Gran Bretaña después del Brexit: ¿ejercicio para cinco dedos?

En medio de la pandemia global que nos afecta a todos, y particularmente a Gran Bretaña, el Brexit se ha hecho una realidad desde el 1 de enero. No ha sido un Brexit brutal, pues Londres ha hecho algunas concesiones mínimas, pero como en este tiempo lo que cuenta es la imagen, podemos decir que Boris Johnson ha salvado la cara para construir su relato que se nutre de una visión grandilocuente de la historia.

El Brexit es uno de los mayores triunfos mundiales del populismo, y es una guerra cultural asumida por buena parte de los conservadores británicos que han creído que el método funciona tras su aplastante victoria en las elecciones de diciembre de 2019. Lejos quedan los tiempos en que los conservadores Macmillan y Heath luchaban por formar parte de la Europa comunitaria, aunque en el fondo siempre la vieron como una gran área de libre comercio.

Frente a los agoreros que pronostican fatales consecuencias para Gran Bretaña, a Boris Johnson no le queda más remedio que la huida hacia adelante con un toque de nostalgia imperial, vendiendo la idea de que Londres aumentará su papel como primera potencia financiera de Europa, y que atraerá hacia sí a los mercados asiáticos. Londres se convertirá en el Singapur europeo y dictará sus reglas, y de nada servirán las maniobras europeas para atraer capitales a París, Frankfurt, Amsterdam o Dublín. Por el escenario político y mediático inglés pasan ahora los fantasmas de Enrique VIII; el corsario Francis Drake; el revolucionario Oliver Cromwell que no entiende de legalismos parlamentarios; el declarado enemigo de Napoleón, Pitt el joven; Palmerston y su teoría de que Inglaterra no tiene amigos sino intereses; el Churchill de 1940 que exhortaba a no rendirse jamás… Pero también desfilan los fantasmas del Imperio más extenso de la historia y de una mentalidad casi victoriana. El continente ha quedado aislado. Nos espera la libertad de los mares.

El analista George Friedman, al igual que otros analistas anglosajones, insiste en que Europa no es la UE y ve en el Brexit una oportunidad para que Gran Bretaña encuentre su lugar definitivo en el mundo. Y ese lugar no es otro que la angloesfera, que no es exactamente la Commonwealth, sino una serie de países surgidos del imperio británico y que tienen un lugar destacado en el mundo, y por si fuera poco, no están en el continente europeo. Friedman habla en uno de sus análisis de five fingers, los cinco dedos que, incluyendo a Gran Bretaña, pueden constituir una comunidad estratégica. Los otros cuatro son Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Los cinco comparten información de inteligencia y cooperación militar. ¿Por qué no pueden en su día constituir un gran mercado, un bloque económico y comercial? Lo de bloque no es la expresión adecuada. Friedman, y me imagino que el propio Johnson, son más partidarios de los acuerdos informales, a ser posible bilaterales. Porque el Brexit, pese a que se afirme lo contrario, es menos multilateralismo y menos globalización, pues se pone tanto el acento en la soberanía que cualquier acuerdo lleva consigo la esencia de la fragilidad y la inestabilidad. Friedman ve también una gran oportunidad en el libre comercio con los dos países de América del norte, pero Canadá tiene mucho de país posmoderno, también en política exterior, y Biden no olvida sus orígenes irlandeses y pretende reconstruir el vínculo trasatlántico con Europa, por lo que Londres debería plantearse una cooperación militar más estrecha con sus antiguos socios de la UE, que en su mayoría también pertenecen a la OTAN.

Respecto a Australia, hay que decir que no vive su mejor momento, en lo económico y lo comercial, con China, que está vetando la entrada en su mercado de productos australianos. Los problemas con China, los actuales y los que vengan, no son la mejor carta de presentación para cualquier socio. Si a esto añadimos los planes de Johnson de la iniciativa D-10, diez democracias preocupadas por el comportamiento de China… Y Nueva Zelanda sigue estando en las antípodas, pese a que la popularidad de su primera ministra, la laborista Jacinda Arden le otorgue más visibilidad mundial.

Los cinco dedos pueden seguir tocando el piano juntos, pero sus registros no tendrán mucho eco. Algunos de ellos están muy pendientes de sus propios problemas, internos y regionales, y no están muy por la labor de animar el relato de Johnson. Y hablando de relato: el primer ministro esperaba visitar la India a finales de enero, un gesto para animar esa Global Britain de la que tanto habla. Pero la pandemia le ha hecho aplazar el viaje.


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