Arte, moral y política en “El tercer hombre”

Joseph Cotten y Orson Welles en una escena de “El tercer hombre”, de Carol Reed

Se cumplen 75 años del estreno de El tercer hombre, la película que muchos críticos consideran como la más destacada del cine británico. Tuvo bastantes galardones, y quizás el más acertado fuera el Oscar a la mejor fotografía en blanco y negro, sin olvidarse del premio equivalente a la Palma de Oro en el festival de Cannes. La fotografía reproduce un escenario real: la Viena de la posguerra, dividida entonces en cuatro sectores militares como Berlín. No es una película de “combate” de la guerra fría, como otras que hizo Hollywood en aquella época. Por eso no ha envejecido, porque sabe retratar pasiones y caracteres humanos que siguen existiendo en todos los tiempos.

De las películas clásicas suelen perdurar también diálogos que se han hecho famosos. Este es uno de ellos, las palabras que dirige Harry Lime (Orson Welles) a su amigo Holly Martins (Joseph Cotten) en la noria gigante (Riesrand) del parque de atracciones Prater, en Viena: “En Italia, durante treinta años bajo los Borgia, tuvieron guerras, terror, asesinatos y derramamiento de sangre, pero produjeron a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraternal, tuvieron quinientos años de democracia y paz, ¿y qué produjeron? El reloj de cuco”. Ni en la novela ni en el guion de Graham Greene aparecen estas palabras, y Orson Welles aseguró haberlas improvisado. Un periodista cultural británico, Thomas W. Hodgkinson, ha rastreado el origen de esta cita, que nos sirve para una reflexión que afecta a la política.

El autor especula sobre Mussolini, al que le habría encajado perfectamente la cita. En efecto, el Duce, cuando todavía militaba en el Partido Socialista italiano, vivió exiliado en Suiza, por necesidad y no tanto por simpatía por su sistema político. Esta cita se ajusta a su filosofía de la vida, de la acción antes que la reflexión, de lo que él llamó “vivir peligrosamente”. La Italia del Renacimiento sería capaz de combinar guerras y asesinatos truculentos con una gran época del arte y del humanismo. Sin embargo, es una falsedad es hacer creer que las artes son compatibles con la violencia y con la sangre. Antes bien, las artes, que expresen una auténtica belleza y no sean mero servilismo del poder, pueden florecer por encima del mal. Hay destacados ejemplos de obras literarias que se escribieron en el interior de una prisión.

Hodgkinson avanza en su investigación hasta establecer, gracias al novelista Anthony Powell, que la cita de la película tendría su origen en el artículo de un pintor galés, James Abbott McNeill Whistler, publicado en 1885. Decía este pintor que las personas más moralistas no suelen estar dotadas para el arte, y ponía como ejemplo a Suiza, quizás pensando en el puritanismo calvinista, que solo había creado el reloj de cuco. Tal era la aportación al mundo de un país de hermosos paisajes de montañas, valles y cielos azules. Las frases ingeniosas se bastan a sí mismas, con independencia de su veracidad. Hay muchas evidencias de que el reloj de cuco se inventó en Baviera y de que Suiza es una democracia “aburrida”, en la que no hay grandes crisis internas. Suiza sigue siendo un símbolo de democracia y de paz, tal y como decía Orson Welles en la película, pero no atrae a los líderes totalitarios, nacionalistas o populistas, aunque algunos de ellos buscaron refugio en este país. Los que conciben la política como una continuación de la guerra por otros medios, con batallas sociales, culturales y de otros tipos, no pueden considerar a Suiza como modelo, son incapaces de aceptar una democracia de gestión y de cotidianeidad, incompatible con el modelo personalista y autoritario que ellos encarnan. Pueden incluso con sus palabras hacer un elogio de la democracia parlamentaria suiza, pero con sus acciones siempre la negarán.

Orson Welles encarna a Harry Lime, el tercer hombre, el malo simpático y divertido, que se lleva, incluso después de muerto, el amor de Anna Schmidt (Alida Valli). Ni siquiera Graham Greene pensó en un final ambiguo y sombrío como el que tiene esta historia. Pero fue el que impuso el director, Carol Reed. Sin embargo, está a tono con la otra observación que hace Harry desde la noria al contemplar a los que caminan por el parque: “¿Te has fijado en esos puntos de ahí abajo? ¿Qué pasaría si uno de esos puntos dejara de moverse? ¿Te importaría? Si te ofrecieran veinte mil libras por cada punto que dejara de moverse, ¿lo pensarías dos veces? (…) Hay muchas maneras de ganar dinero en este mundo. A algunos les gusta hacerlo de una manera, a otros de otra, pero se hace”. Esta frase sí pertenece a Graham Greene, que muestra certeramente cómo el mal se ha apoderado de Harry Lime, el hombre que desprecia la “mediocridad”, la suiza o la de su amigo Holly Martins.

El mal existe y puede destrozarlo todo, lo mismo se trate del arte, la política o la moral. También es capaz de destrozar la amistad, pues en la novela de Greene, Martins admiraba, desde sus años de juventud, la personalidad carismática de Lime y su capacidad de llevarse bien con la gente.

El tercer hombre, un clásico del cine en blanco y negro, nos sigue dando valiosas lecciones para el arte, la moral y la política.


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