La incómoda tumba de Suleimán

La política de “problemas cero” con los vecinos,  fomentada por el gobierno del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan y su ministro de asuntos exteriores, Ahmet Davutoglu, empezó a resquebrajarse con el estancamiento de la guerra civil siria, y también por la frustración de las esperanzas de la Primavera Árabe de una supuesta democratización de Oriente Medio. El control de extensas zonas de Siria e Irak por el Estado Islámico (EI) ha añadido más incertidumbres a los cálculos geopolíticos de Ankara e incluso ha contribuido a que las decisiones de política exterior puedan tomarse en función de la situación política interna turca.

De este modo hemos asistido en las pasadas semanas a una operación militar de corto alcance estratégico y de un mucho mayor interés político, por no decir electoral. Las imágenes del piloto jordano, prisionero del EI y quemado vivo en una jaula, han debido de pesar también en el ánimo del ahora primer ministro Davutoglu para desarrollar una incursión militar en territorio sirio. El objetivo era cambiar la ubicación de la tumba del shah Suleimán, nieto del fundador del Imperio Otomano, y que data del siglo XIII, para protegerla de una posible destrucción por el EI. El estatus de la sepultura de Suleimán se contempla en el art. 9 del tratado de Ankara, suscrito entre Francia y un agonizante Imperio Otomano el 20 de octubre de 1921. Los franceses se habían hecho dueños de Siria al término de la I Guerra Mundial, aunque tuvieron la sensibilidad de respetar la propiedad turca de la tumba y del complejo arquitectónico que la albergaba. En ese espacio Turquía podría mantener guardias armados y ondear su bandera. En el tratado se hablaba de propiedad, aunque no de soberanía, por lo que ese enclave en Siria no quedaría bajo dominio turco. Desde entonces la presencia de la tumba en territorio sirio es una cuestión controvertida, si bien Damasco permitió desplazarla en 1973 cuando el emplazamiento original iba a ser inundado por la construcción de una presa en el Éufrates.

La tumba era custodiada por 38 soldados turcos, que se sintieron amenazados por los avances militares del EI en el verano de 2014. Los combatientes islamistas llegaron muy cerca de la tumba, pero no la atacaron, aunque, según algunas fuentes, profirieron amenazas a los soldados y les invitaron a arriar la bandera turca y sustituirla por la del EI. La situación cambió radicalmente en septiembre con el inicio de los bombardeos de la coalición internacional sobre objetivos del EI. Turquía aparecía a los ojos de los yihadistas como cómplice por permitir utilizar su territorio. La tumba adquiría además un nuevo valor para el EI, que podría tener la oportunidad de utilizar sus alrededores como parapeto de sus combatientes contra posibles bombardeos. Además la situación militar iba empeorando en la zona tras los intensos combates entre los kurdos sirios y los yihadistas por el control de la ciudad de Kobani. El hecho ponía además en una situación comprometida a Turquía. ¿Debía ayudar a sus tradicionales enemigos, los kurdos, a controlar Kobani o era mejor inhibirse ante los ataques del EI, con el riesgo de ser esto último interpretado como una pasividad cómplice del gobierno islamista de Ankara?

Tampoco hay que olvidar un inquietante precedente. EI había tomado como rehenes en junio de 2014 a funcionarios del consulado turco en Mosul y el gobierno de Davutoglu había conseguido su liberación meses después, sin que trascendieran detalles y por medio de un intercambio de presos yihadistas, lo que arrojaba una vez más la sospecha de algún tipo de entendimiento con el EI. Nuevos rehenes turcos en manos del EI no solo darían una imagen de debilidad de Ankara en el ámbito internacional sino que además podrían influir negativamente en las elecciones parlamentarias del próximo 7 de junio. Unas elecciones decisivas para la configuración de una amplia mayoría que haga posible la nueva Constitución presidencialista ansiada por Erdogan. Un arriesgado rescate de militares turcos tomados como rehenes o una ejecución masiva aireada por los yihadistas eran posibilidades que el gobierno de Davutoglu no podía admitir. La solución: la evacuación inmediata de la tumba y la destrucción del complejo para que el EI no pudiera apuntarse una victoria.

¿Victoria? ¿Retirada “estratégica”? El nuevo emplazamiento de la sepultura queda ahora a escasos metros de la frontera turca, y se está construyendo otro complejo funerario. Pero sigue estando en territorio sirio, pues Ankara no quiere renunciar a la concesión que le hizo Francia en el tratado de paz. También es otra forma de recordar ese pasado otomano que el gobierno de Davutoglu siempre ha querido fomentar. En cualquier caso, la tumba de Suleimán ha entrado en campaña electoral, aunque ésta oficialmente no haya comenzado.


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