El espejismo ruso-iraquí

La ofensiva del Ejército Islámico de Irak y del Levante (EIIL), que acaba de proclamar un califato en los territorios que controla, ha obligado al gobierno del primer ministro Al Maliki a solicitar ayuda militar a Moscú. Ya han llegado los primeros cinco de un total de doce aviones de combate Sukhoi. Alguien se preguntará si los rusos intentan llenar el vacío de la retirada americana de 2011, pero la respuesta es negativa.

 

El grado de compromiso de Moscú es limitado. No se vislumbran cambios geopolíticos significativos ni mucho menos se puede especular con la formación de una especie de eje chií en Oriente Medio integrado por Asad de Siria, Hezbolá en el Líbano y los gobiernos de Irak e Irán, todos ellos aliados o en excelentes relaciones con Rusia. Resultaría irónico que también Washington simpatizara con ese eje por el mero hecho de tener un enemigo común, el EIIL. Por cierto, Aleksander Dugin, el pensador que defiende una Rusia euroasiática, ha escrito hace tiempo que a Rusia le conviene una alianza con los musulmanes chiíes, y no con los suníes. Pero el pragmatismo de Putin no le llevará a seguir este consejo al pie de la letra.

 

La ayuda rusa, unos aparatos de segunda mano y un negocio de más de 360 millones de euros, combina la defensa de los propios intereses-la continuidad en la explotación de campos de petróleo iraquí- con el deseo de frenar la escalada del extremismo  islamista suní, capaz de propagarse con facilidad a los territorios rusos del norte del Cáucaso. Pero en el fondo tampoco Moscú siente la necesidad de implicarse a fondo en la lucha contra el EIIL, teniendo en cuenta posibles represalias de los yihadistas, o mejor dicho de sus aliados en Rusia.

 

No creemos que el retorno de Rusia lo piense con fundamento alguien en Moscú, y menos aún en Bagdad, pues la época de aquel Irak pro-soviético de Sadam Hussein y del partido Baas ha pasado a la historia. Vivimos en una nueva época mucho más peligrosa y quizás no ande tan descaminado el argelino Lajdar Brahimi, mediador en Siria de la ONU y de la Liga Árabe, que recordaba en una entrevista reciente al periódico Al Hayat una conversación de hace años con Al Sistani, el más influyente de los ayatolás iraquíes. El diplomático árabe le pronosticaba una guerra entre suníes y chiíes en Irak que puede durar décadas. Esta guerra supuestamente sectaria, aunque más bien por el control del poder, contribuirá a la fragmentación de Irak, no solo con el califato de EIIL sino sobre todo con la independencia del Kurdistán iraquí, algo que paradójicamente puede ser aplaudido por Turquía, pese a los problemas con sus kurdos locales.

 

También verían con buenos ojos una mayor implicación de Rusia en Irak los cristianos asirios, que eran una importante minoría en Mosul, pues tradicionalmente, desde el tiempo de los zares del siglo XIX, el Estado ruso se presentaba como defensor de las minorías cristianas. Los asirios, que han emigrado al Kurdistán o al extranjero, están muy decepcionados de la intervención americana en Irak, pues solo ha servido, según ellos, para dar el poder a grupos sectarios que les persiguen. Aquellos cristianos que acogieron a los americanos como liberadores han visto cómo se repite la tragedia de 1933, al terminar el mandato británico de la Sociedad de Naciones sobre Irak, cuando fueron perseguidos por los musulmanes que les consideraban colaboracionistas con el ocupante extranjero. La diplomacia rusa dará buenas palabras a estos cristianos, pero Moscú no aspira a ser el protector de las minorías cristianas en Oriente Medio. En el avispero iraquí, por no decir en el sirio, solo cuentan los intereses políticos y comerciales.


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