Abr 12 2024

¿El final de la “fascinación rusa” de Francia?

Imagen de archivo del presidente de Francia, Emmanuel Macron, y su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski, en París, 16/2/2024 / Europa Press

Las declaraciones del presidente Macron sobre la posibilidad de enviar tropas francesas a Ucrania habrían sido impensables hace un par de años. Ni siquiera se habría planteado en 2014, año de la anexión de Crimea por los rusos, entre otras cosas, porque en aquel entonces Europa no reaccionó a esa demostración de guerra híbrida, que Moscú abandonó, aunque nunca del todo, con la invasión de Ucrania en febrero de 2022.

Desde hace más de dos siglos la diplomacia francesa ha adoptado actitudes cambiantes respecto a Rusia. En la primera mitad del siglo XIX, Francia optó por la confrontación, primero con la fallida invasión de Napoleón, y entre 1854 y 1856 con la guerra de Crimea, nacida del propósito franco-británico de oponerse a la salida de la Rusia zarista al Mediterráneo. La toponimia de calles y lugares de París recuerdan todavía aquella aventura exterior de Napoleón III. Estos enfrentamientos bélicos no eran incompatibles con la simpatía y admiración que podían demostrar los intelectuales franceses respecto a los zares “reformadores” del siglo XVIII, como fueron los casos de Voltaire o Diderot. ¿Y qué decir del siglo XIX, cuando los literatos rusos admiraban a los franceses y viceversa, al tiempo que la aristocracia zarista pretendía demostrar su distinción por medio de la cultura francesa?

Todo cambió radicalmente con la unificación de Alemania bajo la dirección de Prusia, y la derrota de los franceses en 1870, que trajo consigo la pérdida de Alsacia y Lorena. Para hacer frente al nuevo Reich alemán, en 1892 se constituyó una entente franco-rusa, preludio de la Triple Entente de 1907, que incorporaría a Gran Bretaña. Así se formó uno de los bandos de la Primera Guerra Mundial, aunque una vez finalizada la contienda, los franceses seguían viendo amenaza en una Alemania revanchista. A París le preocupaban, sin duda, las repercusiones de la revolución bolchevique de 1917, y esto explica que en 1920 Francia enviara ayuda militar y asesores para adiestrar al naciente ejército polaco en guerra con la Rusia soviética. Entre esos asesores estaba el entonces capitán Charles de Gaulle. Con todo, a los franceses, y por supuesto a De Gaulle, les inquietaba más Alemania, y así lo reflejó aquel oficial en 1924 en su libro La Discorde chez l’ennemi, que se remontaba a los años de la pasada guerra para recalcar que el peligro alemán seguía existiendo. Veinte años después, en 1944, De Gaulle, excluido más tarde por las potencias anglosajonas de la conferencia de Yalta, suscribió con Stalin un tratado franco-soviético de ayuda mutua, no exento de reticencias por parte del líder soviético.

El anticomunista De Gaulle hacía gala de pragmatismo desde la presidencia francesa. Preconizó una Europa no supeditada a Washington y esto explica su viaje oficial a la URSS en 1966, que duró diez días, y se produjo en un año en el que Francia se retiró de la estructura militar de la OTAN. Al llegar François Mitterrand a la presidencia en 1981 continuó con esta tradición gaullista: la de una relación especial con Rusia sin renunciar por ello ni a la construcción europea ni al vínculo trasatlántico. La “fascinación rusa” continuó con Jacques Chirac, el gaullista que no vio con buenos ojos el bombardeo de Serbia por la OTAN (1999) y menos aún la invasión norteamericana de Irak (2003). En su oposición a Washington, Chirac fomentó el llamado “trío de la paz”, compuesto por él mismo, el canciller Schröder y el presidente Putin. Ni que decir tiene que los antiguos países comunistas del este de Europa, recién incorporados a la OTAN, no compartían la postura de París y Berlín. Hasta fechas muy recientes, no solo en la diplomacia francesa sino también en algunos medios de comunicación se achacaba la agresividad diplomática –y a veces militar, como en Georgia en 2008– a la “humillación” sufrida por Moscú a causa de la expansión de la OTAN, una “humillación” que supuestamente explicaría la evolución de la política interior rusa, y de Putin, hacia el autoritarismo. El filósofo Jules Ferry, ministro de Educación entre 2002 y 2004, llegó a afirmar que el propósito inicial de Putin era el de convertir a Rusia en una democracia europea regida por el Estado de Derecho.

Poco después, la “fascinación rusa” alcanzó a sectores de la derecha francesa, y no solo de la extrema derecha, pues, según ellos, la Rusia de Putin defendía la moral tradicional, por no decir cristiana, combatía el islamismo y protegía a los cristianos de Oriente en Siria. Sin ir más lejos, Rusia era un ejemplo para quienes se oponían a una inmigración musulmana incontrolada y favorecida por “fuerzas oscuras” en el seno de la Unión Europea. Políticos como François Fillon, fracasado candidato gaullista a las elecciones presidenciales en 2017, sucumbieron a la fascinación por Putin, el “hombre fuerte”. En eso habría coincidencia con la extrema izquierda, La France Insoumise, de Jean Luc Mélenchon, deseosa de apoyar a cualquier enemigo del “imperialismo norteamericano”. Por su parte, Marine Le Pen veía en la Rusia de Putin una combinación interesante de “patriotismo económico”, defensa de la soberanía y fidelidad a las tradiciones nacionales. El único candidato crítico con Rusia era Enmanuel Macron, que partía de un enfoque “progresista” con la defensa de la democracia y los derechos humanos.

Pese a todo, en el primer mandato de Macron (2017-2022), Francia no cambió en lo sustancial la orientación prorrusa de su diplomacia. Se recuerdan aún los intentos de Macron, con conversaciones telefónicas y reuniones personales, por evitar la invasión de Ucrania en los meses previos, e incluso durante un breve período posterior se pudo comprobar que el presidente francés no descartaba algún tipo de solución negociada. Hay que recordar que la diplomacia francesa se resistía a ver en la concentración de tropas rusas en las fronteras de Ucrania, desde los últimos meses de 2021, el preludio de una guerra. No pocos lo interpretaban como algo retórico y efectista, una maniobra de intimidación para evitar que Ucrania ingresara en la OTAN. Por tanto, todo terminaría con el surgimiento de una Ucrania neutral y desmilitarizada. Finalmente, al producirse la invasión, los partidos de los extremos políticos no pudieron por menos de condenarla, sin dejar por ello de hacer un llamamiento a una paz que tuviera en cuenta los intereses rusos de seguridad.

La evolución política de Macron ha sido notable en poco más de un año. Ahora es uno de los más firmes defensores de la causa ucraniana en Europa hasta el punto de asegurar que la guerra está vinculada al futuro de Europa y que la Rusia de Putin es un adversario peligroso y permanente. La diplomacia gaullista ha sido descartada, aunque la historia nos recuerde que el capitán De Gaulle combatió a los rusos en Polonia en 1920.


Feb 6 2024

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Nagorno Karabaj
CC BY-SA 3.0 – Sonashen

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