Trump juega al póker con los iraníes

Manifestaciones en Irán por la muerte de Qasem Suleiman en un ataque estadounidense al aeropuerto de Bagdad

En algún momento de la campaña que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, el ahora presidente quiso presentarse ante los electores republicanos como un nuevo Ronald Reagan, si bien la familia de aquel mandatario rechazó rotundamente la comparación. Esta anécdota me ha hecho recordar, tras el asesinato del general Suleimán, los bombardeos ordenados por Reagan en Libia en 1986, a modo de respuesta a actos de terrorismo supuestamente perpetrados por el régimen de Gadafi.

Entonces las autoridades norteamericanas llegaron a afirmar que se trataba de un acto de legítima defensa contemplado en el derecho internacional. En cambio, la Administración Trump no ha hecho ese tipo de declaración tan formalista. La actitud del presidente se asemeja, como en otras ocasiones, a la de un jugador de póker que hace una apuesta arriesgada en la creencia de que el adversario no tiene la capacidad de soportar el envite más allá de incontinencias y gestos verbales. Esa actitud pretende, ante la opinión pública propia, equiparar la audacia con la inteligencia, si bien esa inteligencia no se basa en la racionalidad sino en la mera voluntad de poder, esa que presupone que el líder nunca se equivoca.

En 1986 Ronald Reagan encontró el apoyo explícito de Margaret Thatcher, aunque ahora Boris Johnson, tan dado a la locuacidad, se ha mostrado mucho más reservado limitándose a no lamentar la muerte de Suleimán y advertir a los iraníes del peligro de tomar represalias. Es, sin duda, un futuro acuerdo comercial entre EE.UU. y Gran Bretaña, una de las promesas del Brexit, lo que explica la discreción de Johnson desde sus vacaciones en el Caribe. Pero tampoco los líderes de la Europa continental han censurado abiertamente la acción de Trump, quizás por no ahondar más en las grietas del vínculo trasatlántico, puestas de manifiesto en la última cumbre de la OTAN. Ni que decir tiene que la Administración estadounidense no ha quedado muy satisfecha y piensa que los europeos son unos desagradecidos al no valorar la eliminación de un impulsor del terrorismo.

Pese a la demostración de fuerza con el asesinato del general iraní Suleimán, Trump sigue decidido a desenganchar a EE.UU. de Oriente Medio

Pero las opiniones de los europeos poco importan a Trump, aun en el improbable caso de que hubieran aplaudido su acción. La muerte de Suleimán parece ser también para el consumo interno en un momento en que Trump está sometido a un imposible impeachment y en el que los demócratas se encuentran más divididos que nunca para la próxima cita presidencial. Esta muerte fomenta la imagen de un Trump decidido a que se respete, a toda costa, a su país, en contraste con un Obama ambiguo e indeciso. Una imagen que no corresponde a la realidad, pues el presidente que eliminó a Osama bin Laden, un año antes de su reelección presidencial, y desencadenó más ataques con drones, aun a riesgo de víctimas civiles, no fue otro que Barack Obama.

El anterior mandatario desarrolló una política exterior que ha encontrado su continuidad en Trump. Lo que ha cambiado es el tono, mucho más brusco en el actual presidente. Ambos tienen en común su rechazo de la política de George W. Bush, iniciador de unas guerras en Afganistán e Irak en las que ha resultado tan inalcanzable la victoria como los proyectos de nation building, desconocedores de la realidad histórica de los dos países. Los dos presidentes son partidarios de unos EE.UU. replegados, tal y como preconizó Nixon tras la guerra de Vietnam, y el hecho de que se aumenten los efectivos en unas maniobras militares, por poner un ejemplo, no significa demasiado.

Con todo, hay quien asegura que el asesinato de Suleimán contradice la política exterior, implícita y explícitamente aislacionista, de Trump. No está en contradicción con ella, pues aspira a ser un hecho puntual para demostrar quién sigue siendo la primera superpotencia, contra la que resultaría imposible dar cualquier réplica. Sin embargo, el hecho no supone ninguna amenaza a las ambiciones geopolíticas de Irán en Oriente Medio. Antes bien, puede servir para que el gobierno iraquí se distancie más aún de Washington. Tampoco eso importaría demasiado a Trump, partidario de una estrategia, iniciada por Obama con la retirada de Irak en 2011, de progresivo desenganche de Oriente Medio.

Las únicas guerras que interesan a Trump son las comerciales, siempre y cuando las pueda ganar. Sabe que sus compatriotas no quieren otra clase de conflictos y lo único que admiten son represalias armadas, a ser posible con drones, que no impliquen la vuelta a casa de ataúdes de soldados norteamericanos. Quienes pensaron que Trump podía responder duramente al desafío nuclear de Corea del Norte o se imaginaron que iba a enviar a los marines a Venezuela, demostraron no conocer al presidente. Ningún político querría una guerra en un año electoral, si bien eso no es incompatible con enseñar el “músculo patriótico”.


One Response to “Trump juega al póker con los iraníes”

  • Trump juega al póker con los iraníes | Artículos del Club Sénior Says:

    […] En algún momento de la campaña que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, el ahora presidente quiso presentarse ante los electores republicanos como un nuevo Ronald Reagan, si bien la familia de aquel mandatario rechazó rotundamente la comparación. Esta anécdota me ha hecho recordar, tras el asesinato del general Suleimán, los bombardeos ordenados por Reagan en Libia en 1986, a modo de respuesta a actos de terrorismo supuestamente perpetrados por el régimen de Gadafi.    Seguir leyendo … […]