Relaciones OTAN-China: Poco ruido y menos nueces

Jens Stoltenberg en la Conferencia de Seguridad de Munich, 15-02-2019 (MSC / Guelland)

En su discurso ante la Conferencia de Seguridad de Munich de 2019, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, se refirió brevemente a las relaciones entre la Alianza y China, basadas, hoy por hoy, más en el diálogo que en la cooperación, pues esta última es un tanto limitada. No deja de llamar la atención que, veinte años después del bombardeo de la embajada china en Belgrado por aviones de la OTAN, los chinos estén interesados por estos contactos, pues en su día se indignaron y no aceptaron las disculpas aliadas que aseguraban que el bombardeo había sido un error.

Pero lo cierto es que desde 2010 los contactos periódicos se han reanudado, tanto en Bruselas como en Pekín, y pasan, sobre todo, por reuniones militares a alto nivel y participación en cursos de las diferentes instituciones de defensa. Con todo, Stoltenberg recordó la existencia de una cooperación en el marco de las misiones internacionales como la lucha contra la piratería en aguas de Somalia. La referencia a China en el discurso del secretario general es una constatación de la ascensión del país asiático como gran potencia, y uno de sus instrumentos, mencionado expresamente, es el dominio de la tecnología, pues Pekín quiere convertirse en el punto de referencia del uso del G5, compitiendo decididamente con norteamericanos y europeos.

Stoltenberg reconoció además que lo que sucede en la región de Asia Pacífico no puede ser desligado de lo que pasa en la región euroatlántica. Es cierta esta consideración geopolítica, pero el interés de la OTAN, en cuanto tal organización, por Asia no deja de ser algo marginal. No podemos imaginar una cooperación específica y a gran escala entre la Alianza y China, y menos aún en unos tiempos en que las relaciones entre Washington y Pekín pasan por momentos difíciles.

Pero siempre será así, y no tanto por las guerras comerciales, sino por el hecho de que el propósito constante de China es expulsar a EE.UU. de Asia-Pacífico, como si se tratara de una nueva doctrina Monroe aplicada a los asiáticos, avalada por China. A la larga, la paciente China se ve como vencedora en la extensión de su influencia, pues está segura de que los aliados tradicionales de los norteamericanos en Asia están perdiendo su confianza en ellos. El pivote asiático de la Administración Obama parece haber tocado techo, aunque no se adivina, hoy por hoy, por la imprevisibilidad de la Administración Trump, qué es lo que podría reemplazarlo.

Desde esta perspectiva, las relaciones de la OTAN con China no dejan de ser algo marginal, pero lo curioso es que ninguna de las dos partes tiene interés en dejar de lado estos contactos. Curiosidad, necesidad de establecer una línea periódica de encuentros, pero poco más. No parece que sea tampoco una decidida apuesta geopolítica, de las basadas tradicionalmente en el equilibrio, en este caso respecto a Rusia. Desde hace casi tres décadas se ha afianzado esa alianza de conveniencia entre Rusia y China dispuesta a hacer frente a los intentos hegemónicos estadounidenses. No es una alianza de simpatías o afinidades sino del más puro pragmatismo, que recuerda que la relación especial entre Washington y Pekín, forjada en la guerra fría, ha pasado a la historia, bastante tiempo antes de que entrara en escena la Administración Trump.

La realidad es que a China le interesa más la UE que la OTAN, y más aún las relaciones bilaterales con los países europeos. En su rivalidad con los norteamericanos, a Pekín le conviene el distanciamiento entre Europa y EE.UU., algo en lo que coincide con Rusia, cuya aspiración, desde la época soviética, ha sido siempre expulsar a EE.UU. de Europa. Podemos llegar así a la conclusión de que el aislacionismo de la era Trump satisface en el fondo, y a la vez, a rusos y chinos. En este contexto geopolítico, las relaciones entre China y la OTAN son marginales o anecdóticas.


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