Tres visiones sobre el declive de Estados Unidos

CC: DVIDSHUB

Tras la caída de Afganistán en manos de los talibanes se multiplican los análisis en los medios, y en no pocos casos se relacionan con el declive de Estados Unidos como primera potencia mundial. Sobre este particular, el semanario The Economist ha reunido firmas prestigiosas para enfocar el acontecimiento, cada uno desde su propia visión del mundo, unas veces apoyándose en la historia y otras en la política.

Robert D. Kaplan subraya una vez más la importancia de la geografía en las relaciones internacionales. Niall Ferguson compara la situación actual con la historia de Gran Bretaña en el período de entreguerras. Francis Fukuyama, que desde hace años está matizando su conocida teoría del fin de la historia, se pregunta si estamos ante el ocaso de la hegemonía estadounidense.

Frente al determinismo de que la tecnología es capaz de imponerse a todo lo demás, Kaplan sigue creyendo en otro determinismo: el de la geografía. El periodista y escritor estadounidense piensa que la geografía sigue siendo amable con Estados Unidos, al contrario de lo que sucede con China y Rusia, sus principales rivales. Los norteamericanos no tienen vecinos hostiles y la naturaleza les ha dotado de toda clase de recursos. Esto, según Kaplan, le permite tener el lujo de cosechar fracasos en política exterior y en intervenciones militares. Su geografía favorable le facilita poder centrarse en sus intereses más inmediatos. Kaplan afirma con rotundidad: “Afganistán es más imagen que sustancia”. Pone a continuación el ejemplo de que la caída de Saigón en 1975 no impidió a Washington ganar la guerra fría, y hoy Vietnam, que oficialmente sigue siendo comunista, es un “aliado” estratégico indispensable para contener al coloso chino.

Sin embargo, Kaplan es consciente que el verdadero telón de Aquiles de Estados Unidos son sus tensiones sociales, que desembocan en una crispación política que no ha dejado de crecer en los últimos años. Está en lo cierto porque ninguno de los últimos presidentes, incluido Biden, ha sabido unir a una gran mayoría de norteamericanos en un proyecto común. El pasado, elevado a la categoría de leyenda, sirvió en otros tiempos para difundir una visión de la historia compartida por los norteamericanos, pero la corriente revisionista, se llame deconstrucción o cancelación, que ha invadido los campus universitarios, los medios, las redes sociales y las calles, lo cuestiona todo sin límites.

Esta tendencia no es solo privativa de Estados Unidos y se ha convertido en un movimiento de alcance casi universal que quiere ir más allá de derribar estatuas o cambiar los nombres de calles e instituciones. La consecuencia inmediata es que un extremismo es contestado por otro, y así, la política se concibe como la continuación de la guerra por otros medios. Podríamos añadir que ambos extremos no creen en que Estados Unidos formen parte de Occidente, aunque hace tiempo que el concepto de Occidente es cuestionado a ambas orillas del Atlántico. No es exagerado afirmar que el aislacionismo y lo políticamente correcto se dan la mano.

Pese a todo, Kaplan no es demasiado pesimista, pues parece creer que las tensiones sociales y culturales se acabarán mitigando tarde o temprano. Al menos, esas tensiones son transparentes, lo que no sucede con China y Rusia. Estos países pueden frotarse las manos con la retirada estadounidense de Afganistán; pero, tarde o temprano, sus tensiones internas acabarán fracturando su poder. Además, está el hecho de que la geografía les es hostil, sobre todo a China, cuyos amigos y aliados en el mundo se pueden contar con los dedos de una mano. 

El historiador escocés Niall Ferguson compara la situación de Estados con la Gran Bretaña de entreguerras. Se nota en el artículo su admiración por Churchill y su lucha contra la política de apaciguamiento del gobierno conservador de Neville Chamberlain a finales de la década de 1930. El futuro primer ministro denunciaba además el cortoplacismo de los líderes políticos más interesados en ganar elecciones que en hacer una auténtica política de Estado.

En un detallado repaso de la historia, Ferguson relaciona el declive británico con las consecuencias políticas, económicas y sociales de la Primera Guerra Mundial. Un conservador como Chamberlain no podía exponerse a una guerra impopular por Checoslovaquia frente a Hitler a causa de una opinión pública que no había olvidado la sangre británica derramada en los campos de Flandes, entre otros escenarios de la contienda de veinte años atrás. Del mismo modo, Biden no ha querido seguir combatiendo al islamismo radical en Afganistán después de dos décadas de esfuerzos en dólares y miles de vidas de soldados norteamericanos. Ferguson también pone el acento en la situación interna de Estados Unidos, y no tiene reparos en subrayar las coincidencias, al menos en política exterior, de un representante del movimiento Black Lives Matter, el filósofo afroamericano Cornel West, con algunos partidarios de Trump. Seguramente estos últimos rechazarán esta comparación, aunque sus críticas a la actitud de Biden parecen estar más relacionadas con el desprestigio de su país que con el propósito de defender a la población afgana de los talibanes.

Francis Fukuyama considera que, pese a las apariencias, no estamos ante el fin de la hegemonía estadounidense en el escenario internacional. Reconoce que Estados Unidos vivió su mejor momento entre 1989, la caída del muro de Berlín, y 2007, el inicio de la crisis financiera mundial. Sin embargo, también afirma que los norteamericanos cayeron en la ingenuidad, al menos bajo la presidencia de George W. Bush, de pensar que el cambio político era posible con el uso de la fuerza militar y el imperio del libre mercado. Al igual que Kaplan, insiste en que Estados Unidos sobrevivió a la derrota en Vietnam.

Los desafíos no vienen, por tanto, del exterior sino del interior. Se deben a la existencia de una sociedad polarizada, en la que no solo se cuestiona la historia de Estados Unidos, incluyendo la lucha por su independencia y los orígenes de su sistema constitucional. Se llega al extremo de criticar incluso el período de la colonia británica desde principios del siglo XVII hasta 1776. Para algunos, no es una historia de lucha por la libertad sino la perpetuación de un sistema esclavista apoyado incluso por los padres fundadores de la república. Las guerras culturales se trasladan al ámbito de la política, y así llegamos a unas elecciones presidenciales tan cuestionadas como las de 2020. Las heridas no se han cerrado, ni siquiera con la gestión de la pandemia ni con los estímulos económicos de corte rooseveltiano de la Administración Biden.

Los tres autores citados tienen en común una visión realista de las relaciones internacionales. Creen que Estados Unidos seguirá siendo indispensable en la escena mundial, aunque al mismo tiempo están preocupados por el cortoplacismo de sus gobernantes y la polarización de su sociedad. Trump hablaba de America First; Biden señala, en cambio, que America is Back. Pero habría que preguntarse qué América es la que ha vuelto.


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