Oct 28 2015

En la cabeza de Vladimir Putin

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Un filósofo francés de origen ruso, Michel Eltchaninoff, ha publicado una obra con un título llamativo, En la cabeza de Vladimir Putin, con la que ha obtenido en 2015 un premio otorgado por la Revue des deux mondes, una publicación que  lleva camino de ser bicentenaria. ¿Podemos recomendar el libro a los analistas, y a los políticos, que quieren introducirse en la psicología del presidente ruso? Solamente hasta cierto punto, pues Putin puede ser previsible en sus discursos, aunque no tanto en sus acciones. No dejaba tener razón el novelista Iván Turgeniev, que solía repetir este proverbio ruso: “El alma ajena son tinieblas”.

Eltchaninoff cuenta en el libro una anécdota significativa: la presidencia rusa remitió a los gobernadores del país un regalo para el año nuevo de 2014, y que consistía en un compendio de las principales obras de los pensadores rusos del siglo XIX. No es precisamente Putin un modelo de “rey filósofo”, al estilo del idealizado por Platón en La República, pero ha ido llenando algunos discursos de sus últimos años de citas de pensadores rusos. Se trata, claro está, de intelectuales eslavófilos,  y en absoluto pro-europeos. Entre ellos destacan Nikolai Danilevski (1822-1855) y Konstantin Leontiev (1831-1891), partidarios del paneslavismo y de la defensa de la identidad rusa frente a las intromisiones occidentales. En un discurso de 2012, Putin  arremetía contra la globalización uniformadora, con la denuncia de “las tentativas para influir sobre la visión del mundo de pueblos enteros, el esfuerzo para someterlo a su voluntad, su sistema de valores y de conceptos”. Y en la misma dinámica, en una intervención del presidente ante la Asamblea Federal en 2013, recordaba que “en los momentos más críticos de nuestra historia, nuestro pueblo ha vuelto a las raíces, a sus fundamentos religiosos, sus valores religiosos…” Y es que, al igual, que los intelectuales citados, Putin está convencido de que Rusia es mucho más que un Estado: es una civilización cuyos fundamentos son el pueblo ruso, la lengua rusa, la cultura rusa, la Iglesia ortodoxa rusa…A partir de aquí se desarrolla un combate ideológico para salvar a una cultura rusa acosada por Occidente. No son argumentos para política exterior sino para consumo interno del pueblo ruso. El alma rusa, según la entendían ciertos filósofos de hace dos siglos, estaría hoy  amenazada.

En tales planteamientos se rinde culto a la Historia (escrita siempre con mayúsculas) y a los  líderes políticos que son su reencarnación. Lo del hombre providencial que construye la Historia puede tener cabida hoy en Rusia, y quizás todavía en Ucrania, pero no , desde luego, en los países de Europa Central y Oriental, que en su día pertenecieron al imperio comunista y que forman parte de la UE. Quizás esa diferencia entre vecinos se deba a que estos últimos contemplaron la caída del comunismo como una eclosión de libertad. Sin embargo, muchos rusos no vieron el final de la URSS de la misma manera: fue una derrota, una humillación para un país que durante siglos fue un imperio. En el fondo, nadie tiene nostalgia de las precariedades de la era comunista, pero lamentan la pérdida del imperio. Es bien conocida la cita de un discurso de Putin de hace unos años, en la que tachaba de “pérdida estratégica” el final de la URSS.

Solamente se puede comprender a Rusia desde el hecho de que no es un Estado posmoderno, como los Estados europeos. No renuncia a su Historia, a pesar de sus carencias demográficas y económicas, que pueden representar una amenaza a la larga para su seguridad e integridad territorial. Esto explica que la gran mayoría de los rusos estén satisfechos con la política exterior de Putin, el hombre que ha recuperado Crimea, y que está restaurando el prestigio de Rusia en Oriente Medio gracias a su intervención en Siria.

El libro de Eltchaninoff no nos anticipa las acciones futuras de Vladimir Putin, aunque nos ayuda a acercarnos a su mentalidad. Y también nos lleva a la siguiente conclusión, digna de ser meditada por los políticos occidentales: Después de Putin, Rusia no cambiará sustancialmente. Acaso el nacionalismo ruso sea también un arma de defensa frente al poder económico del gigante chino, al mismo tiempo rival y aliado  de Rusia.


Sep 21 2015

Botas suníes sobre el terreno

A punto de cumplirse un año de la formación de la coalición internacional de 60 países contra el Estado Islámico (EI), se pone cada vez más en duda su efectividad. De hecho, los miles de refugiados huidos de Siria son un indicio clamoroso de que el EI está lejos de conocer la derrota. Precisamente esta crisis migratoria despierta en algunos analistas políticos un fervor por un intervención militar que hasta no hace mucho tiempo descartaban. Las dramáticas imágenes de quienes intentan abrirse paso hasta Alemania, a través de las fronteras europeas, y el temor a más atentados en nuestro continente son las causas de una indignación que pide “botas sobre el terreno”, aunque no necesariamente de soldados norteamericanos. Tal es la opinión del profesor Joseph S. Nye, de la universidad de Harvard, el hombre que difundió expresiones como el soft power o la diplomacia inteligente.

Nye es consciente de algo tantas veces demostrado por los hechos: con el poder aéreo se destruyen infraestructuras y combatientes del enemigo. Los bombardeos causan grandes daños, aunque no aseguran la victoria. Basta recordar las devastadoras incursiones aéreas de los aliados sobre Alemania en la II Guerra Mundial. ¿Qué habría sucedido si norteamericanos y británicos se hubieran limitado a bombardear en espera de la rendición alemana? Lejos de toda capitulación, los dirigentes nazis se habrían envalentonado hasta el extremo de utilizar para su propaganda el supuesto miedo de sus enemigos a combatir en tierra.

El citado profesor de Harvard defiende el combate terrestre, pero con la condición de que luchen los árabes suníes o los turcos, que también pertenecen a esta rama mayoritaria del Islam. Sin embargo, la posibilidad de botas suníes sobre el terreno es muy reducida. Hay una acusada falta de voluntad política en combatir al EI, solo por el hecho de que su derrota podría conducir a un predominio en la región de los aliados chiíes de Irán, la gran potencia rival de los Estados sunníes, empezando por las monarquías petroleras del Golfo. La expansión territorial del EI se explica, ante todo, por un apoyo masivo de las poblaciones suníes en Siria e Irak que se vieron desplazadas del poder político durante décadas por los chiíes. La única esperanza de Occidente sería que los simpatizantes del EI le vuelvan la espalda por causa del régimen rigorista establecido en los territorios conquistados. Pero estamos viendo que allí apenas existe una resistencia armada. Lo que existe es una huída de proporciones masivas.

Frente a algunos candidatos republicanos a la presidencia que defienden las botas norteamericanas sobre el terreno, pues dicen creer en algo tan escurridizo en el mundo actual como la victoria militar, otros defienden que sean los países de la región los que solucionen el conflicto. Sin embargo, a las monarquías del Golfo, lideradas por Arabia Saudí, les interesa emplear más recursos en la interminable guerra de Yemen, donde combaten a los huzíes, supuestos aliados de Irán. El EI queda reducido a una cuestión secundaria y la credibilidad de la coalición internacional se sigue deteriorando. Las declaraciones de los líderes occidentales tampoco ayudan en ese sentido. Hollande puede seguir defendiendo los bombardeos en Siria, aunque eso implique un crecimiento de la percepción de que es una mera táctica, y no una estrategia, para responder ante la opinión pública ante nuevos atentados terroristas en Francia. No habla, sin embargo, el presidente galo de botas francesas sobre el terreno.

Previsiblemente el presidente Putin defenderá, ante la Asamblea General de la ONU, la necesidad de combatir al EI por medio de una coalición internacional, en la que jugaría un papel destacado su aliado Bachar Al Asad. No deja de ser una invitación a EEUU para que vean a Asad como parte de la solución, y no como un problema. Sin embargo, la idea desagrada a las potencias sunníes, en particular a Arabia Saudí y Turquía. Dos viejos enemigos del clan de los Asad nunca aceptarán que el régimen sirio, dominado por la minoría alauí, pueda sobrevivir. ¿Y hasta qué punto quiere implicarse Moscú? No le interesan tampoco las botas sobre el terreno. Antes bien, éstas no deben de salir de las instalaciones militares que controlan en el territorio bajo soberanía de Asad.

Se diría que todas las partes implicadas en el conflicto pretenden construir un “cordón sanitario” frente al EI, aunque eso suponga renunciar a expulsarlo de los territorios conquistados. Es precisamente ese statu quo lo que alimenta al EI y le pone como ejemplo de resistencia y de victoria para los combatientes extranjeros unidos a sus filas. El empleo masivo de las nuevas tecnologías por los yihadistas hace el resto. El statu quo, defendido en la práctica aunque no verbalmente, es incompatible con las botas sobre el terreno, sean o no suníes.


Ago 5 2015

Diálogo de Kerry y Lavrov sobre Oriente Medio: ni equilibrio ni seguridad colectiva

Hay indicios de cierta distensión en las relaciones entre Rusia y EEUU. Quizás sus líderes, y de paso los europeos, se han dado cuenta de que la crisis de Ucrania no puede ir a más. No debe ser un punto caliente de una nueva “guerra fría”, si bien esto supone en la práctica que todos apuesten por el estatus quo. No habrá retorno a la situación anterior a febrero de 2014, fecha de la caída del presidente pro-ruso Yanukovitch. Bien lo saben en Moscú, Washington, Berlín, París y, por supuesto, en Kiev. Ahora los principales actores internacionales tienen puesta la vista en Oriente Próximo tras el acuerdo nuclear con Irán y la amenaza persistente del Estado Islámico (EI).

La gira simultánea de los responsables de  la diplomacia rusa y norteamericana, Sergei Lavrov y John Kerry, por Oriente Medio, plantea la necesidad de crear un nuevo equilibrio en la región tras los acontecimientos de los últimos años, y en particular la guerra en Siria que se prolonga desde 2011. ¿Ha llegado el momento para alcanzar un acuerdo entre Washington y Moscú? Lavrov señalaba la urgencia de crear un sistema de seguridad colectiva en Oriente Medio. Si el enemigo común es el EI, con el agravante de que en sus filas combaten nacionales rusos, norteamericanos y europeos, habría que aunar fuerzas con los gobiernos de la zona para hacerle frente.

Pero la realidad es que los conceptos clásicos de equilibrio y seguridad colectiva no funcionan en una situación en la que se entremezclan rencillas históricas y odios sectarios. Arabia Saudí y otras monarquías petroleras del Golfo como Bahrein y Kuwait no creen que se pueda construir un equilibrio con un Irán que se verá fortalecido con más ingresos económicos tras el levantamiento de las sanciones. En cambio, la postura de Qatar, los Emiratos Árabes y Omán es muy diferente. No expresan abiertamente recelos porque, después de todo, son destacados socios comerciales de Irán. Por otra parte, los saudíes ven también desequilibrio en el crecimiento de la influencia de Teherán en Siria, Líbano e Irak, donde continuará apoyando a sus aliados chíies. El enemigo será el EI, aunque una parte de los potenciales aliados, entre los que habría que incluir a Israel, le tienen más miedo a Irán que a los yihadistas. Salvando las distancias, esto nos recuerda la coalición de potencias europeas contra Napoleón. La Rusia zarista era decisiva para derrotarle, pero británicos, austriacos y prusianos temían al mismo tiempo que la influencia de Moscú llegase hasta el corazón de Europa.

Hay otra discrepancia de Lavrov con Kerry. El ministro ruso querría que los americanos contaran con Bachar al Asad en su lucha contra el EI. Es fácil esgrimir lo sucedido con Gadafi para que no se repita en Siria la misma historia. ¿Dónde queda el tan alabado pragmatismo del presidente Obama? Pero el inquilino de la Casa Blanca que estuvo a punto de bombardear  las posiciones del presidente sirio en el verano de 2013, no puede aceptar esto.  Además dos de sus aliados tradicionales, Turquía y Arabia Saudí, no admiten una mínima supervivencia del régimen de Asad, aun en la improbable opción de que éste renunciara a su cargo. Rusia, aliada del régimen sirio, prefiere su permanencia, aunque no controle ni la mitad del territorio, e Irán piensa lo mismo. De ahí que el estancado conflicto sirio sea el impedimento más serio para alcanzar una estabilidad en Oriente Próximo. En el fondo, las partes enfrentadas no quieren un proceso de transición democrática sino la victoria a partir de las ganancias bélicas obtenidas, y Asad solo busca su supervivencia bajo la garantía de Moscú y Teherán.

Un sistema de seguridad colectiva en Oriente Medio podría concebirse si saudíes e iraníes pusieran fin a la guerra fría que mantienen desde hace casi cuatro décadas, tras la llegada al poder de los ayatolás. Y eso no sería seguridad colectiva. La expresión es exagerada. Sería más bien una cooperación en materia de seguridad contra amenazas comunes como la del EI. ¿Qué capacidad de influencia tienen Washington y Moscú para hacerse oír en Riad y Teherán? Y tampoco Israel puede aspirar a una mayor distensión con los Estados árabes suníes, pese a la convergencia de intereses con Arabia Saudí, si no admite la opción de un Estado palestino.

Kerry y Lavrov pueden reconocer públicamente la convergencia de sus intereses en Oriente Medio, pero la última palabra la tienen sus respectivos aliados y socios en la región.

 


Jul 13 2015

¿Para comprender a Rusia? El Congreso de Viena

Se suele afirmar con frecuencia que la causa principal de las difíciles relaciones de Rusia con Europa y EEUU es que los occidentales no comprenden a los rusos. También acostumbra a decirse que no se puede identificar a Rusia con Putin, aunque no es menos cierto que Putin es un gobernante ruso típico, envuelto en los distintivos de la Historia y del nacionalismo. Para comprender a los rusos, vamos a hacer el ejercicio de imaginar lo que sus gobernantes nos dirían sin miramientos.

Al igual que cualquier otro líder de las potencias emergentes, el presidente ruso podría afirmar “Todos somos hegelianos”. Si vosotros habéis olvidado, en nombre de la estabilidad político-social y el bienestar económico, vuestra historia, nosotros no lo hemos hecho. La Historia sirve para movilizar a nuestro pueblo, algo que la post-política europea es incapaz de hacer.

Vosotros decís valorar la armonización de sistemas políticos y económicos como fundamento de la paz y la seguridad en Europa. Decís creer en un mundo liberal, democrático y kantiano. En cambio, nosotros escribimos Historia con mayúscula, al modo hegeliano, y creemos en un Estado fuerte porque todo Estado débil conduce a la anarquía. En nuestra memoria sigue estando presente el período de los disturbios en Rusia, a comienzos del siglo XVII, finalizado con la llegada al poder de los Romanov en 1613. Y la presidencia de Yeltsin nos evoca ese período histórico. Somos, ante todo, nacionalistas, y Occidente no tiene derecho a decirnos como gobernar nuestro país, pues la situación de nuestro pueblo no es la misma que en los países occidentales. Si queréis entender nuestra política, leed al filósofo ruso Iván Ilyin (1883-1954), un crítico de los totalitarismos y de la “democracia formal”, un exiliado de la revolución que buscó una tercera vía. Putin hizo trasladar sus restos desde Suiza en 2005 y a veces le cita en los discursos.

Si comprendéis todo lo anterior, también entenderéis que el modelo de las relaciones entre Rusia y Occidente no puede ser el de Versalles, que en 1919 humilló a la Alemania vencida en la Gran Guerra, aunque vosotros llegarais a pensar que fuisteis los únicos vencedores de la guerra fría. Sabemos que tampoco podemos exigir el modelo de Yalta en 1945. No somos tan poderosos como Stalin, conquistador de media Europa, ni fomentamos una cruzada ideológica por el planeta. No predicamos los valores universales del comunismo sino nuestros intereses nacionales, que se construyeron al ritmo de la Historia, y no de tratados y acuerdos internacionales marcados por la coyuntura del momento. También vosotros, europeos y norteamericanos, tenéis vuestros intereses, y la mejor de defender los intereses mutuos son los acuerdos entre las grandes potencias. ¿Queréis un modelo de diplomacia para el siglo XXI? Fijaos en el Congreso de Viena, cuyo bicentenario acaba de cumplirse.

De Viena salió un orden internacional, que evitó guerras generalizadas en Europa durante un siglo, y en el que encontraron acomodo potencias con sistemas autocráticos (Austria, Prusia y Rusia) y potencias liberales o moderadas (Gran Bretaña y Francia). No es casual que Putin inaugurara en noviembre de 2014, cerca del Kremlin, un monumento al zar Alejandro I, uno de los principales protagonistas del Congreso de Viena.  También estuvo presente Kyril, el patriarca de la iglesia ortodoxa. En aquella ceremonia, Putin alabó la obra del emperador ruso, estratega y diplomático de gran visión, y fundador de un sistema europeo de seguridad internacional. Subrayó el respeto mutuo de Alejandro por los intereses de los respectivos países, y a la vez añadió que aquel orden europeo se basaba además en valores morales. Probablemente estuviera también pensando en que la Rusia actual representa unos valores muy superiores a los de un Occidente inmoral y corrupto.

El Congreso de Viena otorgó a la Rusia zarista un estatus protagonista en el concierto europeo. En cambio, en la posguerra fría Occidente sólo ofreció a Moscú el Acta Fundacional para las relaciones Rusia-OTAN, y el Acuerdo de Colaboración y Cooperación entre Rusia y la UE. Tampoco es casual que ambos acuerdos fueran suscritos en 1997, durante la presidencia de Yeltsin. Demasiado poco para una Rusia que, en la época de Putin y mucho antes de la crisis de Ucrania, mostró ampliamente sus preferencias por los acuerdos económicos y políticos bilaterales.

¿Comprender a Rusia? El Congreso de Viena está asociado a conceptos como soberanismo, acomodo o concertación. No se asocia, como en el Acta de Helsinki, con los principios de respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales, y de la libre determinación de los pueblos. El Acta Final del Congreso de Viena es, ante todo, un acuerdo entre las grandes potencias. Por el contrario, El Acta Final de Helsinki recoge entre sus principios la igualdad soberana, y los derechos inherentes a la soberanía, entre todos los Estados participantes de Europa y América del Norte.


Jul 7 2015

El Estado Islámico o el retorno de la guerra de conquista

Cualquier estudiante de Derecho Internacional recordará haber leído que, tras la aparición de las Naciones Unidas, está prohibido el derecho de conquista territorial. En su manual al uso, nuestro estudiante podrá leer que la Carta de la ONU garantiza la integridad territorial de los Estados y que la Resolución 3314 (1974) de la Asamblea General considera un crimen toda guerra de agresión. Si la edición del manual no es muy antigua se le ilustrará con un ejemplo: la agresión de Irak contra Kuwait fue castigada con una “guerra-sanción” en 1991, autorizada por el Consejo de Seguridad.

Por desgracia para las teorías, la conquista territorial hizo su aparición en el escenario internacional en el verano de 2014. Fue ese el momento de la instauración del califato, noventa años después de su abolición en la Turquía de Atatürk, representado por el Estado Islámico (EI). Uno de sus principales rasgos es que no admite el principio de nacionalidad o de ciudadanía. Eso es una perversa invención de Occidente. No existen ni Siria e Irak, entidades artificiales construidas por el acuerdo franco-británico de 1916, ni cualquier otra frontera establecida en el mundo árabe-musulmán. El único principio válido es el de la fe islámica, con un retorno a los orígenes, al califato de los primeros siglos. En consecuencia, la conquista de los territorios que formaron parte de aquella unidad político-religiosa es para el EI algo perfectamente legítimo.

¿Cuál ha sido la respuesta de la comunidad internacional? La aprobación unánime de la resolución 2170 del Consejo de Seguridad, de 15 de agosto de 2014, en la que se condenan las acciones terroristas del EI y se insta a los Estados a no realizar transacciones económicas, en particular las ventas de petróleo, que beneficien a esta organización. Además se aprobaron medidas para detener el flujo de combatientes extranjeros que se unen a las filas del EI. No existe una referencia expresa a una intervención militar en la resolución, pero en ella se realiza un llamamiento para que, bajo el capítulo VII de la Carta, que autoriza el uso de la fuerza ante agresiones y amenazas a la paz, “se tomen todas las medidas necesarias para frenar, primero, y erradicar después las atrocidades cometidas por el EI en Irak y Siria”. Esta es la cobertura jurídica que ampara a la coalición internacional, liderada por EEUU, e integrada por 60 países. De ellos son 22 los que participan en operaciones militares.

Una vez más toda la estrategia se basa en la fuerza del poder aéreo. Se olvidan una vez más las lecciones de la historia. Nunca se ha derrotado al enemigo por esos medios. La Alemania hitleriana no fue aniquilada por los terribles bombardeos que sufrieron sus ciudades sino por la invasión terrestre de las tropas aliadas. ¿Y qué decir de otras guerras más próximas en el tiempo? ¿Para qué sirvieron los bombardeos sobre Vietnam del Norte? Se nos responderá que para obligar al gobierno de Hanoi a negociar con Washington y firmar los acuerdos de paz de París (1973). Pero dos años después las tropas norvietnamitas conquistaron el sur del país.

La realidad es que, tras el desgaste de las guerras de Afganistán e Irak, EEUU rehúye el envío de tropas terrestres. Quizás también se teme a la efectiva propaganda del EI en el ciberespacio, con su retórica habitual de descalificar a una coalición de “cruzados” y “apóstatas”. La falta de una mayor implicación de los países coaligados, y de la que se queja habitualmente el gobierno de Irak, suele justificarse afirmado que son los Estados de la región los que deben solucionar el problema. Pero el EI ha sido muy hábil transformando también su guerra de conquista en una lucha religiosa de los ortodoxos suníes contra los herejes chiíes. Esta es la consecuencia del grave error estratégico de Washington en Irak: la caída de Sadam Hussein llevó a la toma del poder por la mayoría chií hasta entonces oprimida. La venganza que algunos tomaron de los suníes ha alimentado el surgimiento del EI.

La expansión del EI es un ejemplo de guerra sectaria, y no se soluciona solo con bombardeos aéreos o medidas económicas. También es verdad que la solución debería partir de los países de la región. A este respecto hay dos países clave, Irán y Arabia Saudí. Ambos coinciden en que el EI es su enemigo, pero el programa nuclear de Teherán les aleja porque, en la percepción de Riad y las otras monarquías petroleras del Golfo Pérsico, este es un factor para consolidar la hegemonía iraní en la región. Esta percepción hace que la amenaza del EI no sea prioritaria. Mucho más peligroso sería la formación de un eje territorial chíi desde el Mediterráneo al Golfo Pérsico, con aliados de Irán en Líbano, Siria, Irak y algunos países de la península arábiga. Ahí está el ejemplo de la reciente intervención saudí en Yemen. Por lo demás, la presencia del EI también serviría para contrarrestar la amenaza iraní.

Mientras siga la guerra fría entre Arabia Saudí e Irán, que tiene más de tres décadas, las conquistas territoriales de los yihadistas proseguirán. Tan solo algún tipo de acercamiento entre Teherán y Riad sería una mala noticia para el EI. A la diplomacia rusa, influyente en Siria e Irán, le interesaría esta salida. ¿Y a las otras grandes potencias?