Putin, Tolstói y la guerra de los escitas

Trasn un bombardeo ruso en Borodyanka (Ucrania), el pasado abril (CC manhhai)

Michel Eltchaninoff, un filósofo francés de origen ruso, publicó hace años un recomendable libro, En la cabeza de Vladímir Putin, que no ha sido superado, pese a la profusión de obras sobre el presidente ruso.

En opinión del periodista Lluís Bassets, “la mente de Putin es uno de los objetos más misteriosos y desconocidos de nuestra época”, y hay libros que han tratado de comprender a Putin hasta el punto de parecer justificarlo. Sin embargo, el de Eltchaninoff reviste mayor credibilidad porque su autor es un gran conocedor de la historia y la cultura de Rusia, y no se ha limitado a divagar sobre si la expansión de la OTAN hacia el este lo explica todo o si los rusos no hacen otra cosa que defenderse del cerco geopolítico de Estados Unidos y sus aliados europeos.

Se puede entender mejor a Putin, sin ir más lejos, con una referencia literaria: Guerra y paz de León Tolstói, en la que aparece la invasión de Rusia por las tropas napoleónicas en 1812. Eltchaninoff ha citado recientemente este pasaje del capítulo primero de la tercera parte de esta novela clásica: “Imaginaos dos hombres que, de acuerdo con todas las reglas de la esgrima, se baten en un duelo a espada; el combate se prolonga; de pronto, uno de los adversarios, al sentirse herido, comprende que no se trata de un juego, sino de su vida, y abandona entonces la espada, empuña el primer garrote que encuentra a mano y comienza a usarlo contra su enemigo…”. Según Tolstói, los franceses eran el adversario que exigía una lucha de acuerdo con las reglas de la esgrima, pero los rusos se sintieron obligados a sustituir la espada por el garrote. Napoleón quedó desconcertado, pues sus campañas se habían basado hasta el momento en batallas decisivas seguidas de la ocupación de la capital del país enemigo, con lo que el gobierno se veía obligado a capitular y aceptar las condiciones de paz del vencedor.

El zar Alejandro I y el mariscal Kutuzov, principal responsable de las operaciones militares, tenían una educación europea y conocían perfectamente las leyes de guerra del momento, aunque ninguno de ellos hizo nada para evitar una guerra de desgaste. Dice al respecto Tolstói: “El garrote de la guerra popular siguió levantándose y abatiéndose con toda su fuerza terrible y majestuosa, y sin tener en cuenta gustos y reglas, con ingenua sencillez, pero con total racionalidad y sin pararse a pensar en nada, siguió golpeando a los franceses hasta acabar con el invasor”.

Alguien podría decir que aquella era una guerra defensiva, en la que los rusos combatían a la desesperada, con una táctica de tierra quemada, apoyada por las crudas temperaturas invernales, y en la que no se combatía en campo abierto porque no había que dar ninguna oportunidad a los invasores franceses. ¿Qué tiene que ver con esto con la “operación militar especial”, la ofensiva desencadenada por Putin el pasado 24 de febrero? Eltchaninoff se mete en la cabeza de Putin para subrayar que el líder ruso presenta el conflicto ante su pueblo como “una guerra existencial y de civilización”,que hay que ganar sin reparar en los medios, pues se decide el destino de Rusia. Su principal arma es el transcurrir del tiempo, al igual que los rusos de 1812, que esperaban la llegada del “general invierno”. El arma del tiempo no entendería de generales abatidos, de carros de combate convertidos en chatarra o de barcos hundidos espectacularmente en el mar Negro. Lo de menos son los combates en el Donbás, en los que los rusos no tienen prisa en ir apoderándose de más kilómetros cuadrados de terreno. Al tiempo que estos combates se suceden, los misiles rusos siguen cayendo sobre territorio ucraniano no ocupado hasta el punto de que ya no aparecen en los titulares –y en todo caso lo hacen fugazmente– las muertes de civiles en esos ataques.

A esto hay que añadir el bloqueo de los puertos del mar Negro por los rusos, o por los ucranianos que quieren defender Odesa, con lo que se pone en peligro el suministro mundial de cereales, con los consiguientes riesgos de hambre y penuria, sobre todo en países africanos.

Sigue, por lo demás, el combate ideológico y no faltan tampoco los llamamientos a detener la guerra, aunque Ucrania pierda la cuarta parte de su territorio. Parece evidente que la guerra no terminará en paz sino en un armisticio en el que la única incógnita será saber si Rusia se conformará con el Donbás o dirigirá posteriormente sus esfuerzos a privar a Ucrania de la parte de la costa del mar Negro que aún conserva. No es difícil conjeturar que eso está en la cabeza de Vladímir Putin y de un número considerable de sus compatriotas. No hay que olvidar que Odesa es un objetivo innegociable para Rusia, pues la consideran una ciudad suya, fundada en tiempos de Catalina II.

Tolstói señala que la guerra de 1812 fue “una guerra de escitas”, los habitantes de las estepas que vivieron principalmente al norte del mar Negro y en el Cáucaso septentrional entre el siglo IX a.C. y el siglo IV de nuestra era. Los escitas practicaban con el enemigo una estrategia de desgaste. Permitían que se adentrara en su territorio y tuviera que extender sus líneas de aprovisionamiento para finalmente derrotarles con tácticas de ataque y huida. Es lo que hicieron también los rusos con los franceses. Eltchaninoff asegura que Putin practica una estrategia escita, aunque Rusia sea la atacante. Es, sin duda, la estrategia del tiempo, pero también habría que tener en cuenta en que el tiempo corre para todos. Nadie es señor absoluto del tiempo.


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