Macron en La Sorbona: la pasión europea

El discurso de Enmanuel Macron en La Sorbona el pasado 26 de septiembre será siempre citado como uno de los principales discursos proeuropeos del presidente francés.

Se diría que forma parte de la nueva estrategia comunicativa del presidente, obligado a aparcar su estilo “jupiterino” en nombre de un necesario didactismo. Fue pronunciado tras las elecciones alemanas, que dieron la victoria a Merkel, aunque los resultados pueden condicionar su actuación en el escenario europeo, al no entrar en el futuro gobierno los socialdemócratas, mucho más proeuropeos que socialcristianos, liberales o verdes. Sin embargo, Macron apuesta por que Merkel sabrá establecer algún tipo de equilibrio, pues sin una Alemania claramente comprometida en el proyecto europeo, Francia no podría desarrollar las estrategias proclamadas en el discurso presidencial.

Otro discurso para las nuevas generaciones

Macron es uno de los pocos líderes que se atreve con apasionamiento a hablar de Europa en estos tiempos de turbulencias. Hay que remontarse a Mitterrand para encontrar algo semejante, si bien el líder socialista tenía un discurso más reposado. Ha recordado que Europa forma parte de la identidad, de la historia y del horizonte de los países que componen la Unión, pero no es menos cierto que los discursos europeos al uso, los que insisten en que la UE es la respuesta a dos guerras mundiales y a los siglos precedentes de conflictos, impresionan muy poco a generaciones que durante más de setenta años han disfrutado de los dividendos de la paz. No vale estancarse, según Macron, en las mismas costumbres, las mismas políticas, el mismo vocabulario y las mismas propuestas.

En efecto, el presidente tiene toda la razón porque este es el actual escenario europeo: la prosperidad económica prolongada en unos casos, y en otros la mejora de las condiciones de vida tras décadas de comunismo burocrático e inhibidor, ha contribuido paradójicamente a que algunos líderes políticos hayan caído en el euroesceptismo, en la falta de ilusión por el proyecto Europa. En el caso de los países de Europa Occidental, la desafección europea se llama principalmente populismo, de derecha y de izquierda, porque nunca los extremos del espectro político contemplaron con buenos ojos la construcción europea. Históricamente fue considerada una amenaza para los creyentes en los mitos de la nación o en los del proletariado. El tándem europeísta lo constituían, en cambio, socialdemócratas, democristianos y liberales. No es extraño que el debilitamiento, o la pérdida de identidad, de estas tendencias políticas repercutan en el proceso de integración europea.

Por lo demás, en Europa Central y Oriental, hay quien proclama que no han salido del dominio de Moscú para caer en el de Bruselas, con lo que no existe mucha diferencia entre su visión europea y la que tenía Margaret Thatcher. No quieren creerse lo que ha señalado Macron en este discurso: Bruselas somos nosotros, los miembros de la UE. Reducen a Europa prácticamente a un área de libre comercio y no desean avanzar en una integración que, según ellos, les arrebataría su historia y su cultura. Si a estas reticencias políticas añadimos la crisis económica y la desconfianza hacia la globalización en amplios sectores de las sociedades europeas, no es difícil concluir que vivimos tiempos difíciles.

Tres enemigos

El presidente francés citó en La Sorbona a tres enemigos de Europa: el nacionalismo, las ideologías identitarias y el soberanismo de repliegue. No ha tenido reparos en acusarles de explotar con cinismo el miedo de los pueblos. Vivimos en un tiempo de pasiones y, según asegura Macron, las pasiones fascinan. Sirven para olvidar los tiempos más duros que vendrán después. ¿Por qué esos enemigos de Europa han echado raíces en el Viejo Continente? No cabe acusar a los pueblos de ingenuidad y descalificar sus inquietudes, apunta el jefe del Estado francés. La responsabilidad principal corresponde a unos europeístas que no han sabido defender a Europa y han dejado que se instalara la duda sobre su proyecto político. El adversario ha ganado en muchos casos la batalla de la comunicación y ofrece soluciones supuestamente fáciles a los retos del cambio climático, las migraciones o el terrorismo, por citar unos pocos ejemplos. Su unilateralismo, teórico y práctico, oculta que estos retos son mundiales. Nadie los puede afrontar por sí mismo y necesita la ayuda de otros. En contraste, el euroescepticismo se complace, en nombre de unos intereses a corto plazo, que no son los de sus ciudadanos, en la división y en el repliegue nacional.

Macron ve un peligro en la fascinación por las democracias no liberales, el término político difundido con éxito por Fareed Zakaria, pues su lógica final solo puede ser la de un unilateralismo brutal. Está en lo cierto: los viejos dictadores, con o sin uniforme, están siendo sustituidos por tribunos de la plebe que, a diferencia de la antigua Roma, no tienen inconveniente en asumir un poder sin voluntad de retorno y tampoco carecen de escrúpulos para tergiversar las leyes del Estado de derecho en beneficio propio.

El futuro, según el presidente francés, pasa por la creación de una Europa soberana, unida y democrática. Pero también es consciente de que solo un pequeño número de países europeos podrá poner en marcha sus planes en seguridad y defensa, armonización fiscal y participación democrática. Con independencia de la mayor o menor capacidad de maniobra del futuro gobierno de Merkel, la Francia de Macron promoverá un núcleo de vanguardia europeo capaz de demostrar al resto de los países miembros que Europa tiene proyecto y tiene futuro.


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