Conferencia de seguridad de Múnich: el realismo de un presidente alemán

El presidente alemán Frank-Walter Steinmeier en la Conferencia de Seguridad de Múnich 2020 (Foto: MSC / Kuhlmann)

La Conferencia Europea de Seguridad, que se celebra en Múnich desde 1965, ha planteado este año una reflexión sobre la “occidentalización”. Cunde la sensación desde hace tiempo de que Occidente no es ya el centro del mundo, pues ese centro se desplaza a Asia, al tiempo que se cuestiona el proceso de integración europea y el vínculo trasatlántico entre EE.UU. y Europa.

Estaríamos en un tiempo en que ha vuelto la política del poder de las grandes potencias y la cooperación internacional se debilita, por lo que el foro de Múnich se presenta cada vez más como un contraste entre aquellos que quieren restar importancia a los acontecimientos y los que opinan que vivimos momentos delicados en el escenario internacional.

Cuando un cargo político es más representativo que ejecutivo, las posibilidades de hablar con franqueza se incrementan. Este es el caso del presidente de la República Federal de Alemania, Frank Walter Steinmeier, que en su día fue también ministro de Asuntos Exteriores de su país. Las reflexiones de Steinmeier son oportunas en el 75º aniversario de la Segunda Guerra Mundial, que probablemente tendrán las habituales conmemoraciones encabezadas por jefes de Estado y de gobierno con sus referencias a una guerra devastadora y al nuevo orden internacional nacido en la posguerra.

Sin embargo, Steinmeier puede permitirse el lujo de ser más sincero que otros líderes, pues todos sabemos que ese orden es controvertido y hay gobernantes, además de muchos electores, que no desean oír hablar ni de lecciones del pasado, ni mucho menos de la historia. Cuando se desatan las emociones, la historia no deja de ser una lección aburrida. Puede ser incluso un obstáculo a la hora de gobernar y a la hora de votar. Un auténtico obstáculo para una libertad que no es tanto la basada en fundamentos racionales sino en la mera libertad de elegir.

Los técnicos del marketing político que rodean hoy a tantos líderes no enseñan a sus clientes lecciones de historia. Si así lo hicieran, su trabajo tendría los días contados. Ciertos asesores no solo enseñan a ganar elecciones con la venta del “mejor producto”, la versión política del dolus bonus, que se explica en el Derecho Mercantil. Pretenden incluso que los clientes hagan historia, pero para hacerla, con independencia del resultado, hay que situarse en un plano superador de la propia historia.

Steinmeier ha subrayado que la cooperación internacional responde al deseo de crear un mundo más pacífico. Una política de rivalidad entre grandes potencias no formaba habitualmente parte del ideario del orden de posguerra. Pero lo cierto es que Rusia, China o EE.UU. se comportan como las grandes potencias que son, aunque no es menos cierto que en las intervenciones de sus representantes no falta la palabra “derecho internacional”; pero, a mi juicio, el concepto al que se refieren es el vigente antes de 1945, cuando en los tratados se empleaba a menudo el término “potencias”.

En opinión del presidente alemán, Rusia ha restablecido la fuerza militar y el cambio por la fuerza de las fronteras como instrumento político, tal y como se ha demostrado en Crimea. El resultado no puede ser otro que la inseguridad, la imprevisibilidad y la falta de confianza.

China, según el presidente, solo acepta el derecho internacional de un modo selectivo y siempre que no contraríe a sus propios intereses, y está dispuesta a utilizar la fuerza contra sus minorías o en los mares de su entorno.

Pero EE.UU., con la actual presidencia, tampoco es una excepción. El rechazo del concepto de comunidad internacional es evidente para el presidente Trump. Su eslogan, America First, que, por cierto, puso en circulación el republicano Warren Harding en 1920, es significativo y expresa el deseo de grandeza no solo a costa de los vecinos sino también de los socios.

El presidente alemán se pregunta si no estamos volviendo a una época en la que cada uno buscaba garantizar su propia seguridad a costa de los otros. El resultado en otros tiempos fue la desconfianza mutua y una continua carrera de armamentos. Pocos quieren convencerse de que los retos globales implican una cooperación global. Se diría que se han empeñado en “recuperar el control”, por emplear una expresión socorrida en la retórica populista. Pero el cortoplacismo de los intereses nacionales no puede traer, según Steinmeier, nada bueno a esos Estados soberanistas que se creen la vanguardia del mundo.

En su discurso, el presidente llamó la atención sobre el futuro de la Unión Europea, unido también al de Alemania. Sus palabras fueron muy significativas: “Entre los grandes peligros que puedo discernir para Alemania, el mayor a mis ojos es que nuestra narración alemana futura se haga sin la Europa unida, bien sea por falta de discernimiento, por indiferencia, o, para algunos, por elección deliberada”. Es una crítica a la política y los políticos alemanes en un tiempo en que solo hay lugar para coaliciones de gobierno forzosamente inestables y en que la aparición de nuevos partidos como Alternativa para Alemania encierra la posibilidad de buscar soluciones, en apariencia más sencillas, fuera del proceso de integración europea. Steinmaier advierte contra la arrogancia de que los alemanes se crean los europeos modelo, los que mejor han aprendido las lecciones de la historia. Por el contrario, nada está garantizado porque Europa está viviendo fracturas políticas e ideológicas, con el aumento a la vez de la divergencia económica en vez de la convergencia.

Por lo demás, Alemania apuesta por seguir fomentando la relación trasatlántica. Las cosas no han cambiado sustancialmente después de la guerra fría. Una alianza fuerte con EE.UU., en expresión de Macron, es esencial para la seguridad en Europa a largo plazo. Steinmaier sale también al paso de la creencia de que la pérdida de interés de Washington por Europa es achacable a la presidencia de Trump. Tiene razón el presidente al afirmar que empezó antes. De hecho, en el mandato de Obama se comenzaron a marcar las distancias, pese a la popularidad del presidente demócrata entre muchos líderes europeos. No cabe duda de que ese interés se desplaza hacia Asia, y esta tendencia no cambiaría con la llegada de un nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Una brillante intervención del presidente Steinmaier en Múnich, realista como pocas en el marco de un foro internacional cuyos organizadores siguen creyendo, pese a los tiempos que corren, en el vínculo transatlántico y el proceso de integración europea.


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