Ucrania en la UE

CC Antoine De La Croix

El Consejo Europeo del pasado 23 de junio apoyó la candidatura de Ucrania para el ingreso en la UE. Desde 1999 existen otros cuatro países que también son candidatos: Turquía, Macedonia del Norte, Serbia y Albania, si bien las posibilidades de que se incorporen a la organización son en algunos casos remotos y en otros, como el de Turquía, el candidato parece haber perdido su interés, aunque tenga establecida, desde hace más de un cuarto de siglo, una unión aduanera con la UE.

La guerra de Ucrania ha puesto de nuevo en primer plano la ampliación europea, paralizada desde 2013 con la entrada de Croacia. La crisis económico-financiera de 2008 y las reticencias de algunos países, entre ellos Francia y Alemania, dieron a entender que el proceso había quedado congelado. Con todo, es llamativa la reacción de Rusia a la candidatura de Ucrania, expresada incluso durante el transcurso del conflicto. Moscú no se opone radicalmente como es el caso de la OTAN, aunque en el fondo debería oponerse si recordamos los sucesos de 2013-2014, cuando Moscú expresaba el deseo de atraer a los países exsoviéticos a la Unión Económica Euroasiática. La opción de Ucrania por Europa, llevada hasta el extremo de provocar la revolución del Maidan y la caída del presidente pro-ruso Yanukovich en febrero de 2014, serviría de pretexto para que Rusia se anexionara Ucrania y alentara la rebelión secesionista en el Donbás. Los rusos no ignoran que la UE es mucho más que un espacio de libre comercio y de libre circulación de personas, pues implica además una adhesión a la democracia parlamentaria y a la economía de mercado, un sistema político y otro económico que no tienen cabida en una Rusia con una fuerte impronta nacionalista y estatalista. Una Ucrania en la UE implica para Moscú una competición ideológica, y a la vez el riesgo de que los índices socioeconómicos del país vecino puedan resultar atractivos para la población rusa. Una Ucrania en la UE vendría a ser un caballo de Troya próximo a lo que el Kremlin califican como “el mundo ruso”, y que no se circunscribe a los límites territoriales de la Federación Rusa.

La única explicación a la actitud de Moscú es que en el fondo cree que el proceso de adhesión nunca llegará a término. Un país candidato debe cumplir los criterios de Copenhague, establecidos por el Consejo Europeo en 1993. Se trata de criterios políticos (respeto a la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho), económicos (tener una auténtica economía de mercado) y administrativos (incorporar a la legislación del país candidato el acervo comunitario, unas 80.000 páginas de derechos y obligaciones). Estos criterios los cumplieron, sin grandes inconvenientes, democracias consolidadas como Austria, Finlandia y Suecia, que ingresaron en 1995. En cambio, en países balcánicos o de la antigua URSS, en los que la corrupción ha dejado, y sigue dejando, una profunda huella, la adhesión es más compleja, sin contar que algunos países candidatos han sido vetados por algunos de sus vecinos. Macedonia del Norte tiene ahora mismo el veto de Bulgaria.

En el caso de Ucrania los Veintisiete están de acuerdo en su adhesión, lo que supone además un gesto de apoyo en la guerra que libra contra Rusia, pero no deja de ser algo simbólico. Algunas perspectivas, no precisamente optimistas, sitúan la entrada de Ucrania para veinte años después del conflicto. Aun entonces, habría que contar con una realidad incuestionable: una parte del territorio ucraniano seguiría estando ocupado por Rusia, que además lo habría previsiblemente anexionado a su soberanía por medio de una serie de referendos, poco reconocidos internacionalmente, como el de Crimea en 2014. ¿Sería eso un inconveniente para la entrada de Ucrania? No lo sería porque existe el precedente de Chipre, que ingresó en la UE en 2004, pese a que el 38 por ciento de la isla está ocupado por la República del Norte de Chipre, que solo reconoce Turquía, el país que ocupó militarmente el territorio en 1974. Es precisamente el tema de la unificación de Chipre lo que impide, aunque no es la única causa, la entrada de los turcos en la UE.

En definitiva, al tratarse de un proceso largo y complejo, los rusos deben ser bastante escépticos sobre la adhesión de Ucrania. La entrada supondría también que los ucranianos podrían acogerse a la cláusula de seguridad prevista en el art.41 del tratado de Lisboa, de asistencia a países miembros, pero que no puede compararse con el art. 5 del tratado de OTAN que regula la defensa colectiva. De ahí que adherirse a la Alianza, que no suele ser un proceso demasiado largo, sea lo que Moscú rechaza, sabiendo al mismo tiempo que no existe unanimidad entre los 30 países de la OTAN para aceptar la candidatura ucraniana. Por lo demás, los rusos parecen creer que el paso del tiempo en la guerra juega a su favor. Un alto el fuego pondría fin a las hostilidades actuales, aunque nadie pondría poner la mano en el fuego sobre si esto es el final de las intenciones rusas de controlar más territorios ucranianos. No pocos analistas han indicado Rusia pretende hacerse con el control de toda la costa ucraniana del Mar Negro, particularmente del puerto de Odesa, con lo que Ucrania quedaría privada de salida al mar, si bien esto no tendría que suceder de inmediato.  Por tanto, la adhesión de lo que quedara de Ucrania a la UE no parece importarle demasiado a Moscú, si es que el proceso llegara a término.

Se puede extraer además de este tema una conclusión geopolítica: el nuevo “telón de acero”, la frontera entre el este y el oeste quedará fijada en Ucrania oriental y en el Mar Negro. Hay, por cierto, tres países de la OTAN ribereños de dicho mar: Rumania, Bulgaria y Turquía. El primero ha cobrado una indispensable importancia estratégica, en particular para Washington, el segundo es presa de la inestabilidad política interna en la pugna entre partidos proeuropeos y prorusos, y el tercero está asumiendo un papel de equilibrio entre Rusia y Occidente, pese a ser miembro de la Alianza. De ahí que Erdogan haya sido especialmente bien tratado en la cumbre de la OTAN. Su veto a Finlandia y Suecia por la cuestión kurda no se ha desvanecido por completo, pues queda pendiente la ratificación de las candidaturas por el parlamento turco. Sin embargo, Erdogan da pruebas de firmeza en política exterior con esta situación, pero los problemas económicos por los que atraviesa su país no garantizan su reelección en las elecciones presidenciales de 2023.


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