La debilidad de la diplomacia europea

La debilidad de Europa en política exterior no es una consecuencia de la crisis económica y financiera sino de las divisiones y contradicciones internas. A la UE le gusta hacer balance de sus logros, sobre todo los de la paz, y que le habrían hecho merecedora del Premio Nobel. Pero recrearse en el pasado conlleva el riesgo de tener pocas ideas para el futuro y da bazas a cualquier revisionista que afirme que la paz en Europa, después de un conflicto tan devastador como la II Guerra Mundial, habría tenido lugar incluso sin el convencionales, aunque esto no impedía que siguieran rearmándose masivamente.

¿Cuáles son las causas de la debilidad de la diplomacia europea? La primera, común a otras organizaciones internacionales, es la falta de voluntad política, y la segunda, plantearse objetivos que suenan  bien en el aspecto teórico pero con poco alcance práctico. La demostración la tenemos en la periferia de Europa, en el norte de África y el Oriente Medio, territorios que viven en inestabilidad o en revuelta y  donde las iniciativas diplomáticas europeas están dando pocos resultados. Nadie para la violencia en Siria, por el temor de que una intervención extranjera traiga mayores complicaciones. Afortunadamente el veto ruso y chino en el Consejo de Seguridad sirve para tranquilizar a aquellos que sólo están atentos a las formas en lo referente a la legitimidad internacional. Nadie ha conseguido detener el programa nuclear iraní, pese a tantas reuniones de los mediadores internacionales. Las perspectivas de estancamiento en el conflicto palestino-israelí son mayores que nunca. El Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAS), uno de los resultados del tratado de Lisboa, fracasó al intentar consensuar una posición común  europea sobre el reconocimiento de Palestina como Estado observador en la ONU, y 14 de los 27 socios europeos votaron a favor del nuevo estatus palestino.  Quizás no sea justa la percepción, pero la UE es vista, sobre todo desde Israel, como un mero suministrador de fondos a la Autoridad Palestina y no como un mediador eficaz en el conflicto, un papel que le está siendo arrebatado por las activas diplomacias de Turquía, Egipto y Qatar. El SEAS puede estar compuesto por diplomáticos experimentados,  aunque esto no garantiza su éxito, como tampoco lo garantiza la presencia de ciertos políticos en los puestos rectores de la Unión. El problema no es el “perfil bajo”  atribuido a Van Rompuy,  Barroso o Ashton, sino que reside en la falta de voluntad política de los Estados miembros, en especial de aquellos que no desean transferir a Europa su poder de decisión.

La gran contradicción deriva probablemente de la existencia en el seno de la UE de dos conceptos opuestos de la política exterior. El primero responde a una visión clásica de la diplomacia. Hay países que fueron grandes potencias en el pasado y no están dispuestos a sacrificar sus intereses nacionales. Tal es el caso del Reino Unido, muy apegado a las tesis de que su principal proyección en el exterior se llama Commonwealth y de que hay que seguir manteniendo un vínculo privilegiado con EEUU, pese a que la Administración Obama dedica gran parte de sus esfuerzos diplomáticos a la región Asia-Pacífico.  La posición de Francia es muy similar, dada su tradición histórica, y está persuadida de que en determinados asuntos, sobre todo en lugares que formaron parte de su área de influencia, es preferible actuar sola porque se considera mucho más eficaz que la UE.  En cambio, la postura de Alemania es  más sutil porque sabe compaginar, mejor que Francia dado su potencial económico, los  intereses nacionales y la integración europea

El segundo concepto de política exterior podría calificarse de posmoderno,  muy asumible por los países medianos y pequeños que son mayoritarios en la UE. Históricamente estos países fueron a  menudo víctimas de las grandes potencias.  Rechazan, por tanto,   la política exterior clásica, en la que juegan un gran papel los aspectos políticos y militares, y parecen adherirse a la idea de que la paz es posible por medio del comercio y del desarrollo económico,  lo mismo que decía el laborista británico Norman Angell, autor del libro La gran ilusión y Premio Nobel de la Paz en 1933. Se diría que es una política exterior socialdemócrata, de defensa del modelo del Estado del bienestar que sería trasplantable al mundo entero. No es descabellado afirmar que se trata de una política exterior sin historia, en la que Europa asume la imagen de una Gran Suiza. El modelo contrasta con los de EEUU y de las potencias emergentes, muy orgullosas de su historia y apegadas a una diplomacia más clásica. Son las mismas que tienden a considerar a Europa irrelevante y que prefieren acuerdos bilaterales con sus Estados miembros cuando no pueden obtener ventajas económicas con el conjunto.

 


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