Madeleine Albright, una vida marcada por la historia

Madeleine Albright (foto oficial como secretaria de Estado, 1997)

Hace escasamente un mes podíamos leer un artículo de Madeleine Albright en el New York Times en el que resaltaba el error histórico de Putin al invadir Ucrania. Recordaba su primer encuentro con el presidente ruso en 2000, que le dio la impresión de ser “casi tan frío como un reptil”, y entonces también pudo percibir el desagrado de Putin por el derrumbamiento de la Unión Soviética, seguido de su determinación de restaurar la grandeza de Rusia.

La ex secretaria de Estado de Bill Clinton murió el 23 de marzo de 2022 a los ochenta y cuatro años, pocos meses después de los fallecimientos de otros recordados secretarios como George Shultz y Colin Powell, pero su artículo ha sido premonitorio. Decía que, si se producía la invasión, Rusia quedaría “diplomáticamente aislada, económicamente limitada y estratégicamente vulnerable”, y que vendría una guerra “sangrienta y catastrófica que agotará los recursos rusos y costará vidas rusas”.

En el artículo de Madeleine Albright no hay ninguna referencia a las terribles consecuencias de una guerra, entre ellas la del desplazamiento de millones de refugiados. Sin embargo, ese drama humano lo conocía muy bien ella, porque, nacida en 1937 en Praga, vivió desde niña el desasosiego y la incertidumbre que afecta a todos aquellos que tienen que abandonar precipitadamente su país. En 2013 escribió Prague Winter. A Personal Story of Remembrance and War, 1937-1948, unas memorias que arrancan el 15 de marzo de 1939 cuando las tropas hitlerianas entran sorpresivamente en Praga y muy pronto la bandera nazi es izada en el Castillo, la residencia presidencial. Hitler no se había conformado con la anexión de los Sudetes, por obra de las concesiones británicas y francesas en la conferencia de Múnich en 1938, sino que incorporaba los países checos al Tercer Reich, además de convertir a Eslovaquia en un protectorado. El Führer debía de creer en aquel dicho de Bismarck de que quien domina Bohemia, domina Europa.

Madeleine Kolber, con apenas dos años, huye de Praga y se refugia con sus padres y hermanos en Londres, donde vive además la angustia de los bombardeos. En 1945 se ha producido la derrota del nazismo y la familia regresa a Praga. Su padre, que es diplomático, es nombrado embajador en Yugoslavia, pero tres años después, tras el golpe de estado comunista en Checoslovaquia, la familia marcha definitivamente a Estados Unidos. Madeleine tiene entonces once años y un conocimiento precoz de la historia. Sus experiencias la acompañarán siempre en sus tareas de profesora y de política, en su caso en las filas del partido demócrata. La familia Kolber echa raíces en suelo estadounidense, que para ellos es la tierra de la libertad. Con todo, años después, los padres informarán a sus hijos de que tres de sus abuelos, junto con algunos tíos y primos, murieron en el Holocausto por su condición de judíos.

La primera mujer secretaria de Estado se sentirá plenamente norteamericana, pero tras la caída de los regímenes comunistas, recuperó por completo la conciencia de sus orígenes centroeuropeos, aunque había dado clase sobre la historia de aquellos países en distintas universidades. En sus memorias, aparecidas en 2021, bajo el título de Hell and Other Destinations, Albright cuenta la anécdota de una conversación con el presidente checo Václav Havel. Ella ya no era secretaria de Estado y Havel estaba a punto de retirarse de la presidencia checa. Le propuso que recuperara la ciudadanía checa y compitiera en la carrera presidencial, si bien el cargo de presidente es, ante todo, representativo y simbólico. Albright no aceptó la sugerencia. Había pasado más de medio siglo desde su salida de Praga y no estaba muy convencida de conectar con el electorado. Su interés y afectos por sus orígenes no eran superiores al tener que dejar el país en el que había vivido la mayor parte de su vida.

La historia, en particular la de Europa central y del este, servía de inspiración a Madeleine Albright, también en los grandes cambios de la posguerra fría como la entrada de los países excomunistas en la OTAN, en concreto Polonia, Hungría y la República Checa, que ingresaron en 1999. Hoy se dice que la expansión de la OTAN fue una provocación innecesaria a Rusia y se reprocha a Washington no haber tenido en cuenta los intereses rusos. Esto explicaría las reacciones posteriores de Putin, incluida la invasión de Ucrania. Pero en este argumento falta otra perspectiva: la de los países que formaron parte del Pacto de Varsovia. No querían ser absorbidos en una zona neutral o gris en Europa, a caballo entre la Federación de Rusia y la OTAN y la UE. Estos países querían integrarse en ambas organizaciones, pues representaban el Occidente del que estuvieron alejados durante más de cuatro décadas. La historia les había enseñado a desconfiar de Rusia, fuera comunista o no. Ni que decir tiene que Albright estaba completamente de acuerdo con la ampliación de la Alianza, pues había nacido en un país que fue invadido y sometido por tropas alemanas y soviéticas. Después de todo, Praga está más al oeste que Viena en el mapa de Europa.

En 2019, la ex secretaria de Estado publicaba un libro en el que combinaba la historia y la actualidad, Fascismo: una advertencia. Era un aviso sobre los peligros de la tiranía en el que analizaba brevemente la trayectoria de Mussolini y Hitler en su ascenso al poder, pero a la vez prevenía contra los peligros del cesarismo y de los populismos, que formalmente son dictaduras elegidas democráticamente. No faltaban referencias a Putin, Erdogan y Xi Jinping, aunque tampoco estaba ausente Donald Trump, que por entonces llevaba tres años en la Casa Blanca. Un libro que tiene mucha historia tras de sí, como la explicada por Albright en la Universidad de Georgetown, y que no pierde de vista a todos aquellos pensadores que en el siglo XIX difundieron la idea de que la vida es una continua lucha en la que sobreviven los más fuertes. Esto se llamaría darwinismo social, aunque las teorías malthusianas tienen su parte de responsabilidad. Un sociólogo como Herbert Spencer defendió la supervivencia de los más aptos, y un psicólogo como Francis Galton fue quien desarrolló los principios de la eugenesia.

Madeleine Albright sabía encontrar abundantes explicaciones para el presente y para el futuro en el estudio de la historia y la filosofía política. Es comprensible, porque desde muy niña la historia había marcado su vida.


2 Responses to “Madeleine Albright, una vida marcada por la historia”

  • Manuel. Says:

    Muy acertado el artículo profesor. Sin duda fue un peso pesado en la Política con mayúscula.

    • antoniorubioplo Says:

      Gracias Manuel. La Historia es inseparable de nuestras vidas. Son nuestras circunstancias. No podemos separarnos de ellas. Pero tampoco podemos dejarnos condicionar por ellas.