Jul 4 2016

Elie Wiesel: la transfusión de la memoria

ShowImageLa última vez que leí una cita de Elie Wiesel,  el Premio Nobel de la Paz fallecido en Nueva York el 2 de julio de 2016, fue en el discurso del papa Francisco en la recepción del Premio Carlomagno. El pontífice lo recordó al referirse a la “transfusión de la memoria” para evitar la repetición de los errores del pasado.  De eso sabía bastante Wiesel que padeció los horrores de los campos de Auschwitz y Buchenwald, con apenas dieciséis años, con la demoledora experiencia de perder allí a sus padres y a una hermana. Su único delito era su condición de judíos en el tiempo de una ideología asesina que dividía a los seres humanos en “infrahombres” y “superhombres”.

Elie Wiesel tenía sobradas “razones” para encerrarse en sí mismo tras haber dejado atrás aquella pesadilla o para alimentar sentimientos de venganza que le llevaran a una nueva prisión de por vida. Sin embargo, no fue así y sus tareas de periodista y escritor estuvieron dedicadas en el rescate de la memoria de las atrocidades padecidas por él y su familia, siempre con el objetivo de evitar que volvieran a pasar. En su discurso de recepción del Nobel de 1986 se identifica con un adolescente que pregunta a su padre cómo podían suceder tales cosas en el siglo XX, pues ya no vivíamos en la Edad Media. La pregunta está cargada de ingenuidad, pues implica haber asumido la creencia de que el progreso técnico tenía que haber hecho mejores personas. Pero las ideologías, sean del signo que sean, no bastan para transformar al ser humano en el “hombre nuevo”, soñado por los totalitarismos. También otros se preguntaron cómo podían suceder hechos tan inhumanos en Alemania, la patria de Goethe.

La transfusión de la memoria sigue siendo una necesidad urgente en una época como la nuestra de individuos-masa que se ocultan en ellos mismos o en pequeños grupos en los que se sienten seguros. Esto es muy propio de un mundo desorientado que no busca referencias en el pasado y se aterra ante el futuro. Hay que hacer una transfusión de la memoria para superar la temible barrera de la indiferencia. Wiesel no podía olvidar lo  vivido, que conllevó la pérdida de su familia y de su fe judía. En su trilogía La noche, El alba y El día llegará a escribir que ante la pregunta de dónde estaba Dios en esos momentos, sentirá una voz interior que le responde: en los hombres colgados de la horca de los campos de exterminio. Wiesel enlaza así con una tradición humanista que también es la de la filosofía del mundo clásico, la misma que llevó a Séneca a proclamar que el hombre es algo sagrado para el hombre.

Los últimos años de la vida de Wiesel no estuvieron exentos de polémica. Se vio atacado, incluso físicamente, por los negadores de la existencia de los campos y también por aquellos que aseguraban que algunos judíos habían puesto en marcha una rentable “industria” del Holocausto para obtener ingresos por medio del victimismo. Otros aseguraron que los libros de Wiesel que le dieran fama tampoco habían sido escritos por él. En cualquier caso, libros como La noche, habrían sido muy diferentes si un Elie Wiesel, un periodista de veintiséis años, no se hubiera encontrado con un veterano novelista católico, el Premio Nobel François Mauriac, de sesenta y nueve años. Su encuentro para una entrevista acabó, en un principio, con una fuerte discrepancia: ¿qué comparación podía establecerse entre el sufrimiento del Cristo en la cruz de Mauriac y el de los seis millones de judíos sacrificados por el nazismo? Wiesel no lo veía comparable y salió airado de la casa de Mauriac, pero éste le detuvo y le invitó a pasar de nuevo, no para darle argumentos sino para pedirle que le hablara claro y le contara todas las atrocidades que había vivido. Fueron varias horas de desahogo y de escucha, que culminaron en un abrazo entre los dos hombres. Poco tiempo después, Mauriac le dedicó un libro con estas palabras: “A Elie Wiesel, un niño judío que fue crucificado”. No se tomó a bien la dedicatoria, pero luego se daría a cuenta de que era una forma con la que el escritor francés le demostraba su cariño.

Elie Wiesel dedicó también sus energías a luchar contra otras formas de opresión en el mundo de nuestros días. Sus palabras no solo eran para recordar el Holocausto. También fueron empleadas en defender a Sajarov, Walesa, Mandela, los kurdos, los camboyanos, los desparecidos argentinos, o incluso a las víctimas palestinas. No había que silenciar aquellas situaciones, en las que no cabía ni el olvido ni la neutralidad, actitudes que, según recordó al recibir el Nobel, ayudan a los opresores, nunca a las víctimas. El olvido no cabe cuando la dignidad humana es pisoteada. El sufrimiento es mayor cuando las víctimas sienten que están siendo olvidadas.

La memoria de Wiesel nos sirve también para recordar lo evidente: en las relaciones internacionales, los Estados y sus intereses ya no son los únicos protagonistas. Lo son también los individuos concretos, con sus sufrimientos y esperanzas, su dignidad y sus derechos, sin los que no se puede construir ninguna paz.


Abr 27 2016

Sin novedad en el Consejo OTAN-Rusia

otan-rusiaDos años después de la suspensión de sus actividades en respuesta a la anexión de Crimea por Rusia, el Consejo OTAN-Rusia se ha reunido en Bruselas el 20 de abril. En medios oficiales rusos se ha subrayado, sin embargo, que la convocatoria se ha hecho por solicitud de la Alianza. En la rueda de prensa posterior a la sesión del Consejo, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, reconoció lo obvio: la existencia de puntos de vista divergentes entre los aliados y Rusia, si bien allí se escuchó lo que unos y otros tenían que decirse.

¿Fracaso? ¿Reunión infructífera? No se convocó para que diera frutos, y además cada una de las partes conocía bien la postura de la otra. ¿Está relacionado todo con la cumbre de la OTAN que se celebrará en Varsovia los próximos 8 y 9 de julio? Serán fechas en que las discrepancias con Rusia saldrán a relucir intensamente, sobre todo por parte de Polonia y los países bálticos, que siguen observando con comprensible inquietud la situación en Ucrania y que piden una mayor implicación de la Alianza, y de EEUU en particular, en la defensa de sus países. En este contexto complejo, la reunión en Bruselas de un foro de consultas políticas con Rusia, siempre cuestionado en su operatividad, acaso pretenda ser una tenue señal de que los puentes con Moscú no deben cortarse, y menos en estos momentos en que se han creado cauces de entendimiento entre rusos y norteamericanos en el conflicto sirio.

Pero la reunión  del Consejo OTAN-Rusia puede además responder a la inquietud de buscar una cierta estabilidad militar, que hace necesaria también la transparencia, en el este de Europa. Lo más preocupante han sido los incidentes protagonizados por aviones rusos en la región del Báltico, que se habrían acercado peligrosamente al destructor norteamericano  Donald Cook. No han sido los primeros, ni tampoco los últimos, y son un ejemplo más de que las medidas militares de la OSCE sobre fomento de la confianza y la seguridad  en Europa están siendo cuestionadas desde hace tiempo. El impacto de estas medidas, de probada eficacia en las épocas de la distensión y de la posguerra fría, parece haberse desvanecido en el momento actual, aunque el Documento de Viena de la OSCE, que contiene estas medidas actualizadas, se remonta al no tan lejano 2011. Y es que la situación en Ucrania ha trastocado todos los parámetros de la seguridad europea, además de cuestionar el papel de la OTAN y la UE.

La reunión del 20 de abril tampoco ha servido para recuperar la  cooperación práctica entre Rusia y la OTAN. Únicamente se mantienen canales para no perder un mínimo diálogo político. Stoltenberg declaró no ver ninguna contradicción entre el diálogo y la disuasión militar, a modo de respuesta a una pregunta de la agencia rusa Itar-Tass. Antes bien, la disuasión sería una forma de prevenir el conflicto. Por lo demás,  insistió que los aliados no volverían a la cooperación práctica con los rusos hasta que éstos no respetaran el Derecho Internacional. Moscú podría esgrimir el mismo argumento, entre otras cosas porque su concepto del Derecho Internacional no es idéntico. Tiene en la más alta estima la soberanía de los Estados y la no interferencia en sus asuntos internos, y en esta percepción, la Historia, baluarte inseparable del nacionalismo, reviste una importancia fundamental.

Una vez más, en la relación entre la OTAN y Rusia asistimos a la cuadratura del diálogo y la defensa. La Alianza está obligada a dar una respuesta de firmeza, sin llegar al conflicto, ante la situación en Ucrania, pero Rusia tampoco se puede quedar atrás y considera los movimientos de  sus fuerzas militares como acciones de autodefensa. Le basta con exhibir de continuo ante su opinión pública el mapa en que cuatro miembros de la OTAN, Polonia y las repúblicas bálticas, están a las puertas de sus fronteras. Desde esta perspectiva es Rusia la amenazada, y lo sucedido en Ucrania no dejaría de ser otra forma de evitar que la OTAN rodee a los rusos por su flanco sur.

La reunión del Consejo ha servido para expresar la preocupación de la OTAN ante posibles incidentes militares con fuerzas rusas. No hay otra novedad en este esporádico foro de consultas, aunque si el encuentro se ha prolongado más de lo previamente establecido, tal y como subrayó Stoltenberg, cabría concluir que Rusia comparte la misma preocupación.


Mar 10 2016

Reflexiones sobre el telegrama largo de Kennan

long-telegram2El 22 de febrero de 1946 George F. Kennan, encargado de negocios de la embajada norteamericana en Moscú, envió a Washington un memorándum, conocido como el “telegrama largo”, y con una extensión de cinco mil palabras. Una síntesis de dicho documento, The Sources of Soviet Conductsería publicado por el propio Kennan, bajo el seudónimo de Mr. X, en la revista Foreign Affairs en 1947. Se trata de un hito en la historia de las relaciones internacionales y que situó a su autor entre los principales representantes estadounidense del realismo político. Pero las reflexiones que siguen no pretenden ser un análisis histórico. Son una profundización, con ecos del pasado y del presente, en la que se repasan algunas opiniones de aquel gran defensor de la política de contención. ¿Qué puede aportar George Kennan, con rasgos de poeta en su análisis de la realidad, a un mundo en el que no existe una superpotencia con los rasgos de la URSS, un mundo inestable en el que pretenden echar raíces nacionalismos y populismos radicales?

La tesis fundamental de The Sources of Soviet Conduct es que la política exterior de la URSS estaba determinada por la ideología y por las circunstancias. A los contemporáneos de Kennan solo parecía importarles a la difusión internacional del comunismo. A este respecto, nuestro autor detestaba el macartismo, sobre todo, por ser un antiintelectualismo. Y es que no le gustaban los análisis de trazo grueso como los de la Doctrina Truman, que parecía entender el comunismo como un cuerpo ideológico, coherente, unitario y autoconsciente. El anticomunismo elemental no caía en la cuenta de que su rival no era más que un conjunto de teorías vagamente definidas, obsoletas y contradictorias. El comunismo soviético no tenía el alto grado de coordinación que se le atribuía. Por eso, al igual que De Gaulle, Kennan sabía separar lo ruso de lo soviético. Presintió las disensiones de la URSS con China y otros países comunistas. Más allá de las diferencias ideológicas, llegaría el día en que EEUU abriera canales diplomáticos con dichos países.

Uno de los legados de Kennan en su célebre “telegrama largo” es valedero para todos los tiempos: los adversarios también son seres humanos. Lo hemos visto recientemente en El puente de los espías, ese singular film de Steven Spielberg. Los líderes soviéticos eran los herederos del marxismo-leninismo, pero no cabe buscar en esa ideología, o en cualquier otra de signo radical, un manual de uso, a no ser que nos dejemos encandilar por la propaganda. Antes bien, los dirigentes se mueven en función de las circunstancias, necesariamente cambiantes. Cabe, en consecuencia, el pragmatismo en los mesianismos de todo signo, y muy particularmente en el comunismo. Pragmáticos fueron, sin duda, Stalin y la mayoría de sus sucesores.

Con estos planteamientos, podríamos llegar a una conclusión asumida por Kennan: en el estudio de las relaciones internacionales no basta con el conocimiento de la historia, ni de las teorías políticas, ni siquiera del ordenamiento jurídico internacional o del interno. El analista internacional tampoco debería privarse de conocer algunas nociones de psicología, necesariamente incompletas. De ahí que Kennan subrayara que los líderes soviéticos, y me atrevería a añadir que todo líder con alma de ingeniero social, presumían de conocer, mejor que nadie, la naturaleza humana. También a nuestro autor le interesaba la psicología, quizás a partir de sus lecturas de Clausewitz, anticipador de la guerra psicológica, pero a la vez como gran admirador de la cultura rusa, podría haber recordado las limitaciones de los analistas por medio de aquel proverbio, alguna vez citado por Turgueniev, de que “el alma humana son tinieblas”. De todos modos, la lectura de los clásicos era, para Kennan, un excelente bagaje para la diplomacia, sobre todo la Biblia, Plutarco, Shakespeare y Gibbon, donde se encuentran “las expresiones más sutiles y reveladoras de la naturaleza humana”.

Kennan subrayó que el radicalismo de Stalin le hacía ajeno a la cultura del compromiso, propia, sobre todo, de las democracias anglosajonas. Un radical asentado en el poder nunca cederá, en casi nada, porque existe el peligro de que el régimen, y con él su poder personal, se venga abajo. Los rasgos mesiánicos de una religión secular se acentúan cuando el líder es a la vez rey, profeta y legislador. En el año del “telegrama largo”, Stalin se había impuesto a todos sus rivales, aunque Kennan no dejaría de advertir que las luchas internas de poder son el principal enemigo de los totalitarismos de cualquier signo. Y para que no se cuestione la autoridad del líder, se hace uso con frecuencia del mito de las conspiraciones extranjeras, lo que sirve para justificar un poder interno ilimitado con una disciplina de hierro.

En el “telegrama largo”, nuestro autor proponía para EEUU “políticas inteligentes de largo alcance”. Esto se tradujo en el containment, la política de contención de las tendencias expansivas de Rusia, siempre “a largo plazo, paciente y vigilante”. ¿Cabía, entonces, albergar alguna esperanza? Kennan confiaba en que los jóvenes estarían disconformes con un desarrollo económico precario, y precisamente estas deficiencias económicas harían que la URSS no pudiera vencer a la pobreza. Llegaría el tiempo en que se pondría de manifiesto la incapacidad del sistema soviético para exportar éxitos o evidencias reales de que había logrado para su pueblo la prosperidad material. Cuatro décadas después, los hechos dieron la razón a Kennan. Sin embargo, el periodista Walter Lippmann criticó aquella estrategia cimentada, en gran parte, en la paciencia, pues supondría dejar la iniciativa a Stalin.

Pero la paciencia de la contención nada tiene que ver con ilusorias esperanzas de victorias definitivas. Kennan era enemigo de cualquier maximalismo, seguramente porque añoraba la diplomacia del siglo XVIII anterior a las devastadoras guerras napoleónicas. Una victoria total, con duras condiciones para los vencidos, solo podría arrastrar a un conflicto mucho peor. Esto explica la admiración de Kennan por el estratega suizo del siglo XIX, Henri Antoine Jomini, que señaló que el problema fundamental de la guerra era dejar al enemigo dos opciones: la retirada, o el combate en condiciones desfavorables. En los últimos años de su vida, casi centenario, el teórico de la contención no mostró ningún entusiasmo ni por la ampliación de la OTAN, ni por las intervenciones militares en KosovoAfganistán e Irak. Sus lecturas históricas le previnieron acerca del espejismo que suponen las victorias rápidas alcanzadas por el dominio de la tecnología. Y esas mismas lecturas le podían servir para conocer mejor las lecciones del pasado antes de dar pasos hacia el futuro. Al leer a Gibbon, le gustaba recordar que la ocupación de los territorios de los vencidos trae como consecuencia el espíritu de resistencia de los pueblos sometidos. De ahí que no fuera partidario de las rendiciones incondicionales. Se debía castigar a los líderes, pero no destruir la administración del país representada por los antiguos miembros del partido gobernante, y todo con objeto de evitar posteriores convulsiones sociales. Era necesario un cierto grado de estabilidad para preservar el orden. No cabe duda que lo sucedido en Irak con el partido baasista de Sadam Hussein habría dado la razón a Kennan.


Dic 8 2015

Los límites de la ampliación de la OTAN

Prime Minister of Montenegro visits NATO

Montenegro ha sido invitado por el Consejo Atlántico, en su reunión del pasado 1 de diciembre, a formar parte de la OTAN.  Previamente el país balcánico había sido admitido a un MAP (Membership Action Plan), un programa de transición para incorporarse, el mismo programa al que se adhirieron Macedonia y Bosnia-Herzegovina. Sin embargo, estos dos países difícilmente se incorporarán a la Alianza, pues Macedonia se sigue encontrando con el veto de Grecia, empeñada desde hace años en obtener un cambio de denominación de la antigua república yugoslava. Y en cuanto a Bosnia-Herzegovina, es conocido el rechazo de los serbobosnios que no olvidan su derrota por las fuerzas de la Alianza hace dos décadas, además de los bombardeos aliados sobre Serbia durante la guerra de Kosovo. Si tenemos además en cuenta que Albania y Croacia se incorporaron a la OTAN en 2009 y que Serbia ha descartado por completo su adhesión, solamente queda Montenegro, en la región de los Balcanes, como el único Estado con posibilidades de convertirse en el socio vigésimo noveno de la Alianza.

El hecho sirve para confirmar que tanto la expansión de la OTAN, como de la UE, han tocado techo desde hace unos años, aunque en los primeros años del presente siglo las ampliaciones eran presentadas como la reincorporación de una serie de países a un Occidente del que habían estado alejados mucho tiempo. Finalizada la guerra fría, la OTAN vio pasar a un segundo plano su papel de instrumento de seguridad colectiva, desplazado por una función de seguridad cooperativa, caracterizado por las misiones de estabilización en las posguerras y el mantenimiento de la paz, eso sí con la cobertura de las resoluciones de la ONU. En este contexto, ampliar la OTAN no era tanto una cuestión geopolítica sino un proceso para la creación de un espacio de seguridad y estabilidad a lo largo del continente europeo, una especie de contribución a una Europa unida basada en la armonización de sistemas políticos democráticos. Evidentes obstáculos eran, sin duda, la falta de tradición democrática, la amenaza de los nacionalismos secesionistas y la losa prolongada de la corrupción, pero, en cualquier caso, la política se imponía sobre la geopolítica. Tal era el discurso oficial en Washington y en las capitales europeas de la Alianza, mas no así el de Rusia, incapaz de entender de disquisiciones acerca de un mundo kantiano, en el que las democracias no combaten entre sí. A Moscú le bastaba con mirar el mapa para darse cuenta de que una organización militar, la misma que fue su enemiga en la guerra fría y que no se disolvió tras la caída de la URSS, se acercaba a sus fronteras o a países que tradicionalmente habían estado bajo su área de influencia. En consecuencia, los rusos tenían que oponerse, y con mayor razón todavía, si los futuros aspirantes eran antiguas repúblicas soviéticas como Ucrania y Georgia.

En el caso de Montenegro, la incorporación a la OTAN no es una amenaza a las fronteras rusas. ¿Qué peligro representa este pequeño país mediterráneo con apenas 2000 efectivos militares? Pero para Moscú es una provocación que atenta contra la Historia. Un diplomático ruso me recordó una vez que no existía diferencia entre Serbia y Montenegro, con la alusión a un dicho del pasado que afirma que estos dos países son los ojos de una misma cabeza. Esta percepción implica otra mirada al mapa, pues Serbia, tradicional aliada de Rusia,  quedaría rodeada por países miembros de la OTAN y la UE. Con todo, los serbios sí son aspirantes a entrar en la UE, algo con lo que Moscú tampoco estará muy de acuerdo.

Tanto Serbia como Rusia se opusieron a la secesión de Montenegro, pero un 55,5% de los electores montenegrinos en 2006 se inclinaron en un referéndum por la independencia. Este resultado demuestra la división de la sociedad que, sin duda se acentuará tras la invitación a formar parte de la OTAN, y ya se han producido violentas manifestaciones en la capital del país. Por lo demás, el parlamento de Montenegro, compuesto por 79 diputados, aprobó en septiembre una resolución, suscrita por 50 legisladores, a favor de la adhesión del país a la Alianza. La coalición por un Montenegro europeo, que agrupa a socialdemócratas y liberales, ganó las elecciones de 2012, pero las formaciones opositoras, entre los que destaca el Frente Democrático, partidario de la unión por Serbia, esperan su oportunidad en las elecciones del próximo año, mas no es fácil que sustituyan a la coalición gobernante en un futuro próximo.

La oposición de Rusia era previsible, pero la OTAN ha querido demostrar que no admite ningún veto de los rusos a ampliar el número de sus socios. Otra ventaja a favor de Montenegro es que ninguno de los 28 miembros de la Alianza se opone a su entrada. Sin embargo, si se tratara de Ucrania o Georgia, las reticencias de Francia y Alemania, entre otros países, saldrían a relucir. La OTAN no invitó a Montenegro a la adhesión en la cumbre de Gales, de septiembre de 2014, pues los acontecimientos de Ucrania estaban muy recientes. En cambio, lo ha hecho ahora cuando las prioridades de la seguridad internacional pasan por Siria, con el consiguiente entendimiento con los rusos. Pero el guión parece escrito de antemano: Rusia se opone y la OTAN da muestras de no consentir interferencias ajenas. Otra cosa es la real importancia estratégica de Montenegro y la remota posibilidad de que otros países se incorporen más tarde a la Alianza.


Nov 10 2015

China-Taiwan: ¿una cita histórica en Singapur?

El 7 de noviembre de 2015 pasó a la Historia como  el día de la primera entrevista entre los presidentes de China, Xi Jinping, y de Taiwan, Ma Ying-yeou, que a su vez son los líderes de sus respectivos partidos, el partido comunista chino y el partido nacionalista (Kuomintang). Una cita en el suntuoso hotel Shangri-La, de Singapur, ha llevado a los medios informativos a desempolvar una imagen de setenta años atrás: la de Mao y Chiang kai-shek, los dirigentes históricos de esas mismas formaciones, que un 27 de agosto de 1945 brindaban por la derrota japonesa en la II Guerra Mundial. Aquella foto solo representó una ilusión de paz destinada a caer pronto en el olvido, pese a los esfuerzos de la Administración Truman de reconciliar a ambas partes y evitar otra guerra civil. El resto de la historia es bien conocido: tras la victoria de los comunistas y la proclamación de la República Popular de China, los líderes del Kuomintang se refugiaron en la isla de Taiwan, donde han mantenido hasta ahora la denominación oficial de República de China.

¿Por qué la imagen de Xi y Ma en Singapur puede ser objeto de similar olvido que aquella en la que aparecen sus antecesores? Sobre todo, porque el taiwanés Ma no puede presentarse a la reelección en las presidenciales de enero, y porque la candidata favorita en todos los sondeos es Tsai Ing-wen, que está al frente del Partido Demócrata Progresista (DPP, en sus siglas en inglés), y que siempre se ha caracterizado por defender la singularidad de Taiwán frente al continente. Tsai y sus seguidores no consideran que Taiwán forme parte de China, ni que esté destinada a asociarse o unirse a la República Popular. Sin embargo, los presidentes Xi y Ma no descartan una mayor vinculación entre sus dos entidades políticas partiendo de la idea de “un país, dos sistemas”, puesta en marcha por Deng Xiaoping, y que fue útil en su momento para reintegrar Hong Kong y Macao a la soberanía china. Es probable incluso que algún diplomático chino  o taiwanés, mientras los nacionalistas sigan gobernando, esgrima un documento político del pasado: la Declaración de las Potencias Aliadas de El Cairo, suscrita el 1 de diciembre de 1943. Entre otras cosas, la Declaración señala que Japón había arrebatado por la fuerza a China diversos territorios como Manchuria, las islas de los Pescadores y Formosa (Taiwán). Esta mención supondría un reconocimiento implícito de que dichos territorios eran previamente chinos, y en un documento suscrito nada menos que por Roosevelt, Stalin y Churchill. Dada la evolución de los hechos,  el Departamento de Estado norteamericano declaró unos años después que el texto era únicamente una declaración de intenciones, aunque no un reconocimiento expreso de la soberanía china.

Tsai, la candidata a la presidencia del DPP, ha criticado la reunión porque es una forma de coaccionar al electorado taiwanés, de decirle que si no votan al candidato oficialista del Kuomintang, asistiremos a una reacción hostil de China, que tiene sus antecedentes en una serie de maniobras militares de Pekín, en los estrechos que separan la isla del continente,  durante la presidencia de Chen shui bian (2000-2008), el primer jefe de Estado procedente del DPP. Ha sido una oportunidad para Tsai de hacer campaña y ofrecer una imagen del presidente Ma como la del político dispuesto a entregar Taiwán a China. Por lo demás, los nacionalistas taiwaneses tienen motivos para preocuparse: perdieron en 2014 las elecciones locales, y pueden perder en 2016 las presidenciales y las legislativas. Muchos interpretan la cita de Singapur como una oportunidad de vender la candidatura de un partido, el Kuomintang, como la del único que mantendría una buena relación con China, también, por supuesto, en el ámbito económico. Por el contrario, el DPP es terriblemente proteccionista frente a la entrada de productos chinos.

No queremos creer que un gobierno de los demócratas progresistas en Taiwan cometa la locura de proclamar de iure la independencia de la isla, pues saben que darían a los comunistas chinos un pretexto para la anexión por la fuerza. Sin embargo, la tensión militar en los estrechos y las sonadas discrepancias políticas pueden estar garantizadas en los próximos años. Es cierto que el futuro gobierno del DPP esgrimirá en su discurso los ideales de la democracia y los derechos humanos, junto con la soberanía nacional de Taiwan, pero en las actuales circunstancias es preferible la actual situación de independencia de facto. Y tampoco deberían hacerse ilusiones en que EEUU iría a la guerra con China por la defensa de la soberanía de Taiwan. A Washington le conviene desactivar cualquier foco de conflicto. Ya lo hizo la Administración Eisenhower en 1958, cuando no quiso responder a las provocaciones de la China maoísta en los estrechos.

Con semejantes perspectivas, el encuentro de Xi y Ma en Singapur no dejará de ser otra anécdota histórica, de esas que hay que buscar con detenimiento en la profusa información de los manuales de Historia.