Juegos de equilibrio en Asia


En el siglo XX solía criticarse la teoría del equilibrio de las potencias en las relaciones internacionales y se la hacía responsable de ambiciones injustas y guerras funestas. El equilibrio era visto como un atentado contra la justicia, un sistema de la enemistad por principio entre los Estados, en el que imperaban el temor y la desconfianza mutuos. La cooperación internacional parecía ser la alternativa a un principio que había encontrado en el pragmatismo del filósofo David Hume uno de sus principales formuladores en la Gran Bretaña del siglo XVIII. Sin embargo, en el siglo XXI, y en un escenario tan complejo, como el de Asia, estamos viendo que el principio de equilibrio no ha desaparecido en las relaciones internacionales, aunque a la Europa posmoderna le gustaría creer lo contrario.

Antes bien, la reciente reunión entre Obama y el presidente chino Xi Jinping nos confirma que la cooperación en los temas de interés mutuo no excluye la voluntad de alcanzar un principio de equilibrio, pues en la vida internacional siempre despierta temores la difusión del poder. Sucedió en la Grecia de Tucídides, donde el temor de Esparta a la hegemonía de Atenas, contribuyó a desencadenar las guerras del Peloponeso, y sucedió en 1914, cuando Gran Bretaña se había visto superada por Alemania en el ámbito industrial, paso previo para una expansión político-militar de ambiciones globales. Pero en nuestro mundo todo es más complejo, desde el momento en que existe una superpotencia militar, por el momento indiscutible, y un poder económico que presenta un carácter multipolar, pero a la vez existe una cierta sensación de caos, o al menos de falta de acuerdos sustantivos, ante las amenazas globales del terrorismo, el cambio climático o las pandemias. Esta estructura compleja exige la cooperación entre los Estados, aunque el principio de equilibrio seguirá siendo la piedra angular de las relaciones entre grandes potencias en un escenario que lleva camino de parecerse al de los conciertos o directorios del siglo XIX, si bien todavía estamos en una fase de transición.

Tomemos el caso de Asia.  La India es una potencia que ve con una cierta inquietud todo acercamiento entre China y EEUU, pero lo cierto es que ambos Estados buscan criterios para el acuerdo en muchas cuestiones, pese a la existencia de diversos acuerdos de seguridad entre Washington y la mayoría de los países de la periferia del gigante chino. Se diría que Pekín no parece estar excesivamente preocupada por esa cooperación militar, pues está convencida de que su arma más importante es la económica, y todos esos países necesitan acceso a su mercado de más de 1300 millones de consumidores. En consecuencia, no practica una política exterior asertiva frente a EEUU, al considerar que los acuerdos de seguridad americanos con países asiáticos son casi el equivalente a las cuerdas con las que los liliputienses intentaron inmovilizar a Gulliver.

En nombre del principio de equilibrio, la India tendría que buscar un entendimiento estratégico con Rusia, tal y como hizo en la guerra fría después de la visita de Nixon a Pekín, pero la Rusia actual apuesta por un claro entendimiento con China, aunque existan diferencias de fondo, para establecer a escala global un contrapeso a EEUU. Otra posibilidad para la India es buscar una asociación estratégica con Japón. La visita del primer ministro indio, Manmohan Singh, a Tokio, a finales del pasado mayo, así lo confirma, y este político ha destacado la importancia de Japón no sólo en el desarrollo económico indio sino que además lo considera su socio natural y indispensable en la búsqueda de la paz y la estabilidad en las regiones asiáticas bañadas por el Pacífico y el Índico. Existe también un diálogo institucionalizado entre los ministerios de asuntos exteriores y defensa, y ambos países han realizado maniobras navales conjuntas. Los discursos de Singh en Tokio podrían llevarnos a considerar que se está fraguando una gran alianza entre dos democracias asiáticas, pero los hechos distan de adecuarse a las palabras y la geografía impone sus condicionantes, pues el interés de Japón en el Índico sigue siendo limitado. No existe una región indo-pacífica, y menos todavía indo-asiática-pacífica, más allá de los discursos, pues ambos países se autolimitan a la hora de desarrollar unos objetivos más ambiciosos. La Historia sigue siendo un lastre para Japón, pues sus vecinos son recelosos y no terminan de olvidar las atrocidades de la II Guerra Mundial, y es más fácil establecer una relación estratégica, por limitada que pueda ser, con la India que con Corea del Sur. En consecuencia, la efusividad en los gestos y palabras entre Manmohan Singh y Shinzo Abe no deja de ser un tanto forzada, una lógica reacción ante una China emergente.

Por contraste, un destacado analista estratégico indio, C. Raja Mohan, señala a la India un camino forzoso: necesita una cooperación más intensa, no menos, con China y EEUU al mismo tiempo.

 


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