El sorprendente acuerdo entre Arabia Saudí e Irán

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Una noticia sorprendente e inesperada, pero juzgada no lo suficientemente importante para encabezar los titulares de muchos medios de comunicación: Irán y Arabia Saudí han restablecido sus relaciones diplomáticas, interrumpidas desde 2016, por mediación de China.

No ha sido una medida improvisada, pues ha transcurrido un largo período de negociaciones en China, Irak y Omán hasta que el pasado 10 de marzo se ha alcanzado un acuerdo para reabrir las respectivas embajadas en el plazo de dos meses. La noticia es una oportunidad para que la guerra civil de Yemen toque a su fin, y de hecho las dos partes contendientes, el gobierno yemení y los rebeldes hutíes, iniciarán conversaciones para el intercambio de prisioneros. Es sabido que en este conflicto los saudíes apoyaban al gobierno y los iraníes a los hutíes, que son, como ellos, de confesión chií. 

La ruptura de relaciones se produjo en 2016 tras el ataque de manifestantes a la embajada saudí en Teherán como protesta a la ejecución en el país árabe de un clérigo chií. Pero la hostilidad de los saudíes y de la mayoría de las monarquías petroleras del Golfo a la república islámica de Irán viene de muy atrás. Se derivaba de la creciente influencia iraní en el Líbano, Siria e Irak, donde existen importantes porcentajes de población chií, y también de la pretensión del de Teherán de desarrollar un programa de armamento nuclear encaminado, como suele ser habitual en estos casos, a garantizar la seguridad del régimen frente a posibles amenazas externas.

En este escenario geopolítico se mezclan los aspectos religiosos y geopolíticos, pero predominan más estos últimos, aunque en algunos momentos se haya pretendido presentar la rivalidad como un episodio más del enfrentamiento entre suníes y chiíes que se remonta al siglo VII tras la muerte de Alí, el último de los califas de la familia de Mahoma. El principal enemigo de Irán, Israel, apoyado por Estados Unidos, aprovechó estas circunstancias para establecer vínculos con Arabia Saudí y otros países del Golfo que, en algunos casos, dieron lugar al establecimiento de relaciones diplomáticas, los llamados “acuerdos de Abrahán” si bien el régimen de Riad se mostró cauteloso y no dio ese paso. 

La reconciliación oficial de Irán y Arabia Saudí, auspiciada por la China de Xi Jinping, ha dado lugar a numerosos análisis. Hay quien, aficionado a las comparaciones históricas, aunque sean forzadas, llega a compararla con el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939, de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética. Pero eso es un tanto exagerado no solo por la existencia de una rivalidad secular, sino también porque Estados Unidos ha reaccionado sin demostrar ningún tipo de alarma ante unas negociaciones y un acuerdo, del que estaba previamente informado. Incluso le ha visto un aspecto positivo: la posibilidad de poner fin al interminable conflicto civil de Yemen iniciado en 2014. Otros creen que Arabia Saudí ha decidido negociar porque considera que Irán está muy debilitado tanto por las sanciones internacionales como la inestabilidad interna.

La situación en Yemen no favorece la seguridad del comercio, del transporte o de las inversiones en Arabia Saudí, y da la impresión de que tanto Riad como Teherán tienen necesidad de apagar un conflicto de casi una década de desgaste. Quizás también Irán haya buscado el acuerdo para disminuir la influencia de Israel en la región del Golfo, aunque no hay riesgo de que los saudíes establezcan relaciones diplomáticas con los israelíes, ya que los primeros las supeditan a un arreglo definitivo de la cuestión palestina. No cabe duda de que Arabia Saudí mantendrá sus relaciones de cooperación militar e inteligencia con Israel, aunque seguramente ya no querrá apoyar una acción bélica conjunta de estadounidenses e israelíes contra la república islámica, si bien esta posibilidad resulta remota por las desavenencias entre la Administración Biden y el gobierno de Netanyahu.

Por cierto, la oposición israelí ha afirmado que el acuerdo es una muestra del fracaso de la política exterior del gobierno y el primer ministro ha guardado de momento un cauteloso silencio. Esto viene a cuento de que Netayanhu había llegado a decir que estaba muy próximo el acuerdo para establecer relaciones diplomáticas con los saudíes, lo que evidentemente está lejos de ser cierto. Teniendo en cuenta que los Emiratos árabes unidos reestablecieron relaciones con Irán el año pasado, la percepción resultante es que Israel se está quedando prácticamente solo en su propósito de aislar a Irán. Está claro que los saudíes han atendido más a sus intereses de seguridad que a otros planteamientos. 

Quien puede felicitarse de una victoria diplomática es China. Hace unos meses, coincidiendo con la visita de Xi Jinping a la región del Golfo, se dijo que los intereses de China eran primordialmente económicos, y no políticos. Sin embargo, el papel mediador de Pekín demuestra también un interés político, que va en aumento, sobre todo por la percepción, presente desde la Administración Obama, de que Estados Unidos busca retirarse de Oriente Medio, pues, entre otras cosas, ha disminuido su dependencia energética de los países de la región. Los norteamericanos habrán visto con recelo la mediación china, pues saben que la cooperación económica puede ser un terreno inicial para un acuerdo político, y que de los acuerdos políticos pueden nacer un día de un acuerdo de cooperación en seguridad e inteligencia. Todo eso parece ahora muy remoto y poco probable, pero lo que es evidente es que con el acuerdo los saudíes han conseguido dar la imagen de que no son un país dependiente de Estados Unidos, como también se ha visto en su reticencia a alinearse con Washington en la guerra de Ucrania.


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