El general Allen y Donald Trump: dos visiones del patriotismo

general-john-allenEn la convención del partido demócrata el general retirado, John R. Allen, defendió con un discurso de altos tonos patrióticos la candidatura presidencial de Hillary Clinton, a la que consideró la comandante en jefe más adecuada para EEUU.

Es cierto que el discurso no gustó a algunos de los asistentes, quienes corearon consignas a favor de que el país no se mezcle en más guerras, y que algunos analistas políticos han visto en las palabras de Allen una confirmación de que Clinton sería un “halcón” en política exterior. Sin embargo, el próximo presidente norteamericano no tendrá ninguna opción para olvidarse de Irak y Afganistán, unas guerras que Obama pretendió clausurar definitivamente, aunque en otro tiempo había llegado a decir que la primera era la “guerra mala” y de la segunda, la “buena”.  Pero la actual política exterior del presidente  no es solo una cuestión de credibilidad en el liderazgo norteamericano sino que además se asienta en el convencimiento de que en esos territorios existe una amenaza para la seguridad de EEUU. Con todo, no busquemos grandes gestos externos presidenciales en este terreno. En el inquilino de la Casa Blanca, muy interesado en marcar distancias con sus antecesores, parece seguir imponiéndose el  famoso leadership from behind .

Allen pronunció un discurso patriótico, si bien  mucho más realista que otros de Donald Trump, pese a sus vibrantes eslóganes de America First o Make America Great Again . Estas consignas se escucharon en la época de Reagan, el tiempo de una revolución conservadora que pretendía salir al paso de la “debilidad” de Jimmy Carter. Sin embargo, no estamos en la década de 1980, en los últimos años de un imperio soviético que trataba en vano de ocultar sus tremendas carencias. Trump no puede resucitar el reaganismo porque, en el fondo, no cree en él, y lo confunde con un discurso populista que encaja más en la década de 1930, con todas sus secuelas de aislacionismo, proteccionismo, autoritarismo y demagogia, de las que ni siquiera se libró EEUU en ese momento histórico porque estaba profundamente dividido política y socialmente. Solo  el ataque japonés a Pearl Harbor sirvió para despertar al gigante y conducirlo a un entorno de unidad  nacional y patriotismo, en aquel momento bajo el liderazgo de Franklin D. Roosevelt, el único presidente que ganó cuatro elecciones consecutivas. Hay además diferencias con la época presente:  EEUU en el período de  entreguerras abandonó a sus aliados europeos para concentrarse, en política exterior, en su “patio trasero” latinoamericano. En cambio, hoy apenas se habla de la Doctrina Monroe y Washington mira con especial interés a la región de Asia-Pacífico sin descuidar a Europa.

EEUU no debería confundir el patriotismo ni con la nostalgia ni con el miedo. Estos dos sentimientos son pilares del populismo, que habla de una edad de oro en un pasado supuestamente cercano y glorioso,  aunque cualquier historiador serio se daría cuenta de que no fue del modo en que se empeñan en recordarnos. Desgraciadamente en el discurso político de Trump se prefiere la leyenda a la historia. El candidato apuesta por imágenes sugerentes de un pasado que difícilmente volverá, y dichas imágenes se apoyan en el arte del storytelling, por no decir de la política-espectáculo.

El general Allen ha tenido que recordar a los aliados europeos y asiáticos de EEUU que su país respetará las alianzas y los tratados, aunque no haya nombrado expresamente a un Trump que parece cuestionar los pactos remotos y recientes. La alusión más directa al candidato republicano ha sido: “Nuestras relaciones internacionales no serán reducidas a una transacción de negocios”. En efecto, las relaciones económicas, pese a lo que digan algunas teorías, no son determinantes para evitar las guerras, y menos todavía si los gobernantes se aferran a los réditos electorales de un mayor proteccionismo. Por lo demás, hay  ejemplos históricos de que importantes socios comerciales, como Francia y Alemania, se enfrentaron con las armas aunque lo “razonable” hubiera sido no hacerlo.

El gran error de Trump puede ser dejar en manos de los demócratas el monopolio del patriotismo, pese a ser a proclamarse como uno de sus grandes defensores. El general Allen  hablaba de hombres, mujeres, razas, etnias, religiones o credos en un futuro de unidad y esperanza. Un patriotismo asentado en valores comunes, y no exclusivo de un determinado grupo. En consecuencia, habrá republicanos que voten a Hillary Clinton, lo mismo que en el pasado  otros votaron a Roosevelt o a Obama.

Sea cual fuere el resultado electoral, los grandes perjudicados serán los republicanos. En caso de ganar, se encontrarían que  el prestigio de un partido de más de siglo y medio de historia ha sido gravemente dañado por un outsider. En caso de derrota, llegaría otra presidencia demócrata, en la que no es difícil pronosticar tensiones y contradicciones en un escenario político interno y externo de grandes desafíos. El pronóstico del analista Aaron David Miller, en su libro The End of Greatness (2014), parece estar cumpliéndose. La era de los grandes presidentes se ha acabado. Las expectativas de los ciudadanos de tener un presidente que haga historia chocan con la realidad política de nuestro tiempo.

Pese al discurso patriótico, Donald Trump calificó a Allen de “general fracasado”, lo que equivalía a preguntar: ¿Cuáles son sus logros como comandante en jefe de la ISAF en Afganistán o en la dirección de la coalición global frente al Daesh? El candidato republicano debería saber que estos desafíos no pueden gestionarse como si fueran una cuenta de pérdidas y ganancias. Hacen falta instrumentos militares, pero no solo militares, tal y como reconoció el propio Allen. Por de pronto, Trump no concreta cómo haría frente a esos retos. Desde luego, no se pueden abordar con métodos de la década de 1940, ni siquiera de la de 1980, la época dorada empresarial de Donald Trump.


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