China, la guerra de Corea y el arma nuclear

Estatua de Kim Il-Sung, Corea del Norte
(Foto: calflier001, CC BY-SA 2.0)

El 26 de julio se cumplieron 70 años del armisticio de la guerra de Corea que consagró la división del país tras tres años de conflicto. En los medios occidentales este aniversario no ha despertado demasiado interés.

En Estados Unidos no es un hecho histórico que se quiera recordar especialmente. Después de todo, aquello terminó en “tablas”, aunque mucho peor fue la guerra de Vietnam, acabada en derrota y que, al igual que en Corea, se planteó como una lucha contra la expansión comunista en Asia. En contraste, China ha conmemorado ese aniversario, del mismo que recordó en 2020 el comienzo de esa guerra, como una efeméride victoriosa en la que el ejército chino habría derrotado al ejército número uno del mundo, secundado por otros países, en el campo de batalla. Ese recordatorio sirve al mismo tiempo para difundir el mensaje de que en un conflicto por Taiwán los chinos obtendrían una gran victoria, pese al apoyo que Washington prestara a la isla. 

En política es habitual la manipulación de la historia hasta el punto de que una opinión pública, poco instruida e ideológicamente radicalizada, termina por creer lo que le transmite el poder. En este caso ni el paso de los años ni la labor de los historiadores tiene nada que hacer. El poder transmite una versión interesada que, a fuerza de ser repetida, se convierte en una verdad oficial y… popular. No se tiene en cuenta que fue el dirigente norcoreano Kim Il-Sung, fundador de la actual dinastía comunista, el que desencadenó la guerra en junio de 1950 con un ataque a Corea del Sur, país aliado de Estados Unidos, si bien los norteamericanos acudieron en ayuda de su aliado con el beneplácito del Consejo de Seguridad de la ONU, que incluyó tropas de otros países. Supieron aprovechar el momento de una temporal ausencia de los soviéticos en el Consejo para sortear el derecho de veto. 

Los hechos son conocidos: el general Douglas MacArthur, héroe de la Segunda Guerra Mundial, consiguió hacer retroceder a los norcoreanos casi hasta la frontera china, pero entonces la China de Mao envió un ejército de decenas de miles de “voluntarios” que frenaron el avance de las tropas de la ONU. La desesperación de MacArthur llegó hasta el extremo de proponer al presidente Truman el uso del arma nuclear para detener a China. Años después diría en un discurso que “no existe un sustituto para la victoria”. Pero Truman, consciente de que Corea no valía una guerra nuclear, sobre todo por el hecho de que Stalin poseía la bomba atómica desde 1949, destituyó al veterano general en 1951. Con su sucesor, el general Matthew Ridgway, Corea se convertiría en una guerra de posiciones que llevó al posterior armisticio, seguramente favorecido por la muerte de Stalin pocos meses antes y las luchas por el poder en el Kremlin.

Hasta aquí la historia real, pero para el relato construido por la China de Xi Jinping estos hechos no importan demasiado. Recordemos que en 2020 el presidente chino se refirió en un discurso a aquella guerra como “una guerra de los imperialistas a las puertas de China” y a que en 1950 el ejército chino, representante de una China pobre, recién salido de una guerra civil con los nacionalistas, obtuvo, gracias a su “voluntad de hierro”, una “victoria épica” sobre un enemigo “rico en acero, pero pobre en voluntad”. Una reciente película, The Battle at Lake Changyi , resalta esta “epopeya” del ejército chino. Pero la versión oficial de la guerra de Corea no se fija demasiado en el detalle de que 200.000 o más “voluntarios” perecieron en la contienda, entre ellos un hijo de Mao. Un detalle “pequeño” para la política desmesurada que suele practicar China, en la que la cantidad es lo que más importa. Pero precisamente ese descuido por la cantidad, fundamentado, sobre todo, en una demografía actual de 1400 millones de habitantes, es lo que constituye uno de los talones de Aquiles del gigante chino. China suele sentirse a gusto con las estadísticas globales, pero el verdadero activo de los países, también en la dimensión económica, es la especialización. Dar un excesivo valor a los números es repetir, por poner un ejemplo, el error de la Rusia zarista, durante el siglo XIX y principios del siglo XX, de considerar que la población mayor de Europa, la de su Imperio, era un arma invencible para ganar cualquier guerra. 

La guerra de Corea no solo es un asunto de historiadores. Debería también serlo de los politólogos y de los políticos. En ella, como sucede ahora en Ucrania, se planteó el tema del uso del arma nuclear para imponerse al enemigo. No se acabó utilizando, no solo porque la URSS, aliada de China y de Corea del Norte, también la poseía, sino porque no garantizaba una victoria definitiva. La Administración Truman no debió de creerse que una bomba arrojada, por ejemplo, en un lugar despoblado de China bastaría para persuadir a Mao de que cesara de apoyar a los norcoreanos. El dirigente comunista no reaccionaría capitulando como hicieron los japoneses tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. El peso de la demografía china fue siempre uno de los grandes activos de Mao, y eso no ha cambiado con sus sucesores. 

Habría también otros motivos para la no utilización de la bomba. Además de los efectos radioactivos, estaría el desprestigio mundial, que siempre ha acompañado a los norteamericanos por las bombas contra Japón y que ha hecho inútiles sus justificaciones de aquello fue un “mal menor” y que ahorró vidas ante la desesperada resistencia japonesa. Estas consideraciones puede que pesen sobre Rusia, que ha amenazado repetidas veces con el uso de armas nucleares tácticas en el frente ucraniano. Las recurrentes subidas de tono de Moscú no deberían ser incompatibles con una mente fría que no puede ignorar que el arma nuclear no es un artefacto mágico que garantice una victoria. Pero lo cierto es que hay algunos países que basan su seguridad en su capacidad de disuasión por el mero hecho de poseerla. Este es, sin duda, el caso del régimen iraní, pero también lo es de otros países a los que no les importaría poseer armamento nuclear. Sin ir más lejos, cabría pensar que Corea del Sur desecharía en parte el temor de convertirse en otra Ucrania por un ataque de Corea del Norte si tuviera algún instrumento de disuasión nuclear. 


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