El Papa Francisco y la guerra de Ucrania

En una entrevista concedida al Corriere della Sera el 3 de mayo, el Papa Francisco habla, entre otros temas, de la guerra de Ucrania. Pero algunos medios de comunicación, como el Wall Street Journal, han dado una visión sesgada de estas declaraciones, y otros han adoptado un enfoque político o partidista, del que algunos podrían sacar la equivocada conclusión de que Francisco no está apoyando a Ucrania, el país afectado por la invasión rusa.

Sin embargo, el pontífice recuerda que el primer día de la guerra llamó a Zelenski, aunque no hizo lo mismo con Putin. Prefirió hacer una visita improvisada a la embajada rusa ante la Santa Sede. De ello informaron en su día los medios, aunque algunos comentaristas dirían que la mejor manera que tenía Francisco de ayudar a Ucrania era presentarse en Lviv, ciudad símbolo de la resistencia ucraniana, y sobre todo llegar a Kiev, tal y como han hecho diversos gobernantes occidentales. En la citada entrevista el Papa dice, no obstante, que no irá a Kiev por ahora y que ha enviado a esa ciudad a dos cardenales como representantes suyos. Por el contrario, Francisco querría ir a Moscú, y no es por ninguna simpatía o complicidad con el régimen de Putin sino porque sabe muy bien que la decisión final sobre la guerra o la paz se tomará en la capital rusa. Este deseo de ir a Moscú recuerda la actitud de Francisco de Asís que en 1219 fue, por iniciativa propia, a encontrarse con el sultán de Egipto, Al Kamel, durante la Quinta Cruzada, cuando los ejércitos cristianos sitiaban la ciudad de Damieta. Fue un viaje en nombre de la paz y que tuvo con el tiempo sus frutos, pues los franciscanos pudieron asumir la custodia de los lugares santos cristianos en Palestina.

“Soy un sacerdote. Hago lo que puedo. Si Putin abriese la puerta…” Tales son las palabras de Francisco, que sabe que a Putin le resulta muy difícil dar marcha atrás en una decisión si puede ser interpretada como una debilidad o una derrota. El presidente ruso está fascinado por los símbolos, sobre todo cuando el 9 de mayo se cumplen 77 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, la “gran guerra patriótica” en la que el Tercer Reich fue derrotado. El Papa señala también que el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, le ha dicho que el 9 de mayo el conflicto podría haber terminado. No parece que esto vaya a ser así, y tampoco que la guerra se cierre en falso con la proclamación de que los objetivos de la “operación militar especial” se han alcanzado, si bien es cierto que los rusos han conquistado territorios. La resistencia ucraniana, que ha estimulado la ayuda militar de norteamericanos y europeos, impide que el 9 de mayo haya una celebración por todo lo alto del aniversario de la “gran guerra patriótica”. El conflicto tiende a enquistarse, también porque en los últimos días, se ha ido creando un clima de una cierta euforia en el bando ucraniano, que ve posible una derrota rusa e incluso la recuperación de territorios perdidos en 2014. Ni que decir tiene que esta situación no favorece un alto el fuego por parte de Putin y además fomenta las amenazas rusas de emplear métodos expeditivos para doblegar a Ucrania, incluida la posibilidad del uso de armas nucleares tácticas rusas en suelo ucraniano. Es una posibilidad que los rusos tendrían que meditar cuidadosamente si no se obtiene el efecto deseado. A estas alturas de la situación, Rusia no debería fijarse, por ejemplo, en que las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki consiguieron la rendición casi automática de Japón en 1945. La imagen de Rusia en esta guerra se ha deteriorado demasiado y una acción de este tipo sería visto más como un cruel gesto de impotencia que como una estrategia victoriosa.

En la entrevista salió también a relucir la relación con el patriarca Kirill. ¿Podría él convencer a Putin para que se detuviera la guerra? se preguntaron los periodistas. Francisco señala que tuvieron un encuentro por zoom, pero el patriarca empleó los veinte primeros minutos en justificar las razones de la guerra, que para él es una especie de cruzada. Está claro que el patriarca no podría convencer de nada al presidente, porque se ha convertido, en palabras del Papa, en “un clérigo de estado”. Podemos añadir que es evidente porque cultiva los símbolos de la Santa Rusia, la Tercera Roma, sucesora de Bizancio, y porque está convencido de que tiene todo el derecho a recuperar una tierra sagrada, la ucraniana, que está vinculada al origen del estado ruso. Bizantinismo y cesaropapismo reviven en esa actitud, pero, según Francisco, Kirill no debería ser “el monaguillo de Putin”.  Con todo, el patriarca y el pontífice se han puesto de acuerdo en una cosa: aplazar el encuentro que ambos iban a tener en Jerusalén en el próximo mes de junio, para evitar malas interpretaciones.

El reproche que algunos han hecho al Papa es que ha justificado la invasión porque la OTAN estaba llegando a las fronteras rusas. En realidad, Francisco dijo lo siguiente refiriéndose a la ira de Putin: “Una ira que no sé decir si ha sido provocada, pero quizás facilitada”. Aquí no hay ninguna justificación para una guerra tan atroz, como la ha calificado a menudo el Papa. Más bien está diciendo que se ha dado un pretexto al presidente ruso para su agresión. Pero lo de la OTAN es un factor, entre otros y ni siquiera el más importante. Desde el momento en que el presidente ruso dijo que ucranianos y rusos eran el mismo pueblo, la posibilidad de una Ucrania ajena a la influencia de Moscú era algo inasumible para el Kremlin. Una buena parte de la opinión pública rusa, y no solo su presidente, ha asumido desde hace mucho tiempo esta visión nacionalista de la historia. Y ahora se enfrentan dos nacionalismos: el ruso y el ucraniano.

El Papa no apoya las tesis de Putin y al mismo tiempo certifica que no hay una voluntad suficiente entre los dos bandos para construir la paz, “pero la guerra es terrible y debemos gritarlo”.


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