La democracia se defiende desde dentro

El presidente de Ecuador durante la Cumbre de las Democracias
(CC: Presidencia de la República del Ecuador)

La Cumbre de las Democracias, celebrada de forma virtual los pasados 9 y 10 de diciembre, ha sido una iniciativa de la Administración Biden que ha pasado un tanto inadvertida, aunque también ha sido objeto de polémica porque una iniciativa de este tipo obliga a plantearse qué se entiende por democracia.

Se trata de una polémica de raíces históricas. En el siglo XX se hablaba de democracias formales, burguesas, liberales, populares… Pero nadie, salvo en el fascismo de Mussolini, por citar un ejemplo, rechazaba expresamente la democracia. Hoy en día tampoco se suele rechazar expresamente, y se habla de otras formas de democracia, que no son la democracia liberal, occidental y estadounidense. Sin ir más lejos, en la primera década de este siglo los dirigentes de Rusia afirmaban que su país era una “democracia soberana”, aunque ahora este calificativo no lo emplean tanto como entonces.

A la Cumbre de las Democracias, en la que han participado representantes de 109 Estados, se la ha acusado de pretender dividir el mundo en dos bloques políticos. Ni que decir tiene que Rusia y China han sido las primeras en hacer este reproche y también han afirmado que Estados Unidos no es una verdadera democracia. Argumentan, entre otras cosas, las grandes diferencias sociales o la manipulación ejercida por los medios de comunicación. Pese a todo, la Cumbre ha hecho hincapié en la necesidad de controlar el autoritarismo, luchar contra la corrupción y respetar los derechos humanos. De ahí que Washington haya prometido una ayuda de 424 millones de dólares para combatir la corrupción y ayudar a los medios informativos independientes.

Controvertidas han sido también las invitaciones, de las que se ha excluido a Hungría, aunque no a Polonia y otros países de Europa del Este, y sin embargo, se ha invitado a Pakistán o a Filipinas. En estos dos últimos casos todo indica que han sido conveniencias políticas: si se invita a la India, no hay que excluir a Pakistán; y Filipinas merece ser invitada porque el presidente Rodrigo Duterte está siendo últimamente muy crítico con China. Estas contradicciones deliberadas dificultan la transmisión del mensaje de que el mundo se divide en democracias y autocracias. Era más difícil distinguir los adversarios en la Guerra Fría, cuando existía el bloque comunista. En cualquier caso, las comparaciones históricas tienen poca consistencia. Se suele recurrir con facilidad al período de entreguerras y referirse a los líderes populistas, más de derechas que de izquierda, como los sucesores de los fascismos de aquella época. Sin embargo, nadie compara a los populismos de izquierda con el comunismo estalinista, que es del mismo período.

Cuando el mundo se dividía en bloques ideológicos, la política internacional estaba plagada de contradicciones. En realidad, no se enfrentaban las democracias y el comunismo. Antes bien, era una oposición entre comunistas y anticomunistas. Ser anticomunista no equivalía, ni equivale, a ser demócrata. Más apropiado era hablar de regímenes proamericanos, contrapuestos a regímenes prosoviéticos, o prochinos, aunque en estos últimos casos ello no significaba que todos los gobernantes de esos regímenes militaran en partidos comunistas. En regímenes prosoviéticos como Siria o Irak en la Guerra Fría, el comunismo estaba perseguido.

Es evidente que Washington no vaciló en apoyar a regímenes militares en Asia, África y América Latina para contener la expansión soviética. Sin embargo, en los momentos finales de la Guerra Fría brindó su apoyo, sobre todo al sur de Río Grande, a las democracias surgidas tras la caída de los autoritarismos. Durante la presidencia de Reagan los estadounidenses debieron de pensar que la democracia era un instrumento más valioso que el mero anticomunismo para contener la influencia de Cuba en el continente. Y si nos vamos a Oriente Medio y el Sureste asiático, en el período de la Guerra Fría, nos encontramos con alianzas militares, impulsadas por Washington, como CENTO y SEATO. En ellas no había países democráticos sino anticomunistas. Pero esas alianzas contra el comunismo se derrumbaron no por conflictos externos sino por revoluciones o golpes de Estado internos. De aquellas siglas ahora solo nos hablan los libros de historia.

Estos ejemplos históricos nos sirven para asegurar que los intereses nacionales están por encima de las cuestiones ideológicas. La armonización ideológica no previene necesariamente una guerra. Chinos y soviéticos estuvieron a punto de entrar en conflicto y en 1969, y diez años después los chinos derrotaron a los vietnamitas. En el caso de las democracias, es necesario subrayar que no existen democracias perfectas. La democracia no consiste solo en ir a las urnas periódicamente. Si la sociedad civil es débil, si no se respetan los derechos humanos y no existen unos tribunales independientes, la democracia será formal. Por eso, en las clasificaciones de los politólogos, se suele hablar de regímenes libres y regímenes parcialmente libres. Estos últimos abundan en el mundo de hoy, y estaban bien representados en la Cumbre de las Democracias. Otros hablan de las “democraduras”, unos sistemas en los que la alternancia resulta prácticamente imposible, aunque existan diversos partidos. Tampoco es casualidad es que donde no hay alternancia, la corrupción prolifera. No es extraño si los gobernantes se aferran al poder por todos los medios.

Si la democracia no se defiende desde dentro, no hay nada que hacer. Ninguna alianza o liga de las democracias será viable porque los enemigos de la democracia son internos. Por eso la prueba de la democracia será siempre la existencia del estado de derecho.


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