Ucrania: de la tragedia aplicada a la política internacional

Muchos espectadores de la crisis de Ucrania tienen el sentimiento de estar ante una tragedia que escapa a sus protagonistas. La impotencia del gobierno ucraniano, la retórica y el nerviosismo de Occidente, la determinación de Rusia… Son factores indicadores de que el mundo de la posguerra fría parece haber tocado a su fin y que estamos ante el comienzo de una nueva era de perfiles indefinidos. Un mundo en el que se debilita un principio como el de la intangibilidad de las fronteras, sacralizado desde 1945 y un tanto cuestionado tras la caída de los regímenes comunistas, es un mundo en el que las amenazas a la seguridad internacional irán en aumento. EEUU y Europa siempre se han comportado en la crisis ucraniana como los defensores del statu quo y de la contención limitada. Rusia sabe que no habrá respuesta militar (no la hay contra un Estado nuclear) y sí un endurecimiento de las sanciones, pero también es consciente de las discrepancias entre los socios de la UE, paralizados por su dependencia energética. De ahí que en sus cálculos considere que esas sanciones no serán demasiado efectivas y aunque produjeran graves perjuicios económicos, no llevarán a Moscú a dar un paso atrás, ni en Crimea ni en el resto de Ucrania.

En este año se conmemora el centenario de la Primera Guerra Mundial. No soy amigo de paralelismos históricos, pero las circunstancias actuales recuerdan, y solo basta con cambiar nombres, a lo que opina sobre los Balcanes el historiador Christopher Clark en su obra Sonámbulos. A los acontecimientos en aquella región contribuyeron tanto el victimismo histórico como el chovinismo nacionalista, además de la debilidad de los Imperios otomano y austrohúngaro. Fueron factores que generaron una tragedia.

Esta es la “lógica” de la tragedia. Un discurso lleno de referencias históricas como el del nacionalismo de Putin nunca se dejará impresionar por el análisis del coste-beneficio ni por consideraciones sobre racionalidad e irracionalidad ni por sus consecuencias. Si la crisis de Ucrania se hubiera cerrado con la anexión de Crimea, esto no habría traído las garantías deseadas por Moscú. Por el contrario, la reacción de Kiev fue firmar la parte política de un acuerdo de asociación con la UE el pasado 21 de marzo, lo que indicaba que el gobierno ucraniano quería seguir por la senda pro-occidental, un camino en el que tampoco cabría excluir una solicitud de adhesión a la OTAN. Si además las elecciones presidenciales del 25 de mayo solo habían de servir para alejar todavía más a Ucrania de la órbita de Moscú, el escenario para la agitación en el este y sur del país estaba servido. Para Putin, las confrontaciones armadas han de servir para unir, y no para dividir, para Rusia. Así sucedió con la segunda guerra de Chechenia (1999) y la guerra con Georgia (2008). Otro tanto está sucediendo con la crisis de Ucrania, susceptible de desencadenar en un conflicto que la mayoría de la opinión pública rusa aprobaría al estar convencida de que sería un paseo militar. Los discursos del poder a posteriori  nos hablarían de Poltava, la batalla de 1709 en que Pedro el Grande venció al rey sueco Carlos XII y sus aliados ucranianos, o de Odessa, vinculada, no menos que Crimea, a la historia heroica de Rusia.

Hay otra circunstancia que fomenta la posibilidad del conflicto. Una circunstancia trágica alentada por la “lógica” del nacionalismo. Se repite, por activa y por pasiva, que las guerras asimétricas nunca se ganan, aunque vayan precedidas de una victoriosa campaña militar convencional. Los ejemplos esgrimidos son los de EEUU en Irak y Afganistán. Por el contrario, Rusia puede presumir de haber sido vencedora, al menos en apariencia, en la guerra asimétrica de Chechenia. La primera guerra con los chechenos (1994-1996) acabó en un reconocimiento de facto de las pretensiones secesionistas. Pero esto fue en tiempos de Yeltsin. Con Putin, la segunda conflagración desembocó en la “pacificación” oficial de la república rebelde. Sin embargo, sería arriesgado para los rusos creer que sucederá lo mismo en el caso de una Ucrania a la que hubieran vencido previamente en un conflicto convencional.

Las negociaciones entre EEUU, Europa, Rusia y Ucrania no están llamadas a tener resultados efectivos. Una de las partes, Moscú, por medio del twitter del ministro de asuntos exteriores, Lavrov, está convencida de que no hay vuelta atrás en los acontecimientos y que el mundo vive una nueva época. Sus palabras son tajantes: “El orden mundial está siendo reestructurado. Es un proceso doloroso. Pero Occidente tiene que aceptarlo”.

Rusia dispone de las armas del suministro energético y de la federalización para doblegar a Ucrania. Una invasión sería el último recurso, aunque sigue estando sobre la mesa. Sería la opción trágica de un Estado apoyado mayoritariamente por su opinión pública y que considera que las sanciones económicas perjudicarán, sobre todo, a los europeos y que, por otro lado, serán un instrumento para consolidar el poder interno de Putin.


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