Las inquietudes de un presidente afgano

Ashraf Ghani (CC DFID – UK Department for International Development)

Ashraf Ghani es el presidente de Afganistán desde 2014. Es un hombre que pasó buena parte de su vida en Estados Unidos durante el régimen comunista y el de los talibanes. Economista de formación, enseñó en varias universidades norteamericanas y tras la caída del régimen talibán, llegó a ser ministro de finanzas y rector de la universidad de Kabul. Recientemente ha publicado un artículo en Foreign Affairs, que pretende ser su respuesta al anuncio del presidente Biden de la retirada de tropas estadounidenses, prevista para el 11 de septiembre de 2021.

Pero antes de entrar en las observaciones de Ghani, hay que llamar la atención de la fecha elegida por Biden. Veinte años, día por día, del ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, que justificó la posterior invasión de Afganistán, pues los talibanes habían acogido a Bin Laden y sus seguidores de Al Qaeda. Quizás Biden pretenda decir que muerto Bin Laden hace diez años y habiendo quedado muy debilitada la red terrorista, no tiene sentido seguir con las tropas en el país asiático. La misión estaría cumplida desde hace años. No pensaba, sin embargo, lo mismo el presidente Obama al afirmar que la guerra de Afganistán era una “guerra de necesidad”, mientras que la de Irak, desencadenada por Bush sin evidencias suficientes, sería una “guerra de elección”. Una guerra “buena” y otra “mala”. En una, el cambio de régimen y la labor de nation building, estaría justificada. En la otra, era sumamente arriesgado y no conveniente. La OTAN también se implicó en Afganistán, con el visto bueno de las Naciones Unidas, y nadie lamentó el final del régimen talibán, con la probable excepción de Pakistán, el siempre complejo aliado de Washington, un país que sirvió durante la guerra fría para hacer contrapeso a la India, aliada de la Unión Soviética.

No solo la guerra fría queda muy atrás en el tiempo. Sucede lo mismo con la inmediata posguerra fría en la que la rivalidad entre grandes potencias quedó ocultada durante un tiempo por la difusa “guerra contra el terrorismo”, impulsada por la Administración Bush. La geopolítica ha vuelto por sus fueros a la escena internacional. Otros dirían que ha retornado la historia, tras demostrarse con hechos la falsedad del anuncio del fin de la historia y de la difusión universal de la democracia liberal. La enrevesada geografía afgana y el peso de la historia, con su crónica de los fracasos, entre otros, de Alejandro Magno, los británicos, los rusos y los norteamericanos, obligan a pasar página y a abandonar la ilusión de construir en suelo afgano una democracia liberal. La democracia agoniza. La geopolítica ha resucitado. Pocos se preocuparán del futuro de las mujeres afganas en caso de que retornen al poder los talibanes, aunque alguna de sus representantes interviniera hace años en la asamblea parlamentaria de la OTAN. No lo pudo decir más claro el diplomático Richard Holbrooke, enviado del presidente Obama para Afganistán y Pakistán: “No estamos aquí para eso”.

Era conveniente recordar todas estas cosas antes de volver al artículo de Ghani. El presidente afgano ha escrito que la retirada norteamericana constituye a la vez un riesgo y una oportunidad. Afirma que los talibanes ya no tendrán excusa para decir que luchan para arrojar del país a fuerzas de ocupación extranjera. Sin embargo, seguramente se equivoca al decir que dicha retirada ha pillado por sorpresa a los talibanes. Eso no se ajusta a la realidad, pues Donald Trump no solo anunció el propósito de retirada, sino que dio vía libre a las negociaciones con los talibanes. Sin embargo, dichas negociaciones nunca supusieron un completo alto el fuego. Hay negociaciones, y la guerra de Vietnam es un ejemplo de ello, en que la violencia puede ser un complemento “estimulante” para impulsar la “paz” más conveniente, o vender una imagen de “firmeza” ante los propios partidarios.

Ghani esgrime en su favor la resolución 2.513 del Consejo de Seguridad de la ONU, de 10 de marzo de 2020, en la que, por unanimidad, se solicitaba “que se ponga fin al conflicto y que (Afganistán) no vuelva a dar cobijo al terrorismo internacional”. Pero además, en un párrafo de dicha resolución, podemos leer que “(El Consejo) acoge con beneplácito el compromiso asumido por los talibanes de impedir que ningún grupo o persona, incluido Al Qaeda, utilice el suelo de Afganistán para amenazar la seguridad de otros países”. En mi opinión, los talibanes pueden asumir un compromiso semejante porque para ellos es una cuestión secundaria. Lo que primordialmente les interesa es volver al poder e imponer de nuevo su modelo de sociedad. Sobre este particular, Ghani subraya que Afganistán ya tiene un régimen islámico. Su nombre oficial es República Islámica de Afganistán, aunque evidentemente eso no responde a las aspiraciones de los talibanes. No obstante, puntualiza que la Constitución vigente es reformable, a excepción de todo lo referente al islam y al respeto de los derechos humanos.

El presidente afgano hace un llamamiento a las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales, además de a los países vecinos, para que se impliquen de modo activo en un proceso de paz para Afganistán. Pese a todo, no oculta su preocupación por la actitud de Pakistán, facilitador de logística, finanzas y reclutamiento para el bando talibán. Los pakistaníes deberían de ser auténticos socios de Afganistán en el proceso de paz.

Ghani acierta plenamente en que uno de los riesgos para la paz es la actitud de los talibanes, siempre dispuestos a vender al pueblo afgano que ellos, por su propia iniciativa y capacidad de resistencia, han conseguido derrotar a Estados Unidos y a la OTAN. Esta actitud es además una invitación a seguir combatiendo contra el ejército afgano. No lo ha dicho Ghani, pero no son pocos los analistas que comparan a las fuerzas afganas con las survietnamitas y aseguran que la caída de Saigón se repetirá un día en Kabul. Quizás por eso el presidente afgano haga, al terminar su artículo, referencias a los miles de afganos que en las últimas cuatro décadas han tenido que abandonar su país. Él mismo fue uno de ellos.

En los últimos años, y también en los últimos meses, Ashraf Ghani ha visitado Rusia, China, Irán y la India, con el deseo de que estas potencias contribuyan al proceso de paz. Quizás ha tratado de convencerles de que un posible retorno de los talibanes implique una amenaza para su seguridad. Pero posiblemente olvida que siempre hay estrategas políticos que prefieren correr el riesgo de tener un incendio estabilizado y controlado a estar preocupándose de continuo por el momento en que ese incendio se va a producir.


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