papel de organización estrella en el continente americano, pues lo ha perdido hace bastante tiempo. Recordemos además que en noviembre de 2013 el propio John Kerry proclamó oficialmente el fin de la Doctrina Monroe. ¿Cómo no relacionar la OEA con esta Doctrina? Basta con repasar la Historia. Se ha llegado situación actual por el desinterés norteamericano, pues sus intereses se desplazaron hacia otras áreas del planeta.

Otro de los objetivos del restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana podría radicar en alejar a la isla de la influencia de Rusia y China, siempre dispuestas a ocupar el vacío dejado por EEUU en tierras americanas. Sería paradójico que la relación entre EEUU y Cuba recordara a la que los norteamericanos tienen con el actual Vietnam. Para ellos representa un país emergente en lo económico y es otro muro de contención frente a China.  Con todo, la influyente comunidad cubana en EEUU siempre cuestionará cualquier pragmatismo en este sentido de la diplomacia norteamericana.


Dic 9 2014

XXI Consejo de la OSCE: los monólogos de Basilea

Del 4 al  5 de diciembre de 2014 se celebró en Basilea el 21º Consejo Ministerial de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación), un foro que reúne a 57 Estados participantes de Europa, Eurasia y América del Norte. A punto de cumplirse el 40º aniversario del Acta Final de Helsinki, un hito en la historia de esta institución, los debates se centraron una vez más en el conflicto de Ucrania. Pese a la destacada presencia de una misión de la OSCE sobre el terreno, las partes enfrentadas no dan señales de progresar en su diálogo.

El ministro alemán de Asuntos Exteriores, Frank Walter Steinmeier, ha definido en su discurso perfectamente la situación. En la OSCE se suceden, uno tras otro, los monólogos, pero una “ecuación” de monólogos nunca da como resultado el diálogo. Quizás las partes estén convencidas en su fuero interno que la solución del conflicto no es enteramente militar, aunque muy probablemente crean que una situación ventajosa sobre el terreno es una baza destacada para cualquier proceso negociador. En el fondo, tanto a Rusia como a Ucrania no les convencen los discursos de sus socios en la OSCE de que la seguridad europea está en juego. Ellos ven las cosas desde una perspectiva más relacionada con la historia y el sentimiento nacional. De ahí que no resulte fácil un acuerdo perdurable y que el proceso de Minsk esté amenazado de continuo. Después de todo, Rusia no lo ve solo como un contencioso con Ucrania sino que considera actores indispensables a los separatistas pro-rusos de Donestk y Lugansk. Kiev no piensa lo mismo, pero la realidad es que la tensión existiría aunque los rebeldes no hubieran tenido el apoyo ruso, desde el momento en que ellos nunca se han sentido parte del proyecto nacional ucraniano surgido con la independencia en 1991.

Serguei Lavrov, ministro ruso de Asuntos Exteriores, tuvo ocasión de oír en Basilea los mismos argumentos en las intervenciones de sus colegas occidentales: en Ucrania se ha producido una grave violación de su soberanía y la integridad territorial por medio de Rusia, otro Estado de la OSCE. En consecuencia, serían ilegales tanto la anexión de Crimea como la ayuda prestada por Moscú a los secesionistas del este de Ucrania. Ha sido un uso ilegítimo de la fuerza, directo e indirecto, que incluso ha modificado las fronteras. Todo esto sería inaceptable desde el punto de vista del Derecho Internacional. Además Rusia habría buscado sus intereses de seguridad a expensas de su vecino, Ucrania, lo que también contradice los principios y compromisos de la OSCE.

En contraste, la visión de Lavrov sobre los hechos es diametralmente opuesta. Sus argumentos son más políticos que legales, y cuando emplea éstos últimos, lo hace de una manera selectiva. Los acontecimientos solo pueden explicarse por el golpe de Estado del 22 de febrero en que fue derrocado el presidente pro-ruso Viktor Yanukovich. La UE habría saboteado la adhesión de Ucrania al área de libre comercio euroasiática, auspiciada por Putin, y rompió así el equilibrio preexistente de Kiev, más aparente que real, entre Rusia y Europa. Luego habría venido la persecución de las minorías étnicas rusas y el auge de los grupos de extrema derecha del nacionalismo ucraniano. En consecuencia, Rusia no podía quedarse de brazos cruzados y tuvo que reaccionar. No deja de ser curioso, por cierto, que en esta versión rusa de los acontecimientos estén de acuerdo la extrema derecha y la extrema izquierda en Europa. Para los primeros, Putin es poco menos que la representación del partido del orden, la vieja alianza entre el trono y el altar, frente a las democracias liberales corrompidas.. Para los segundos, el apoyo de Putin a los secesionistas de Crimea y el Donbass es casi el retorno de la lucha gloriosa de la URSS contra el fascismo.

Para Lavrov los acontecimientos se justifican por la actitud de los occidentales en un cuarto de siglo, al final de la guerra fría. Ellos han frustrado el proyecto de la “Casa Europa”, defendido por Gorbachov en el Consejo de Europa en 1989, y han hostigado a Rusia con la expansión de la OTAN, el escudo antimisiles norteamericano, el Eastern Partnership de la UE… Sin decirlo expresamente, el ministro vendría a expresar que se colmó la paciencia de Rusia. En definitiva, ha pronunciado un monólogo impermeable a las objeciones de los ministros occidentales.