“La guerra sin límites”, un libro chino de estrategia

La pandemia alimenta una época pródiga en rumores, que nos hablan de guerras de todo tipo: bacteriológicas, económicas o simplemente desinformativas. Entre esos rumores se nos habla de la oportunidad geopolítica que tendría China para convertirse en la primera superpotencia.

A través de las redes circulan reflexiones, sin matices, pero con pretensiones didácticas, que nos dicen que China es la gran beneficiada de la pandemia universal, juntamente con Rusia, y que los grandes derrotados serán EEUU y Europa. Los autoritarismos habrán vencido finalmente a las democracias, tras haber arruinado sus economías.

Sin embargo, no se sostiene lo de la ventaja de Rusia, pues es una economía basada en el comercio del petróleo y del gas natural. La caída de los precios no puede ser una buena noticia para una economía que tiene pendiente hace años el reto de diversificarse, aunque no termina de hacerlo de manera efectiva.

Algunos de esos análisis proclives a las teorías conspiratorias, consumidas ávidamente en estos tiempos por quien busca cualquier explicación a lo que está pasando, hablan de un libro escrito por dos militares chinos y publicado en 1999. Se trata de La guerra sin límites (La guerre hors limites en la edición francesa; Unrestricted War en inglés), cuyos autores son Qiao Ling y Wang Xiangsui. Al parecer, allí estarían las claves de una guerra que se habría desencadenado contra Occidente y en la que todos los medios serían válidos. Tengo ese libro desde hace años y he vuelto a releerlo por si no reparé entonces en alguna clave oculta. No he encontrado nada, y menos aún, ninguna referencia a guerras bacteriológicas. Alguien me replicará que es normal porque son guerras secretas. Sin entrar en debates que agotan a todas las partes, he preferido repasar este libro del que he sacado mis propias reflexiones.

El libro es una demoledora crítica a unos EEUU prepotentes por su supuesto dominio de la tecnología, con ínfulas de única superpotencia en la década de los noventa al final de la Guerra Fría. Deseosos de olvidar la humillación sufrida en Vietnam, desarrollaron la Guerra del Golfo para la liberación de Kuwait (1991) como una escenificación del imperio de la tecnología. Completo dominio del espacio aéreo y minimización de bajas. El conflicto, monopolizado visualmente por la CNN, era una sucesión de resplandores luminosos que la gente podía ver tranquilamente en las pantallas de televisión.

Los autores reprochan a los norteamericanos que desarrollen bien las tácticas a corto plazo, pero carecen de una estrategia a largo plazo. Cabe añadir que en 2003 cometieron el mismo error en la invasión de Irak. Derribaron el régimen de Sadam Hussein en menos de tres semanas, pero no tuvieron en cuenta la reconstrucción del país. Algunos de sus analistas pensaron en los ejemplos de Alemania y Japón tras la Segunda Guerra Mundial: se convertían en democracias y en aliados de Washington. Un marco teórico que no se ajustaba a la realidad. Desconocían la historia de Irak, y en general la de Oriente Medio, como anteriormente la de Vietnam. De esto último se quejó, años después, el ex secretario de Defensa, Robert McNamara.

La guerra sin límites subraya la importancia de la guerra asimétrica que suele ser la respuesta del débil frente al fuerte. EEUU probó esa medicina en la posguerra de la invasión de Irak. Los autores podrían perfectamente suscribir el calificativo de Mao, aplicado en la guerra de Vietnam, de que el imperialismo es un tigre de papel. Puede que hace treinta años los norteamericanos alimentaran la engañosa ilusión de que iban a ser los gendarmes del planeta, pues su superioridad tecnológico-militar era apabullante.

Pero los autores del libro insisten en que las guerras tienen hoy otra naturaleza, y que no solo es importante la dimensión militar. Importa menos Clausewitz, testigo de las guerras napoleónicas, que Maquiavelo o Sun Tzu, el famoso teórico chino del siglo VI a.C., autor de El arte de la guerra, tan de moda durante años entre los directivos empresariales. La astucia es más decisiva que la fuerza. Dicho de otro modo, la alta tecnología no siempre puede hacer frente a una guerra convencional o con una tecnología mucho más modesta. La alta tecnología se presenta como una magia, y terminará siendo una trampa. Puede suceder que una potencia hegemónica se vea impotente, sobre todo por la sorpresa, para hacer frente a instrumentos supuestamente banales empleados como arma de guerra. Hay que llevar la espada, en palabras de un milenario proverbio chino, al flanco del adversario.

Las guerras modernas han descartado desde hace tiempo las grandes batallas, aunque también suelen ser guerras sin victorias claras. Además, se han desarrollado tecnologías costosas para reducir pérdidas humanas, sin reparar en gastos. En el colmo de la extravagancia, los autores de La guerra sin límites, subrayan que los norteamericanos facilitaron a sus soldados toda clase de comodidades en la primera Guerra del Golfo. Había que llevar Jackson (Misisipi) a Arabia Saudí. Se consiguió así el objetivo de tener solamente 148 muertos y 458 heridos entre un total de 500.000 efectivos. Pero como dicen irónicamente los autores, llevar una ropa deportiva de Adidas y un calzado Nike no garantiza la victoria.

Una guerra sin límites es más que un conflicto militar, e incluso más que los actos terroristas. Puede afectar a los mercados financieros, al mercado de trabajo, a los sistemas informáticos, a los medios de comunicación, entre otras muchas cosas. No se habla en el libro de pandemias, pero esos efectos, y otros muchos, los estamos viviendo en estos días. Con todo, una curiosa referencia de esta obra es la búsqueda de una regla para asegurar la victoria, que se relaciona con el número de oro, el 0,618, conocido en la antigua China y en la Europa medieval. En mi opinión, si esto fuera cierto, la guerra podría adquirir la categoría de ciencia, cuando en realidad es el arte de lo imprevisible.

La guerra sin límites no es otra cosa que todos los métodos reunidos en uno solo: una combinación sin límites. Con todo, el libro advierte que conocer las reglas de la victoria no significa que la victoria esté asegurada.

Georges Clemenceau, el primer ministro francés que gestionó la Primera Guerra Mundial, tiene una frase lapidaria: “La guerra es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de los militares”. Los autores del libro añaden, algo en lo que estoy de acuerdo, que tampoco debería dejarse exclusivamente en manos de los políticos.


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