La Alemania pospolítica

Poco antes de la reunificación alemana, el historiador Golo Mann llegó a decir que era preferible una Alemania europea a una Europa alemana. Pero ahora dicha elección carece de sentido porque la crisis del euro ha hecho aumentar el peso económico, y en consecuencia el político, de Alemania respecto a sus socios de la UE. De ahí que la victoria de Ángela Merkel en las elecciones no constituya ninguna sorpresa. Representa el continuismo y ha sido una especie de referéndum, entre previsible y aburrido, sobre si Alemania seguiría el mismo rumbo de estos años. En cambio, sí fue una sorpresa que Merkel venciera por primera vez, y por estrecho margen, en las elecciones de 2005, aunque el resultado de las urnas dio lugar a una gran coalición con los socialdemócratas.

La llegada de la nueva canciller parecía dejar atrás ciertas políticas del pasado practicadas por el socialdemócrata Schröeder, que había desairado a la Administración Bush y contrapuesto el eje franco-alemán al vínculo transatlántico, complementado todo ello con una asociación estratégica con la Rusia de Putin, lo que molestó a los vecinos alemanes de la Europa central y oriental, siempre inquietos, como Polonia,  ante la posible resurrección de fantasmas del pasado. Se decía que Merkel llegaba para cambiar esa orientación de la política exterior alemana, pero ocho años después hay más de lo mismo. De hecho, la renuncia de Alemania a la energía nuclear en 2011, acrecentó su mayor dependencia energética de Rusia, algo que también beneficiará a Francia al ser el principal productor europeo de electricidad a partir de sus centrales nucleares. Sin embargo, en el momento actual no hay una Polonia reticente hacia la política alemana hacia Rusia, pues el primer ministro polaco, Donald Tusk, ha propugnado, desde hace tiempo, un mayor acercamiento de Varsovia hacia Berlín y Moscú. Con Merkel, los polacos han adquirido un valor añadido en política exterior, mientras que el eje franco-alemán  se ha debilitado.

Lo más reseñable de la era Merkel en política exterior son las implicaciones del rescate financiero de los socios europeos del sur, de la mano de una política implacable de austeridad, que tampoco desaparecerá de la noche a la mañana tras su tercera victoria electoral, aunque puedan mitigarse algunos de sus rigores. Del resto de la política exterior poco cabe decir porque Alemania, al igual que otros países de la UE, ha entrado en el tiempo de la pospolítica, donde se mueven a gusto los tecnócratas ilustrados y los multiculturalistas, y en la que las ideologías pierden las aristas de sus dogmas en beneficio de una supuesta eficacia. La pospolítica es por naturaleza líquida, por seguir la calificación de Zygmunt Bauman, se escapa de cualquier análisis y se define más por lo que no es que por lo que es. En este escenario las políticas pueden ser intercambiables y en un país como Alemania no es difícil que florezca una gran coalición de cristiano-demócratas y social-demócratas porque todos ponen el acento, tanto en política exterior como interior, en la competitividad económica. Decía un analista político que los ministerios de Asuntos Exteriores deberían llamarse ahora ministerios de Comercio Exterior y de Cooperación, y esto sucede en Alemania, aunque también en otros miembros de la UE, cuyo modelo de Europa parece basarse más en las tradiciones mercantiles de Suiza o los Países Bajos, complementadas por los logros del Estado del bienestar en los países escandinavos,  que en otras coordenadas histórico-culturales. Pero esto no deja de ser, en el fondo, una retirada encubierta de la Historia, algo que, por ejemplo, EEUU no está dispuesto a hacer, tal  y como recordó Obama en su visita a Berlín en el pasado mes de junio.

Con Schröeder o con Merkel, la política exterior alemana tiene unas constantes invariables: está al servicio de la economía, pone un cierto énfasis en la defensa de los derechos humanos y es capaz de poner sus tropas, estudiando caso por caso, al servicio de las misiones internacionales con mandato de la ONU, pero no irá más allá ni asumirá un papel más destacado porque las dos guerras mundiales han vacunado a Alemania de cualquier pretensión de liderazgo político, e incluso podemos asistir a la paradoja de que Alemania se presente como defensora de las reticencias de los pequeños países europeos a cualquier proyecto de política exterior y de seguridad europeas de mayor alcance, como han propugnado en algunas ocasiones Francia e incluso Gran Bretaña. De ahí que estos países se quedaran solos en sus iniciativas intervencionistas en Libia y Siria, pese a desplegar toda clase de argumentos sobre la responsabilidad de proteger a la población civil.

En definitiva, la geopolítica tradicional está caducada en el ámbito europeo y ha dado paso a la geoeconomía, que Alemania asume con mayor entusiasmo e interés. Hay dos términos en inglés que definen con certeza la política exterior alemana: soft power y hard cash. 


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