Por qué Macron no será un Nixon francés

Vladímir Putin y Emmanuel Macron en Osaka, 28-06-2019

Mark Leonard, fundador y presidente del think tank European Council of Foreign Relations, publicó recientemente un interesante artículo en varios medios de comunicación europeos sobre una iniciativa de Macron para mejorar las relaciones de la UE con Rusia. Recuerdo que hace algunos años leí con un cierto escepticismo su libro Por qué Europa liderará el siglo XXI, donde el analista británico trazaba un futuro glorioso para la Unión, a la que presentaba como un modelo de paz, desarrollo y seguridad que algunos países, incluso de fuera del Viejo Continente, querrían imitar.

Yo, por entonces, creía mucho más en “el siglo americano”, un siglo XXI preconizado por Joseph Nye, el profesor de Harvard que acuñó el término soft power. La presidencia de Obama, que no había llegado cuando se publicó aquel libro, sirvió después para alimentar las esperanzas de que EE.UU. seguiría ocupando un lugar central, aunque quizás no hegemónico, en el sistema internacional en el presente siglo. Sin embargo, la presidencia de Donald Trump, con una política exterior llena de alarmas y sobresaltos, está cuestionando, por el momento, lo de que el siglo XXI será americano. Pese a todo, algunos interpretan esta presidencia como una oportunidad para la Unión Europea, una oportunidad para lanzar un auténtico proyecto europeo liberado de la tutela americana. Quizás no haya siglo americano, al menos al estilo del siglo XX, pero tampoco está nada claro que llegue un siglo europeo.

Tiene razón Mark Leonard cuando afirma que Macron tiene mucho interés por pasar a la historia, aunque, en mi opinión, está tratando de asumir demasiados papeles a la vez. Se ha presentado como la gran esperanza, y a la vez la última, de Francia y de Europa, aunque el problema es que a veces parece no ser consciente de que Europa no es solo el eje francoalemán, ni siquiera Europa occidental. La Europa central y oriental, incorporadas al proyecto europeo hace dos décadas, tienen sus propios intereses y sus propias percepciones sobre Europa. La Europa de los casi recién llegados no es la Europa “carolingia”, ni siquiera la Europa mediterránea, y esto hace muy difícil alcanzar posiciones de consenso en política exterior europea.

Los intentos de acercamiento de Macron a Rusia han llegado a ser comparados nada menos que con el viaje de Nixon a Pekín en 1972, presentado tradicionalmente como una jugada maestra estratégica de Washington para constituir una alianza informal frente a la URSS. Con todo, la comparación con aquel hecho histórico, recordada por Leonard en su artículo, no se ajusta a la realidad, ni siquiera a una política realista, aunque se pretenda aplicarla en nombre del realismo. La pretensión de Nixon era separar a los chinos de los rusos, pues había oportunidad y circunstancias para hacerlo, dado que las dos potencias comunistas habían estado a punto de llegar una guerra en 1969. ¿Pretende Macron ahora atraer a Rusia a Europa y alejarla de China? Algún diplomático indiscreto podría atreverse a ofrecernos esta presumible evidencia: rusos y chinos desconfían mutuamente desde la época del imperio zarista. Es verdad que hay muchos rusos que piensan que su país es parte de Europa, pero desde una dimensión geopolítica del siglo XXI, a la Rusia actual le conviene mostrarse como parte de Eurasia, entre otras cosas, porque el centro de gravedad del mundo se desplaza hacia Asia y el Pacífico. Además, si bastantes países de la UE se dejan seducir por las inversiones chinas, difícilmente pueden mostrar entusiasmo en que Rusia sirva de contrapeso al poder de China.

El objetivo de Macron es mejorar las relaciones entre Europa y Rusia en beneficio de la seguridad europea, pero esto nunca conseguirá un consenso amplio entre países como Polonia y los países bálticos, recelosos históricamente del gigante ruso, y que están convencidos que cualquier mejora de esas relaciones pasa por aceptar implícitamente la anexión de Crimea y la injerencia rusa en el este de Ucrania, lo que supone además admitir que las sanciones contra Moscú no han funcionado. Leonard señala una confidencia de un funcionario francés: no podremos influir sobre Rusia y llevarla a un comportamiento responsable si nos ocultamos con el muro de las sanciones. Pero Macron no parece entender que la Rusia de Putin no quiere ser Europa. El nacionalismo ruso, de tradición eslavófila y euroasiática, excluye todo europeísmo. Rusia, al igual que China, solo entiende de relaciones bilaterales, y no le importaría demasiado que fracasara el proyecto de integración europea, algo en lo que también coincide con la Administración Trump, la misma que aplaude el Brexit.

Mark Leonard asegura además que Macron propugna un acercamiento de Europa a Rusia para evitar que este país, al igual que EEUU y China, construyan un escenario internacional en el que los europeos perderían toda relevancia, en el que no solo no se sentarían a la mesa, sino que formarían parte del menú. Con todo, las posibilidades de Macron son reducidas porque los socios europeos más próximos geográficamente a Rusia sospechan que ellos pueden ser moneda de cambio, por muy indirecta que sea, de la iniciativa francesa. Estando así las cosas, difícilmente puede Macron llegar a ser un Nixon francés, entre otras cosas porque Putin no encarna el papel de un Mao envejecido y con dificultades internas y externas, como sucedió en la coyuntura de 1972. La posición del presidente ruso es mucho más fuerte que la del líder comunista chino. De ahí que cualquier visita de Macron a Moscú no será interpretada como el inicio de una nueva era diplomática sino como un ejemplo de que los intereses de Francia prevalecen sobre los del conjunto de la UE.


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