No hay una nueva guerra fría

Dos historiadores norteamericanos especialistas en la guerra fría se preguntan en la revista Foreign Affairs (noviembre-diciembre 2021) si estamos asistiendo a una nueva guerra fría entre Estados Unidos y China. Hal Brands es un joven profesor de la universidad Johns Hopkins y John Lewis Gaddis es un veterano profesor de la universidad de Yale y el ganador del Premio Pulitzer, en 2012, por una brillante biografía de George Kennan, el diplomático que sentó las bases de una estrategia de contención frente a la Unión Soviética.

No todos valoran los análisis de política internacional realizados por historiadores. Hay quien considera que solo buscan en el pasado una respuesta a las incertidumbres del presente y del futuro. De ahí que vean con escepticismo todos aquellos análisis que dedican una gran extensión a los antecedentes históricos y no emplean muchas líneas en exponer el momento actual y sus perspectivas. Tampoco la historia tiene buena prensa entre los consultores políticos. Se les paga para que sus propuestas se traduzcan en iniciativas de éxito. Recurrir a la historia puede no ayudarles a vender sus dosis de optimismo. Los responsables políticos tampoco son muy receptivos a los argumentos históricos salvo si se trata de una historia barnizada por el relato con el que quieren atraer a la opinión pública.

Brands y Gaddis no niegan que el futuro pueda parecerse al pasado, aunque nunca del todo. Se me ocurre añadir que podemos encontrar más inspiración en el mundo anterior a 1914 que en el de la segunda mitad del siglo XX. Por lo demás, en la rivalidad entre chinos y norteamericanos se suele resaltar la importancia de la geopolítica, pero se tiene menos en cuenta la geografía, es decir los condicionantes geográficos, acaso por el hecho de que en los momentos cumbre del proceso de globalización, hemos llegado a creer aquello de que “la tierra es plana”. Reconocen ambos autores que China es una gran potencia terrestre, con unas pretensiones hegemónicas desconocidas hasta ahora, principalmente por una economía en expansión e iniciativas como las de la Franja y de la Ruta que van más allá del espacio euroasiático. Pero a continuación insisten en que el punto débil de China es que su diplomacia no se esfuerza excesivamente en ganar aliados, pues las relaciones de los chinos se dirigen exclusivamente a socios y no hacen ningún proselitismo ideológico, pese a estar gobernados por un partido comunista. En las fronteras de China no se encuentra ningún aliado en el sentido estricto del término. Se diría que la hegemonía de China, tras los años de “ascenso pacífico” patrocinado por Deng Xiaoping y sus inmediatos sucesores, responde a un mandato del cielo, por emplear un lenguaje propio de la época imperial.  Por tanto, la principal conclusión a la que llegamos es que en la nueva “guerra fría” no existe el componente ideológico que enfrentaba a Washington y Moscú.

Pese a todo, hay quien opina, más en el ámbito de los políticos que en el de los analistas, que en el mundo se están configurando dos bandos: el de los autoritarismos, encabezados por China y Rusia, y el de las democracias, representado por Estados Unidos y Europa. Cada bando supuestamente intentaría atraer a otros países a su visión del mundo. La ascensión de los populismos en el planeta desmiente esta ilusión de la existencia de dos bandos definidos, pues la mayoría de los populistas en el poder, de un signo o de otro, no tienen reparo en estrechar sus vínculos con China tanto por intereses económicos como por exhibir una política “independiente” respecto a las democracias occidentales.

Los dos historiadores norteamericanos piensan que Xi Jinping ha cambiado con cierta premura la política exterior china abrumado por su edad y su propio futuro. No le bastaban diez años al frente del Estado y del partido, como sus antecesores. Tenía que pisar el acelerador y ponerse al frente del proceso que debería llevar a China al primer puesto en la escena internacional antes de cumplirse el centenario de la República Popular China en 2049. Pero esta opción conlleva el riesgo de que China pueda dar un paso en falso. ¿Será Taiwan ese paso en falso? Aparentemente es una ocasión propicia. La retirada vergonzante de los norteamericanos de Afganistán ha minado su credibilidad y pocos creen que Washington se arriesgará a un conflicto por defender a un aliado. Brands y Gaddis consideran que Taiwan no es Crimea, donde una parte de la población apoyó la anexión de Rusia, y que una acción armada contra la isla tendría un efecto similar entre los vecinos de China al de la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia en Praga en 1968. La invasión, por tanto, contribuiría a reforzar el papel de Estados Unidos en Asia, pese a todos los esfuerzos chinos por minar su influencia en el continente. De todos modos, el pretexto para una intervención de China sería la proclamación de Taiwan como república independiente. Los chinos han hecho al respecto más de una advertencia. Sin embargo, la presidente Tsai Ing-wen elude la cuestión y asegura que no es necesaria tal proclamación pues ella es la jefe de estado de un país independiente. En cualquier caso, no es probable una declaración unilateral, pues habría que proceder a una reforma constitucional que el partido de la oposición, el Kuomintang, nunca apoyaría. En ningún caso los políticos taiwaneses brindarían a China un pretexto para que la isla fuera invadida.

Brands y Gaddis se preguntan también por qué China no ha optado por la bipolaridad, un G-2 con Estados Unidos, pues hubiera sido una forma de reducir la tensión entre ambas potencias. Sería una resurrección de la tradicional política de equilibrio, una nueva Realpolitik. El ascenso del nacionalismo chino no permite esa alternativa, y lo que tenemos ahora mismo es un mundo que camina hacia la multipolaridad, aunque hay momentos en que se tiene la sensación de vivir un período de anarquía en la escena internacional.

El diagnóstico de los historiadores es que no estamos viviendo una nueva guerra fría. Además, no es previsible un acercamiento entre Washington y Moscú, a semejanza del efectuado entre chinos y norteamericanos hace medio siglo, que contribuyó de algún modo a debilitar a los soviéticos. Uno de los rasgos esenciales de la guerra fría era la dimensión ideológica: las democracias frente al comunismo. Aquí, en cambio, se trata de contener a un ambicioso rival, versátil y con múltiples intereses. Y son precisamente unas ambiciosas sobredimensionadas las que pueden llevarle a incurrir en graves errores estratégicos.


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